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En el XX aniversario del informe


Por Entrevista a Armand Mattelart

Con motivo del veinte aniversario de la publicación del informe “Tecnología, Cultura & Comunicación” (A. Mattelart/ Yves Stourdzé, 1982), de gran repercusión en Francia pero también en España (Editorial Mitre,Barcelona, 1984), esta entrevista con Armand Mattelart hace balance de aquellas circunstancias pero también del camino recorrido por la investigación en comunicación y de los retos actuales. El texto complementa así nuestro Cuaderno Central sobre Investigación y Formación en la Era Digital.

Armand Mattelart es actualmente Catedrático de Ciencias de la Información y Comunicación de la Universidad de París VIII, puesto que ocupó en la Universidad de Rennes desde 1983 a 1997.

Nacido en Bélgica, Mattelart comenzó su carrera como profesor e investigador en la Universidad Católica de Chile en Septiembre de 1962, donde trabajó asimismo como experto en desarrollo social del programa de Naciones Unidas para el desarrollo y para la FAO. Entre 1970 y 1973 participó en la elaboración de políticas de comunicación del Gobierno chileno, y fue expulsado de Chile en septiembre de 1973 tras el golpe de estado del general Pinochet.

A su vuelta a Europa, Armand Mattelart realizó el largometraje documental La Espiral, en colaboración con Chris Marker, y trabajó como profesor asociado en las universidades de París VII y París VIII. Además de la Comisión interministerial citada, presidió también la Comisión encargada por el Ministerio de Cultura francés de estudiar “El espacio audiovisual latino”, patrocinada por García Márquez.

Mattelart es autor de un gran número de obras, editadas en su mayoría también en español e inglés (ver Bibliografía final), la última de las cuales, recientemente editada en España, es Historia de la Sociedad de la Información.

El contexto histórico del informe

Thierry Lancien, Marie Thonon: ¿Puede recordarnos cuál era, en 1982, el contexto de este encargo?

Armand Mattelart: Es importante situar el período histórico en el que pudieron desarrollarse iniciativas como este encargo de un informe oficial de balance en materia de “difusión de la cultura, la comunicación y la tecnología”, ya que era ese el título oficial de la comisión.

Se trataba de un período en que se asistía a una ruptura en relación a prácticas anteriores y a hábitos de reflexión sobre los lazos entre técnica y comunicación. Una ruptura sobre todo respecto al período presidencial de Giscard d´Estaing caracterizado por el informe Nora-Minc sobre la informatización de la sociedad (1978). Los nuevos aires políticos conducían a buscar en torno a la “demanda social”, lo que no quiere decir que el informe Nora-Minc no hubiera constituido en su tiempo un documento esencial. Ese informe es primero fruto de una amplia consulta a los responsables industriales y de los representantes de la clase intelectual francesa. Como es costumbre en la elaboración de esos documentos oficiales, verdadero género administrativo-político específico de Francia, las audiencias de universitarios como Morin o Foucault se mezclan con las de los managers de las empresas de informática o de altos funcionarios. Lo que hace que, de alguna forma, sea una tentativa de reflexión de la sociedad sobre sí misma. Se quiera o no, este informe es, en mi opinión, uno de los pocos que elaboran una filosofía del cambio tecnológico en estos años setenta, en que los grandes países industriales requieren de las tecnologías de la información y la comunicación una vía de salida de la crisis o, como se decía en esa época, “un modelo de reindustrialización”. Frente a otros informes producidos en esa época por otras naciones industriales que no insistían sobre el concepto de crisis y que no tenían más que una visión instrumental para legitimar el discurso gubernamental, su mérito ha sido enfrentarlo a brazo partido. Crisis de un modelo económico que ha desencadenado la primera crisis petrolífera. Pero crisis también de gobernabilidad. Recordemos que, en 1975, el sociólogo Michel Crozier colaboró, por cuenta de la Comisión Trilateral, una especie de estado mayor de la tríada encargada de pensar la crisis, en un informe que trata precisamente sobre la “crisis de la gobernabilidad” de las grandes democracias occidentales.

La vertiente operativa (un “superministerio” transversal) de ese informe se remite también al discurso prometeico. Sin embargo, habrá pocas consecuencias a nivel institucional. Las decisiones tomadas para “llenar el retraso francés” en materia de telecomunicaciones serán fragmentarias. En cambio, contribuirá a la toma de conciencia de los nuevos retos de la cuestión social de la técnica. Los americanos lo comprendieron bien. El sociólogo Daniel Bell, que escribió el prefacio de la edición norteamericana del informe Nora-Minc, lo reconocerá más tarde. El diagnóstico establecido por los dos funcionarios franceses les ha ayudado a pensar el paso a lo que se comienza a llamar la “sociedad de la información” desde comienzos de los años setenta, con el lanzamiento del vasto plan de informatización del MITI japonés, la Computépolis. Así, concretamente, los expertos de Estados Unidos han seguido con atención la experiencia del Minitel, primera de un medio interactivo que alcanza a una tasa importante de la población. Dicho esto, el informe Nora-Minc contribuye también a dar un nuevo impulso a la tradición utópica del ágora informacional. ¡Una tradición contra la que precisamente nuestro informe alertaba!

