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El español en Iberoamérica: lengua e identidad


Por Enrique V. Iglesias

La Comunidad Iberoamericana de Naciones, integrada por los veintidós países de lenguas española y portuguesa de América Latina y la Península Ibérica, constituye un gran espacio multinacional fundamentado en principios y valores y en una identidad cultural y lingüística compartida. El proceso de sincretismo, como ejercicio de mestizaje integral y creador verificado en el espacio iberoamericano a lo largo de una historia cinco veces centenaria, se añade a los anteriores elementos, los interrelaciona, y aparece como un definitivo factor forjador de la común y plural identidad iberoamericana. Por ello, Iberoamérica constituye probablemente una de las comunidades de naciones más naturales, verdaderas y espontáneas del planeta. Una comunidad habitualmente considerada como “preexistente” a cualquiera de sus formulaciones políticas e institucionales contemporáneas, como la propia Conferencia Iberoamericana o su organismo de apoyo institucional y técnico, la Secretaría General Iberoamericana, SEGIB.

La identidad lingüística de Iberoamérica –uno de los fundamentales cimientos identitarios de este conjunto multinacional– viene determinada esencialmente por el español, que es idioma oficial o de uso generalizado en veinte de los veintidós países de la Comunidad, y por la lengua portuguesa, hablada ésta en Brasil y Portugal. Las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno han reconocido a ambos idiomas, conjuntamente y en un sentido hasta cierto punto unitario, como la “base lingüística común” iberoamericana.

Además de los sustratos culturales que nos unen, es un hecho reconocido que el español y el portugués son las dos únicas grandes lenguas internacionales, en términos cuantitativos (habladas cada una de ellas por más de cien millones de personas), que son al mismo tiempo, y en líneas generales, recíprocamente comprensibles. Esta realidad, este a veces desapercibido pero extraordinario hecho de la inteligibilidad práctica entre el español y el portugués supone, en términos geopolíticos, económicos y culturales, el reconocimiento de un formidable “bloque “lingüístico iberoamericano de cerca de seiscientos millones de personas con una inmensa potencialidad, y actualidad, tanto en el ámbito geográfico propio como en el escenario global.

Dentro de dicho ámbito, el idioma español ocupa, por razones objetivas, un lugar muy importante. Hace poco más de un año, con ocasión de la XV Cumbre Iberoamericana celebrada en Salamanca, los Jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos dejaron constancia de su complacencia por la decisión de Brasil de establecer la lengua española como materia de oferta obligatoria en el currículo escolar de la enseñanza secundaria del país. Afirmaban asimismo que esta medida contribuiría muy positivamente a la consolidación de los procesos de integración sudamericana y latinoamericana, y al fortalecimiento del espacio iberoamericano.

Es decir, el idioma español, que en su momento contribuyó a vertebrar las diferentes naciones y sociedades latinoamericanas, se convierte hoy en un factor muy significativo para la cohesión interna del amplio espacio bicontinental iberoamericano. Y esto no es obstáculo para que, dentro de este espacio, se verifique y fomente el desarrollo armonioso de una enorme diversidad lingüística indígena y afrodescendiente. Como individuos y como pueblos nos sentimos unidos desde nuestra rica diversidad.

Si el español influye positivamente en la cohesión interna de nuestra Comunidad, también lo hace muy decisivamente, como segunda lengua de relación internacional que es compartida en mayor o menor grado por otros países no iberoamericanos, a favor de la proyección exterior de Iberoamérica. La presencia de una comunidad de cerca de cuarenta millones de hispanohablantes en los Estados Unidos de América constituye una realidad insoslayable que implica una gran potencialidad. Al mismo tiempo, otros países de América y de diferentes continentes invocan el uso o el conocimiento del español por parte de sus poblaciones para mejor documentar su interés por establecer algún tipo de vinculación articulada con un espacio abierto y dinámico como el nuestro.

Sentimos y pensamos en español (y en portugués). Nuestras tradiciones se vehiculan a través del idioma, y la lengua transmite todo un sistema de valores, desde los familiares hasta los políticos.

