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Tecnología digital y cambio en el mundo islámico


Por Francisco A. Marcos Marín

El comienzo de un mes en el mundo árabe se señala desde el momento en que se ve una primera luz de la luna creciente. El pasado enero, las autoridades saudíes sorprendieron a todos al anticipar en un día el comienzo oficial del mes de la Peregrinación (uno de los cinco mandamientos del Islam). Salvo Indonesia, el resto de los países musulmanes cambiaron ese mes, para que sus ciudadanos pudieran celebrar la fiesta de la Pascua Islámica viendo cómo sus correligionarios seguían los cuatro días de ritos de los peregrinos en La Meca. Lo importante, por supuesto, es ese gerundio, viendo; sin él nadie hubiera seguido la iniciativa saudí ni alterado el calendario.

Más de cincuenta millones de personas ven los ciento cincuenta canales de televisión satelital en árabe. Hay que añadir otros canales islámicos en otras lenguas, como el persa, el urdú o el bahasa. Los occidentales se han acostumbrado ya a la referencia a al-Jazira ´la Península´ (arábiga), la misma palabra que Algeciras, por lo que no sería desacertado adaptarlo a esa pronunciación, en español. Existen muchas más emisoras. Los Estados Unidos respaldan un canal de televisión en árabe, llamado significativamente al-Hurra, ´libre´, en el que los responsables y presentadores aparecen vestidos y peinados al modo occidental; el gobierno saudí lanzó también al-Ekhbariya ´el noticiero´, para contrarrestar el influjo de al-Jazira. Cuentan también los saudíes con al-Arabiya, un canal independiente de la compañía de comunicación árabe Middle East Broadcasting Center, cuyo principal accionista es el príncipe saudí Walid ben Talal. La línea antinorteamericana, frente a lo que muchos piensan, corresponde al canal iraní en árabe al-Alam ´el mundo´, que también critica ferozmente a los estados árabes, mucho menos islámicos de lo que Teherán quisiera.

Con todos los riesgos de las estadísticas de Internet, http://www.mesteel.com/stats/statistics_arab_internet.htm puede dar una aproximación que, si se separan los países no arabófonos, como Chipre, el Irán, el Paquistán o Turquía, se sitúa, para 2004, por encima de los diez millones de internautas. El conjunto del mundo islámico del Medio Oriente ha aumentado el acceso a Internet el 523 por ciento, si bien sólo el 3,70 de la población (frente al 12,80 por ciento del resto del mundo) accede a Internet. La capacidad de incremento es, por ello, enorme.

El papel de la prensa, vehículo tradicional de expresión más plural en el mundo árabe, no ha disminuido, pese a su vulnerabilidad (es fácil para los gobiernos árabes dejar sin suministros de papel o tinta, o repuestos, a los diarios). Varios tienen ediciones europeas y es habitual que los artículos más significativos crucen el mundo en segundos, generalmente por fax. Los teléfonos celulares se suman a esta capacidad informativa que garantiza sin duda una inimaginable libertad de información, si se piensa en hace unos años tan sólo.

Esta evolución preocupa enormemente a los gobiernos de la zona. Al leer a Azar Nafisi, por ejemplo, se percibe la importancia que la televisión por satélite tuvo en el Irán de la República inicial y cómo el gobierno buscó su control y su supresión. Con receptores cada vez menores, más baratos y más fáciles de ocultar, más el acceso a televisión por Internet, las posibilidades de supresión de estas informaciones disminuye, aunque el riesgo para sus usuarios pueda ser muy grande.

Dos primeras consideraciones se imponen. En lo referente a Internet, la primera, queda claro que se trata de una internet-2, cerrada, limitada a quienes conocen esos mecanismos culturales, empezando por la escritura, que no es la latina. Es un mundo propio, no compartido, que puede ser violado, y de hecho lo es por los servicios de información y por los periodistas de otros ámbitos, pero que, en lo que respecta a los ciudadanos, es cerrado: una persona que no lea el árabe no accede a un portal de Internet escrito en esa lengua, como no accede a uno en japonés o en chino.

El impacto televisivo, en cambio, es más amplio, porque, aunque no se comprenda la lengua, se ven las imágenes, lo que ha hecho de estas estaciones objetivo informativo de los terroristas y sus enemigos, por supuesto. Además, se pueden ofrecer, y se ofrecen, programas informativos en lenguas occidentales para alcanzar a ese auditorio.

Se ha señalado hace tiempo ya (por ejemplo, en algunas conferencias de ASEAN) que una de las razones de la popularidad del español en ciertos lugares del mundo es porque da acceso a canales de información, como agencias de noticias, que no son los dominados por el mundo franco-anglo-germánico. Se trata de una visión nueva de la información, no comprometida con los intereses económicos de ese núcleo. Ahora la disposición de una gama tan amplia de información propia cambia totalmente el equilibrio de fuerzas. Y, si se habla de la influencia lingüística, no está de más notar que el satélite está logrando lo que parecía imposible, un retorno de los hablantes de múltiples dialectos incomprensibles entre sí a un árabe culto moderno o a los dialectos más favorecidos por su capacidad mediática, como el egipcio. Es toda una revolución.

Tampoco hay que aceptar todo lo que parece salir de los Estados Unidos como una visión monolítica de este país, que si se caracteriza por algo es ciertamente por su variedad (de lenguas, de culturas, de costumbres, de creencias). Es verdad que hay miembros del gobierno norteamericano empeñados en culpar a al-Jazira de toda posible desgracia que se pueda achacar a un medio de información; pero también es cierto que el presidente George W. Bush ha concedido ya dos entrevistas exclusivas a esta emisora. En medio de tanta oscuridad, no deja de ser iluminador que tanto unos como otros prescindan de las haches unamunianas y de las hachas de guerra y se concedan unas horas de reflexión y presentación de ideas para los televidentes.

Los encuestadores se preocupan, en esta línea, por la capacidad de influencia de estos canales árabes en la percepción de otras culturas. Es interesante comprobar que los espectadores de al-Jazira no son necesariamente más antiamericanos que los de la CNN, por ejemplo. La cultura árabe ama el debate, programas como «The opposite direction» permiten no sólo seguir la discusión entre los invitados, sino sumarse a ella por teléfono, durante parte de los 90 minutos de emisión. Los seguidores de al-Jazira quedan hipnotizados por estas novedades. Se supone que son al menos cuarenta millones. Se habla también de una visión parcial de la noticia; pero la cuestión se ve de otro modo si se comparan las propias emisoras árabes: considérese la toma de Falluja por los marines en noviembre de 2004. Mientras que al-Jazira se quedaba con la versión de la resistencia y el individuo, un tanto brechtiana, si se puede decir, al-Arabiya, el canal saudí que emite desde Dubai, la presentó como la destrucción de una madriguera de terroristas.

No es oro todo lo que reluce, el 80 por ciento de los televidentes árabes, encuestados informalmente acerca de la decapitación de los rehenes de los terroristas iraquíes, estaba de acuerdo con ella; pero (salvando también los elementos que pueden desviar estas encuestas) ése no es un demérito de la libertad. En todo caso, es una consecuencia de la falta de ella. Tiene mucho mayor poso el hecho de que la tecnología esté contribuyendo a la creación de una conciencia más libre y no sólo de una sociedad más informada, eso sí es una buena noticia.

Artículo extraído del nº 63 de la revista en papel Telos

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Francisco A. Marcos Marín