Con sorprendente tranquilidad se asiste hoy a situaciones nuevas que afectan, desde luego, a las lenguas, pero que también tienen que ver con los usuarios de esas lenguas. Se advierte por parte del terror ecológico de los riesgos a los que están sometidas, se profetiza acerca de su desaparición más o menos inmediata y se hacen todos los esfuerzos posibles, incluidas cuantiosas inversiones, para salvar, preservar e incluso expandir lenguas de todo tipo. En algunas de ellas, por supuesto, jamás se escribió nada interesante, es más, en muchas jamás se escribió. En la mayoría, cuando se empezó a hacerlo, hubo que recurrir a ingentes alteraciones de su vocabulario e incluso de su estructura, que varió enormemente, además de la necesidad de dotarlas de un sistema de escritura, alfabético o no.
La irrupción de Internet ha llevado esa situación casi a la histeria. Se pelean las estadísticas, se discuten los detalles, se analiza la fiabilidad de fuentes que, en el mejor de los casos, no pueden cubrir más del 40 por ciento de la realidad, por la dificultad inherente a un análisis interno de los millones de portales en centenares de dominios.
La dura realidad informa, poco después, de que el enorme crecimiento de los portales en español va asociado, en parte, como en el resto del mundo en general, al desarrollo de los contenidos de sexo, piratería informática y llega a los más minúsculos movimientos marginales. Se recomienda una sencilla búsqueda con google de portales con la palabra «askatasuna», que significa «libertad» en vasco, para tener una idea de hasta dónde nos llevan las palabras, bien lejos de los conceptos.
Resulta fácil perderse en la barahúnda de matices, aspectos, problemas, implicados en la discusión sobre la pervivencia de las lenguas, que afecta a las opciones escolares y educativas, desde la escuela primaria, a las subvenciones, a la producción de las industrias culturales (especialmente editoriales, radio, cine y televisión), a la lengua del trabajo y su control por los organismos oficiales, incluso en zonas que se presentan como más puntillosas cumplidoras de la democracia y exigentes con el respeto a sus peculiaridades. En todos esos campos se había logrado una cierta estabilidad, más o menos contestada, pero real. Y en ese momento de cierto orden tan del gusto de los administradores, llegan, sobre todo en los últimos cinco años, novedades que alteran la situación quizás definitivamente.
Es verdad que una primera rotura del sistema venía dada por la lengua de la ciencia y la técnica, también llamada «tecnología». Este es un terreno creador, que exige una libertad que no se da ni siquiera en la creación literaria, cuyos autores están mucho más sujetos a las necesidades humanas de premios y prebendas imprescindibles para subsistir, en sentido real y en el figurado de los honores. Los científicos y tecnólogos disponen de ingresos originados en campos que no suelen centrarse en grandes discusiones humanísticas. El producto que se les exige tiene una dimensión distinta de una novela o una película, o incluso una canción para un festival. Su opción para expresarse es, en primer lugar y sin duda, el inglés, lo que ha hecho de esta lengua la lengua común (término que es más exacto que lingua franca) internacional. Ayuda a ello, sin duda, que las exigencias estilísticas de la comunidad científica-técnica son bajas y que la comunicación es fundamentalmente por escrito, lo que elimina o reduce las dificultades de un complejo sistema fonológico.
Porque una de las paradojas de estas preferencias lingüísticas comunes es que la lengua seleccionada es, teórica, lingüísticamente, una lengua muy poco esperable. El inglés hablado tiene una complejidad fonético-fonológica, unos sonidos tan poco generalizados en otras lenguas, que llevan a una simplificación notable en el llamado «inglés internacional», también oportuna para salvar las enormes diferencias regionales en la pronunciación. Por otra parte, la falta de correspondencia entre el inglés hablado y el escrito, que hace que suelan referirse a él como dos lenguas diferentes, en el proceso de aprendizaje, lleva a la nada infrecuente situación de que haya personas que sólo se pueden comunicar entre sí por escrito, porque no son capaces de articular lo que sí pueden escribir.