Otro elemento de ese contexto. En 1979, Jean-François Lyotard da a las nociones de sociedad postmoderna y de sociedad postindustrial sus títulos de nobleza filosóficas. Lo hace en un informe pedido por el Consejo de Universidades al Gobierno de Québec que se pregunta sobre el nuevo estatuto del saber frente a la “precipitación” de las tecnologías de la inteligencia. Se trata de un informe que, publicado en forma de libro con el título de La Condición postmoderna, tuvo una profunda repercusión, especialmente en el mundo académico anglosajón. Se puede decir que las reflexiones sobre las tecnologías digitales comienzan pues a acumularse en la segunda mitad de los años setenta. Nuevas revistas como Dialectiques, Interferences e, incluso, los dossiers del mensual Le Monde Diplomatique tratan sobre el tema y muestran la emergencia de una aprehensión crítica de los retos sociopolíticos. Se fundan rúbricas especializadas en las páginas de los diarios como Le Monde. La investigación misma no se queda atrás. La reflexión procede de dos orígenes diferentes. Por una parte, está el IRIS, unido a la Universidad de Paris-Dauphine, en donde trabaja un equipo de investigadores como Yves Stourdzé atentos a la genealogía del sistema de telecomunicaciones y, más en general, de las vías de comunicación y de los objetos técnicos. Por otro lado, se desarrolla una corriente de investigación en torno al tema de las industrias culturales. Este proyecto de economía política de la comunicación viene a ser ilustrado en la segunda mitad de los años setenta por los estudios de Patrice Flichy y míos, de Yves de la Haye, de Bernard Miège y de investigadores reunidos en la obra Capitalismo e Industrias Culturales. Es entonces cuando la noción de “industrias culturales” entra en el lenguaje del Ministerio de Cultura y es adoptada por las instancias del Consejo de Europa. La sociedad, por su parte, se agita en torno al problema del monopolio y del servicio público. Un conjunto de iniciativas del tercer sector desbordan a las estrategias oficiales. El fenómeno de las radios libres lo ilustra bien. Y añadiré que es también el momento en que se opera un cambio en la relación de una parte de la clase intelectual con el universo mediático. De la crítica, se deslizan a la integración. Es una criba de lectura que se puede aplicar al fenómeno llamado de los “nuevos filósofos”.

Democratizar la informática

T.L./M.T: En su informe, Alain Minc y Simon Nora consideran ya que es necesario socializar la información, es decir en su opinión poner en marcha mecanismos de gestión y de regulación. ¿Cuál ha sido en relación a este problema la influencia de los cambios políticos sobrevenidos en 1981?

A.M.: .: En 1981, apenas elegido, François Mitterrand (cerca del cual Jacques Attali jugó un papel muy importante) había lanzado una fórmula que utilizaba mucho, y que venía a decir que no era preciso informatizar a la sociedad sino democratizar la informática. Se trataba de un cambio radical, al menos a nivel retórico. Era en efecto el discurso de la demanda social el que se ponía en circulación frente a otro muy marcado por la oferta y la demanda.

En los informes oficiales publicados en los países industrializados a lo largo de los años 70 sobre la llamada sociedad de la información, la noción de sociedad participativa está poco presente mientras que se daba mucho en la sociedad civil. Ocurría lo mismo en muchos escritos emanados de sociólogos. Por ejemplo, los textos de Daniel Bell sobre la sociedad postindustral se muestran especialmente escépticos respecto al tema de la “democracia participativa” a través de la televisión por cable. La creencia en la posibilidad de la planificación de las tecnologías a partir de un centro, de un gobierno, se ancla en la ideología del Estado-Providencia, y del Estado-Nación. Porque la cuestión planteada en los grandes informes era saber si era posible dominar la evolución de las tecnologías de la información y de la comunicación en el marco nacional. Las respuestas van por otra parte en este sentido, como ocurre en el informe Nora-Minc.

A partir de 1981 y al menos hasta el mes de marzo de 1983 se asiste a un reguero de iniciativas que conducen a la problemática de la demanda social. Que no encuentra todo su sentido más que en el marco estructural de las opciones industriales. Unas Asambleas Regionales sobre “Investigación y tecnología” se escalonan entre comienzos de octubre y el 20 de noviembre. “Reconciliar la ciencia y los ciudadanos en el horizonte del año 2000”, es la ambición que anuncian las Jornadas Nacionales “Recherche et Technologie” (Investigación y tecnología) que tienen lugar en París del 13 al 16 de Enero de 1982 y que son la culminación de las asambleas regionales. El problema del lazo entre las ciencias y los problemas sociales es abiertamente planteado, y por tanto la movilización de los investigadores a estos efectos. Recordemos que precisamente en febrero de 1982 es cuando Jean-Pierre Chevenement, Ministro de Investigación e Industria nos encarga el informe, que a su vez forma parte de un racimo de informes. De esta forma, paralelamente, Yves Stourdzé participa también en el “Plan Images” que intenta responder a la viabilidad de una industria de nuevas imágenes de síntesis (por ejemplo en la creación de un polo francés de dibujos animados, problemática amplia que intenta contener la dependencia en materia industrial de software mientras los creadores franceses fabricaban sus dibujos animados en los países asiáticos). Siempre en la convicción de que el Estado-Nación-Providencia-Capitán-de-industria es el marco político natural en el cual se puede formular una respuesta estratégica a la competencia internacional acrecentada.

