Se constata cómo muchos de los temas que hoy llenan los espacios de discusión intelectual acerca de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) o las industrias culturales ya fueron abordados o vaticinados en los primeros números de TELOS, reafirmándose así la relevancia de esta publicación como espacio de debate en torno a la Comunicación.
En 1985, cuando empezaba a circular el primer número de TELOS, en Argentina y Brasil menos de 20 de cada 100 hogares tenían aparatos de televisión. En Colombia, menos de 10 hogares contaban con acceso a ese servicio; en Honduras apenas 6, en México 11. En España, 32 de cada 100 hogares veían la televisión.
Un cuarto de siglo más tarde, en Argentina, México y España prácticamente todos los hogares tienen televisión. En Brasil, más del 93 por ciento; en Colombia cerca del 87 y en Honduras casi el 70 por ciento. En estas dos décadas y media, las señales televisivas han saciado y en cierta medida moldeado las opciones de entretenimiento e información en nuestras sociedades.
El incremento tanto en la cobertura como en las capacidades de las telecomunicaciones ha sido a la vez oportunidad y reto. Hoy en día no hay área de la vida pública -y en buena medida también de la vida privada- que escape a la influencia y al escrutinio de los medios.
Un progreso anunciado
Las ventajas -pero también las vicisitudes- de esa expansión tecnológica han sido asiduamente discutidas en TELOS. Las personas, en las más variadas latitudes, suelen tener mayores opciones para elegir contenidos e incluso, en ocasiones, interactuar ante ellos. Hoy es posible hablar de la Sociedad de la Información (SI), aunque ese término todavía les quede grande a muchos de nuestros contextos nacionales. Las fronteras del mundo se han abreviado y el entramado comunicacional conforma una nueva aldea global sin que las peculiaridades ni las -en ocasiones ingentes- carencias materiales de cada nación y región hayan desaparecido.
Instrumentos de propagación de contenidos que facilitan pero además condicionan la información, el entretenimiento y el aprendizaje, entre los medios disponibles hoy en día también hay recursos para la interrelación y la socialización de la gente.
El papel que alcanza la telefonía para enlazar a las personas ahora incluso de manera ubicua era difícil de anticipar, al menos con el crecimiento que ha experimentado en pocos años.
En 1985, en Argentina había 9,3 líneas de teléfono por cada 100 habitantes; en Brasil 5,2; en Colombia, 6,2; en Honduras 1,1; en México 4,8 y en España 25,4. Esas cifras se duplicaron y hasta cuadruplicaron para que en 2008, los teléfonos fijos por cada centenar de habitantes llegasen a 23 en Argentina, 22 en Brasil, 19 en Colombia, 5 en Honduras, 16 en México y 43 en España.
El crecimiento auténticamente espectacular tuvo lugar en el campo de la telefonía celular, que apenas comenzaba a ser una extravagante novedad en algunos países cuando TELOS llegaba por primera vez a los estantes de las librerías. Casi un cuarto de siglo después, al terminar 2008, en Argentina había 117 teléfonos móviles por cada 100 personas; en Brasil 79, en Colombia 92 y en Honduras 85. Los celulares por cada centenar de habitantes eran 64 en México y 112 en España (datos de la UNESCO y la Unión Internacional de Telecomunicaciones).
No todo está resuelto
En el número 1 de TELOS, en enero de 1985, Philip Schlesinger argumentaba su inquietud por la privatización del teletexto en la televisión británica. Gabriel Barrasa y Mariano Cebrián discutían las posibilidades del teletexto en España y Guy Pineau describía su funcionamiento en Francia.