Para cualquier lingüista era evidente que una de las armas que facilitaron la implantación del latín en el Mediterráneo occidental fue su sencillez fonética. Eran tiempos en los que la escritura y la escuela contaban menos. Hoy, cuando la comunicación se hace sobre todo por escrito y casi síncrona, con el breve período que media entre correo-e, informe anejo y su respuesta, parece que ese factor o había sido mal evaluado o ya no sirve.
La referencia anterior a los componentes de la comunicación actual en inglés permite pasar al primero de esos factores que han introducido una dimensión nueva: la comunicación electrónica. Internet, es bien sabido, nace a partir de las redes de intercambio entre científicos, primero, y productores industriales, inmediatamente después. Esa comunicación, en esos momentos, se hace exclusivamente en inglés. Por eso es verdad que el inglés pierde y perderá siempre porcentaje de uso en la red y las otras lenguas lo ganarán. Mas la cuestión no es el número de portales, sino el número de accesos, la cantidad de información que difunden y la influencia que ejercen en la formación e información de un público que no se cuenta por miles, como el del libro, sino por millones, como el del cine y la televisión, con quien realmente compite.
Los medios técnicos para acceder a los contenidos que se difunden por Internet son cada vez más variados. Las costosas computadoras de los primeros tiempos ya ha mucho tiempo que pasaron a ser máquinas asequibles para el ciudadano medio y los sistemas escolares, que las implantan con frenesí. Además, se accede con sistemas cada vez más pequeños, que llegan a los teléfonos celulares o móviles, para los que cada vez hay más servicios, o con sistemas específicos para Internet, a veces vinculados al habitual televisor, de manera que su globalización y universalización son hechos, no suposiciones.
Facilidad de acceso no supone homogeneidad y, de hecho, lo primero que no es homogéneo en Internet es la representación escrita. Hay, en realidad, dos Internet, una global y otra local. La primera se expresa en el sistema de escritura latino, está abierta a todos los usuarios, porque todos conocen hoy ese sistema de escritura, imprescindible para el uso inicial de la computadora y el acceso básico a la Red. La segunda Internet, la local, areal o reducida, se expresa en docenas de sistemas de escritura, desde el ideográfico de chino y japonés, hasta los silabarios semíticos o indostánicos, pasando por el alfabeto por antonomasia, el helénico, o sus derivados cirílicos para las lenguas eslavas. La segunda Internet es de ámbito cultural reducido, si no se sabe leer el chino no se puede acceder a los contenidos de una página en chino. La relevancia de que el tráfico en chino sea más del 10 por ciento del total, excluido el inglés, o el del japonés más del 20 por ciento, es mínima, porque sólo en sus áreas culturales se accede a esos contenidos. Podrán crecer exponencialmente y el chino probablemente lo hará, pero eso no las sacará de su ámbito geográfico y cultural. Si quieren salir de él tendrán que traducir a medios de expresión que usen el sistema latino de escritura.
Claro que los ámbitos culturales están sufriendo (o disfrutando) variaciones interesantísimas. Los seres humanos siempre se han desplazado, han colonizado, comerciado, conquistado, emigrado; pero nunca con la amplitud de los movimientos de los siglos XX y XXI. El fenómeno de la emigración trae consecuencias fundamentales para las lenguas, porque los emigrantes arrastran un sentido constitutivo de la mejora y se resisten a quemar energías en aquello que no les reporte beneficios inmediatos.
La Romania ibérica cuenta con dos lenguas internacionales, cuya suma las coloca en el primer lugar de las lenguas del mundo (porque ya sabemos que el chino no es una unidad real, sus hablantes están muy fragmentados en variantes). No es recomendable caer en lo que Gregorio Salvador llamó hace años «las alegres cifras de la demolingüística», cuando hablaba de que para que cuadraran las cifras de supuestos hablantes de gallego habría que incluir en ellas a los peregrinos a Santiago y a los marineros en tránsito. Para millones de hablantes están también el hindí, el bahasa indonesia, el suaheli, lenguas muy útiles en sus dominios, pero que no son internacionales.
