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Una relación esquizofrénica


Por Ancizar Narváez Montoya

Este artículo pretende demostrar que el ingreso en la llamada Sociedad de la Información no es una alternativa, sino una consecuencia de la sociedad industrial y moderna, en cuanto que depende críticamente de tres componentes básicos de aquélla: industrialización, urbanización y Estados-nación fuertes. En América Latina, además, dicho ingreso tiene como elementos conexos la alfabetización y el grado de escolarización de la población.

Ya sea que se llame «era de la información» (Castells), «edad de la información» (Gates) o «sociedad post-industrial» (Bell), ¿estamos realmente en la llamada Sociedad de la Información (SI)?

Si nos atenemos al criterio de la primacía de la información en la vida económica, se puede decir que el valor de estas denominaciones es poco menos que propagandístico. En realidad, todas las economías del mundo, y especialmente aquellas más desarrolladas que se supone son ya informacionales, todavía dependen fundamentalmente de la energía y especialmente de los hidrocarburos, es decir, de una economía basada en la extracción. Actualmente, gran parte de los problemas que afrontan las economías desarrolladas se debe a los altos precios del petróleo (Ben-Meir, 2004; Rodado Noriega, 2003). ¿Qué pasaría con el mundo industrializado si llegara a perder sus fuentes de energía? ¿Podría sustituirlas por información?

Pero asumiendo que efectivamente las sociedades desarrolladas estén en una etapa informacional, surge una serie de preguntas especialmente pertinente para América Latina: ¿cómo llegaron a esa situación?, ¿es ello posible sin industrialización, sin mercados internos?, ¿es posible sin alfabetización?

Lo que sugiere toda la evidencia encontrada es que la construcción de la Sociedad de la Información (SI) o posindustrial no implica suplantar todos los pilares básicos de la era moderna sino, al contrario, el resultado de una modernidad exitosa, por lo menos en alguno de los aspectos. Quienes se han ocupado de este tema tienen claro que la llamada SI no es un sustituto de la sociedad industrial sino su consecuencia.

Castells (1999), por ejemplo, reconoce el papel de la industria y su resultado inmediato, las ciudades, en la conformación de la SI cuando asegura que la revolución de la información se debe a factores de innovación: «aglomeraciones de conocimiento científico/técnico, instituciones, empresas y trabajo calificado constituyen las calderas de la innovación en la Era de la Información». Aunque no resulta claro por qué se debe llamar eufemísticamente «factores de innovación» a las características inherentes a toda metrópoli industrializada.

Con mayor claridad, Zallo (2003) demuestra que la llamada SI privilegia tres espacios ligados al desarrollo industrial: «los nodos de los centros mundiales tecnológicos y financieros (cuyas ventajas son la conexión, la competencia y la articulación económico-tecnológica), los Estados-nación ([…] articulación política y de poder) y las ciudades (tienen la ventaja de la aglomeración)».

El primero coincide exactamente con la afirmación de Castells. El segundo, el Estado-nación, es otro producto del desarrollo del industrialismo en alguna medida exitoso. A diferencia del discurso neoliberal y posmoderno, el Estado-nación no sólo no es obstáculo para la inserción en la SI, ni tampoco un factor que se pueda ignorar: es, más bien, el principal factor con que se cuenta para el ingreso en ella, pues cuanto más legítimo internamente y más reconocido externamente, mejor puede dirigir las políticas nacionales y más capacidad de negociación internacional tiene para defender los intereses de sus asociados (Cañizales, 2002).

El propio Castells (1999) reconoce que «hasta en los Estados Unidos es un hecho bien conocido que los contratos militares y las iniciativas tecnológicas del Departamento de Defensa desempeñaron un papel decisivo en la etapa formativa de la Revolución de la tecnología de la información (…). Incluso la principal fuente de descubrimientos electrónicos, los laboratorios Bell, desempeñó de hecho el papel de un laboratorio nacional: su compañía matriz (ATT) disfrutó de un monopolio en las telecomunicaciones establecido por el gobierno». Si esto sucede en el país más liberal y capitalista del mundo, sobra cualquier comentario.

Si Castells (2002) pone su acento en la capacidad económica decisiva del Estado para impulsar la innovación, Ortiz (2002) pone el acento en la significación política del Estado-nación: «El Estado-nación todavía mantiene dos tipos fundamentales de actividad: la política y el monopolio de la fuerza». Si no banalizamos el término política, se refiere a la capacidad de tomar decisiones vinculantes para sus ciudadanos. Con estos elementos: poder político, militar y económico, el Estado-nación deviene casi en el primer factor en el ingreso a la SI y la capacidad de cada sociedad para incorporarse en ella dependerá de la fortaleza de su Estado.

