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En homenaje a Jean Baudrillard


Por María Pilar Diezhandino Nieto

En los últimos tiempos no escandalizan esas noticias sobre las que dan somera cuenta –¡ para qué entrar en terrenos resbaladizos!– los medios: padres que piden ayuda a los Servicios Sociales o a los Tribunales de Menores para liberarse de la carga de unos hijos a los que no controlan. «Quédense con ella, por favor» era la reciente petición de la madre de una adolescente asturiana de 13 años…

La respuesta de los expertos en la materia se orienta a considerar que el exceso de libertad, proteccionismo y consentimiento se ha demostrado no sólo antipedagógico, sino peligroso provocador de unos efectos contrarios a los deseados. Contrarios, en principio, al buen uso de la libertad, que siendo ‘liberadora’, bienhechora, esperanzadora, lo es en tanto se es capaz de administrarla con autocontrol. Es el fruto de niños-jóvenes –luego adultos– sin capacidad de tolerar las inevitables frustraciones propias del simple hecho de vivir; niños que no toleran el fracaso, pero tampoco admiten el esfuerzo de voluntad requerido para superarlo, que no entienden el derecho desde el correlato del deber; niños que parecen haber sido educados en la exigencia al otro, sin la correspondiente autoexigencia; para los que el respeto al maestro, al tutor, al ‘mayor’, ha sido sustituido por el reclamo a esas figuras de un trato que no incorpore el ‘no’, y menos aún la reprimenda pretendidamente aleccionadora. Niños para quienes ser reprendido es sencillamente una humillación inasumible. Niños, en fin, fuera de la realidad del mundo. Niños hiperreales.

Noticias sobre esos brotes de violencia: en el hogar, en la escuela, en la pareja, que rompen la placidez pretendida de nuestras modernas y confortables sociedades. Los ‘puntos dolorosos’ que Jean Baudrillard situaba escondidos tras la ‘pantalla total’, el imperio de lo virtual, lo hiperreal sin origen ni realidad, que ha venido a dominar nuestras sociedades desarrolladas, tecnologizadas.

«La actualidad –dice– impone una crónica cotidiana de esta violencia: adolescentes que asesinan a sus padres, violencia de niños contra otros niños, violencia adolescente suburbana… episodios inexplicables en simples términos de psicología, de sociología o de moral».

Él tiene una buena explicación. Baudrillard apunta al odio sin objeto que se genera en esta sociedad que a toda costa ha pretendido abolir «las raíces mismas del Mal y, por ende, cualquier radicalismo». Una sociedad que se previene del Mal con exceso de protección (prevención). Exceso que «conlleva la pérdida de las defensas y de las inmunidades [y así] los anticuerpos en paro técnico se vuelven contra el propio organismo». El propio odio, asegura, es virtual, «no estamos preparados para soportar la condición de inmunidad artificial que se nos brinda a la sombra de nuestras metrópolis [en esta cultura] acabamos presa de un inmenso resentimiento: el odio de sí mismo [se ha pasado así] de una pasión de objeto a una pasión sin objeto».

Tanto se ha pretendido prevenir el Mal, imponer la seguridad, el Bien, que no se concibe que «el “Mal” es el que llega sin prevenir, por lo tanto sin prevención posible».

«No es prevenir el crimen, instaurar el Bien, corregir el curso irracional del mundo». Con esas palabras se adelantó a esa nueva realidad política impuesta como dogma por Bush de la ‘guerra preventiva’. Por todas partes, dice, se perfila la sustitución del destino natural por un destino artificial. Impuesta la cultura –mediática– de lo hiperreal (algo real sin origen ni realidad), se impone lo virtual, lo pretendido, el “sistema de representaciones”. Una cultura que cuestiona el «modo de causalidad, determinista: activo, crítico, analítico; distinción de causa y efecto, de lo activo y lo pasivo, de sujeto y objeto, del fin y de los medios».

Es preciso, dijo Baudrillard, pensar los mass-media como una especie de código genético que conduce a la mutación de lo real en hiperreal; un código que ha desvanecido la distancia del sentido entre causa y efecto, entre objeto y sujeto; un código que ha abolido pura y simplemente toda relación.

Todo indica, pues, que es «el final del niño como portador no sólo de la dualidad de un hombre y de una mujer, sino de la de un pasado y un futuro, única que crea una memoria». Se ha producido la «ruptura del orden biológico y del orden simbólico».

Por eso advierte de la “extraña” coincidencia entre este estado infantil anterior al principio de realidad y el universo de la realidad virtual, donde lo real y lo virtual se “confunden”; o dicho de otra forma, donde, como consecuencia de una socialización hiperrealista, «lo real se confunde con el modelo».