En poco tiempo la comunicación se volvió más sofisticada y versátil. Sus usuarios tienen hoy recursos hasta hace poco insospechados para apropiarse de contenidos y compartirlos, para diseñar sus propios mensajes o acceder a reservorios de información que han modificado las concepciones convencionales acerca del aprendizaje e incluso sobre la creación de conocimiento. Los mensajes de texto que hoy proliferan son los que se envían, persona a persona o de una hasta a millares más, a través del celular. Ipod y Laptop, Wikipedia y YouTube, Facebook y blogs son distintivos de una cultura global de carácter reticular y donde la instantaneidad suele ser antagónica con la calidad de los mensajes.
El contexto creado por dichas tecnologías pareciera haber conformado un mundo diferente. De hecho, la fascinación ante esos cambios a menudo conduce a olvidar los fastidiosos pero lacerantes rezagos que nuestras sociedades siguen experimentando, tanto en el campo comunicacional como en otras áreas.
Esas nuevas realidades no han terminado de resolver antiguos problemas. Por eso era muy pertinente la advertencia que formulaba Armand Mattelart en aquel primer número de TELOS, en un artículo provocadoramente titulado Olvidar la comunicación: «El ma¬niqueísmo que reparte las perspectivas que nos ofrece el futuro, según el opti¬mismo desbordante o el pesimismo apocalíptico, se muestra inoperante para calificar las transformaciones que afectan en nuestros días a los sistemas de comunicación y de información».
Mattelart exhortaba a mirar hacia el Sur, en donde se registraban cambios como los que ya protagonizaban los ávidos conglomerados mediáticos de Brasil y México, dispuestos desde entonces a acaparar recursos tecnológicos, inversión financiera y audiencias. Del diálogo Norte-Sur que se articulaba con las esperanzas para crear un nuevo orden comunicacional, el mundo transitaría pronto al desmoronamiento del bipolarismo señalado por la caída del muro berlinés.
El fin de las ideologías que algunos despistados se apresuraron en prescribir no fue divisa política -y mucho menos académica-, porque pronto el escenario global recibió -o reconoció porque ya estaban allí-, a otros actores. El galimatías musulmán y el gigante chino, las penurias africanas y la cohesión europea, conforman realidades que hace 25 años no determinaban la geopolítica como sucede ahora. En ese periodo comenzaron y se implantaron las nuevas e imperfectas democracias latinoamericanas. En cada uno de esos procesos históricos, los medios han tenido papeles protagónicos como promotores de la liberalización política, pero también se consolidaron como poderes con intereses y exigencias que a menudo se sobreponen a los intereses y requerimientos de las sociedades a las que tienen como audiencias.
La concepción que los individuos se construyen sobre su entorno, así como sus capacidades para relacionarse y comunicarse, se ha modificado radicalmente en este lapso. A esas nuevas circunstancias resulta insuficiente mirarlas con la óptica de los viejos estudios comunicacionales; pero desdeñar por eso las miradas críticas que han enriquecido el estudio de la comunicación sería prácticamente suicida para esta disciplina.
El escrutinio de los medios es una tarea académica, pero también de la mayor relevancia pública. En él necesitamos allegarnos de instrumentos de la Sociología y específicamente de las muy variadas vertientes que conforman el estudio de la comunicación; pero también, entre otras disciplinas, del Derecho, la Historiografía, la Antropología, la Economía política y las ingenierías ligadas a las telecomunicaciones.
A los medios y a sus relaciones de la sociedad no se les puede entender al margen de las nuevas tecnologías. La forzada complementariedad de la televisión con el ordenador; las opciones aún vigentes para la Televisión Digital Terrestre (TDT); las modalidades de apropiación -pero también de supeditación- a las firmas de mayor implantación en el mercado que suponen los nuevos dispositivos portátiles para almacenar y transportar contenidos digitales; Internet como multiplicadora del discurso de las corporaciones mediáticas, pero también como recurso que ensancha la capacidad de expresión de los ciudadanos; todos esos son temas que, al formar parte de su agenda, han permitido a TELOS diagnosticar el presente para anticipar el futuro de las comunicaciones.
Artículo extraído del nº 81 de la revista en papel Telos
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