Sometida a la dictadura de la realidad, la radio de hoy no cuenta cosas, expone hechos. Y lo hace desnuda de arte. Reinventar la radio supone la construcción de nuevas poéticas sonoras capaces de enriquecer su expresividad.
Ya se sabe. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Pero lo que a Heráclito no pudo ocurrírsele es que su sentencia fuera a servir también aplicada a la producción radiofónica. Porque la radio de hoy no es como la de antaño y sería necio aquel que intentara recuperar y zambullirse en las mismas propuestas sonoras que tanto seducían a nuestros padres o abuelos.
Sin embargo, algo de ese espíritu merece ser rescatado. Probablemente se trate de la diversificación estilística que las emisoras ponían al servicio de sus oyentes. Woody Allen supo retratar maravillosamente esa variada oferta en su película Días de radio (1987), donde el continuum radiofónico recorría un amplísimo espectro temático y lucía con orgullo una enorme variedad de formatos.
No importa que hoy la novedad sea la fragmentación conceptual o la segmentación de audiencias, fenómenos ajenos a la propuesta generalista de la radiofonía de entonces. Incluso en estaciones dedicadas exclusivamente a asuntos ecológicos que interesan a personas de entre 20 y 30 años de edad, o en aquellas consagradas a recordar la música de la década de 1980 para regocijo de un auditorio de cuarentones, cabe perfectamente una amplia gama de estructuras de producción.
El perfil absolutamente periodístico de muchas emisoras somete a sus oyentes a una dictadura de la realidad en la que no tienen cabida la ficción o la fantasía. De otro lado, el sesgo musical excluyente de otros medios los priva de significativas experiencias comunicativas, que bien pueden referirse o no a la realidad.
Nadie duda de la formidable capacidad informativa de la radio, y son legión aquellos que le atribuyen los mayores índices de credibilidad dentro del ecosistema de medios. Pero en la vida no todo son noticias. Tampoco nadie en su sano juicio proscribiría la difusión de temas musicales a través de la radio, pero sí parece una absurda autolimitación dedicar todas las energías del medio a ese único propósito.
No obstante, en cualquier geografía radioeléctrica encontramos emisiones entregadas con fundamentalismo a lo uno o a lo otro sin haber hecho renuncia expresa a la condición de medios generalistas. La situación conduce a estas emisoras a un estrechamiento predicativo que adelgaza sus agendas temáticas y a un debilitamiento expresivo que vuelve rutinaria y sin brillo su propuesta.
Existen en España radios que aún conservan elencos de intérpretes y que producen mensajes dramatizados pero sólo para enviar a certámenes y festivales. Una cierta hipocresía envuelve esta actitud, pues no se comprende de otro modo que luego del esfuerzo de realización se prive a la audiencia de la escucha de ese texto sonoro.
En la historia de la literatura se recuerda a unos cuantos escritores como Kafka, que produjeron relatos y se negaron a publicarlos luego. La diferencia estriba en que no los enviaban a concursos.
«El acto de narrar resuelve identidades».
Hanna Arendt, La condición humana (1958)
Para que la realidad no resulte asfixiante, hace tiempo ya que venimos propagandizando la necesidad de que la radio recupere capacidad de relato. Nos avala aquella razón narrativa que postulaba Nietzche y que resumía Ortega y Gasset al sostener que «para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia». Y es que incluso la realidad podría verse bajo nuevas luces si, antes que exponerla, resolviéramos contarla.
Lo supo muy bien un fabulador extraordinario como Rod Serling a mediados del siglo pasado, cuando la censura estadounidense pretendía acallar el pensamiento. «Si no me dejan expresar lo que pienso razonó se lo haré decir a los marcianos». Creó entonces «La dimensión desconocida» («The Twilight Zone», CBS, 1959) y aquella serie de culto hizo que, desafiándose a sí misma, la televisión se pusiera a bucear en las profundidades humanas. Cada semana, Serling vestía con arte la crítica social; se encargaba de sacar a la luz las miserias y prejuicios de la sociedad norteamericana y también de demostrar palmariamente que la censura es estéril ante la inteligencia. En Estados Unidos se comercializan hoy capítulos en audio de aquella serie, que hizo pensar acerca del autoritarismo, la hegemonía, el culto desmedido a la belleza, los miedos ocultos, la convivencia con los demás, la intolerancia.
Entretanto no ha perdido vigor la rotunda pregunta de Benjamín (1973): «¿Quién encuentra hoy gentes capaces de narrar como es debido?». La radio debiera estar haciéndose eco de ese interrogante y generando relatos que resuelvan identidades, ayuden a comprender, ofrezcan referencias fácilmente comprensibles y nos provean el capital simbólico de unos universos de gran riqueza designativa.
