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La guerra simbólica


Por Fernando R. Contreras

Editorial Padilla Libros Editores. Miguel Vázquez Liñán. Desinformación y propaganda en la guerra de Chechenia
Sevilla, 2005

Es muy complicado reseñar una obra como ésta. Porque Vázquez Liñán escribe un libro sobre la propaganda en Chechenia que supera en numerosas ocasiones la dimensión mediática para entrar en un relato más próximo a la historia contemporánea de las antiguas repúblicas de la URSS.

Este trabajo se enmarca en los clásicos estudios sobre propaganda que se interesan por la trama informativa tanto del lado ruso como del checheno. Vázquez Liñán insiste en la línea de investigación de Lasswell, y del mismo modo que en su obra Power and Personality (1948), trata del papel de los líderes y políticos, y como su siguiente obra, Language of Politics (1949), analiza el lenguaje y los discursos del poder: «¿Qué dice quién, en qué canal, a quién y con qué efecto?». Así muestra el fortalecimiento del discurso imperialista de Vladimir Putin, explicando el culto de Putin sobre la base un pasado glorioso y de su repulsa a todo sentimiento nacionalista salvo el ruso.

Incluye una obsesión por la recuperación de la memoria de una historia gloriosa (las victorias bélicas contra Napoleón o contra Hitler) que le sirve para la represión de toda manifestación contraria. Por el otro lado, resalta el discurso independista de Dzhojar Dudáev que funda un régimen informativo totalitario con la ayuda de su ministro de información Movladi Udúgov. Dudáev también destaca un pasado glorioso de oposición a la colonización rusa como los episodios protagonizados por el imán Shamil. En 1997 sería sustituido tras las elecciones por el vencedor Aslán Masjádov, más moderado, sin un perfil concreto propagandístico y sólo destacable ideológicamente por la recuperación del Estado islámico.

Es de resaltar un aspecto curioso del nuevo collage ideológico que está construyendo Putin en los territorios de la antigua URSS y de la implementación de la shariá en Chechenia por Masjádov. De nuevo, lo que es inicialmente un choque de intereses políticos es traducido a un choque cultural esta vez promovido por los líderes políticos que enfrentan en el campo ideológico la recuperación rusa de la religión cristina ortodoxa y la difusión chechena de las teorías islámicas más ancestrales como es el wahabismo. Así, llama la atención cómo la religión es utilizada por la máquina propagandística para radicalizar las diferencias, abrir nuevas alianzas políticas e integrar a los ciudadanos en un destino común: «En segundo lugar, estarían los árabes, interesados en ligar el futuro de Chechenia al de los países árabes, dispuestos a financiar una islamización de la república que chocaría, en muchos ámbitos de la vida cotidiana, con la arraigada tradición del pueblo checheno».

También Jean-Luc Domenec, en su reciente obra ¿Adónde va China? (2006), pone de manifiesto el progreso de la religión y especialmente de las sectas que se dirigen hacia el hermetismo, esoterismo, eclecticismo o la exaltación de la piedad con la humanidad sufriente. La exaltación de la religión en el mensaje ideológico puede deberse también a motivos similares como el distanciamiento cada vez mayor entre los privilegiados y los demás. Al mismo tiempo cubre el vacío que deja el hundimiento de los grandes dogmas.

Precisamente esta proximidad de Chechenia al mundo islámico, como parece deducirse del texto de Vázquez Liñán, es un motivo para que Rusia vincule a la nueva República con la red terrorista Al-Qaeda y pueda mantener abierta una guerra contra el terrorismo internacional: «Desde esta perspectiva, Rusia comparte trinchera con todos los Estados que sufren esta amenaza; por lo tanto, un plan de paz local, en Chechenia, no tiene sentido. No es una guerra entre Estados, ni siquiera una batalla contra una república secesionista, sino por la eliminación de bandas armadas internacionales cuya organización trasciende las fronteras de los Estados-Nación. Si a esto unimos la estructura de red que se atribuye al terrorismo internacional, ¿de qué sirve negociar?, ¿con quién? El argumento de la inutilidad de negociar es también la justificación de la guerra permanente».