La Romania de principios del siglo XXI cuenta con una gran lengua internacional, sólidamente asentada en sus cimientos culturales, que incluyen la economía y la industria, que es el francés, lengua de los organismos internacionales, con su prestigio, y lengua central europea, no sólo geográficamente. Cuenta además con dos lenguas de cultura cuya importancia depende de su dimensión extraeuropea. El 8 de septiembre de 2001 Saramago advertía en ABC Cultural de los riesgos del optimismo lingüístico. La referencia al portugués es extrapolable. La extensión geográfica supone riesgos para la unidad, la convivencia con las lenguas africanas es también un factor serio, las diferencias entre el portugués de Portugal y el de Brasil son considerables, no hay unidad ortográfica. El problema llega al punto de que las ediciones portuguesas de Jorge Amado introducen variantes, ortográficas y lingüísticas, para «europeizar» el original brasileño. Esto no se da para el español; pero en Venezuela se doblan telenovelas argentinas, para facilitar su comprensión. Los riesgos no tienen por qué ser entre Europa y América, pueden ser también de un lado a otro de tan inmenso continente.
Las diferencias ortográficas, el déficit de lectura, que incluye algo tan necesario como la lectura en alta voz y la comprensión inmediata del texto, la brevedad de la imagen del video-clip, la exigencia de informaciones breves y concretas, suponen amenazas para las lenguas mayores que su reducido número de hablantes. Una lengua puede asumir esa situación, saber que nunca será lengua internacional y que tiene que trabajar en un modesto segundo o tercer plano. Mejor dicho, una lengua no asimila ni comprende nada. Son sus gestores los que tienen que tener el sentido común de ubicarla en su ámbito adecuado.
Las dos nuevas variantes, Internet y la inmigración, han de sumarse al problema anterior de la lengua técnico-científica. La escuela es el organismo integrador por definición, de donde salen los conceptos de universalidad. Hay exceso de extensión y falta de intensión. Se abarca mucho, en detrimento de los contenidos. Las crisis ponen de manifiesto la debilidad de Occidente, precisamente porque no se ha concentrado en un número pequeño de puntos, que se hacen fundamentales. Es erróneo, por cierto, no se trata de defender o explicar el fundamentalismo, pero su raíz es indiscutible: selección e intensificación de lo fundamental, acertado o erróneo. Tampoco las naciones occidentales, que cuentan con un buen número de muertos por la defensa de principios fundamentales que a nadie importan hoy, son ajenas a esa mentalidad, ni siquera limitada diacrónicamente.
En cualquier caso, si se van a establecer unos ámbitos mínimos de trabajo y de intensificación de esfuerzos, escuela, ciencia y tecnología van juntos y van en primer lugar. El complejo programa de la inmigración debe reconocer la realidad de las diferencias en la unidad. El español no tiene el problema de los criollos, especialmente el caboverdeano o el guineano, que tiene el portugués; pero eso no debiera autorizar a escolarizar a los niños que llegan según su edad y no según sus conocimientos, porque los aboca al fracaso escolar. El respeto a la lengua materna del niño es un derecho reconocido por su carta internacional de derechos; pero eso no significa que haya que construir escuelas guetos en las que los niños sean educados en sus lenguas maternas, separados de la población del país de acogida, en el que tienen su futuro.
La dimensión lingüística se alcanza mediante la comunicación de contenidos. Una lengua se define porque expresa contenidos gracias a una conformación, a una estructura, a su sistema. Español y portugués son lenguas puentes entre mundos cuyos contenidos varían, no sólo horizontalmente, también verticalmente, en la sociedad y en la topografía. Esos mundos aportan una riqueza común, que la unidad permite poner a disposición del conjunto. Insistir en los contenidos es insistir en la única fuente posible de riqueza lingüística.
Artículo extraído del nº 51 de la revista en papel Telos