«La producción y contemplación del arte nos liberan
del yugo de las reglas y de lo regulado. En las formas del arte buscamos pacificación
y tónico vital frente al rigor de las leyes y a la lúgubre interioridad del pensamiento».
G. W. F. Hegel, Estética
Una confluencia de factores precipitó cambios en la radio hace ya medio siglo. Por un lado, algunos de sus creadores más talentosos emigraron hacia la promisoria industria de la televisión. Por otro, la ingeniería electrónica, tal vez sin proponérselo, contribuyó al debilitamiento expresivo de la radio al volverla un adminículo cada vez más integrado a circuitos de realización industrializada. Ese artefacto minúsculo, portable y económico también abarató sus posibilidades artísticas y una estética teñida de gris ocupó las que habían sido sus coloridas vitrinas. La radio no sólo se vació de relatos, también quedó desnuda de arte.
Frente al interrogante de cómo recuperar tonicidad y policromía, surge la inquietud de la construcción de nuevas poéticas sonoras que le permitan a la radio reinventarse a sí misma. Y son precisamente las experiencias registradas en el campo del arte las que acercan propuestas sugerentes.
Hace dos siglos, el romanticismo eleva las emociones al plano de las características objetivadoras de la realidad; la imaginación alcanza entonces la línea de la razón y es enaltecida como fuente inspiradora y creativa. El romanticismo viene a poner en crisis la tradición clasicista y a abrir cauces mediante los cuales el arte sincera su capacidad de expresar sentimientos, emociones, poder evocador.
Si la radio se dejara salpicar por esas aguas torrenciales se beneficiaría de aquellas rupturas que sirvieron para expandir el campo del arte. En todo caso, nada vinculado a las emociones puede resultarle ajeno a un medio que encuentra público a través de la audición, el sentido más ligado a las vivencias afectivas de la humanidad, tal como la psicología ha dejado establecido.
«Una mañana, uno de nosotros, al que le faltaba el negro,
se sirvió del azul. Había nacido el impresionismo».
Pierre-Auguste Renoir
Tal vez Renoir haya querido vestir con ropaje elegante, pero sobrio, a sus palabras. En todo caso, la humildad de la explicación no puede ocultar la trascendencia de un alumbramiento que iba a dar vida al arte moderno.
Otra vez una fuerza rebelde se decidía a confrontar con la tradición alojada en las academias y escuelas de Bellas Artes. Frente al intelectualismo realista, los pintores impresionistas erigieron un sensualismo basado en la impresión personal, inmediata, sin acomodamiento lógico. Las sensaciones adquirieron la condición de fuente del conocimiento y la sinceridad, la libertad individual aunada a la igualdad social, la dignidad de la vida cotidiana, así como la poesía descubierta en los objetos más sencillos fueron los ingredientes que mejor reflejaron las aspiraciones humanitarias y democráticas de los artistas impresionistas.
Ninguna de esas características sonaría discordante si decidiéramos aplicarlas a la actual producción radiofónica. Las realizaciones de la radio que resuelvan aproximarse al concepto impresionista pueden inspirarse en la luminosidad de Monet, el paisajismo de Pisarro o la captación del movimiento, que encontró en Degás a uno de sus exponentes más destacados. Los sonidos pueden alcanzar una centralidad equivalente a la que los impresionistas asignaron a la luz, convertida en la auténtica protagonista del cuadro: los objetos sólo se ven en la medida en que la luz incide sobre ellos, permitiendo captar la visión momentánea y fugaz que sus efectos provocan. De ese modo, los inserts sonoros revisten de iconicidad al texto acústico, propiciando sensaciones realistas o fantásticas.
Un paralelo significativo surge del rechazo de los tonos oscuros y el reemplazo del negro por los colores complementarios. En la radio, la resistencia se plantea frente a los conceptos abstractos, que lucen una opacidad equivalente a la que evitaban Monet y los suyos.
Otra correspondencia notable se verifica con la técnica de la división de colores, dado que los impresionistas los aplicaban en estado puro, sin mezclarlos en la paleta. Con ese recurso buscaban que la combinación se produjese en la retina del espectador. Ese rasgo apelativo se verifica en muchos relatos de la radio que persiguen implicar al interlocutor, estimularlo a ejercer una intervención activa en la decodificación.
«El expresionismo es la percepción vital de una joven generación
que coincidía en su negación a las estructuras socio-políticas imperantes
y pretendía desnudar el alma del hombre frente a su inevitable camino hacia el más allá».
Dietmar Elger
Así como el sentido de la vista fue clave para la pintura impresionista, pronto iba a revelarse que detrás de la realidad se esconde mucho más que lo que el ojo alcanza a ver. La llegada del siglo XX trajo portentosos cambios. La dimensión del tiempo pareció acelerarse; todo se movía a velocidades vertiginosas. La gente iba y venía cada vez más rápido desde distancias cada día mayores. En las ciudades comenzaba el proceso de masificación con sus caras ingratas: alienación y aislamiento.
