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Una historia del registro musical


Por Cristina Zúñiga Ortiz

Un día de otoño de 1877, Edison quiso probar el aparato en el que había estado trabajando los últimos meses. Una vez el prototipo estuvo listo, recitó al fonógrafo los versos de la canción popular María tenía un corderito, accionó el reproductor y su voz emanó clara y serena de la pequeña bocina. Edison y su equipo quedaron desconcertados, no sin motivo. Una nueva era sonora acababa de comenzar. Una transformación de la experiencia musical sin precedentes, que afectaría no solo a la manera en que se escuchaba la música, sino también a cómo se creaba, a cómo se interpretaba y a cómo se compartía.

Hoy pudiera parecer algo trivial, pero en el instante en que fue posible escuchar música en cualquier lugar y a cualquier hora, todo cambió para siempre. No es de extrañar que un hombre de la talla de Thomas Alva Edison sintiera tal turbación al escucharse. Era algo nuevo, un terreno desconocido que trastocaba costumbres seculares. El hecho musical dejó de ser uno e irrepetible, y asimilarlo llevaba su tiempo.

Los inicios de la música grabada

En efecto, en sus inicios, la música grabada contó con acérrimos defensores y también con fervorosos detractores, tanto entre la concurrencia como entre los propios músicos e intérpretes. Para cierto público, acostumbrado a ver a los músicos en directo, a apreciar los matices expresivos con que estos enfatizaban ciertas partes de sus interpretaciones, colocarse frente a una máquina parlante era una experiencia muy incómoda, desasosegante.
Algunos músicos necesitaban tener público delante y otros consideraban una ventaja no tenerlo: al no haberlo, las distracciones y los ruidos, los estornudos, gritos o envoltorios que chirrían desaparecían, permitiendo al músico concentrarse únicamente en hacer y tocar música.

Los cantantes se enfrentaban con escepticismo al nuevo medio, pues es sabida la ligera inquietud que sentimos cuando escuchamos nuestra voz a través de un dispositivo. Cuando se oían por primera vez, muchos artistas abominaban de su voz; otros detectaban giros, detalles expresivos producto de su estilo que en directo pasaban desapercibidos, obsesionándose por encontrar la manera en que creían que debían sonar.

Al poder ser registrada y luego reproducida, la música quedaba así desligada de sus espacios, de sus tiempos y de sus rituales tradicionales, algo revolucionario en aquel momento.

Hubo quienes consideraron que la grabación acabaría con la música en directo, con la música tocada en familia, con las canciones populares, con la música que se enseña en las escuelas… Sin embargo, la Historia ha demostrado que ambas experiencias convivieron desde el principio y lo siguen haciendo a la perfección, y que son muchas las ventajas de la música grabada. No solo acercó géneros separados por miles de kilómetros y favoreció la creación de otros, como el blues o el hip hop; también hizo que la gente escuchara más música por este medio de lo que lo hubiera hecho en su vida asistiendo a conciertos.

Momentos para el recuerdo

1, 2, 3… ¡Grabando! Una historia del registro musical ha tratado del encuentro feliz de la música con la tecnología a mediados del siglo XIX, de los grandes avances técnicos en el registro y reproducción musical que se han sucedido desde entonces y de cómo estos cambiaron la manera de crear, de escuchar, de sentir y de compartir la música.

Una historia de hombres visionarios, de pruebas y errores, de colaboraciones fundamentales y disputas en los tribunales, de éxito y declive. Una historia, en suma, que nos habla de la curiosidad humana y su pertinaz búsqueda del modo de poder capturar las hermosas melodías de un arte cuyo disfrute era, en esencia, efímero.

La exposición se ha organizado en torno a tres grandes áreas, atendiendo a la evolución cronológica de los dispositivos y los soportes. De tal modo, el primer ámbito, Orígenes, abarcaría los años comprendidos entre 1857 y las primeras décadas del siglo XX; a continuación, Revolución sonora, de la década de 1930 hasta finales de los setenta, y, por último, Suena en digital, de 1982 hasta nuestros días. Un viaje apasionante que se inicia en los albores del registro sonoro con piezas como el fonoautógrafo de Scott de Martinville o el fonógrafo de Thomas A. Edison, camina en paralelo a hitos tan paradigmáticos como el magnetófono, la casete o el disco compacto, y culmina en los más recientes dispositivos digitales.

Además, ha ofrecido una breve mirada a los inicios del cine sonoro y a aquellos progresos técnicos que hicieron posible el paso de la música en directo al registro en el celuloide de la pista sonora.

Ha sido una excelente ocasión para compartir los recuerdos que vienen a la mente ante una pieza o una canción determinada, para contemplar con asombro los artefactos en los que se escuchaba música tiempo atrás o para disfrutar mientras creamos y producimos nuestra propia música con aplicaciones digitales. En suma, para asomarnos a ese mundo fascinante y complejo que se esconde tras los grandes artistas, tras las canciones que una vez hicimos nuestras para siempre.

En definitiva, la exposición 1, 2, 3… ¡Grabando! ha pretendido ser un lugar de encuentro e intercambio, de aprendizaje y disfrute, donde un visitante pudiera explicarle al amigo que le acompaña una de las funciones más originales del boli Bic delante de una casete o un padre rememore ante su hija lo que sintió al escuchar el primer vinilo que compró cuando tenía su edad.

Y todo mientras sonaba la música.

Artículo extraído del nº 107 de la revista en papel Telos

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Cristina Zúñiga Ortiz

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