Los presupuestos de esta política industrial nacional se encuentran claramente expresados en un informe de base elaborado por la Comisión interministerial llamada de la “Hilera electrónica”. Presidida por A. Farnoux, esta comisión que envía su informe al Ministro de investigación en abril de 1982, toma nota del proceso de unificación y de interdependencia de los diversos sectores de la cadena de información electrónica. Se identifican once sectores (los componentes, la electrónica de gran consumo, la informática, la burótica, los logiciales y bancos de datos, la prodúctica, la electrónica médica, los instrumentos científicos, las telecomunicaciones, la electrónica profesional civil y militar, y las tecnologías espaciales). Y a partir de un balance en cada sector, el informe propone una estrategia que tenga en cuenta el tejido progresivo de interdependencias, siempre basando sus cálculos sobre los sectores fuertes del dispositivo industrial nacional. De este esquema resultaba una cascada de eliminaciones necesarias de fronteras. Entre las empresas públicas y privadas, entre las empresas francesas y europeas (con el objetivo de crear una industria de TIC que fuera menos dependiente de las limitaciones y de las grandes empresas que controlaban el mercado como el caso de IBM). Se trataba de repensar las estrategias de innovación asegurando la fluidez de las transferencias horizontales de tecnología: estrechar los lazos entre la investigación básica y la aplicada, entre la universidad y la industria, de integrar la concepción y la comercialización del producto asociando a los eventuales usuarios al proceso de innovación. Este imperativo de aproximación entre la concepción y el uso es por otra parte una de las fuentes de una vasta corriente de investigación sobre los usos llamada a desarrollarse en las instituciones. La visión de la hilera electrónica servía de nudo a toda una estrategia integrada de reindustrialización apoyada sobre las TIC. En esta época los analistas de Estados Unidos han creído ver en la adopción de esta política de reindustrialización una réplica de la estrategia político-administrativa puesta en marcha por el el superministerio de comercio y de industria de Japón en los años setenta. Con fuerte implicación del Estado.

La preocupación por las TIC motiva igualmente la fundación del Centro Mundial de la Informática (CMI). Un proyecto apoyado personalmente por François Mitterrand y su consejero Jacques Attali. Frente al “desafío mundial”, título de la obra de su fundador J.-J. Servan-Schreiber, de las nuevas tecnologías, se diagnostica que existe la urgencia de instaurar otras relaciones Norte-Sur, otra estrategia de desarrollo internacional que tendría en cuenta las potencialidades descentralizadoras de los nuevos instrumentos de comunicación. El centro convoca a múltiples colaboradores interdisciplinarios y se alía con centros universitarios prestigiosos de Estados Unidos (como el de Carnegie-Mellon en Pittsburg). Convoca a científicos como Nicholas Negroponte o Seymour Papert, inventor del sistema Logo. Mientras que el Gobierno de Estados Unidos está aún dudando de la estrategia a adoptar para el acceso a la sociedad de la información, estas iniciativas hacen pensar que Francia ha encontrado la suya. El centro se marca también objetivos en Francia. En los barrios de Marsella por ejemplo, se ponen en marcha experiencias pedagógicas de apropiación de la tecnología.

En el CMI se nota la presencia de investigadores destacados del tercer mundo. Esto es muy importante. Porque esta presencia es la traducción práctica de una filosofía política que el Presidente François Mitterrand ha expuesto a lo ancho y lo largo, con motivo de la Cumbre de los países más industrializados, que se reunió en Versalles en junio de 1982, en un informe titulado Technologie, Croissance et Emploi (Tecnología, Crecimiento y Empleo). Una crítica severa al orden informacional mundial marcado por el agravamiento de los desequilibrios de flujos Norte-Sur bajo el efecto de las nuevas tecnologías. Por tanto, se había formado un discurso de Estado sobre el problema. En julio de 1982, con ocasión de la Conferencia de la Unesco sobre las políticas culturales organizada en México, el Ministro de Cultura, Jack Lang, atacaba al “imperialismo financiero e intelectual” que perjudicaba a la creación artística y cultural, y llamaba a una “verdadera resistencia cultural”. Lo que suscitó vivas reacciones por parte de la delegación de los Estados Unidos. En octubre de 1981, en la cumbre Norte-Sur de Cancún, en México, el Presidente había ya fustigado a la lógica de mercado libre que no permitía ningún otro crecimiento más que el de las firmas multinacionales que creaban en el tercer mundo flujos de riqueza en un océano de miseria.

Problemática de los usos y la recepción

T.L/M.T: En este contexto, y visto desde hoy, ¿cuáles son en su opinión los puntos fuertes del Informe redactado por usted con Yves Stourdzé?

A.M.: La importancia del Informe se debe al hecho de que se produjo la movilización de una vasta comunidad en torno al tema: casi 200 personas pudieron así expresarse. Un informe es fruto de un trabajo de puesta en común de varios autores. La Comisión ha trabajado bajo la forma de comisiones por temas, por grupos de estudio. La importancia de este aspecto colectivo se reforzó por el hecho de que en esa misma época otras dos Comisiones desplegaron un estado del arte en otros sectores de la investigación en ciencias sociales. La Comisión puesta en marcha por el Ministerio de Investigación y presidida por Maurice Godelier sobre el estado de las ciencias del hombre y de la sociedad y la Comisión confiada por el Ministerio de Cultura a Michel de Certeau y Luce Giard referida especialmente a la problemática de las redes sociales y de sus usos. De una forma u otra, se operaron convergencias, sinergias, complementariedades entre esos diversos balances de los saberes. La riqueza provino también de este tejido intertextual.

