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Aula de futuro


Por Pedro Luis Barcia

En ningún caso se puede predecir el futuro, todo lo que se puede hacer es inventarlo [Dennis Gabor]

Abundan en nuestros días las postulaciones y vaticinios acerca de cómo será la educación del futuro. Hay una preocupación previa a ésta y es cómo debemos educar ya para ese futuro.

Hoy sabemos que ignoramos con precisión cómo es y será el futuro, cualquier futuro. También sabemos que las dos concepciones que lo sugerían no se sostienen. Ni la antiquísima, y, por cierto, descorazonadora, del tiempo cíclico, según la cual dentro de 4444 años (para tomar una doctrina india) estaremos tipeando este mismo artículo en idénticas condiciones en que hoy lo hacemos. Esto ocurriría en 6446; aunque, claro, seguiríamos ignorando qué cosa pasará entre 2003 y 6441. Pero tendríamos la certeza de que en un punto la rueda volverá sobre sí misma en giro completo. «Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: / los hombres y las cosas vuelven cíclicamente», escribía Borges, en el Poema cíclico que se inicia y concluye con el mismo verso, como un acompañamiento isomórfico poético a la teoría que plantea.

La otra concepción, la de la Modernidad, aferrada al mito del progreso indefinido, sostenía que bastaría con proyectar perfectivamente las líneas y tendencias del presente para dibujar con precisión el mañana y, aun, el pasado mañana. El siglo XIX abundó en utopías entusiastas, más menos socialistas y tecnificadas. Las realidades de la historia decapitaron este ingenuo optimismo mostrándonos que todo lo que se postula sin contar con lo inesperado resulta vano. Ni ciclicidad ni progresión infinita son ciertas, son puro embeleco. Lo imprevisible es un ingrediente de la vida de la humanidad. No tenerlo en cuenta es condenarse al fracaso.

Hay una tendencia humana fuerte que consiste en explorar lo venidero. Éste es el otro complejo de Edipo, que tal vez sea el verdadero y más importante que el así bautizado por Freud: qué nos deparará el futuro.

Prepararnos con la educación

Ahora bien, si el futuro es incognoscible podría sostenerse que es justa la reflexión del rabino en el poema El Golem, de Borges: «y la inacción dejé, que es la cordura». Anclados en un fijismo inmóvil, aguardamos pasivamente lo que ocurrirá. Esto lo encarnan Estragón y Vladimir en Esperando a Godot. Sea quien fuere Godot, no podemos hacer depender todo de él. La sabiduría placera nos amonesta sabiamente: «A Dios (Godot) rogando y con el mazo dando». La inacción, el inmovilismo no es la cordura sino la muerte de la empresa humana.

No nos debe preocupar tanto cómo será el futuro sino más bien cómo nos preparamos para ingresar en esa terra ignota. Supuesto que no disponemos de proféticos Elías o Déboras que nos anticipen lo venidero, ni nos valdrá el manejo diestro de runas escandinavas o de palillos chinos, ni horóscopos televisivos, no nos queda otra que prepararnos para la aventura de los imponderables. La educación se apoya en esta precursión, desoyendo en parte la advertencia de los mapas antiguos: Non plus ultra. En medio de las realidades precipitantes de nuestro mundo, y de particular manera de nuestro país, la Argentina, en los últimos años hemos ensayado diseñar lo que denominamos «Aula de Futuro». Se trata de un simulador temporal de vuelos anticipados. Como si dijéramos caminatas lunares en «el vasto espacio del tiempo», según la clásica expresión de Tácito. Se trata de ejercitar a nuestros muchachos en esa exploración tentativa, en grados de creciente incertidumbre, que avanza desde lo adveniente, es decir aquello que se muestra como inminente, a lo venidero, que es lo que apenas parece insinuarse y, finalmente, el «más allá», que es cabalmente lo futuro.

La educación ha atendido en exceso a lo espacial, desconsiderando la dimensión temporal y, con ello, la naturaleza crónica del hombre. Lo ha dicho un futurólogo de nota: «El futuro está desterrado del aula y de la conciencia» (A. Toffler).

El proyecto «Aula de Futuro» lo comenzamos a ensayar en la licenciatura de grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral, Argentina, donde ejercemos, adelantamos su Plan y los programas («programa», es precisamente, «letra anticipada», con lo cual ya estamos pisando virtualmente el mañana) de las diversas asignaturas y ensayamos por grados su aplicación. Nuestra experiencia parte de la observación, como docente del primer año de la carrera, a lo largo de una década, de los cambios comprobados en los alumnos que ingresan a nuestra Facultad.

