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Comunicar para la paz: la guerra y los comunicadores


Por Eliseo Colón Zayas

¿Están preparados los comunicadores para enfrentar los retos de las transformaciones sociales, económicas y culturales que conducen estos primeros años del siglo veintiuno hacia una cultura de la guerra y la confrontación? La cobertura y el tratamiento por parte de los medios de comunicación de los acontecimientos del incipiente siglo nos ponen a dudar de cuán habilitados están los comunicadores para asumir los grandes retos de unos tiempos que se vuelcan de manera vertiginosa hacia la guerra. Por ejemplo, las predicciones del mundo informático que bajo el eslogan Y2K tanto furor causaron durante los meses previos a la llegada del año 2000 no fueron capaces de vaticinar el colapso socioeconómico que se avecinaba. Por el contrario, empujados por la bonanza financiera de los mercados bursátiles, los líderes del mundo occidental, especialmente aquellos agrupados alrededor del Foro de Davos, auguraban un mundo feliz tras las supuestas mercedes económicas que el proyecto neoliberal traería para todos los ciudadanos del globo. Estamos muy lejos de la euforia bursátil de los últimos años del siglo veinte. El mítico año 2000 quedó atrás y ha sido remplazado por la epifanía del 11 de septiembre de 2001. La ansiedad y el riesgo toman arraigo entre todos los sectores sociales y provocan tensiones e incertidumbre individual y colectiva. No obstante, anclados en unas rutinas de producción propias de las lógicas mercantiles, los comunicadores no fueron capaces de generar y provocar las preguntas que se salieran del simple dato, la estadística y la opinión consensuada, propias del ejercicio mecánico de la profesión.

Más recientemente, los eventos del 11 de septiembre evocan, de por sí, muchos momentos de la historia cercana que han generado gran ansiedad y tensión social. Algunas de estas situaciones se debieron a acciones concretas como fueron las dos Guerras Mundiales del siglo veinte. Otras respondieron a imaginarios construidos con fines específicos para generar tensión e incertidumbre, como la psicosis de ataques nucleares que Estados Unidos se encargó de promover y los medios de comunicación de difundir durante la llamada Guerra Fría.

Tomemos como ejemplo la Primera Guerra Mundial. En el marco de la Primera Guerra Mundial, encontramos un escenario prebélico que nos muestra cómo en julio de 1914 los líderes del mundo occidental perdieron su donaire tras el paso acalorado e impetuoso de ráfagas de telegramas, conversaciones telefónicas, memos y comunicados de prensa. Durante ese mes, muchos políticos serios y rigurosos colapsaron y la mayoría de los negociadores enloquecieron presionados por las tensas confrontaciones y las muchas noches en vela. Todos luchaban desesperadamente para contrarrestar las desastrosas consecuencias de la sinrazón de sus juicios y de sus acciones precipitadas. Los periódicos alimentaron la ira popular, que logró la pronta movilización militar que contribuyó al frenesí de una actividad diplomática que simplemente se desplomó. Tantas decisiones no se podían tomar de manera rápida y en tantos lugares a la vez; y que, a su vez, permitieran sojuzgar de forma colectiva el furor de la guerra. ¡El resultado de tanta ansiedad, incertidumbre y decisiones riesgosas fue la Primera Guerra Global!

Nueva formación para comunicadores

La quiebra de los sistemas de información que en 1914 pusieron de manifiesto el desgaste de un sistema liberal fundamentado no sólo en el capitalismo exacerbado, sino en la expansión colonial y en el desarrollo tecnológico marcó el primer golpe a esa práctica que organiza las relaciones sociales propias de la sociedad moderna y que edifica la dinámica institucional de esa sociedad: la información. Este régimen de la información establece mediaciones tecnológicas que agudizan el control social mediante la estadística y reducen toda comunicación al manejo de contenidos susceptible a la fácil e instantánea cuantificación, procesamiento, memorización, transmisión e intercambio. En otras palabras, el régimen de la información opera una reducción del lenguaje y del conocimiento a través del grado cero de la información. Un escenario muy similar al de la Primera Guerra Mundial opera en estos momentos en que los políticos de cada lado del Atlántico tratan de lograr el consenso, unos a favor y otros en contra de la guerra.

Ante estos nuevos escenarios en que vivimos, vuelvo y pregunto, ¿están los comunicadores preparados para enfrentar los restos de estas transformaciones sociales, económicas y culturales que nos llevan hacia la acción bélica? ¿Serán capaces de asir la contemporaneidad para poder pensar y reflexionar en torno a la complejidad del nuevo tejido social, junto al escenario pre-bélico y bélico que deben representar con sus prácticas discursivas? ¿Podrán estar seguros de que las rutinas de producción impuestas desde las empresas por las lógicas del mercado y la censura de las autoridades militares permitirán un ejercicio ético y responsable de su profesión? ¿Podrán discernir a quién o a quiénes corresponden o responden las imágenes y los juicios que utilizan para representar al otro? ¿Es su mirada la que utiliza para representar el escenario bélico o es la mirada de los gabinetes militares?