Es, según Baudrillard, lo que explica la afinidad espontánea de toda una joven generación con las nuevas tecnologías de lo virtual. Al niño «el aislamiento psicodélico no le da miedo. En lo que respecta al tiempo real está definitivamente adelantado con relación al adulto, que sólo puede parecerle un retrasado, del mismo modo que en el ámbito de los valores morales sólo puede parecerle un fósil. El niño entra así en anomia, en un estado de desocialización orgánica».

En este estado de cosas, Baudrillard, y quizá porque consideró a los mass-media “eco, simulación”, entiende también que el proceso incoado contra ellos «por propagar la violencia a través del espectáculo y del relato de la violencia no tiene el menor sentido, pues la pantalla nos protege».

En este punto coincide, por cierto, con Lipovetsky para quien es «toda nuestra civilización tecnocientífica, consumista e individualista la que empuja en ese sentido». A la búsqueda de la felicidad individual, «el individuo desligado de la sujeción de lo colectivo; la moda de “resolver” sin esfuerzo ni disciplina sus problemas. La moda que ya no consiste en el saber, de la filosofía griega que regresa con renovadas fuerzas, sino del Homo consumans que triunfa».

Baudrillard apunta un peligro: «La indiferencia irradiada por los media». Y Lipovetsky lo matiza al reconocer que «los medios favorecen globalmente un uso acrecentado de la razón individual». Han contribuido a crear la cultura individualista, el privilegio del individuo en detrimento del colectivo, pero la “devastación espiritual” que se atribuye a la televisión debe atribuirse a «otras instancias sociales, familiares, escolares, están directamente implicadas. De ahí que el proceso a la televisión deba llevar a otras críticas, en particular a las de la escuela y los sistemas de formación».

Out of time

La prospectiva de Baudrillard dejó clara la predicción de futuro; mensaje profético para la actual sociedad de dioses cibernéticos, hiperconectada, multicanalizada, infopersonalizada; mensaje a los adoradores de esta religión, desde los poderes políticos a los expertos tecnólogos y las nuevas masas ‘enganchadas’ al sistema del imperativo virtual: «ya no hay punto focal, no hay centro ni periferia, sólo queda el medium…».

Quienes utilizan con fruición y admiración (sobre todo de sí mismos) esa nueva nomenclatura generada por lo que ya se ha dado en considerar nuevo paradigma del universo digital que intentan imponer, sin contraponer un sistema protector que no anule los valores morales que la propia naturaleza impone, una advertencia: si se mantiene la lógica de la simulación (“precesión del modelo”, “el modelo anterior al suceso”, “confusión del hecho con su modelo”, que sepan que lo virtual «ha puesto fin no sólo a la realidad, sino a la imaginación de lo real [que] con la entrada en escena de la inteligencia artificial ha llegado a su fin el pensamiento».

De ahí, volviendo al principio, que el niño haya entrado en un estado de “desocialización orgánica”. Está «out of time. El ritmo actual, el de la inmediatez y la aceleración del tiempo real, va exactamente en contra del engendramiento, de la gestación, del tiempo de procreación y de crianza, de esa larga duración que es, en general, la infancia humana. [La aceleración ha impedido la] maduración natural del ser humano […] condena a la infancia a una obsolescencia acelerada».

Lo que Ortega y Gasset decía: «Toda realidad desconocida prepara su venganza», Baudrillard lo anuncia en términos parecidos: Si dejamos que lo virtual nos piense, la simulación, el engaño visual, el espejismo nos depararán despertares de pesadilla.

Bueno sería que se deparara en la causa de ese efecto que conduce a adolescencias sin control y libertades encadenadas.

Postdata

Ante la muerte el pasado 6 de marzo de Jean Baudrillard, los medios de comunicación pasaron casi de puntillas. Dieron la noticia y poco más. Fue la respuesta quizá a un autor que no dio tregua a su mirada negadora de la realidad que los medios dicen representar/interpretar; que consideró a los medios “cámara de eco y simulación”, en la que lo político busca captar a las masas.

Se le acusó de provocador, y tras etiqueta tan trivial –unido a la dificultad de su discurso y su no pertenencia a escuela–, quedó en buena medida ofuscado el acercamiento al sentido de su pensamiento. Se le consideró postmodernista, postestructuralista, en esa obsesión tan académica de situar a cada pensador en una escuela, una teoría reconocida y que confiera reconocimiento. Su crítica y advertencia acusadora de lo hiperreal no ha servido, en fin, para aleccionar sobre lo hipertextual del momento actual, del todopoderoso ciberespacio, del discurso prevalente de los adoradores de esa nueva religión –nuevo paradigma– en la que se han convertido las transformaciones tecnológicas, con sus rituales simbólicos y lenguajes tan engañosos como perturbadores. Convendrá pensar en todo ello.

Artículo extraído del nº 72 de la revista en papel Telos

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María Pilar Diezhandino Nieto

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