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Un Estado informacional del Bienestar


Por Rafael Cid

El Estado de bienestar y la sociedad de la información. El modelo finlandés

Editorial Alianza Editorial. Manuel Castells / Pekka Himanen.
Madrid, 2002

El libro en cuestión consta de una introducción, siete capítulos y dos conclusiones, todo ello complementado por útiles apéndices estadísticos, que sirven para materializar en cifras la exposición teórica de las 211 páginas de que consta el trabajo, y una lista de figuras, tablas y mapas, igualmente incrustada en el relato académico para su mejor comprensión. Los responsables de la obra son dos acreditados expertos en esta disciplina tan nueva como ya clásica: el sociólogo Castells, cuya trilogía La era de la información se ha convertido en una especie de Biblia sobre la nueva economía, y el filósofo nórdico Himanen, actual director del Centro para la Sociedad de la Información en Berkeley, California.

Inician los autores su narración con una técnica de flash back al revés. O sea, para explicar cómo ha sido posible que un pequeño país como Finlandia se haya convertido en un modelo reforzado de sociedad informacional vitalizando el Estado de Bienestar –cuando el canon ha pretendido establecer incompatibilidades entre ambos– hacen que hablen primero los hechos. Encarado a Silicon Valley y a las naciones emergentes de Asia, este país nórdico posee los mejores indicadores de dinamismo económico y social que homologan los organismos internacionales.

Las estadísticas de 2001 constatan que Finlandia es la geografía líder en desarrollo tecnológico y se encuentra entre las tres primeras del mundo por competitividad, pero al mismo tiempo es la más avanzada del planeta en economía-social a gran distancia respecto a otras abanderadas de la sociedad red. Por ejemplo, tiene los niveles más bajos de injusticia y exclusión social por analfabetismo funcional existentes hoy. Establecidos estos pilares, el texto analiza en qué forma un país relativamente pobre ha podido en apenas cuatro décadas transformar su tejido productivo logrando niveles de excelencia en un mestizaje entre Estado de Bienestar y pujante economía informacional.

Este gran salto hacia adelante, sin embargo, no fue el fruto de un proceso de crecimiento y desarrollo económico-industrial pautado por los esquemas tradicionales. Por el contrario, su especificidad radica precisamente en que se hizo cabalgando sobre un conjunto de nuevos valores, que los autores definen como «la innovación de la innovación», como motor del informacionalismo. Un combinado constituyente formado por el Estado, corporaciones punteras, universidades y hackers fue lo que permitió cambiar la fisonomía de Finlandia hasta afianzarla, según datos del Foro Económico Mundial para los años 2002 y 2003, como la economía más competitiva del mundo.

El detonante de la revolución «hacker»

El libro destaca –por su originalidad y capacidad de arrastre sobre los demás factores de producción– “la ética hacker”, el auténtico vector de la cultura de la innovación. El denodado impulso creativo y el hábito del trabajo en red serían los dos atributos que explicarían el rentable éxito de la transgresora iniciativa finlandesa.

La cantera hacker, que tanta influencia cuantitativa y cualitativa habría de tener en el “milagro finlandés”, fue posible porque previamente se dio la feliz conjunción de unas instituciones que apostaron por el camino adecuado en el momento preciso, arriesgándose fuera del circuito cerrado de las economías convencionales más rentables del momento. Y aquí, de nuevo, Finlandia representa un modelo a contracorriente: fundamentalmente fue el capital público el que hizo posible la mutación al invertir en dotaciones para el sistema universitario.

Así, de una situación con serias limitaciones en la década de 1960 y sólo dos ciudades dotadas de universidades completas, se pasó, diez años más tarde, a 20 centros públicos gratuitos y de alta calidad en diez ciudades. Una eficaz política financiera de concentración de recursos para investigación y desarrollo y la descentralización de los nuevos centros de enseñanza superior lograron sentar las bases para el despegue y fagocitar los semilleros de lumbreras para consolidar la posterior transformación.

El libro reconoce no obstante que, dentro de sus limitaciones, Finlandia contaba a su favor con una ventaja comparativa que explicaría, en parte, la asombrosa fecundidad de su economía informacional. La raíz de esta baza es de índole política y combina las necesidades nacionales con una subrogación al capital privado en el control de las telecomunicaciones. Ya en 1877, un año después de su invento por Bell, Finlandia estableció su primera línea telefónica y en 1886 abrió el sector a operadores privados para zafarse de las garras de Rusia, de la que fue provincia autónoma hasta 1917. Este sería el activo principal que daría a aquel país un conocimiento estratégico en dicha área de conocimiento, posibilitando que antes de la II Guerra Mundial compitieran en su suelo 815 compañías telefónicas.