La problemática de los usos y de la recepción planeaba de alguna forma sobre el informe, impregnado como estaba por los debates de entonces sobre la “demanda social”, con todas sus ilusiones pero también con la riqueza que aportaba este cambio de ángulo sociológico. Lo que suponía hacer un balance sobre el período anterior, marcado por el paradigma de la primera generación del estructuralismo lingüístico. Período en el que el enclaustramiento en el texto, el corpus, se había saldado con el olvido del receptor y del contexto de emisión. La problemática de los usos está por otro lado en el centro de los programas de nuevas células de investigación que se crearon. Estoy pensando en el CNET (Centre National des Etudes de Télécommunications) y en el CESTA (Centre d´Etudes des Systèmes et des Technologies Avancées) sobre todo. Del lado de las prácticas y las mediaciones, eran recogidos trabajos extranjeros como los de Martín Barbero sobre las culturas populares (ver el segundo volumen del informe).

Otro punto fuerte es el que afecta a la cuestión de la internacionalización (¡la fractura digital nos preocupaba ya ¡). El discurso técnico-redentor de acompañamiento estaba ya entonces bajo alta sospecha. Y paralelamente al cuestionamiento del pensamiento de la salvación por la “gracia” de la tecnología, aparecía marcada por la ambigüedad la noción misma de comunicación. Había especialmente una interrogación original sobre la noción de comunicación a través del análisis de la ideología del periodismo y de sus nociones de objetividad y de transparencia. Estos ejemplos muestran que existía una voluntad de ruptura con la tradición empirista y funcionalista. El interrogante sobre las prácticas de la comunicación animaba el deseo de encontrar otras herramientas conceptuales. Instrumentos adecuados al problema de la relación entre técnica, comunicación y democracia. Este es el aspecto del informe que no dejaron de destacar los investigadores americanos. El informe fue traducido completamente en inglés (aunque también en español) y fue James W. Carey, pionero de los Cultural Studies en su versión americana, quien hizo la crítica para Journalism Quaterly. Otra recensión apareció en Journal of Communication.

Desde el punto de vista de las recomendaciones, confluía hacia el informe la reflexión acumulada a partir de la experiencia de las asambleas regionales y nacionales sobre “la investigación, la tecnología y la sociedad”. Se proponía la creación de casas regionales, de observatorios regionales de la comunicación. Había habido antes consultas con agentes regionales. Era una propuesta interesante que permitía socializar las problemáticas de la apropiación de las tecnologías. Había también la reestructuración de los polos de enseñanza en la que participaba la CNU (Comission representative de la Interdiscipline des Ciencies de l´Information et de la Communication) en esa época con universitarios como Escarpit, Tudesq y Miège. A finales de 1982, con ocasión de la conferencia de prensa, cuatro ministros ratificaron las grandes líneas del informe y anunciaron acciones y presupuestos. Pero estos anuncios no tuvieron efectos reales. A finales de 1983, las prioridades gubernamentales habían cambiado de dirección. Este fenómeno iba a acelerarse a partir de 1984 y 1985. El informe de Certeau & Giard conoció la misma suerte. ¡Metido en un cajón! Unicamente Maurice Godelier, responsable de las ciencias sociales en el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) intentó poner en práctica las recomendaciones de nuestro informe y, sobre todo, de estimular una reflexión para concretar una de nuestras propuestas: crear una sección específica para las ciencias de información y de comunicación. Fue en vano. Ya que casi 18 años después, ¡todavía se ha vuelto a hablar de esto! Las consecuencias del informe se vieron sobre todo a través de dos concursos, lanzados en común con el CNET, con vistas a estructurar un campo de investigación, especialmente en torno a los usos y los dispositivos.

La arqueología de la Sociedad de la Información

T.L./M.T: En relación con lo que acaba de evocar, parece que poco a poco ha habido cada vez menos iniciativas en este dominio. ¿Cómo valora el proyecto reciente del Ministerio de implantar en el norte de París una casa de las ciencias del hombre (MSH) en la que las investigaciones sobre la comunicación y más precisamente sobre las industrias culturales jugarían un papel central?

A.M.: Es una iniciativa interesante que permite presagiar la posibilidad de alcanzar el objetivo que perseguían tanto nuestro informe como las asambleas de “investigación y tecnología”, reconciliar la ciencia con la sociedad. Contando con esto, el gran reto sigue siendo la creación de sinergias entre diversas disciplinas. El gran desafío intelectual es contrarrestar los enclaustramientos y las obsesiones de los feudos disciplinares. Pese a la retórica sobre los procesos de convergencia hacia una trans-disciplina en la era de la complejidad, las prácticas de la investigación continúan estando fuertemente encerradas en departamentos estancos. El imperialismo de ciertos puntos de vista es a menudo de rigor. Y nuestro campo sufre particularmente por ello. Porque no es reconocido como noble y porque no tiene la base institucional que da la pertenencia a las grandes escuelas o a las disciplinas fundadoras. Y, sin embargo, cuando se observa la confusión que puede aún existir en torno a la simple noción de “industrias culturales” en numerosos sectores disciplinares, no se puede dejar de desear las aproximaciones.

