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Libertad de expresión en África


Por Mohamed Abdelkefi

Como es obvio, hablar de la libertad de expresión en África en un cuarto de hora sería como recoger el agua del mar en un tamiz. Y resumir el hecho en algunas frases sería faltar a la verdad. Son muchos los países de los cuales hay que hablar y son distintos y diferentes en casi todo: situación, cultura, religión, idioma y hasta color de piel o país ex colonizador. Pero tienen algo en común, y es que todos han sido colonizados y la gran mayoría adquirió la «supuesta» independencia en la misma época, esto es, en la década que va de mediados de los 50 hasta avanzados los 60.

Otro punto que une a los países africanos después de su independencia es el tipo de régimen, que era o dictatorial o presidencial con el sistema de partido único. Muchos también han visto obstaculizados sus primeros pasos en la independencia por razones internas y externas, con intervenciones militares y luchas fratricidas, como es el caso del Congo ex belga, que después de sacrificar a su líder y primer gobernante, Patrice Lumumba, y después de que el provocador de aquel acto conociera la misma suerte, me refiero a Maurice Tchombe, el país fue sumergido en una dictadura bajo la bota del autonombrado general Mobutu.

Difícil libertad bajo dictaduras

Peor situación le tocó a Uganda con el dictador antropófago Idi Amin, que murió hace sólo tres meses.

Sudán, que se pensaba que iba a ser unido a Egipto, se independizó para conocer la misma suerte que sus hermanos africanos, esto es, golpes militares y dictaduras –con una guerra civil en el sur del país que sigue viva– y bajo tales regímenes y situaciones poco se puede pensar, y menos reclamar la libertad de expresión.

Estos son sólo ejemplos para dar una idea, muy general y muy simplista –el espacio obliga–, de cómo era la situación política en la mayoría de los países africanos en el amanecer de su independencia, para hacerse una idea sobre la inexistencia de la libertad de expresión y la imposibilidad de reclamarla bajo unos despotismos, unas dictaduras o unas repúblicas presidenciales con el régimen de partido único que convierte la situación en dictatorial o parecida.

Después de esta pincelada, global y generalizadora sobre África en su totalidad, me permito concentrarme más en los países del Norte de África, o sea, el África blanca, cuyos componentes son actualmente países árabes, en su mayoría musulmanes y repúblicas, a excepción de Marruecos donde sigue la monarquía Alauita.

En Egipto el rey Faruk fue derrocado en 1952. En Túnez el Bey conoció la misma suerte en 1957, un año apenas después de la proclamación de la independencia, y en Libia se alejó al rey Idris Assanussi y se proclamó la república a finales de 1969. De todos estos países, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto, este último es el que conoció muy pronto una cierta libertad de expresión, castigada a veces, pero existía hasta el derrocamiento de la monarquía cuando todo cayó en las manos de los nuevos gobernantes y hasta avanzados los años 70 no se podía respirar más que con «los pulmones» del gobierno y de sus dirigentes.

El país es de una gran tradición periodística y editorial y esto hizo que, con altos y bajos, vaivenes de las libertades, se pudo siempre, y bajo varias formas, gozar de una cierta libertad de expresión, sobre todo por parte de los intelectuales a través de la prensa y también los libros; en cuanto al pueblo llano, éste encontraba y encuentra su escapatoria en los chistes, críticos y mordaces, que a veces obligaron a las autoridades a perseguirlos por una policía especial.

Libertades muy matizadas

¿Cómo están las cosas actualmente? A juzgar por el número y la variedad de las publicaciones periodísticas y editoriales, se llega a creer que la libertad de expresión es total. Pero la realidad no es así. Menos de un año atrás un gran pensador fue condenado y encarcelado, nada menos que por sus ideas. La misma suerte conocieron algunos periodistas, lo que causa una fuerte tormenta de protestas exigiendo su liberación.

Así pues, la situación está lejos de ser perfecta, según mi modesta manera de entender la libertad de expresión; son necesarias mejoras por las cuales no dejan de luchar los intelectuales; y todo hace pensar que vencerán aunque sea a largo plazo.

En Libia las cosas son diferentes. Hasta el golpe que trajo a Muammar el Gadafi al poder en septiembre de 1969, la monarquía del rey Idris Essanussi aceptaba una cierta libertad de expresión, modesta y limitada, yo diría por respeto y tradición, que sin duda convenía a la situación y el estado de un país que se independizó en 1952 de la dura colonización italiana, seguida por la ocupación del ejército inglés –y también del francés en el sur del país– cuando no tenía más que un puñado de universitarios y unos pocos diplomados de colegios italianos y medersas locales o del Azhar de Egipto.

