Los tiempos actuales se caracterizan, entre otras cosas, por la innovación permanente en prácticamente todos los órdenes de nuestras vidas, desde la economía hasta los procesos empresariales, pasando por la ciencia o la educación. En las sociedades desarrolladas estos avances son más que exponenciales y, a la vez, sofisticados en sus inicios: desarrollos tecnológicos en el hiperespacio, descubrimientos científicos contra enfermedades hasta hace pocos años incurables, acceso a fuentes de conocimiento compiladas, inimaginables en décadas pasadas, etc.
El último tercio del siglo pasado fue especialmente fructífero en innovaciones tecnológicas que están provocando cambios drásticos en la vida de las sociedades desarrolladas. Desde el diseño en los años setenta del protocolo TCP/IP de Cerl y Kahn que permite desde entonces la transmisión masiva de información, hasta la World Wid Web del físico inglés Berners-Lee que, desde los noventa, ha generalizado el uso de Internet.
Estas innovaciones, por otro lado, están originando auténticas contradicciones pues, en lugar de facilitar la vida a todos, están potenciando una brecha social entre países y entre colectivos dentro de una comunidad, con el agravante de que, gracias a la existencia global de algunos medios de comunicación, como la televisión, esas diferencias entre ricos y pobres son más visibles, lo que está provocando, entre otras cosas, grandes movimientos migratorios, difícilmente evitables a corto plazo, como los que estamos contemplando en España con la llegada de los denominados subsaharianos a nuestras costas.
Si nos centramos en el caso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), es decir de la Sociedad de la Información (SI) o del Conocimiento, parece que hay un consenso, generalizado, en que las Nuevas Tecnologías han permitido transformar los modelos tradicionales de comportamiento, desde la educación hasta la salud, pasando por el ocio o el trabajo. Todos coinciden en que las actuales políticas tecnológicas de convergencia, junto con los avances individuales en determinados campos como la telefonía móvil o la banda ancha, generan nuevos servicios de los que nos podemos beneficiar todos.
Todavía más; en nuestros países, estos desarrollos que influyen directamente en el bienestar han alcanzado tal grado de normalidad que no son perceptibles ni somos conscientes de lo que significan para nuestra existencia, hasta que se caen, en un momento determinado, y no podemos usarlos.
Sin embargo, esto que nos parece razonablemente normal en nuestro entorno, en otros no lo es, en parte porque no existen y en parte, también, porque no se consideran de utilidad, ya que no han logrado detectar el papel que pueden jugar en su propio desarrollo.
Se podría pensar, en consecuencia, que esta nueva revolución será precursora de mayores desequilibrios económicos, sociales y tecnológicos, a no ser que se apliquen fuertes inversiones en aquellos aspectos que eviten la denominada brecha digital.
Si estamos convencidos, y lo estamos, de que la SI contribuye al beneficio de todas las personas, independientemente del país al que pertenezcan por nacimiento o adopción y del grupo social al que estén adscritos por cuestiones tan variadas como la salud, la raza, el sexo o la religión, será necesario que los países ricos, los grupos líderes y los organismos supranacionales dediquen esfuerzos económicos a los dos aspectos fundamentales que impiden la accesibilidad a este nuevo paraíso que es la SI: la e-inclusión y la e-formación.
La primera debe facilitar el acceso universal a las Nuevas Tecnologías, adecuándolas a las características físicas y mentales de los usuarios. Esto implica crear, mantener y adaptar las infraestructuras necesarias para conectar los equipamientos de acceso a las fuentes de conocimiento y, además, a unos costes adecuados a los usuarios.
El segundo elemento determinante es la educación en su doble aspecto de formación en el conocimiento y uso de las NNTT y como instrumento fundamental para facilitar la adaptación necesaria de los nuevos usuarios a las implicaciones que representa la SI, ya que el proceso adaptativo es, de por sí, bastante lento, en especial para las personas que, por su edad, necesitan reciclajes de inmersión.
La formación en TIC de los profesionales de todos los ámbitos y niveles de la enseñanza y su aportación a la adecuación de los sistemas educativos a los requerimientos derivados de la SI, van a ser las claves para que las nuevas generaciones queden inmersas en el proceso de forma automática.
Sin embargo, no debemos obviar las dificultades que está implicando este nuevo contexto: desde la limitación de los recursos financieros que las Administraciones destinan a estos menesteres, por considerar que no son prioritarios si se comparan con las necesidades en cuanto a atención sanitaria o a educación por los sistemas clásicos, hasta el escaso desarrollo de las infraestructuras necesarias, en especial en los núcleos rurales, en los que la rentabilidad de las inversiones no atrae a la empresa privada, que se queda en las grandes ciudades donde sí se garantiza el retorno de la inversión con beneficios complementarios.
Si partimos del principio de que ningún ciudadano debe ser excluido de las ventajas que ofrece la SI, deberemos exigir a las Administraciones que adopten medidas que fomenten la accesibilidad de todos los colectivos, implicándose directamente, y a las empresas privadas que, en aras de la Responsabilidad Social Corporativa, destinen recursos que permitan reducir las diferencias entre ciudadanos inforricos y ciudadanos infopobres.
Artículo extraído del nº 69 de la revista en papel Telos