La intensa atención que ha ido recibiendo desde hace un más de un decenio la mudanza de las sociedades en términos de mundialización, se ha ido extendiendo a sus más diversos aspectos. Uno de los últimos en atraerla ha sido el surgimiento de una sociedad civil mundial. Encomendándose a los maltrechos dioses del progreso, quienes han proclamado el nacimiento de esa presunta sociedad civil mundializada no han reparado en si se trata de algo sólido y general o si es, más bien, un ente mediático. Tal vez el hecho de que la idea sea producto, en no poca medida, de una revista parisina supuestamente cosmopolita y progresista, es decir, que ésta provenga de una significativa plataforma mediática, haya impedido una visión más asentada en la realidad.
Para empezar cabría preguntarse cómo habrá una sociedad civil mundial si son tantos los países en los que apenas se detecta una sociedad civil propiamente dicha. Es decir, un ámbito ciudadano, autónomo frente al aparato estatal, protegido por la ley, en el que la libre asociación y la iniciativa cívica florezcan sin ingerencias del poder público. Por ahora, la percepción popular de tal ámbito depende cada vez más de la elaboración mediática de una cierta idea noticiable y dramática de sociedad civil mundial.
ONG, movimientos sociales y asociaciones cívicas
Las invocaciones a la aparición de una sociedad civil mundial suelen referirse, fundamentalmente, a tres fenómenos: dos de ellos son movimientos sociales transnacionales y otro, más consolidado, se acerca más a lo institucional.
El primero está constituido por asociaciones altruistas cívicas que se organizan para compensar la ineficacia de los gobiernos, las carencias de los organismos supranacionales o, sencillamente, para practicar y cultivar, privada y solidariamente, lo público. Van desde Médicos Sin Fronteras a Greenpeace. Estas mal definidas ONG encarnan, dícese, la sociedad civil mundializante (no ser gubernamental es un criterio de definición pobre, meramente negativo, sobre todo cuando menudean ayudas públicas y connivencias con gobiernos).
La segunda alusión a la sociedad civil invoca resistencias y revueltas contra las instituciones internacionales, como las que van desde Seattle, en 1999, hasta Río, en 2002. En medio están la tremenda Génova y la mucho más mansa Barcelona. Estos opositores más o menos violentos se describen a sí mismos, o son descritos por parte de los periodistas, como movimientos antiglobalización. Obtienen altísimo valor televisivo. La lógica mediática se impone y, tanto si se trata de esta supuesta sociedad civil como de aquella parte demonizable contra la que lucha ese foro llamado Davos, aunque se reúna en Nueva York-, establece un teatro político simplista en el que la sociedad civil mundial se levanta contra las fuerzas del mal (suelen encarnarlas una satánica trinidad: el FMI, el Banco Mundial y la OMC). El tercer grupo, más cercano a la sociedad civil real -cuando la hay y es robusta-, está compuesto por asociaciones cívicas que poseen redes transnacionales -empresas y asociaciones caritativas de ayuda a los países pobres- y recibe menor atención por parte de la mediosfera, dado su mucho menor dramatismo y mayor inclinación a la labor fraterna parsimoniosa. Otros aspectos, cruciales, de las sociedades civiles prósperas, como lo son el asociacionismo vecinal, el cooperativismo y la ayuda mutua, caen dentro de esta categoría, pero pasan desapercibidos. Llama más la atención la épica que la ética.
Todas estas expresiones, son, a no dudarlo, manifestaciones de una sociedad civil que, en cierta medida, va mundializándose (como tantas otras cosas), pero no es, ni mucho menos, toda la sociedad civil. Este concepto, que llegó a ser muy importante en la historia del pensamiento político, y ciertamente de la democracia, fue cayendo en desuso pero volvió a experimentar en las postrimerías del siglo XX, un notable renacimiento. El descrédito del aparato estatal y del intervensionismo, y los límites de los Estados asistenciales dieron enorme vitalidad a las asociaciones cívicas altruistas. La pérdida del control de la indignación moral de izquierdas por partidos y movimientos ideológicos bien trabados condujo a un temporal desencanto entre la ciudadanía reformista de tal modo que comenzaron a florecer los movimientos cívicos, a los que, a veces, tanto bien público se debe. No obstante, la voracidad mediática por la presentación dramática de cualquier reivindicación agresiva en condiciones de democracia hizo que los medios concentraran su más exquisita atención sobre cualquier levantamiento ciudadano contra las capitalistas, imperialistas y liberales Fuerzas del Mal.
