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50 años de Televisión Española


Por Mariano Cebrián Herreros

El 28 de octubre de 2006 se han cumplido cincuenta años de Televisión Española. Durante sus primeros 29 años fue la imagen de la dictadura franquista, la cual empapó la información y programación con su ideología y la usó como exaltación del Régimen y ocultación de la realidad concreta de la sociedad, además de los contextos extranjeros desfavorables. Posteriormente, la transición y la democracia la pusieron al servicio de la sociedad, pero no optaron por la liberalización total de la mordaza. Ciertamente se amplió el techo de las referencias informativas, pero siempre bajo la orientación política del partido gobernante, a veces con una provocativa manipulación hasta nuestros días. Seguimos sin tener una auténtica televisión pública al servicio de todos, incluidos los que piensen o tengan una sensibilidad política, económica, social, educativa y cultural diferente a la de los gobiernos, lo cual provoca su utilización permanente como arma arrojadiza entre los partidos políticos.

A pesar de todos los controles, la televisión dispone de una capacidad esencial de superación de los impedimentos. Por más que se empeñen sus gestores y los asesores de imagen para mantener a los controladores de la televisión en el poder, la televisión ejerce con frecuencia un efecto boomerang para arrojarlos del escenario. La presencia de un mayor pluralismo televisivo con la entrada de los canales autonómicos (1983) y privados (1990) ha hecho perder fuerza a la televisión estatal y le ha obligado a ampliar y equilibrar más la información y reducir la manipulación a formas más sibilinas.

Frente a estos controles tan negativos, no puede obviarse el papel de transformación de la sociedad que Televisión Española ha ejercido al presentar la realidad de cada día, el mundo fascinante de la ficción, los modelos de vida y costumbres extranjeras y españolas, las imágenes de las grandes guerras, terrorismo y cataclismos y otras escenas impactantes que han ido contribuyendo a la formación de una opinión pública más compleja. Se ha insistido en el papel de los periódicos en la transición para que llegara la democracia, pero en realidad fue la televisión la que con su penetración social consiguió visualizar y promover el cambio de época y la pérdida de miedo al futuro. Las imágenes del intento de golpe de Estado de febrero de 1981 y las posteriores manifestaciones transmitidas en directo incrementaron la sensibilidad y exigencias democráticas.

Desde el punto de vista económico, Televisión Española pasó de una fase de generación de beneficios por ser la única que imponía las reglas en el mercado publicitario de la televisión, a otra en la que entabló la batalla por mantener la audiencia a cualquier precio y aumentar la financiación. Una financiación que al no conseguirla ya por la publicidad ha llevado a obtenerla desde 1991 por el endeudamiento con un incremento galopante, sin coto alguno y año tras año, hasta llegar en la actualidad a más de 7.500 millones de euros. Para sus directivos tal endeudamiento ha sido lo de menos, ya que su objetivo no era tanto prestar el servicio público debido, o ajustarse a un presupuesto, cuanto ofrecer una plataforma electoral gubernamental permanente. Esta primacía de la obsesión política por encima de una gestión rigurosa y la falta de solución financiera siguen siendo una espada de Damocles.

Televisión Española ha tenido siempre dos grandes áreas de organización y de presentación de sus ofertas: los servicios informativos y los programas. En el ámbito de la información se impuso la censura durante el franquismo sin ventana alguna de libertad. En el ámbito de los programas, por el contrario, hubo muchos que burlaron la censura gracias a la imaginación de algunos profesionales, quienes a su vez lograron incorporar la creatividad a la adaptación y divulgación de los grandes autores de obras de teatro y novelas, a las entrevistas a fondo a las más relevantes personalidades nacionales e internacionales de la vida cultural, a las series documentales propias, al entretenimiento y a la atención a los niños en horarios adecuados con una programación amplia. Tales producciones han quedado como iconos del imaginario colectivo.

En las etapas de la transición y de la democracia, Televisión Española ha prestado amplios servicios democráticos mediante sus programas informativos, aunque no siempre con la libertad y pluralismo necesarios, a pesar de las protestas continuas de algunos sectores profesionales marginados por la Dirección. Desde que en la década de los ochenta, y especialmente desde la de los noventa, que ha tenido que competir con otros canales, la programación general ha estado sometida a la obsesión de mantener o ampliar la audiencia. Se ha apostado por el entretenimiento fácil y se ha relajado la impregnación de la programación de una sensibilidad cultural y educativa, la promoción de los valores constitucionales y la aspiración a la originalidad, creatividad y calidad artística, salvo en determinadas obras basadas en novelas clásicas, en las teleseries originales, en las biografías de personalidades y en algunos concursos.

Televisión Española vivió muchos años en solitario hasta que se instalaron los canales autonómicos y posteriormente los privados. Con las televisiones autonómicas mantuvo un combate insólito hasta producirse un incomprensible daño mutuo política y económicamente, a pesar de ser dos sectores públicos al servicio de la misma ciudadanía en cada territorio autonómico con televisión propia. En lugar de buscar caminos propios y bien definidos de su papel en la sociedad se dejó arrastrar por la rivalidad, la cual le ha conducido a una deriva sin rumbo. La implantación de las televisiones privadas avivó el fuego de la competencia y Televisión Española por querer preservar su hegemonía tradicional entró en la lucha por la cuota de audiencia y, además de bajarla, perdió el norte de su función en la sociedad y persiste en la caída sin que vislumbre su recuperación.

En este proceso de deterioro ha ido perdiendo la noción de servicio público hasta llegar a una situación insostenible. En lugar de ser mar de todas las corrientes políticas, se ha convertido en afluente de la política del gobierno. Ha perdido el liderazgo de referencia social, siguen incrementándose sus costes de producción y de difusión y, en consecuencia, el endeudamiento, han descendido sus audiencias y todavía falta por llegar el reajuste televisivo más fuerte por la presencia de nuevos canales generalistas, de otros temáticos y del despliegue de la cibertelevisión o IPTV a la carta y de la televisión móvil que repercutirán aún más en todos sus puntos débiles.

Estamos ante un panorama que quiere corregirse con su refundación convirtiéndola de Ente Público en una Corporación, pero cuyos males siguen estando presentes en la raíz de su planteamiento: en el viciado inicial por la manera política de elegir a los Consejeros de Administración y, entre ellos, al Presidente, mediante un reparto según cuotas de partidos y parcialmente sindicales; en el sistema de financiación con buena voluntad de solución, pero de escaso realismo; en el sometimiento a la tiranía de la audiencia a la que se verá cada vez más subyugada al implantarse una mayor competitividad en el mercado televisivo, y en la pérdida de casi la mitad de su capital humano con mayor experiencia.

Televisión Española viene de un mal pasado dictatorial, de un pobre proceso democrático interno, de un endeudamiento económico acelerado y de un desvanecimiento del servicio público. ¿Conseguirá un mejor futuro?

Artículo extraído del nº 70 de la revista en papel Telos

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Mariano Cebrián Herreros

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