Estereotipos para la desinformación

Otro factor explotado por la propaganda en los dos bandos es el dolor y el sufrimiento de las familias que han perdido hermanos y parientes en los enfrentamientos bélicos. La venganza es reavivada para mantener abierto el conflicto.

Como vemos, los estereotipos no sólo permiten ahorrar tiempo a las máquinas de información y desinformación, sino que además defienden las posiciones de cada uno en su sociedad. Lo que parece desprenderse de la obra de Vázquez Liñán es que todos admitimos que las cuestiones pueden presentarse desde distintas perspectivas, pero que la realidad es única, cuando es del mismo modo, compleja, y que los hechos también tienen distintas perspectivas. Así que verdaderamente es un mundo construido por los medios de comunicación que muta continuamente como nos advierte el autor: «Las movilizaciones en Georgia, Kirguizistán y, sobre todo, en Ucrania, que acabaron con cambios de gobierno nada favorables a Moscú, así como las abortadas en Azerbaiyán y Uzbekistán, demuestran que algo se mueve en el territorio de la antigua Unión Soviética. Si bien es difícil juzgar aún en qué quedarán estos cambios, así como evaluar la procedencia exacta de la chispa que ocasionó el fuego, no es menos cierto que han provocado una agria inquietud en el Kremlin».

Vázquez Liñán nos presenta un estudio sobre la situación propagandística a través de los actores protagonistas en el conflicto entre Rusia y Chechenia: sus líderes y su base. Por ello, contempla el poder de los silovikí: «Uno de los elementos que merecen mayor atención en la configuración de la vida política rusa, desde que Vladimir Putin llegara al poder, es el preocupante aumento, en los diferentes órganos del poder político, de los llamados silovikí, esto es, de funcionarios provenientes de las distintas instituciones dedicadas a la seguridad, el ejército y la policía». Recuerda en este aspecto al trabajo de Walter Lippmann, La opinión pública (1922), cuando realiza un estudio paralelo a las figuras sobresalientes y al mismo tiempo, del conjunto de símbolos producidos por las instituciones y otros personajes que rodean a estos líderes. Los símbolos son un instrumento que, en palabras de Lippman, permiten que unos pocos se ceben a costa de los demás, desvíen las críticas y conduzcan a la agonía a otros hombres en el nombre de cosas que nunca llegarán a comprender. Putin es consciente como lo demuestra el uso que hace de ellos.

Los grandes símbolos empleados en sus discursos democráticos no sólo hacen suyas dichas devociones, sino que son capaces de despertarlas sin necesidad de recurrir a imágenes primitivas. Explica Lippmann que en numerosas ocasiones, la mediocridad de los líderes políticos y su grado de incompetencia es disfrazada por una máquina propagandística que alcanza a emancipar a cualquier estado mayor de cualquier tipo de control. De modo que dejan de vivir por la nación y es ésta, la que vive, o mejor dicho, muere por ellos. La victoria o la derrota parece que es lo menos importante y lo primordial es consolidar la soberanía del símbolo que representa el líder. Así sucede en un principio, según Vázquez Liñán, pero no es precisamente la situación actual.

Continuando con el planteamiento de Lippmann, a largo plazo, el tira y afloja entre los líderes y las bases se acentúa. Y así concluye también nuestro autor frente a lo que está sucediendo en Rusia: «La visión apocalíptica de una guerra interminable contra un enemigo poderoso que pretende llevar a las desmembración de Rusia como Estado, puede haber llevado a una parte importante de la sociedad rusa a ver su futuro lejos de la prometida estabilidad de los primeros años del putinismo. Quizás sea fruto del cansancio propio que genera una continua campaña de agitación prolongada, y es posible que los rusos comiencen a dejar de comparar a Putin con Yeltsin, que parece formar parte de un pasado cerrado, y hayan empezado a comparar a Putin… con Putin».

Artículo extraído del nº 69 de la revista en papel Telos

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Fernando R. Contreras