La particular sensibilidad de los artistas comenzó a buscar un arte nuevo para un mundo que se renovaba. Así comenzaron a aparecer cuadros cargados de emoción, dirigidos a captar los sentimientos más íntimos de las personas. La corriente empezó a conocerse como expresionismo y adquirió consistencia y vigorosa presencia en aquella alborada de la centuria.
Antes que reproducir la realidad, los creadores expresionistas procuraron reflejar sus emociones, sentimientos y vivencias interiores. Sus propósitos eran que el público de sus obras experimentase un impacto fundamentalmente emotivo. Por eso, las pinturas de esta corriente se caracterizaron por sus composiciones agresivas, en las que se destacaba el uso de un intenso cromatismo, con colores fuertes y puros, la distorsión violenta de las formas y los rostros desfigurados y tristes. Todos esos recursos fueron puestos al servicio de transmitir los sentimientos de angustia e incertidumbre que provocaban los bruscos cambios que experimentaba la sociedad.
Igual que el romanticismo y el impresionismo, el expresionismo encarnó la protesta contra la cultura tradicional y el modelo de vida burgués.
Uno de los más cualificados historiadores del arte, Gombrich (1996), sostuvo que «los expresionistas sintieron intensamente el sufrimiento humano, la pobreza, la violencia y la pasión. Ellos querían mostrar su compasión por los desheredados y los contrahechos. Casi se convirtió en punto de honor entre ellos rechazar cuanto oliese a distinción y galanura, sacando al burgués de sus casillas en cuanto a su satisfacción real o imaginaria».
El ejemplo más nítido viene con El grito (1893), de Edvard Münch, lienzo en el que es posible encontrar la angustia personal del pintor, pero también su incomprensión ante la organización socioeconómica que la nueva época se estaba dando.
¿Por qué no iban a asaltarnos preocupaciones semejantes en otra época también proteica? ¿Y por qué escamotearle a la radio la posibilidad de reflejarlas a través de una poética sonora que se nutra de antecedentes como el expresionista?
«¿Cómo es la escritura de un demente?/ Del color que tienen las esquinas
al menos las que presiento, aunque tal vez algo más líquido».
Colectivo Caja Negra
Uno de los movimientos artísticos y literarios que alcanzó mayor trascendencia en la evolución espiritual del pasado siglo fue el surrealismo. Sus artistas intentaron llegar más allá de lo real para alcanzar lo maravilloso, lo insólito, lo fantástico, aquello que está oculto.
Las conexiones extravagantes entre imágenes que ensayó el surrealismo permitieron construir una sintaxis de la sorpresa que también favorece a la creación radiofónica.
Este tipo de audacias son compensadas por la gratificación perceptual que provoca la elaboración textual original o imprevista. Cuando la radio altera la monótona geografía de la rutina, la sorpresa conmueve o maravilla, pero a la vez alienta las búsquedas, los procedimientos de indagación.
Esa súbita crisis de la experiencia, como Charles Peirce definía a la sorpresa, es un gran dinamizador de los textos sonoros y todos solemos emplearlas en nuestras estrategias discursivas cotidianas.
Si bien es cierto que la perpetua sorpresa, el extrañamiento continuo llegan a perturbar la identificación del oyente con el texto sonoro de la radio, no es menos real que el impacto de lo inesperado adquiere una valiosa presencia a fin de evitar el adormecimiento de la atención, así como para estimular procesos mentales autónomos y creativos.
«El arte siempre fue, y es, una fuerza de protesta de lo humano
contra la presión de las instituciones dominantes».
Theodor Adorno
En la breve existencia de la radio nunca faltaron profetas entusiastas en eso de diagnosticarle la muerte. Todas las agorerías han fallado hasta ahora, pero eso no alcanza para que la radio se quede contemplativa a la espera de que, un día, el vaticinio se haga cierto.
Haría bien la radio en curarse en salud y, así como alguna vez recogió inspiración en la música, el teatro o la literatura, debería salir a buscarla ahora en otras fuentes y reiterar el proceso de metabolizar aportes y construcciones que han resultado nutritivos a otras formas del arte.
De ese modo alcanzará una estética de alta expresividad, que la calificará mejor para edificar proyectos comunicativos capaces de vincular la realidad con el mundo de las ideas desde perspectivas críticas y comprometidas con la promoción humana.
BENJAMIN, W.: Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1973.
GOMBRICH, E.: La historia del arte, Debate, Singapur, 1996.
HAYE, R.: El arte radiofónico, La Crujía, Buenos Aires, 2004.
Artículo extraído del nº 70 de la revista en papel Telos