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Cultura, comunicación: diversidad


Por Enrique Bustamante Ramírez

Del 4 al 6 de mayo tuve la oportunidad de participar en Barcelona en un seminario sobre «Medios de comunicación y entorno cultural», dirigido por el profesor Emili Prado. Con una nutrida asistencia de participantes, era sólo uno de los eventos de los que se componía Interacció´04, aperitivo fuerte a su vez del Forum Barcelona 2004 en los días que precedieron a su inauguración oficial. Pero Interacció´04 tenía un lema central, “Hacia una Agenda 21 de la Cultura”, que efectivamente se aprobó por esos días. El primer punto de su primer capítulo sobre principios dice así, «La diversidad cultural es el principal patrimonio de la humanidad».

Es posible que algún joven investigador pueda pensar que esos términos no hacían más que reconocer realidades básicas y aceptadas por todos. Pero demostraría con ello un profundo desconocimiento de la historia reciente. Porque los que acumulamos ya una cierta edad mantenemos la memoria de cientos de congresos y seminarios sobre los efectos y las audiencias; sobre los esquemas universales emisor-receptor presuntamente válidos para cualquier tiempo y lugar y, por ello mismo, inútiles para todos; sobre la retórica de la retórica; y, finalmente en los últimos años, una avalancha de convocatorias sobre economía, crecimiento y empleo, en y desde la cultura y la comunicación, de sospechosa unanimidad. Aunque quienes nos dedicamos a la economía y la economía política de la cultura y la comunicación pudiéramos sentirnos aparentemente halagados al ver reconocida la base material sobre la que insoslayablemente tiene que asentarse la cultura efectiva moderna, tal oscilación pendular extrema y tan unilateral asentimiento rayano en el economicismo no podía sino hacernos sentir un mal sabor de boca.

Algo importante se está moviendo

Ciertamente, hay antecedentes lejanos memorables que los veteranos recordamos bien, aunque la nostalgia no sea el sentimiento más indicado. El informe McBride cumple ahora su XXV aniversario, por feliz coincidencia justo el día en que escribo estas líneas (12 de mayo, según el prefacio de Amadou-Mahtar M´Bow). Y con él está la memoria de toda una época en que se libraron las batallas por el NOMIC. Los múltiples empeños de entonces quedaron lastrados sin embargo tanto por sus enemigos, la contrarreforma de Talloires por ejemplo, como por las circunstancias contrarias de la época (el aprovechamiento de no pocos regímenes autoritarios, el centralismo y burocratización de los planes y actuaciones) y, posiblemente, por nuestras propias ingenuidades y errores como investigadores. El hecho es que Europa no se sintió afectada y no siguió esa estela, y que el dispositivo de la UNESCO se fue disolviendo. Luego, llegaron años de sequía.

En cambio, algo trascendental parece estar moviéndose en los últimos tiempos. Los lemas de importantes congresos internacionales recientes, como el de FELAFACS de octubre-2003 en Puerto Rico o los de Lusocom e Ibérico de abril-2004 en Covilha (Portugal) han adoptado como lema central los de comunicación e identidades, o cultura-comunicación y ciudadanía. Pero, sobre todo, la Agenda 21 de la Cultura goza de una ambición que se proyecta con fuerza hacia el futuro. Originada en Porto Alegre, en el seno del Foro de Autoridades Locales de 2003, se ha alimentado de múltiples convocatorias ciudadanas en este tiempo. Su aprobación oficial en el Forum Barcelona 2004 debe así saludarse como un hito, una señal de salida de notable importancia en nuestro campo, porque plantea posiciones novedosas que nunca antes habían sido reconocidas con esa amplitud y apoyo, y porque abre la carrera hacia retos decisivos para el desarrollo y la democracia de nuestra sociedad de escala humana.

De entrada, el reconocimiento tajante de la diversidad cultural no es una base de partida baladí. Porque la diversidad no es un simple re-bautismo de la excepción cultural –con sus proteccionismos emboscados– y menos aún, como algunos han pretendido, la consagración de la supuesta riqueza que las grandes transnacionales nos ofrecen en su oferta generosa de múltiples divisiones y filiales consagradas a declinar la cultura McDonald. Sino la proclamación tajante de que sólo con el intercambio y la cooperación horizontal entre culturas podemos salvar la riqueza de nuestras identidades, con el flujo liberado entre ciudades y países. De que sólo juntos podemos salvarnos.

El documento aprobado por el IV Foro de Autoridades Locales establece para ello una confesada analogía con la ecología (y su Agenda 21), porque también en la cultura –como en la naturaleza– un modelo económico depredador ha puesto en peligro equilibrios complejos y delicados, vitales para la humanidad. Y su preservación pasa por un papel activo fundamental de los gobiernos locales, por mantener la pluralidad de agentes sociales, la armonía y articulación entre intereses públicos y privados, la especificidad de los bienes y servicios culturales (al mismo tiempo generadores de riqueza y desarrollo económico y portadores de identidad, fundamentos de la democracia), el acceso universal y la apropiación del conocimiento por los ciudadanos…

Los compromisos y recomendaciones, aprobadas asimismo por 120 alcaldes y más de un millar de representantes del mundo local, emplazan coordinadamente a políticas públicas sistemáticas de fomento de la diversidad cultural, con un papel destacado de los poderes locales, con financiación garantizada y participación intensiva de la ciudadanía, proyectadas hacia el nuevo mundo digital, orientadas hacia la promoción de la cooperación cultural internacional. Y reclaman, explícitamente, que los acuerdos y las organizaciones comerciales internacionales no condicionen el libre desenvolvimiento de la cultura y el intercambio equitativo de bienes y servicios culturales, excluyendo a éstos de sus rondas de negociación y remitiendo el tema a foros adecuados, como la Convención sobre la Diversidad Cultural prevista para 2005.

Un gran reto para la investigación en cultura-comunicación

De Porto Alegre a Barcelona, se traza de esta forma un camino que no estará exento de dificultades. Pero también es un desafío esperanzador a la altura de nuestro siglo, vital para las generaciones futuras.

Particularmente, desde nuestra perspectiva y nuestro saber de investigadores en comunicación y cultura, el reto es el mayor y el más ilusionante jamás planteado. Porque, como bien sabemos por experiencia, no cabe hoy como en los años 70 una política voluntarista y principista que ignore la realidad económica y social y, por ello, esté destinada irremisiblemente a fracasar ante la dureza de los hechos. Hay que seguir el camino contrario, con todas sus dificultades y penalidades: el de una investigación empírica, modesta y abierta a todas las aportaciones, pero ambiciosa en sus planteamientos sociales y encardinada en los intereses generales de la sociedad, lista para dar suelo firme a unas políticas que la propia ciudadanía debe orientar y graduar. Esa es la gran misión en nuestro horizonte. Y la celebración del Congreso de la AIECS en Porto Alegre, ciudad que ha ganado a pulso su carácter emblemático universal, con el lema central de “Comunicaçao e Democracia: Perspectivas para um novo mundo”, resulta el escenario perfecto para avanzar en esa tarea.

Artículo extraído del nº 60 de la revista en papel Telos

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Enrique Bustamante Ramírez