Un indicador interesante de lo que se debería calificar como una forma de analfabetismo funcional es por ejemplo el desconocimiento que manifiestan los investigadores en economía de la innovación en relación a los trabajos críticos, emanados de las ciencias de la información y de la comunicación, sobre las nociones de la llamada sociedad de la información o del saber. Así se explica que se pueda mantener discursos sobre las redes o las TIC, sobre la economía del saber, sin preguntarse sobre los basamentos, la arqueología de la construcción de las creencias, la ideología de la sociedad de la información. Una actitud que contrasta con la de numerosos geógrafos que, por su parte, tienen cada vez más puntos en común con las investigaciones críticas que se desarrollan en el campo de las ciencias de la información y de la comunicación y se inclinan a cuestionar la construcción de la sociedad del conocimiento y los presupuestos sobre los cuales se han construido progresivamente las creencias que se convierten en un estimulante para la acción y la elaboración de políticas.

T.L./M.T: ¿No se trata aquí de un verdadero problema epistemológico?

A.M.: Efectivamente es también un problema de epistemología. La noción de información y de comunicación y de sociedad de la información son cada vez más una noción “comodín”, un trans-frontera entre disciplinas, pero al mismo tiempo no cumple esta misión de encrucijada en la medida en que cada uno reformula la noción a partir de su feudo particular.

T.L./M.T: ¿No hay un problerma institucional, por la falta de reconocimiento de una interdisciplina como la información/comunicación, que impide al mismo tiempo a mucha gente dedicarse a ese campo como tal materia interdisciplinar?

A.M.: Como decía antes, hay una falta de reconocimento de un estatuto amplio en el organigrama de las ciencias sociales para nuestro dominio que es a la vez joven, fragmentado. La gente no ve bien las fronteras, tanto menos cuando se sufre por el hecho que las nociones mismas de comunicación e información son proteiformes.

La falta de legitimidad social repercute sobre las modalidades de la circulación en la sociedad de los saberes ligados a las problemáticas manejadas por las ciencias de la información y de la comunicación. Los saberes no son socializados. En todo caso no hasta el punto de elevar el nivel del debate público. Lo que explica que discursos sobre la televisión, por ejemplo, puedan todavía ser mantenidos y se generalicen haciendo caso omiso de la acumulación de investigaciones en el curso de los quince últimos años. Uno de los escasos momentos históricos en que el saber sobre la comunicación ha conocido un inicio de legitimidad amplia en la sociedad francesa ha sido cuando representantes de la alta intelectualidad se han reunido en torno al CECMAS (Centre d´Etudes de Communication de Masse) y sus fundadores, Roland Barthes, Edgar Morin y Georges Friedman. Un centro cuya existencia duró de 1960 a fines de los años setenta.

T.L./M.T: ¿Pero entonces por qué esos conocimientos no se han socializado?

A.M.: No se puede negar que la sociedad francesa ha tardado mucho tiempo en resolver su relación conflictiva con la técnica. Y eso se ha reflejado incluso en la lentitud con la que las escuelas sociológicas francesas se han interesado en ella.

T.L./M.T: ¿No habrá, más en general, un bloqueo cultural?

A.M.: Un bloqueo cultural viene del enclaustramiento en una noción de cultura que privilegia la lengua y la alta cultura. Malraux lo comprendió bien cuando en 1939 provocaba a los medios intelectuales y artísticos franceses al escribir que “el cine es un arte, pero también una industria”. Convertido en Ministro de Cultura con Charles de Gaulle, lo volverá a repetir unos veinte años años más tarde con los mismos efectos. El ministro de cultura Jack Lang, al lanzar en 1981 el eslogan “Economía y cultura, ¡un solo combate!” escandalizará de nuevo en una cultura propicia a favorecer el espacio del creador y de su obra. Ahí tenemos uno de los nudos sociológicos que explica la reticencia a casar “industria” con “cultura”. Lo que ha dado fuerzas a la especificidad francesa (no es por casualidad que el Gobierno y el Presidente, al unísono, hayan llevado a cabo en 1993 la rebelión a favor de la excepción cultural en materia de “productos del espíritu”, como decía François Mitterrand). Es igualmente lo que ha determinado su debilidad. Porque al privilegiar esta dimensión de la cultura, las carencias se han consolidado. Se ha tardado tiempo en reconocer e identificar los retos de una cultura cada vez más ligados a la industria, a la técnica y al mercado.

Cultura, técnica, Estado

T.L./M.T: Pero, ¿de dónde procede esta dificultad de conservar la posibilidad de innovar y al mismo tiempo de mantener ese bloqueo? Por ejemplo, ¿la universidad ha integrado esos saberes pero al mismo tiempo los margina? ¿No habrá en relación a la tecnología un problema simbólico, con una inversión simbólica más bien negativa frente a lo que puede ocurrir en el mundo anglosajón?

A.M.: En nuestro informe abordábamos efectivamente esa larga tradición que determina que estemos frente a un campo desgarrado entre una dominante estética de la cultura y una dominante tecnológica de la comunicación. Como observábamos, las dos culturas no han dejado de alejarse entre sí. De hecho, la representación dominante de la cultura ha tendido a disociarse de la técnica. Lo que históricamente resulta, como mínimo, paradójico. Porque las Luces han producido La Enciclopedia, primer texto moderno en el que se alía cultura y técnica. Muchos filósofos son tan capaces de disecar el reparto de las tareas en una fábrica de agujas como de conceptualizar la noción de “división del trabajo” que utilizará Adam Smith para fundar su economía política. Es suficiente releer el artículo de Diderot sobre el “sistema” para convencerse de esta mirada técnica.