Pero la verdadera dimensión de esa realidad tecnológica, histórica y sentimentalmente ligada a la experiencia vital del pueblo finlandés, no eclosionaría –según el texto– hasta la introducción de los teléfonos móviles e Internet. La economía nacional tuvo entonces en sus cinco millones de habitantes –ciudadanos e investigadores salidos de las universidades públicas incorporados a empresas punteras como Nokia– un auténtico hormiguero de emprendedores que parece justificar su escalada al podium del sector informacional mundial.

Los talentos y la masa crítica surgidos de las universidades de Finlandia no sólo fueron pioneros de Internet. Su principal aportación a la red de redes, la clave de bóveda que distingue aquella innovación informacional de la que tuvo lugar en otros países, es su dimensión solidaria e incluso antilucrativa. La verdadera impronta de la cultura hacker radica en haber contribuido a transformar la Red en un entorno social, democratizando y compartiendo conocimientos y valores. Gentes como Johan Helsingius, creador del primer repetidor de correo electrónico funcional; Tatu Clonen, que a sus 27 años de edad creó el programa de seguridad SSH, que encripta las conexiones de la Red; Jarkko Oikarinen, inventor del chat en tiempo real, y Linus Torvalds, el genio que alumbró el sistema operativo de código abierto Linux son los jalones de esa revolución hecha, en muchas ocasiones, “totalmente al margen de las empresas y del sector público”.

Un Estado de Bienestar rejuvenecido

Desde esta perspectiva, el “modelo finlandés” incorpora también una lectura política, ya que formula un tipo de “sobrecarga positiva” al ritmo de cambio al integrar matices éticos, limitar la soberanía excluyente de los gurús tecnocráticos y evitar dualizar el poder de la sociedad.

El modus operandi, a decir de los autores de esta obra, ha roto una tendencia a punto de cristalizar que venía a establecer una suerte de lógica necrófaga, que el nominalismo a su servicio llama “ajuste”, entre la expansión del progreso material cimentado en las nuevas tecnologías y el declinar inevitable del Estado de Bienestar tradicional, cuya misión histórica fue moderar las desigualdades. Como si la prosperidad prometida exigiera cercenar la prosperidad vivida.

La idea de que el Estado informacional del Bienestar es posible, porque gracias a su creciente productividad –que impelen la innovación y el desarrollo permanentes– los impuestos crecen más deprisa que los costes del Estado, ha tenido en el país nórdico efectos estimulantes incluso sobre áreas del sistema productivo consideradas como rémoras. Por ejemplo, la idea de que el trabajo en la sociedad red es incompatible con la sindicación. La experiencia de Finlandia cuestiona también esa especie de pre-prejuicio.

Para terminar, Castells e Himanen problematizan otro de los mitos sobre la nueva economía, confrontándolo con la experiencia finlandesa. Nos referimos a esa línea de fuerza que parece exigir una nivelación identitaria global para allanar el camino a la sociedad informacional. Una acreditada presunción que, debido a la unilateral diligencia de políticas gubernamentales ad hoc, está originando movimientos de resistencia en colectivos que se sienten amenazados por el cambio en muchas de las llamadas áreas emergentes.

Como si la transformación que ha rejuvenecido la faz de Finlandia se hubiera llevado a cabo respetando su ecosistema espiritual, el libro hace notar que el cambio ha seguido una pauta de desarrollo integrador, sin grandes solapamientos traumáticos. Un modelo, en fin, que podría incluso calificarse de endogámico en lo estrictamente cultural e identitario. Y, como ejemplo, constatan que: “los medios de comunicación y la literatura en finés se desarrollan en gran medida como un proyecto nacionalista guiado por el principio un idioma una nación. El poema épico nacional, el Kalevala se publicó a mediados del siglo XIX sobre la base de una larga tradición oral, pero fue deliberadamente manipulado para construir una historia finlandesa mítica”. Mientras, por otro lado: “el Parlamento finlandés es el único del mundo que tiene una Comisión para el Futuro formalmente constituida”.

Artículo extraído del nº 62 de la revista en papel Telos

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