El “Aula de Futuro” tiene por objeto corregir, atenuar o reencauzar algunas tendencias y limitaciones que se han ido acusando con gradual definición en las sucesivas cohortes de alumnos. Estos rasgos se generan en tres fuentes: la ampliación creciente –no sabemos si se detendrᖠdel período adolescente en la vida del muchacho y bajo el síndrome de Peter Pan; en parte, por las desatenciones en el proceso educativo previo a la Universidad y, finalmente, y su cuota es pesante, por los efectos de cambio en los procedimientos intelectuales e imaginativos generados por los medios, de particular manera la televisión. El simplismo de atribuir todo a los medios es torpe. Ahora bien, se suele insistir en los efectos de la televisión en la motivación de la violencia, pero mucho más seria es la inadvertida modificación en las formas de la percepción que se va motivando en los alumnos.

Una Facultad de Comunicación debe atender específicamente a estos efectos, indebidamente estudiados hasta hoy. Uno es el distanciamiento creciente respecto del contacto con la realidad que se ha ido generando en los jóvenes por el predominio de relaciones virtuales. Oleosamente, es decir, insensible e invasoramente, se expande la presencia virtual en sus vidas. Repásese esa urform del cine o al menos de la linterna mágica que hace Platón en el comienzo del libro VII de la mal llamada República, al exponer el mito de la caverna y se advertirá que, ya no desde un ángulo metafísico como en el griego, sino como un apoblamiento –diría Ortega– en lo virtual, ello se da en lo actual: se vive de espaldas a la realidad, y se la confunde con sus imágenes. El pasaje señalado debería ser de lectura comentada obligatoria en toda Facultad de Comunicación. Nuestros muchachos son cavernícolas platónicos contemporáneos. Este efecto es uno de los más graves: el amortecimiento del sentido de contacto con lo real. La gente suele confundir fantasía con fantaseo. El fantasticare, o fantaseo, es una forma de la imaginación viciosa, improductiva, que mantiene en el aire vano a quien se da a ella. La fantasía, en cambio, es creadora, productiva. Una es evasiva y la otra insertiva en la realidad. No se trata, obvio, de renunciar a lo virtual, ni demonizarlo, sino de contrastarlo con lo real. No debemos olvidar la escueta aserción de Allan Bloom: «La visión del mundo del muchacho actual le está dada por la televisión».

Una segunda afección que diagnosticamos es la discapacidad de aplicar sostenidamente la atención a considerar algo, objeto o imagen. Lo que Descartes llamó aceis mentis, «la punta de la mente»; esto es, el instrumento penetrativo de la atención para romper la corteza o caparazón de la apariencia de lo real se ha debilitado. Si se suman la primera y la segunda limitación, se potencian gravemente. El muchacho se ha ido habituando a la sucesión vertiginosa de imágenes por televisión que no requieren otra cosa que mirar, sin ver, ni menos considerar o contemplar. No se le da tiempo. La cifra de esto es el videoclip. El ejercicio compensatorio que ensayamos es el de congelar frente a él una imagen densa en acepciones, cargada semánticamente. Solemos usar imágenes de raíz mítica por la potencia alusiva universal y atemporal que representan. Por ejemplo, el medallón del vaso griego que representa a Edipo frente a la Esfinge: a partir de su contemplación espaciada, comenzamos una concatenada sucesión de preguntas, a la manera socrática, servata distantia, –la enseñanza universitaria para el futuro o es socrática o no serᖠpara que descubra que puede ver más de lo que mira. Lo que se ejercita una vez, con el tiempo, va generando una actitud frente a la realidad y a la realidad de las imágenes. Bien suele decirse: «La imagen es como un rey: no se debe hablar en su presencia hasta que nos hable».

Una tercera limitación, agravada con el tiempo y generada por una deficiente educación, es la incompetencia para la abstracción y para el pensamiento argumentativo encadenado. La yuxtaposición es la forma compositiva de los trabajos de los muchachos, si no el collage o el mosaico, diría McLuhan. Esto se aprecia en sus monografías. Tampoco el alumno define, sino que da ejemplos de las realidades, que es moverse en el terreno de las representaciones y no de los conceptos. Está cada vez más disminuido para cumplir con aquello de Eugenio D´Ors: «Ver la categoría detrás de la anécdota». Por tanto, su capacidad crítica se resiente porque permanece integrado, sin distanciamiento.

Esponjar la capacidad receptiva

El proyecto comprende diseño de proyectos, labores interdisciplinarias concretas –en este terreno la declamación pedagógica es excesiva–, análisis de probabilidades, taller de juegos combinatorios, cátedras sobre el desarrollo de la atención en la percepción de imágenes, sobre formas de argumentación eslabonada lógicamente, ejercicios de definiciones y variantes, interpretación de textos polisemánticos. Todo fundamentado en razones de detección de carencias de nuestros alumnos de primer año de la Universidad, apreciadas a lo largo, decíamos, de un decenio, en creciente confirmación.