Eso no impide que, en el curso de la historia de la implantación de las técnicas de la comunicación, haya casos en que se vislumbra esa dificultad para integrar su dimensión material. De esta forma, el sabio Arago, resistente en un informe oficial a la implantación de los ferrocarriles en Francia y redactor al mismo tiempo de otro informe oficial, ditirámbico en este caso, sobre la fotografía, proponía que la fotografía se convirtiera en un bien público para que el mundo entero tuviera acceso a ella, en nombre de la universalidad de los valores.

La cuestión de los universos simbólicos es pues efectivamente fundamental. Entre los saint-simonianos, en el siglo XIX, la noción de red, como pedestal de la nueva sociedad industrial, se encuadra en una cosmología de naturaleza religiosa. Y el drama de Saint-Simon era no haber podido ganar a la nueva clase de los industriales a una nueva religión, un nuevo cristianismo laico.

La noción de cultura está también íntimamente ligada en Francia a la del Estado. De ahí, por ejemplo, el hecho de que hoy sea uno de los escasos países en no precipitarse sobre el prêt-à-porter, sobre la muerte del Estado-Nación y que ponga más bien el acento sobre la reconfiguración de las relaciones del Estado con la sociedad civil, ambas confrontadas a las lógicas de la mundialización. Una forma de ver que reverbera sobre la forma de contemplar las políticas públicas en el dominio cultural. Esta reflexión es importante en un momento histórico en que muchos tienden a pensar el mundo como un enfrentamiento entre dos únicos actores planetarios: la llamada sociedad civil global y las grandes empresas globales.

Finalmente, no se debería olvidar que la noción dominante de cultura no ha cesado de suscitar antídotos. A la ideología positivista del industrialismo encarnado por el saint-simonismo, a su conceptuación de la red reorganizada y centralizada, se ha opuesto el anti-industralismo de los utopistas.

T.L./M.T: Sus trabajos comportan una visión histórica importante. ¿Cómo contempla las relaciones entre historia y comunicación?

A.M.: Si se observa un interés creciente de parte de investigadores en ciencias de la información y de la comunicación por la aproximación histórica, no se puede decir que el mismo interés se manifieste claramente de parte de los historiadores respecto a los objetos de investigación y de las problemáticas de los primeros. Las escasas excepciones (pienso en Grisset, en Bertho, Carré, Delporte, por ejemplo) no desmienten la regla. Lo que podemos lamentar es que haya habido tanto tiempo en nuestro campo la dificultad de establecer pasarelas entre la reflexión histórica, dominio en el que la investigación francesa ha mostrado su originalidad, y las perspectivas comunicacionales. Se puede pensar en la reflexión histórica desarrollada por Fernand Braudel y el conjunto de la escuela de los Annales, que no ha suscitado más que raramente estudios sobre la formación de los sistemas y de las redes de comunicación. Por otra parte, por parte de los historiadores, en nuestro informe constatábamos ya que sus estudios concluían muy a menudo allá donde comenzaba la “modernización”.

La historia de la comunicación ha sido confinada durante mucho tiempo a una historia de acontecimientos. Otra forma de hacer la historia ha surgido realmente con la problemática de las redes. En la segunda mitad de los años setenta, con las investigaciones del IRIS y del CESTA sobre las carreteras, los telégrafos, etc.

La noción de historia que aparece en los años setenta y hacia la que convergen las reflexiones de corrientes marxistas críticas o de Foucault o de Certeau recoge el guante de una perspectiva que intenta alejarse de la hegemonía que ejerce en esta época sobre la noción de comunicación lo simbólico y sobre todo la lingüística. Este análisis vuelve a los dispositivos por no utilizar el término de infraestructura. Se analizan las redes postales como el telégrafo y esta perspectiva entra en contradicción con la de la semiótica, lo que supone una antigua tradición de conflicto. La semiótica, que no llega a entrar en una aproximación genealógica y que cree que la comunicación está necesariamente vinculada a una noción de lengua. Ciertamente, la lengua es esencial pero la comunicación comienza con la carretera. La comunicación encuentra sus orígenes en el comercio y la gran mitología comunicacional consiste en que el espíritu del comercio va a librar a la humanidad y a las sociedades de la guerra. Hasta la Primera Guerra Mundial, la comunicación lleva consigo la idea del comercio. Se piensa que a través suyo van a evitarse las guerras. En la Enciclopedia, la comunicación no es un concepto y se aplica a muchas cosas, de forma que no se puede buscar en ella una concepción comunicacional, sino en la noción de comercio tal y como la aplica Jean-Jacques Rousseau. Después de Kant y de Adam Smith, Habermas dice por otro lado muy bien que el espíritu del comercio es que el que ha conducido a la emancipación de la humanidad. El espíritu del comercio es “civilizatorio”.

La comunicación llega pues mucho más lejos de lo que se entiende hoy por tal. Es una construcción de las sociedades nacionales y de la sociedad mundial. Hay pues un problema de visión del mundo y de la historia.

Por retomar el ejemplo de la carretera, considerar que la carretera es la infraestructura es evidentemente un error. Al igual que la división del trabajo, es evidentemente cultural.

