El azar ha querido que el relanzamiento de la Televisión Digital Terrestre (TDT) coincida en el tiempo con la reanimación de la televisión pública española. Ambas habían llegado a un estado comatoso. Las dos necesitan cuidados intensivos, o sea decisiones políticas e industriales que creen las condiciones para un relanzamiento eficiente.
La TDT en España fue víctima de un alumbramiento precipitado, que si bien nos puso en la lista de los primeros en Europa en abrazar tal tecnología, nos colocó también de los primeros en la lista de los damnificados por una planificación irrealista. La apuesta por licenciar una concesión esencialmente de acceso condicional no supo ver que la demanda multicanal de pago estaba más que servida por las ofertas vía satélite y vía cable y que una nueva oferta de más de lo mismo no podía ser un factor de arrastre para que el público adoptara la nueva tecnología. El resultado no se hizo esperar, y el concesionario, que explotaba la marca Quiero TV, quebró y devolvió la concesión. Este fracaso dejaba herida de muerte la estrategia de lanzamiento de la TDT en España y lo que es peor, sin cartuchos en la recamara.
El otro polo del lanzamiento de la TDT es, debe ser, la migración de los canales analógicos a los digitales. Las condiciones técnicas que les impusieron a los operadores públicos y privados para iniciar sus primeros pasos en la digitalización eran todo menos estimulantes. Apelotonados en un canal múltiple, apenas si tenían espacio para pasar en simulcast su señal televisiva. Por supuesto no quedaba espacio para el canal de datos y la experimentación con los servicios interactivos, el auténtico valor añadido de la TDT. La concesión de dos nuevos canales generalistas de ámbito estatal en abierto tampoco funcionó como estímulo a la adopción de la televisión digital por el público.
El panorama resultante era de encefalograma plano. La gran apuesta multicanal, muerta. La experimentación de los operadores analógicos, impedida. La actividad de los dos nuevos operadores generalistas de TDT, congelada. La industria de electrónica de consumo, a la espera. El público, ausente. Los responsables políticos, distraídos.
La televisión pública no había llegado a esas alturas con mejores síntomas de salud. Un endeudamiento desquiciado, una falta de independencia ofensiva, la había convertido en un juguete roto y la dejaba en las peores condiciones de su historia, desahuciada y lista para el desguace.
El gobierno socialista tomó la decisión de abordar con valentía los dos problemas. La resolución de ambos resulta crucial para el futuro del audiovisual español y ya tienen su calendario.
De momento se ha oficiado el relanzamiento de la TDT, se ha desechado el acceso condicional como motor y se han dado condiciones técnicas a los operadores para que se involucren decididamente en la migración. Total veinte programas de ámbito estatal. Luego vendrán más. Por cadenas no será. Pero en la virtud está el defecto. El menú se compone o de reciclaje o de excedentes o de almacén. Y es que la capacidad de producción no progresa a la misma velocidad que la capacidad de transmisión. Los servicios interactivos, lo realmente nuevo de la TDT, siguen minusvalorados y el espacio que deberían ocupar ellos está transitado por más de lo mismo.
He ahí dos razones más para justificar la necesidad de una radiotelevisión pública fuerte, dinámica, profesionalizada, eficiente, independiente. Hacer de motor de la TDT con una oferta original y con un despliegue de servicios interactivos que la convierta en el motor del I+D audiovisual del país. Pero naturalmente ello requeriría otorgar a TVE al menos dos canales múltiples completos, que le permitan gozar de un ancho de banda suficiente para la implementación de servicios interactivos innovadores, con atractivo suficiente para interesar a amplias capas de la población a los servicios de la Sociedad de la Información. Si se le atribuye, como sería necesario, la función de motor del audiovisual y la digitalización, resulta del todo contradictorio otorgarle sólo cinco programas, en lugar de al menos dos múltiples y la capacidad de gestionar el ancho de banda correspondiente de forma dinámica, para que pueda experimentar con aplicaciones interactivas sofisticadas y puntualmente con la alta definición.
Por su parte, el premio que supone la atribución a los operadores privados de más de un programa, donde antes tenían uno, debe ser acompañado de unas exigencias de utilizarlos para ofertas con contenidos originales, de lo contrario la ecuación multiplicidad=diversidad no se cumplirá como ha quedado sobradamente demostrado en la era analógica.
Además, no hay que perder de vista que la gran razón de ser de la TDT frente a otros soportes digitales (cable y satélite) es su condición de servicio universal y consecuentemente accesible a toda la población. Por ello resulta indispensable requerir a los operadores la puesta en marcha de servicios interactivos asociados a los programas (SIAP) y autónomos de ellos (SIA) que puedan introducir en la Sociedad de la Información a los segmentos de la población que no acceden a la Red, evitando así su caída en la brecha digital. De esta forma, la TDT podrá contribuir activamente a disminuir las desigualdades entre españoles info-ricos e info-pobres y ayudar a recortar las distancias que nos separan de Europa.
En este sentido resulta reprochable la actitud de la industria de electrónica de consumo en esta fase de relanzamiento de la TDT. Está comercializando equipos de recepción que sólo servirán para sintonizar la televisión, pero no tienen capacidad para navegar los servicios interactivos. La disculpa de que los operadores no ofrecen todavía estos servicios no es de recibo. Ellos pueden argüir que no los ofrecen porque no hay receptores preparados para navegarlos. Además, los ofrecerán antes que los set-top-box que ahora se comercializan resulten obsoletos con lo que, además de rozar el fraude al consumidor, estarán retrasando la implantación de la TDT y de la Sociedad de la Información.
Artículo extraído del nº 66 de la revista en papel Telos