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Educación superior y nuevas tecnologías


Por Montse Bonet Bagant

Competencias docentes del profesorado universitario. Calidad y desarrollo profesional. La enseñanza universitaria. El escenario y sus protagonistas

Editorial Fundación UOC. Rhonda M. Epper y A. W. (Tony) Bates. Enseñar al profesorado cómo utilizar la tecnología. Buenas prácticas de instituciones líderes
Barcelona, 2004

La Universidad no suele ser objeto de estudio y la docencia que en ella se imparte todavía menos, a excepción de obras de gran interés como por ejemplo las del catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, Miguel A. Zabalza, . En los últimos años, esta institución, que acostumbra a preferir que se la conozca por su actividad investigadora, se ha visto obligada a revisar sus principios educativos y metodología docente. No se sabe muy bien si por efecto del “espíritu de Bolonia” o por el nuevo papel que la educación tiene encomendado en la sociedad del conocimiento; lo cierto es que la enseñanza universitaria lleva cierto tiempo removiendo sus cimientos, con mayor o menor calado, según la institución, sus aspiraciones y su capacidad de análisis del nuevo entorno competitivo. Además, hace ya algún tiempo que los profesores han dejado de ser el centro, la única fuente de información y saber, el único referente para los discentes. Su “verdad” es una más y su objetivo deja de ser exclusivamente el de mero transmisor.

Para corresponder con acierto a las exigencias de la Sociedad de la Información y su sistema productivo y gestor de conocimiento, las renovadas metodologías docentes universitarias deberían incorporar tecnología a sus clases, al proceso de enseñanza y aprendizaje en general. La velocidad de los cambios y el ritmo de aceleración permiten una sobreabundancia de datos que necesita ser gestionada adecuadamente; una vez superados los ejes tiempo y espacio, la nueva sociedad que va forjándose a golpe de bits demanda nuevas habilidades más acordes con su generosa oferta informativa, y dichas habilidades deben enseñarse y fomentarse. Aquí es donde tiene su razón de ser el libro Enseñar al profesorado cómo utilizar la tecnología. Buenas prácticas de instituciones líderes, editado por Rhonda M. Epper y A.W. (Tony) Bates.

La bibliografía generada en torno al papel de las tecnologías en la educación es más fructífera y tiene más larga tradición en la enseñanza primaria y secundaria que en la universitaria, craso error subsanado en los últimos tiempos gracias a publicaciones como la que aquí nos presenta la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Se trata de una obra coral (aunque no conste que Epper y Bates sean sus editores) planteada en su estilo y orden al uso de un artículo de investigación: introducción, metodología, estudio de casos y capítulo final a modo de resumen y conclusión. Y aunque el interés del libro es innegable, debemos advertir, sin embargo, que para el lector español algunos (quizás muchos) de los planteamientos, casos y métodos pudieran parecer bastante inalcanzables, cuando menos a corto plazo.

Análisis de casos

La investigación toma como base el estudio de casos de lo que los autores llaman instituciones de “buenas prácticas”, lista de universidades e instituciones meticulosamente elegidas tras un proceso laborioso y que se distinguen no necesariamente en todos sus aspectos sino por el proceso de formación instructiva de su profesorado en el uso y aplicación directa de las tecnologías en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Los casos expuestos en el libro son los de la University of Central Florida (Orlando), el Collège Boréal (Sudbury, Ontario, Canadá), el Virginia Tech (Blacksburg), el Bellevue Community College (Bellevue) y el Center for Distributed Learning de la California State University (Sonoma). Los investigadores seleccionaron, además, dos instituciones no universitarias, Arthur Andersen Performance and Learning (St. Charles) y el U.S. Air Force Air Command and Staff College (Montgomery).

Enseñar al profesorado cómo utilizar la tecnología presenta unos casos tan ideales y con tal grado de perfeccionamiento e interés que resulta obvio el nivel de frustración que desde la universidad española pueda sentirse tras su lectura. Así, por citar sólo algunos ejemplos, se exponen métodos como la creación de comunidades de aprendizaje entre el profesorado; unidades o departamentos creados exclusivamente para dar apoyo a los profesores (centros de formación y recursos on line; servicios informáticos, recursos instruccionales, laboratorios u oficinas de tecnología educativa…) hasta llegar al curioso caso de creación de “La Cuisine”, del Collège Boréal, centro en el que el profesorado puede reunirse para discutir y compartir técnicas y métodos de enseñanza y aprendizaje con tecnologías incorporadas al proceso. Cierto es que los cinco capítulos que exponen otros tantos casos incluyen, de una forma u otra, en las conclusiones algunos apuntes autocríticos sobre “lecciones aprendidas”, pero aun así se respira optimismo y cierta dosis de liderazgo de estas instituciones que, con razón, pueden ostentar el título de modelos de “buenas prácticas”, en cuanto a formación del profesorado.

Sin embargo, el libro también presenta algunos elementos cuya existencia aquí en España no sólo resulta extraña, sino también rechazada. El sistema norteamericano (y canadiense) universitario no le hace ascos a la mercadotecnia, la competencia o incluso el benchmarking, técnica a la que el libro dedica todo un capítulo, firmado por Marisa Martin Brown y Ron Webb (ambos del American Productivity & Quality Center). En él se explica qué es y qué no es el benchmarking, en qué partes se descompone como proceso y de qué forma se aplicó para elegir las instituciones de buenas prácticas estudiadas. Nada que ver con la visión tradicional que entiende la Universidad como una institución que debe mantenerse alejada de cualquier “contaminación empresarial”.

Tecnologías y cambios humanos

El capítulo de Epper («La torre de marfil de la nueva economía») es una suerte de estado de la cuestión, una contextualización necesaria para conocer mínimamente el porqué de la necesidad de invertir en formación del profesorado. Epper subraya los nuevos factores sociales, económicos y competitivos que empujan al profesorado a buscar formas más flexibles de enseñanza y aprendizaje, aprovechando el potencial tecnológico para conseguir que juegue a su favor, así como los premios e incentivos que este colectivo puede recibir.

Tony Bates cierra la obra («Más allá del teclado. Usar la tecnología para mejorar el aprendizaje») retomando lo más destacable expuesto a lo largo de 170 páginas. Se trata, pues, de un capítulo redundante, en el que Bates aporta su experiencia e interpretación sobre la investigación desarrollada, pero, por supuesto, no con la extensión, el detalle ni en la línea de su anterior obra más conocida y de mayor repercusión, Cómo gestionar el cambio tecnológico: estrategias para los responsables de centros universitarios, en el cual planteaba el fenómeno desde una perspectiva más genérica, pero no menos interesante.

Entre las conclusiones más relevantes derivadas del estudio de dichas instituciones, cabe destacar su concienciación de que son la enseñanza y el aprendizaje los que deben impulsar la tecnología y no al revés; la necesidad de considerar el contexto global de una institución para entender mejor la existencia o ausencia de programas de formación del profesorado; la potenciación de la creación de equipos multidisciplinares como mejor forma de trabajo y formación o la importancia crucial del apoyo institucional al más alto nivel.

En definitiva y tal y como Bates cierra la obra, el espíritu de ésta se condensa en la siguiente frase: «Llevar a una institución al uso apropiado de las tecnologías del aprendizaje está más relacionado con los cambios humanos que con las decisiones técnicas y por eso requiere paciencia y una estrategia a largo plazo».

Artículo extraído del nº 68 de la revista en papel Telos

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