Podría darse que aquellas partes de la ciudadanía movilizadas contra el privilegio atrincherado en las instituciones de defensa del orden mundial establecido fueran configurándose a través de la demagogia mediática y convirtiéndose en parásitos de lo mediático. Una prueba de ello podría ser la manifiesta ausencia del muy necesario conjunto de argumentos sólidos alternativos a los propuestos por los organismos establecidos y ostentadores del poder transnacional. Así, una cosa es gritar Otro Mundo es Posible y otra, muy diferente, argumentar, razonar y probar cuáles son las condiciones plausibles y posibles para alcanzar ese deseable otro orden; qué políticas concretas hay que seguir y cómo, para alcanzarlo. Una cosa es practicar el turismo político solidario (con cámaras televisivas) en Chiapas y otra explicar por qué la insurrección armada en México es más deseable, justificable y democráticamente eficaz que el plante duro pero pacífico como enseñaron el Mahatma Gandhi y Martin Luther King- que permita pasar luego a la necesaria democracia pluralista y al reformismo eficaz. Parece, por ventura, que en el Foro Social Mundial de Porto Alegre cundió la conciencia de que la elaboración de una doctrina alternativa era tan importante, por lo menos, como la movilización contra la mundialización tal y como está consolidándose.
Mientras se enderezan las cosas, habrá que reconocer que la sed de dramatismo de la panoplia mediática no ha ayudado a que nos inclinemos por la solución compleja. Con frecuencia se ha preferido la simplista y, por lo tanto, se ha jugado con posturas rayanas en lo más peligroso, que es el totalitarismo. Los terroristas, en Moscú, en Nueva York, en España o en Indonesia, están conscientes de la atracción ilimitada que el aparato mediático siente por ellos. Sobre todo por cualquier movimiento insurreccional que se presente como expresión de la sociedad civil. Cierto es que el bestial tratamiento sufrido por los chechenios a manos de la Santa Rusia, en varios de sus avatares gubernamentales y regímenes, puede hacer pensar que sus desesperados hijos representan al humillado y ofendido pueblo chechenio, al que alguno llamará sociedad civil, aunque en su tierra no la haya. Menos plausible parece sin embargo que los terroristas del IRA o ETA representen a las suyas, que sí existen.
Nada tienen que ver estas terribles conspiraciones mortíferas con los movimientos que manan de la sociedad civil para proteger el ambiente (como en el caso de los voluntarios contra los estragos del Prestige en Galicia) cuando la incompetencia de los gobiernos nacionales y supranacionales no les permite cumplir con la misión encomendada de gobernar bien. Quienes quitaron alquitrán de las playas gallegas con sus propias manos (no pocos venidos de otros países europeos) eran tan sociedad civil transnacional como quienes en Occidente protestan por la mundialización injusta y salvaje, tal como se sufre en la periferia del mundo avanzado (a veces lo hacen con argumentos espurios, otras veces con más razón).
Son todas éstas (y las anteriores) manifestaciones que reciben la más abundante atención posible de la mediosfera. Por ello, quienes estudian y consideran con serenidad la relación compleja y difícil que existe entre lo mediático y lo civil no deben ignorar que estos procesos no son unívocos ni inocentes. Los medios, suele decirse, no sólo reflejan, sino que interpretan y definen lo que pretender reflejar. A este lugar común, preñado de verdad, hay que añadir otro: los medios constituyen realidad. En nuestro caso, son los medios los que, con frecuencia, engendran la propia sociedad civil mundial. O lo que pasa por ella, a veces sin serlo de veras.
Artículo extraído del nº 54 de la revista en papel Telos