Modificar todo en la etapa universitaria es imposible. Lo que se advierte en nuestros alumnos es una afirmación de un rasgo juvenil, cierto, pero además radicalmente argentino: la improvisación. Este rasgo suele ser visto como una ponderable «virtud» nativa, pues no se pesan las imponderables consecuencias de lo improvisado, sino solamente la salida a flote de situaciones difíciles frente a las cuales nos rescata, por poco tiempo, el improntu. Para acabar con la improvisación se propone la elaboración de proyectos por cada problema con que se confronte. Presentado el proyecto, se le señalan imponderables que pueden generar incertidumbres en su desarrollo, y se les solicita que replanteen el proyecto a la luz de estas modificaciones potenciales. De esa manera se ejercitan en la planificación flexible que tiene en cuenta lo impensado y la incertidumbre.

El individualismo creciente se morigera con labores de trabajos en equipo. Es el juego de lo interpersonal y el cultivo de la participación. Por escueto que sea el experimento de labor en común y distribuidas las funciones, es positivo el esfuerzo porque, como dice la sentencia china: «Un círculo, por pequeño que sea, es algo perfecto». El mismo principio reza en las tareas de carácter interdisciplinario planteadas a los equipos.

El riñón, quizá, del proyecto “Aula de Futuro” lo constituyen cuatro asignaturas básicas:

1) Los futurólogos y las megatendencias. Allí se revisan crítica y comparativamente, las obras de A. Toffler, Brezezinski, Naisbitt, Kahn, Minc, McLuhan, entre otros profetas laicos. Éstas brindan material suficiente para el desarrollo del pantógrafo mental y el zum intelectual. Los diagnósticos suelen abrir la mente del lector. Ello permite la lectura de «los signos de los tiempos» (Mat. 16, 1-3). La prognosis es una forma prudente de la anticipación, siempre que no se caiga en el optimismo olvidadizo de la incertidumbre y los imprevistos. Se sabe que, como dijo Borges, un ciego vidente: «La profecía es el más peligroso de los géneros literarios».

2) Los textos de ficción científica («ciencia ficción» dice el DRAE). El lema de esta asignatura es desarrollar la fantasía y anular el fantaseo a través de la literatura de anticipación, pero no de la ciencia ficción dura sino de la ficción especulativa.

3) Realidades actuales a la luz de utopías anticipatorias. A la cabeza de los textos utópicos Un mundo feliz de Aldous Huxley, el texto de mayor lucidez profética en su género. Para el tema de las comunicaciones, naturalmente, Telépolis de Javier Echeverría, el teléfono-reloj-televisor de Dick Tracy, la pantalla interactiva de 1984 o el comienzo de Fahrenheit, y tantas formas de la comunicación posteriormente inventadas o por inventar.

4) Pensamiento contrafáctico. Género estimulante, desde su padre fundador Renouvier con Ucronía, que postula el condicional interrogativo: «¿Qué hubiera pasado si…»: Hitler triunfara en toda Europa?; Evita no hubiera muerto?; la electricidad no se descubriera? Todos estos planteos y formas de trabajo intelectual sobre estas hipótesis tienen su cátedra y publicaciones en Cambridge, en una suerte de Historia Virtual como alto ejercicio. Pero éste puede aplicarse en el campo político; por ejemplo, ¿cómo hubieran solucionado tal crisis económica, política o social los partidos de la oposición en un país, a la luz de las propuestas de sus respectivas plataformas en dichas cuestiones? Es un buen ejercicio electivo para el ciudadano.

Se trata de esponjar la capacidad receptiva y hacer poroso el espíritu del alumno, desarrollar ciertas potencialidades de la mente, la capacidad de extrambientación, la potencia centrípeta lúcida del espíritu, la voluntad pontonera, el ánimo proyectivo, el diálogo en situaciones culturales diversas, la capacidad anticipatoria, el distanciamiento crítico, la apertura a enfrentar situaciones nuevas, etc. Lo que aquí se apunta lo hemos practicado, a veces homeopáticamente, otras explicitada y ampliamente en todo un curso, en un seminario de grado de la carrera de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, donde trabajamos. Nuestro lema, en cuanto a propuestas, es el verso de Neruda: «Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando». En nuestra Aula: «El punto de partida es el futuro». Allá vamos.

Artículo extraído del nº 53 de la revista en papel Telos

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