La realidad de la Sociedad de la Información

En América Latina la participación en la SI en términos de conexión sigue rigurosamente al tamaño de la economía y a la importancia del Estado en la región (ver tabla ( 1)).

Por otro lado, Colombia refleja muy bien las tendencias señaladas por Zallo (2003). En primer lugar, no es un país especialmente conectado (ver tabla ( 1)), lo cual obedece a su desarrollo económico y no al contrario; y, en segundo, la distribución de las conexiones no sólo refuerza, sino que potencia y fortalece las asimetrías centro-periferia.

En efecto, según la Comisión de Regulación de Telecomunicaciones (CRT, 2003), en Colombia, a diciembre de 2002, existían 478.063 suscriptores de Internet, o sea, una cobertura aproximada del 1,1 por ciento de la población (frente al 25 por ciento de EEUU o al 20 por ciento de Finlandia). Apenas 34.888 conexiones (un 7 por ciento) son de banda ancha y, de éstas, más del 90 por ciento se encuentra en Bogotá (ver tabla ( 2)).

Es decir, la conexión sigue rigurosamente la distribución de la economía y de la importancia política. Al igual que en los casos de EEUU (primera economía del mundo) y Brasil (primera economía de Latinoamérica), en el caso de Bogotá (primera región económica de Colombia), su importancia se acentúa en términos de información, pues, siendo la más importante del país, está lejos de ser la mitad de la economía colombiana y, sin embargo, concentra la mitad de las conexiones. Desde luego, esto es consecuencia de una de las leyes del capitalismo: la tendencia a la centralización territorial. Por tanto, Bogotá no es la ciudad más industrial porque sea la más informatizada, sino, al contrario, es la más informatizada porque es el principal centro económico del país.

La educación en la Sociedad de la Información

Así como se ha pensado en términos económicos que a la sociedad posindustrial se accede sin o contra la sociedad industrializada, se piensa, en términos culturales, que a la sociedad informacional se accede sin o contra la sociedad alfabetizada o escolarizada, con lo que el debate político se extravía al evadir las bases que hay que construir para ello (Unesco, 2003; CEPAL, 2003; CMSI, Secretaría Ejecutiva, 2003).

Ya desde la década de 1980 se habían incluido las variables culturales en forma de variables educativas, como base para lo que entonces se llamaba industria computacional, las cuales incluían: «a) tasa de analfabetismo; b) proporción de estudiantes inscritos en la enseñanza secundaria o superior; c) nivel de educación técnica» (Mattelart y Schmucler, 1983). Desde entonces no han vuelto a aparecer y cuando lo hacen es en el sentido inverso, es decir, como si la educación dependiera de las nuevas tecnologías y no al revés, con lo cual se crea una distorsión evidente en la orientación de la política, pues se trataría de que el Estado invirtiera en equipos y conexiones –con lo cual se beneficiarían las transnacionales del software y el hardware y de las telecomunicaciones–, y no en profesores y escuelas.

Sin embargo, las evidencias demuestran otra cosa. El semanario Tiempos del Mundo (Fuentes Wendling / Escobar Astrelli, 2004) se ha propuesto elaborar un índice propio de América Latina, sobre todo para mirar su madurez hacia las negociaciones del ALCA. Sin proponérselo, entre todo el mar de datos que presenta, obtenidos, según los autores, de las fuentes especializadas y oficiales de cada país, aparecen unas claves que es preciso rescatar (ver tabla ( 3)).

Con todas las reservas que despiertan este tipo de datos oficiales, y aunque hayan sido extraídos de un informe que persigue otros fines, hay unas evidencias protuberantes. El primer grupo de países, por ejemplo, que en términos cuantitativos está a la vanguardia informacional, por cuanto su nivel de conexión supera el 10 por ciento, pese a sus diferencias de tamaño e importancia, tiene unas características comunes y es que presenta las tasas de analfabetismo más bajas del continente, siempre inferiores al 5 por ciento, y unas tasas de escolaridad promedio de la población muy cercanas a los diez años (Narváez, 2002). Esto es desde luego un acumulado no eludible para ningún país y que ha tomado en todos ellos por lo menos medio siglo de medidas económicas y sociales.

Por contraste, el grupo de países que le sigue tiene como criterio de selección el hecho de que presentan tasas de conexión excesivamente bajas, inferiores al 3 por ciento. No debe ser casualidad que en general sus tasas de analfabetismo, con alguna excepción, estén cercanas al 10 por ciento o, en otros casos, al 30 por ciento, lo cual es casi impensable en una supuesta era de la información. Su escolaridad promedio, también con alguna excepción, está cercana a la mitad de la de los países del primer grupo. En todo caso, en este grupo de países es evidente que su exclusión se asocia a que no posee ninguno de los dos factores acumulados que facilitan la informatización: la economía y la cultura escolar.