Perspectivas emergentes de la investigación

T.L./M.T: El ejemplo de la carretera parece tanto más interesante por cuanto que la carretera implica al mismo tiempo signos y modos de significación. La carretera engendra diferentes modos de comunicación. Cuando se trabaja sobre la carretera, se descubre todo ese comercio. Sobre esos recorridos religiosos se vuelve a encontrar todos los intercambios incluidos los lingüísticos, por ejemplo entre clases sociales que no se hablaban y que sólo lo hacen caminando hacia Compostela. Se van a contemplar pues evoluciones de la lengua que se realizan allí.

A.M.:La primera libertad de comunicación es por otra parte la libertad de circulación. El problema no es pues imponer una noción monolítica, sino articular los puntos de vista.

Francia es por otra parte el único país que tiene una problemática estructural de las carreteras ligada a la idea de poder, de emancipación y eso porque es la última de las grandes naciones en acceder a un sistema de carreteras que integra la Nación. En Inglaterra no existe ese discurso sobre la carretera emancipadora. De hecho, si Francia produce tanto contenido simbólico sobre la comunicación es porque en cada momento de su historia ha llegado “con retraso” en relación a otras grandes naciones y especialmente respecto a Gran Bretaña. Lo simbólico en Francia ha compensado las carencias en la realidad concreta del estado de las redes. El saint-simonismo en relación con los ferrocarriles ilustra bien esto.

T.L./M.T: ¿Por qué esta resistencia a la perspectiva histórica?

A.M..: Estamos en un mundo de fuga hacia delante técnica, tecnicista y por tanto las consideraciones históricas interesan mucho menos que las especulaciones sobre el futuro. De esta forma, el británico Nicholas Garnham tiene razón al reprochar a Manuel Castells que haga despegar a las redes con la inauguración de la sociedad de la información. Es un problema general. Algunos economistas como los de la escuela de la regulación, ¿no destacan que muchas se remontan solamente a una o dos décadas cuando dan cuenta del proceso de mundialización? El historiador Marc Ferro destacaba hace poco que hablar de mundialización como de un fenómeno nuevo remitía de hecho a una ilusión óptica. Por tanto hay antídotos. Cada vez más gente se pregunta sobre la “dictadura del corto plazo” como diría Braudel. Sin embargo, siguen existiendo tendencias pesadas que expresan las problemáticas manageriales y también estudios práctico-prácticos inspirados por una profesionalización mal pensada. Estamos desgarrados en información/comunicación por una lógica de profesionalización que impide integrar o reforzar en el camino una base de conocimientos en matera de ciencias sociales. Las ciencias sociales no están bastante presentes en nuestras formaciones. La noción de sociedad de la información genera consenso por otra parte porque evita a la gente preguntarse sobre qué es una “sociedad”, ya que eso no se les enseña ya. El problema del “olvido de la historia” hay que plantearlo en este contexto.

T.L./M.T: ¿Cuáles son en su opinión los sectores que emergen en este campo de conocimientos?

A.M.: No se puede hablar de un eje dominante. La reconstrucción del campo se hace también en buena medida por ejes paralelos, por ejes marginales y a menudo minoritarios. Tres dominios fundadores siguen estando en la raíz del campo: el estudio sobre las industrias culturales, el de los usos y el del análisis socio-político del discurso. Y éste, más allá de su profundización y proceso de revisión. Las investigaciones organizacionales y las ciencias de la información (bibliometría, etc) se han desarrollado considerablemente en los últimos años.

Se ve emerger nuevas perspectivas de los dispositivos televisivos y radiofónicos. Está también el trabajo sobre el territorio. Las aportaciones más interesantes sobre la globalización proceden por otra parte de gente que está a caballo entre la comunicación y la geografía o los estudios urbanos. Cuando no se quiere caer en el globalismo, la relación con el territorio sigue siendo fundamental. Se da naturalmente también el eje muy importante de la recepción con la aparición de puntos de vista contrastados. Otro sector que emerge es el de la museología. Esta corriente es interesante a nivel de una reflexión conceptual pero también a nivel de lo que puede ser una profesionalización en un campo un poco abandonado por los estudios de comunicación. Podría decirse lo mismo del teatro. No se puede seguir eliminando lo que ha sido la base de una reflexión alternativa de la comunicación.

Internacionalización y globalización

T.L./M.T: ¿Qué piensa de otro sector de investigación que usted conoce bien, el que se dedica a los fenómenos de internacionalización de la comunicación?

A.M.: En Francia siempre hay un problema en lo que concierne a una reflexión sobre la internacionalización. Lo que se remite sin duda al hecho de que hay primero dificultades al delimitar este campo. ¿Qué se entiende por internacional? Trabajos comparativos, un análisis de lo internacional por la construcción de sistemas internacionales de regulación o incluso la circulación de los productos llamados globales y la cuestión de su recepción. Los jóvenes pueden aportar mucho a la evolución de las percepciones de esta problemática, especialmente porque vienen de diferentes áreas culturales. El contacto y la mezcla es en ese sentido fundamental, y el programa Erasmus de intercambio de estudiantes ha permitido avances. Respecto a la cuestión de saber cuáles son los sectores emergentes, pienso que hay un problema a causa de la tendencia que existe en el campo de la comunicación que impulsa a tener una representación en cortes de la historia. Es decir que se estima que todo lo que se ha hecho anteriormente está obsoleto. Es lo que yo llamo la teoría del “golpe de estado”. La teoría avanza por “golpes de estado”. Hay problemáticas que siguen estando planteadas, que no han sido agotadas y que sería necesario por tanto volver a visitar.

