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Puertas comunicantes


Por Raúl Rodríguez Ferrándiz

Editorial Salamanca. Gonzalo Abril. Presunciones II. Ensayos sobre comunicación y cultura
Junta de Castilla y León, 2003

Presunción –como presumir– es de esas palabras con dos sentidos casi contradictorios, sobre un rasgo común de «tomar de antemano» o «anticiparse». Por un lado remiten a la prudencia y a la reserva («presumo que» frente a «sé»: lo presunto), por otro a la exhibición y al exceso («presumo de» frente a «soy»: el presuntuoso). Pues bien, las presunciones de Gonzalo Abril son evidentemente del primer tipo, y me parece que el título resume muy bien la actitud del autor ante los temas que aborda: casi cada uno de los artículos misceláneos que componen esta compilación insinúa en algún momento una reticencia sobre el propio discurso, una atenuación de su alcance, de las certezas que lo inspiraron, de las tipologías o taxonomías que aventura (las diferencias entre el secreto, el misterio y el mensaje, entre la prefianza y la desconfianza, entre metáfora lexicalizada y poética, entre la abominación y la tentación de un «purismo» un tanto sacerdotal, etc.). Y ciertamente esta modestia es innecesaria: el tejido de Abril es solidísimo porque su trama y su urdimbre están compuestas de palabras dichas con propiedad. No la propiedad del propietario, sino del poseído: precisamente del que se sabe hablado por la lengua más que dueño o usuario de ésta.

El pequeño exordio etimológico con que han comenzado estas líneas encuentra quizá justificación en la propia escritura de Gonzalo Abril, que paladea las palabras alcanzando a distinguir su gusto y su retrogusto, como dirían los enólogos, y nos mueve a la apetencia por ellas. Con ello se emparenta con esos otros degustadores de la lengua que fueron o son por estos pagos Jesús Ibáñez, Agustín García Calvo, Carlos Castilla del Pino, Rafael Sánchez Ferlosio, Emilio Lledó y otros –no muchos– que en el ensayo despliegan plenamente las alas de su saber (conocimiento y cocina) verbal.

El libro se compone de diez artículos, de los cuales uno sólo inédito, que ha ido dando a la imprenta el autor entre 1988, fecha de sus primeras Presunciones (también editadas por la Junta de Castilla y León), y 2000 en publicaciones diversas: La Balsa de la Medusa, Revista de Occidente, capítulos en libros colectivos, etc. El orden en que aparecen no es cronológico, sino por afinidad temática. La antropología de la comunicación ocupa los dos primeros (las puertas como metáforas de la comunicación; la sospecha –cognitiva y sobre todo afectiva– en el marco de las relaciones sociales); una cala en la metáfora, de gran perspicacia, da paso a dos trabajos sobre comunicación de masas (la publicidad como forma psicagógica moderna de la imaginería, el alegorismo y la espectacularidad barrocas, la tertulia rosa como subgénero televisivo antonomásico de la neotelevisión).

Los ensayos del sexto al octavo versan sobre música, tanto culta (en lo que de actividad dialógica tiene su escucha, a medias contractual y pasional) como popular (el jazz como ambiente musical fagocitado por la moda, la música new wave y las «músicas del mundo» como expresión tardomoderna de una nostalgia de tiempos y de espacios perdidos, respectivamente). Los dos ensayos finales establecen una cierta simetría con el inicial, cierran el círculo, al enmarcar las reflexiones antropológicas y semióticas sobre las nuevas territorialidades y tiempos que veíamos en el primero –«Puertas»– en el ámbito de las nuevas tecnologías de la comunicación y el conocimiento (NTC). En el penúltimo se auspicia una forma de «territorialidad desarraigada», propia del impacto de estas NTC, que supera en cierto modo el reduccionismo de oponer la globalización a la identidad, como si lo global no fuera ya para una clase media internacional una forma de identidad entre otras, o como si las identidades territoriales a la antigua no estuvieran experimentando un proceso de centrifugado global (desde China en El Corte Inglés a los restaurantes japoneses o criollos o vietnamitas, desde la moda inspirada en la burka a la música del África negra o el baile de Farruquito). El último es una meditación sobre la técnica, devenida tecnología, y una apelación a la superación de los dualismos esclerotizados que la oponen bien a la naturaleza, bien a las «humanidades»: más puertas que es necesario abrir para orear reductos, sobre todo académicos, muy vetustos.

El libro de Abril se sitúa decididamente en el orden transliminar, transterritorial, transdisciplinar que él mismo describe en su primer y sugerente ensayo, «Puertas». Estas puertas, junto a aquellas figuras que las rodean o atraviesan (el aportillado, el liminar, el portador, que son los titulares del secreto, del misterio, del mensaje, respectivamente) se constituyen en metáforas poderosas y oportunas del papel de la comunicación y la cultura, como valieron también las de los pasajes (Baudelaire-Benjamin) o las del panóptico (Bentham-Foucault) o las de las autopistas (Clinton-Gore), salvando las distancias.

Sólo nos caben dos objeciones, y una de ellas sin duda menor: una reiteración, un eco textual que suponemos involuntario, efecto de la dispersión original de los textos y no puesta en práctica de la voracidad citacional, intertextual, de la producción cultural actual (págs. 174-175 y 193-194). La otra atañe a un mal disimulado a veces pesimismo, en la nostalgia, por ejemplo, de un jazz «aurático» y para iniciados, en las trampas de un multiculturalismo fast food (el folk ‘n’ fabes a lo Hevia, demoledor), en la feminidad estereotipada que cultiva la neotelevisión: leemos aquí un cierto elitismo, una sombra apocalíptica que entorna la apertura transcodificadora, que vuelve monofónica la polifonía y esa negociación del sentido que son la clave de lectura en otros momentos.

En perpetuo tránsito a través de las puertas que comunican la semiótica con la estética, la retórica, la hermenéutica y la comunicación y cultura de masas, Presunciones II es un libro estimulante y por momentos arrebatador, erudito sin abrumar, un verdadero festín intelectual.

Artículo extraído del nº 58 de la revista en papel Telos

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Raúl Rodríguez Ferrándiz