En el ámbito de la cultura, el español constituye el soporte de muchas de sus manifestaciones, literarias, musicales o artísticas. De aquí se deriva algo muy tangible, la contribución económica de las industrias culturales basadas en la lengua común. La industria editorial, la musical, la vinculada a las artes plásticas realizan una aportación muy relevante a nuestro Producto Interior Bruto que alcanza el 6 por ciento en algunos de nuestros países.

La propia industria de la enseñanza del idioma constituye por sí misma un capítulo fundamental y en constante crecimiento. Es el valor económico de una lengua en alza. En el campo educativo el diseño de un Espacio Iberoamericano del Conocimiento, el Plan Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Personas Jóvenes y Adultas 2007-2010, o el proyecto concreto de poner en marcha un Programa Erasmus en el espacio iberoamericano cuentan con el valor y el contexto de actuar en una misma comunidad lingüística. Es algo tan positivo que no precisa muchos comentarios, salvo que se trata de una contribución esencial al desarrollo de nuestras sociedades y a la reducción de los déficits sociales.

Las migraciones son un componente esencial del espacio iberoamericano. El factor migratorio ha determinado la historia compartida de Iberoamérica y hoy continúa siendo para nosotros un elemento de absoluta actualidad e incidencia social, económica, política y cultural. La comunidad de lengua supone uno de los primeros criterios orientadores de los flujos migratorios, facilita la integración del inmigrante, su inserción laboral y social, y lo mantiene, en alguna medida, más vinculado emocionalmente a su tierra originaria.

En el terreno económico, el papel del idioma es básico aunque, a veces por eso mismo, no muy perceptible. La lengua española constituye el soporte de significativas actividades comerciales y es un claro instrumento impulsor de la integración regional. Igualmente, en el campo de las inversiones –y la acción de las empresas españolas en América Latina es suficientemente ilustrativa– el idioma actúa como puente, no como barrera. En el universo virtual de la Red –Internet–, la presencia relativa del español, inferior al 10 por ciento de los contenidos, dista mucho de corresponder con su potencia demográfica siendo inferior a la de lenguas mucho menos habladas. En la actual Sociedad de la Información esta materia debe ser seriamente abordada.

El debate sobre el valor económico del español es un tema ciertamente apasionante, y muy relevante para nuestro espacio iberoamericano. No resulta sencillo, efectivamente, establecer unos criterios de valoración económica de un bien con tantos y tan complejos aspectos, tangibles e intangibles, y que permea al mismo tiempo toda nuestra realidad social, cultural y política. Pero, en el camino de la construcción de una comunidad iberoamericana de naciones, de la consecución de la mayor cohesión interna y de nuestra proyección y creciente peso en la comunidad internacional, debemos perseverar en el esfuerzo de nuestra integración lingüística con el apoyo de la población joven y crecientemente educada. La valoración económica del español es, en este sentido, un aspecto que debemos tener muy en cuenta.

En marzo celebramos el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, así como la reunión de las Academias de la Lengua Iberoamericanas. Ambos eventos tienen lugar en Cartagena de Indias y en Medellín, Colombia.

En el primero, siguiendo la estela que iniciara el Presidente Zedillo, y que nos ha llevado a Zacatecas, Valladolid y Rosario, seguiremos afianzando lo que Carlos Fuentes ha llamado “Territorio de La Mancha”, y muy justamente vamos a rendir homenaje a ese Quijote de nuestros días, a ese Quijote del otro lado del mar, que es Cien años de soledad. Escrito en una lengua que sólo, y afortunadamente, tiene problemas de crecimiento, de cómo atender a la imparable demanda desde los cuatro confines del mundo, y que requiere, una vez más, que cooperemos a nivel iberoamericano para satisfacerla.

En el evento de Medellín, la ciudad que gracias a los parques-biblioteca está venciendo a la violencia mediante la ciudadanía, las Academias aprobarán la Nueva Gramática de la Lengua Española, la primera que se ocupa del español total, diverso y consensuado, expresión de nuestros acentos y sensibilidades, de nuestra unidad y diversidad. Qué adecuado que todo esto se realice en un país, Colombia, cuya Academia tiene por divisa «la lengua es nuestra patria».

Artículo extraído del nº 71 de la revista en papel Telos

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