Por ejemplo, en el campo de la internacionalización del que acabamos de hablar, la noción de globalización ha eliminado del campo otras perspectivas. Como si la globalización no fuera por sí misma una noción ambigua. La noción de globalización, a partir del mundo anglosajón, se ha expandido a través del mundo. Con una aproximación de la historia en cortes, se evacua en cada ocasión la fase anterior. Sólo es nuevo lo que se remite al último dispositivo, por ejemplo la ciber-manifestación.

Se reconstruyen campos por ostracismo del pasado y olvidando perspectivas que no se han agotado. Hay que preguntarse por la ambigüidad de los conceptos que circulan y se generalizan por todo el mundo. Por otra parte, hay que considerar los trabajos desarrollados en las tesis de doctorado para poder localizar las evoluciones y las diversificaciones de los sujetos. De ahí por otra parte, la dificultad de dirigir tesis, porque no se puede haber trabajado sobre todos los temas. Mientras más jóvenes son los estudiantes de doctorado buscan fuera de la información/comunicación metodologías y perspectivas. Tengo una estudiante para quien la etnometodología era un rodeo esencial. Esto demuestra por otro lado que hay tales carencias en nuestro campo y que si no nos preguntamos más que a partir de las corrientes dominantes se deja que el campo científico se empobrezca. Evidentemente, esto significa un auténtico desafío.

T.L./M.T: ¿Cómo se inscribe en estas problemáticas su última obra, la Historia de la utopía planetaria?

A.M.: En el cruce entre la historia de las representaciones y de la economía política. Este libro se encardina en una trilogía comenzada con La Comunicación-Mundo (1992) y proseguida con La invención de la Comunicación (1994). Pero en esta ocasión si la historia de las teorías, de las doctrinas y de las técnicas de comunicación sigue estando presente, ya que las redes son siempre vectores privilegiados de la idea universalista, no les concedo el lugar central. Intento hacer una arqueología de las representaciones que han escoltado, desde el renacimiento y los grandes viajes de descubrimiento, a los intentos de integración de las diversas sociedades en un conjunto supranacional que les trasciende. Trazando la trayectoria de los imaginarios subyacentes a lo que hoy se llama la mundialización/globalización me inscribo en una orientación crítica frente a la amnesia que supone el uso irreflexivo de esos términos de interior conceptualmente blando, convertidos en consignas obligadas para calificar al mundo hoy, sin que se tenga tiempo de preguntarse quién los ha lanzado y desde dónde hablan. La cuestión central es: ¿cómo se ha llegado actualmente al empobrecimiento de las utopías sociales de integración mundial al servicio del éxito meteórico de tecno-utopías de visión miope inspiradas por una perspectiva del mundo managerial, tecnicista y, sobre todo, profundamente desigualitaria? Se trata pues de una crítica del pensamiento neodarwiniano contemporáneo que hace de las fuerzas del mercado y de la técnica, fuerzas de la naturaleza remitiéndose a su fatalidad. Desde la visión de la historia, intento aportar elementos de reflexión con vistas a la reconstrucción de una inteligencia política del mundo.

T.L./M.T: ¿Se trata de la interrogación de una investigación crítica?

A.M.: Sin duda. Sobre todo en una época en que la citada ideología de la comunicación no es la última en recurrir a la negación de la historia. Se quiera o no, nuestras sociedades están afectadas de una forma u otra por lo que Gilles Deleuze y Felix Guattari denunciaban como universales de la comunicación. El hecho de que la noción misma de “concepto” haya sido desviada hasta el punto de designar operaciones de marketing o de firmas de ingeniería informática, en detrimento de su definición como paso a la reflexión, es significativo del dominio de lógicas pragmáticas y tecnicistas. Bastante necio sería quien pretendiera que nuestro campo interdisciplinar está al abrigo de esa tendencia. Es precisamente eso lo que le hace vulnerable, frágil, pero también lo que corre el riesgo de acentuar, si no nos defendemos, los problemas de su legitimidad; por una parte como elemento integrante de las ciencias sociales, y por otro lado como lugar de producción de saberes a partir de los cuales un discurso sobre la comunicación y sus dispositivos puede ser emitido de forma creíble hacia la esfera pública. A falta de invertir en el trabajo arqueológico y de epistemología, a falta de interrogarse sobre las desviaciones expertas de gestión a corto plazo, lo que nos amenaza es que ¡otras componentes de las ciencias sociales lo hagan en su lugar! Para convencerse, es suficiente observar, en Francia como en todo el mundo, hasta qué punto se ha acrecentado en el curso del último decenio el interés de la geografía, de la filosofía, de la historia, de la antropología, de las ciencias políticas por objetos de investigación comunicacional que durante largo tiempo estuvieron dejados en barbecho. Con el fin de enfrentar el desafío de la competencia y de las relaciones de fuerza entre disciplinas por una reflexión que acepte sacudir esas exigencias administrativas y profesionales, debería haber sitio para un modo de interdisciplinariedad inédito y más fecundo, tanto para las prácticas y los oficios como para las teorías, del que han llegado a soñar los padres fundadores.

(Traducción: E. Bustamante)

Telos agradece a la revista MEI (Médiations et Information), de la Universidad de Paris 8, la cesión de los derechos de publicación de este texto.

Artículo extraído del nº 52 de la revista en papel Telos

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