En estos dos primeros grupos, los fenómenos conexos son, pues, la informatización y la escolarización; lo cual sugiere que la educación formal en el terreno cultural puede ser, por lo menos, un poderoso aliado de la industrialización en el proceso de acceso a la SI, pero no al contrario.

Encontramos finalmente el grupo de países intermedios, cuyos índices de conexión están entre un 3 y un 5 por ciento, de todas maneras muy lejos de los índices del primer grupo. El caso es que aquí los porcentajes de analfabetismo son también muy altos, mucho más cercanos a los de los países de baja conexión, pues rodean el 10 por ciento. En compensación, son mercados amplísimos, de buena capacidad de consumo por su volumen (de hecho los más grandes de Latinoamérica) y algún nivel de industrialización comparados con los centroamericanos, Bolivia y Paraguay. En el caso de Panamá, la excesiva tercerización de la economía por su condición de centro financiero y sede del Canal, lo hacen un país urbano apto para los negocios. Es el factor económico el que se asocia a los niveles de conexión de estos países. Sin embargo, siendo mucho más importantes económicamente que los del primer grupo, están muy lejos de los niveles de conexión que los otros han alcanzado con la alfabetización.

Hay dos casos atípicos sobre los cuales se puede aventurar una hipótesis. Primero, el caso positivamente atípico de Perú. Por su nivel de analfabetismo y su escolaridad promedio, debería estar más cerca del grupo intermedio que del grupo de vanguardia. Sin embargo, se acerca mucho más a este último. Una posible explicación, ateniéndonos a la propuesta analítica de Zallo, es que aquí juega un papel muy importante la aglomeración urbana, pues siendo tan pobre y desindustrializado como Colombia, tiene una mega-ciudad en la cual se concentra algo así como un 55 por ciento de la actividad económica del país y un 30 por ciento de la población, lo cual facilita la integración del mercado y, en esa medida, la conexión.

El caso negativamente atípico es el de Colombia. Por su nivel de analfabetismo está más cercano al grupo intermedio, pero por su grado de escolaridad promedio se acerca a los países de vanguardia. Sin embargo, sus niveles de conexión son equiparables a los de los países más rezagados. Una explicación viable, fuera del evidente atraso que significa ser superado económicamente por dos países mucho menos poblados como Chile y Venezuela, es que, además, el ingreso en Colombia está altamente concentrado, pues se trata, después de Brasil, del país de peor distribución en América Latina, que es el continente de peor distribución de ingresos en todo el mundo. La concentración del ingreso es una limitación del mercado, no una ampliación, pues lo vuelve inelástico en la medida en que satura con mucha facilidad la franja de población que consume y no deja aparecer nuevos consumidores.

Conclusión

Todas las declaraciones de las reuniones internacionales acerca de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) giran en torno a una contradicción básica: es necesario universalizar el acceso a las TIC, por un lado; y por otro, es necesario establecer condiciones para que la empresa privada pueda invertir en TIC y llevarlas a toda la sociedad.

En la reunión de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), preparatoria de la Cumbre Mundial, por ejemplo, hubo consenso en que «para lograr el progreso social y económico en América Latina hay que tener una industria de la información desarrollada. Para ello es necesario promover políticas proactivas que ayuden a incentivar las inversiones públicas y privadas en conectividad y servicios de TIC» (Jiménez, 2003). No se ve cómo es posible conciliar las dos alternativas, pues todo demuestra que la relación es inversa: por un lado, para tener una buena infraestructura y cobertura de las TIC es necesario un desarrollo económico y social previo; por otro lado, la inversión prioritaria no puede ser en conectividad y servicios técnicos sino en desarrollo social y, especialmente, en educación.

El problema de la SI no es pues un problema de modelo técnico ni de negocios, sino un problema de modelos de esfera pública y, por tanto, un problema político. Como problema político tiene que ver con el Estado-nación y con su capacidad para movilizar recursos interna y externamente y para fijarle rumbos a la sociedad.

Sin embargo, hay un problema más de fondo y tiene que ver con el concepto de información. Wolton (2000) plantea que lo que aparece como información en las redes son por lo menos cuatro cosas distintas: información servicio, información ocio, información acontecimiento (noticias) e información conocimiento. Esto no basta para conformar una unidad teórica. La información-conocimiento, «contrariamente a la información-acontecimiento, es el resultado de un saber y de una construcción». Muy particularmente, el acceso a la SI está ligado a la escolarización y a la alfabetización de la población, no sólo por razones económicas y de desarrollo humano, sino por razones culturales, pues la cultura informacional no es más que la potenciación técnica de la cultura letrada que sigue siendo en cierta forma la razón de ser de la escolarización.

Bibliografía

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Artículo extraído del nº 61 de la revista en papel Telos

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Ancizar Narváez Montoya