En aquella época había periódicos del Estado e independientes que no se sometían más que a la censura de la lógica, del entendimiento y la comprensión del momento y de la situación. Esto hace que algunos temas o personajes fueran intocables.

Cuando sobrevino el golpe, cuyos autores prefieren llamar revolución, en menos de un año se cerraron todas las publicaciones dejando un vacío total durante un cierto tiempo, para rellenarlo después con hojas o publicaciones oficiales que hasta este momento son los únicos medios de expresión –más bien del Estado que del ciudadano– que después de años de miedo y terror –entiéndase rapiñas, encarcelamientos, torturas, ejecuciones arbitrarias, etc.– respira un periodo de una relativa tranquilidad que se espera por lo menos llevará a una apertura y a un inicio de libertad.

Se dice que Túnez es el más occidental de los países árabes; la denominación no me gusta mucho y preferiría decir que está más evolucionado o más emancipado que otros de sus hermanos. Túnez estuvo siempre política y culturalmente a la vanguardia y el modernismo. Muy pronto conoció la imprenta y la prensa, dos medios necesarios para la libertad de expresión. Túnez accedió a la independencia en 1956, derrocó la monarquía y cayó bajo una república presidencial con poder personal y sistema de partido único que le costó años sangrientos de total arbitrariedad. Fueron años durísimos de falta de todas las libertades, de seguridad personal y de estabilidad económica. Poco a poco la situación evolucionó, la presión se aflojó y la expresión que estaba en el exilio o en la clandestinidad emergió tímidamente recobrando poco a poco sus derechos y su libertad.

En noviembre de 1987 hubo un cambio en la cúpula del Estado. Túnez va a conocer una transición que le llevó al pluralismo –controlado si se puede decir–, a más libertades dentro de un Estado que se quiere de derecho. La situación, en el campo de las libertades en general y la libertad de expresión en particular, está lejos de ser ideal; muchos temas y asuntos siguen siendo tabúes; la autocensura se impone; pero la situación está en mejora continua.

Argelia pasó por las mismas etapas de golpes, poder personal, representación trucada para la galería y partido único. Luego llegó la apertura –de la ventana, no de la puerta– y se introdujo el parlamentarismo, el pluralismo político y periodístico, pero todo bajo la mirada vigilante del poder militar que se hizo siempre presente sin dejarse ver.

Actualmente, a juzgar por el número de asociaciones políticas y sociales, por la cantidad y variedad de publicaciones, por sus orientaciones, pertenencias y lenguajes, se puede decir con certeza que en Argelia hay libertad de expresión, pero con riesgos y peligros de toda índole que no excluyen la muerte.

Lejos del ideal mínimo

Marruecos, monarquía parlamentaria con poder casi absoluto del monarca, puede pretender que es el único país de su entorno que, desde la adquisición de su independencia, aplicó el parlamentarismo y el pluralismo político y cultural pero, según sus detractores, vacíos de sus contenidos. Aun así, hay un espacio, limitado a veces, para que las opiniones circulen, se confronten, y también se castiguen cuando tocan asuntos que las autoridades consideran intocables. El ejemplo del periodista Alí Mrabet está muy cerca para recordarnos lo difícil y peligroso que es pasar de ciertos límites.

Para no extenderme más de lo permitido, digo resumiendo que la libertad de expresión está lejos del mínimo ideal en todos los países africanos. En todos ellos encontramos un denominador común –en lo que se refiere a la libertad de expresión– cuyos componentes son: el Dogma o temas tabúes como referirse al jefe del Estado y a sus ayudantes con otra cosa que la alabanza, el cuidado cuando se trata de religión, evitar las críticas de las «obras» de los gobernantes, aplicar una autocensura para no quedar al margen de la generosidad en materia publicitaria y también no exponerse a lo peor.

Aquí uno se pregunta: ¿cómo se valora la libertad de expresión? Y la respuesta sería: Según el cristal el con que se mira.

Para terminar doy una traducción, quizá arbitraria, de un poema árabe en el que el poeta se dirige a los mandamases y dice:

¡Corten las manos! ¿Acaso cortarlas impedirá a las lenguas regañar y reprender?

¡Corten las lenguas! ¿Acaso cortarlas impedirá a los ojos mirar de reojo y alancear?

Saquen los ojos! ¿Acaso sacándolos impedirá a las respiraciones suspirar profundamente?

¡Apaguen estas respiraciones! Esto es todo lo que podréis hacer con nosotros y os lo agradeceremos.

Artículo extraído del nº 58 de la revista en papel Telos

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