Las respuestas a estos interrogantes no son simples. Tampoco pretendo empezar a especular en torno a ellas ya que cada una merece una seria reflexión. No obstante, el tipo de discusión que genera estas preguntas me conduce a proponer que los comunicadores se coloquen en la arena de aquellos debates que giran en torno a las nuevas formas de conocimiento y de competencias que les permitirán salir del callejón sin salida al que los temas y banalidades impuestos por las lógicas del mercado, los gabinetes militares y la cultura de la guerra, entre otros, conducen. Este comunicador que reporta los nuevos conflictos bélicos de la Sociedad de la Información y del espectáculo debe asumir muchos de los presupuestos de una teoría y una práctica, en donde la idea de heterogeneidad e hibridez es central para el análisis de los eventos. La formación de estos comunicadores dentro de este acaparamiento teórico debe postular la concreción histórico-social de discursos bélicos, de identidades y subjetividades en el contexto de la sistematización de las instituciones sociales que promueven la guerra y por ende el papel de las nuevas industrias de la comunicación para la difusión de la cultura de la guerra y no de la paz, como es el caso de la industria de cine estadounidense.

La formación de comunicadores para la cobertura de los nuevos conflictos bélicos propiciará su tránsito por espacios complejos y múltiples del quehacer profesional, desde la impertinencia que permite un trabajo acerca de las consecuencias de la guerra, que a veces puede quedar postergado al final o al margen de las rutinas de producción que imponen el mercado laboral hegemónico y el militar. Es decir, el comunicador para los conflictos bélicos del siglo XXI explorará las resignificaciones de las categorías que son utilizadas en los nuevos escenarios geopolíticos, a la vez que valorará las microutopías y microprácticas con que los diversos sectores de la sociedad reaccionarán a los conflictos bélicos y aprenderá a reconocer los escenarios de los agentes sociales emergentes como respuesta y en oposición a la guerra.

Promotores de la paz

Desde esta óptica, los comunicadores harán eco de las tensiones político-culturales entre saber, discurso, guerra, paz, conocimiento, tecnología y sociedad. En tiempos de recatados consensos, de intolerancias sesgadas por el temor al otro, de ciegas lealtades a las instituciones, del acoplamiento de algunos comunicadores y medios de comunicación con el poder empresarial y militar, el comunicador de los conflictos bélicos del siglo veintiuno debe ser un promotor de la paz que incida en las agendas que operan en el plano político, social y cultural contemporáneo. Deberá ser capaz de instituir unos espacios para la representación que organicen el tránsito a través de los lugares que surgen a partir de la búsqueda de la paz.

Los comunicadores deberán gestarse a través de un territorio poroso y elástico que les permita mostrar la desigualdad entre los sujetos a ser representados por un aparato militar hegemónico que legitima sus prácticas discursivas desde la ofensiva bélica y los que buscan la paz mediante la negociación. Su formación para cubrir los conflictos bélicos deberá darle las herramientas para que presten detallada atención a las microexperiencias localizadas en ciertos pliegues de unos sistemas culturales que no son necesariamente perceptibles ni descifrables desde el retículo del mercado o de lo político, sino desde la historia y la cultura. El comunicador de estos conflictos bélicos de la primera década del siglo veintiuno deberá ser capaz de entender las transformaciones que experimentamos en diversos ámbitos. Su formación lo deberá capacitar para avanzar en el espacio de las rutinas de trabajo y moverse hacia un quehacer que permita establecer los mapas para unos recorridos múltiples, a través de diversos territorios, espacios y tiempos en constante cambio y, en algunos casos, sin una clara dirección de desarrollo. Es decir, tendrá que tener las herramientas para moverse como comunicador y no como militar a través de todo el conflicto.

Su integración en prácticas y saberes del mundo militar constituye uno de los espacios de reflexión teórica e investigativa que, de manera transversal, componen las nuevas formaciones discursivas del comunicador en estos momentos. Su formación deberá proveerle para una mejor comprensión de estas prácticas y saberes sobre el tiempo y el espacio; la constitución, ordenamiento y representación de la nueva geopolítica, y la reflexión sobre las formas de conocimiento en estos tiempos de guerra.

Finalmente, puedo concluir argumentando que la reflexión de la formación de comunicadores dentro de las lógicas discursivas y culturales de una cultura de guerra debe proponer un campo para la producción del conocimiento y de rutinas de trabajo en función de la promoción de la paz.

Artículo extraído del nº 55 de la revista en papel Telos

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