El libro es protagonista de una batalla dialéctica en torno a la digitalización de algunas de las mayores bibliotecas del mundo. Así ha empezado a tomar forma la metáfora de la biblioteca infinita, que acogería todo el saber escrito. Pero antes, la idea tendrá que pasar por ritos prosaicos, dictados por el mercado, la tecnología y el discurso político.
Proliferan en los últimos meses iniciativas que prometen digitalizar millones de libros y ponerlos a disposición del público en Internet. La primera de envergadura comercial, en diciembre de 2004, fue originada por Google al anunciar un acuerdo con cinco grandes bibliotecas anglosajonas Harvard, Stanford, Michigan, Oxford y la New York Public Library para digitalizar la parte más valiosa de sus respectivos fondos. Se dijo entonces que el proyecto abarcaría 15 millones de obras unos 4.500 millones de páginas y se desarrollaría durante diez años, a un coste de 200 millones de dólares (165 millones de euros), enteramente financiado por la empresa californiana.
En febrero saltó la polémica. El historiador Jean-Noël Jeanneney, director de la Bibliothèque Nationale de France, publicó en el diario Le Monde un texto que sería la base de un libro de título provocador, Quand Google défie l´Europe, en el que el autor denuncia la iniciativa de Google como un intento de hegemonía estadounidense sobre la información y la cultura. En las semanas siguientes, Jeanneney explicaría que su intención era despertar la conciencia europea sobre el asunto. «No tengo nada contra Google en particular. Simplemente, he señalado que esta empresa comercial es una manifestación del sistema americano, en el que todo está presidido por la ley del mercado. (…) Como en el judo, hemos de sacar ventaja de la fuerza ajena. Es un buen aguijón para que Europa ponga en marcha una reflexión sobre la digitalización de sus libros, que son la expresión de nuestra cultura».
Los directivos de Google hicieron lo posible por rebajar el tono antiamericano de la polémica. Nikesh Arora, vicepresidente para Europa, admitió que tal vez no han sabido comunicar bien sus intenciones: «Nos ha sorprendido la reacción francesa. Estaríamos encantados de trabajar con las bibliotecas europeas; la fuerza de Google reside en que somos un medio mundial a la vez que un medio local».
Ocurre, sin embargo, que la concepción europea de una biblioteca virtual pasa necesariamente por las instituciones públicas. Francia, en particular, ve con malos ojos la aparición de una empresa privada, americana y rentable, en este terreno. Seducido por el potencial político del argumento, Jacques Chirac saltó a la arena para defender la excepción cultural europea contra el dominio de la lengua y la cultura anglosajonas en Internet. Así, la diatriba de Jeanneney adquirió el carácter de una cuestión de Estado.
En un momento político delicado para Francia, y por extensión para la Unión Europea, por la proximidad del referéndum sobre el Tratado Constitucional, Chirac persuadió a los jefes de Gobierno de Alemania, España, Hungría y Polonia para que añadieran su firma al pie de una carta dirigida a la Comisión Europea reclamando un esfuerzo común en este campo.
Inmediatamente, Viviane Reding, Comisaria europea que tiene a su cargo el desarrollo de la Sociedad de la Información, se comprometió a asignar fondos para dos proyectos prioritarios: diseño de un buscador europeo y digitalización de bibliotecas. Puede que sea una coincidencia, pero en las mismas fechas 19 bibliotecas nacionales firmaron un acuerdo en el que llevaban años trabajando, para poner en marcha el consorcio TEL, The European Library (www.theeuropeanlibrary.org), en el que participa la Biblioteca Nacional de España (BNE / www.bne.es).
Cada biblioteca aportará al proyecto los tesoros bibliográficos de su propia cultura, a los que podrá accederse con una interfaz única. Los métodos y la tecnología subyacente han sido desarrollados antes, con el apoyo de fondos europeos de I+D. Según la fórmula adoptada, las 19 bibliotecas a las que podrían unirse otras en los próximos meses actuarán como proveedoras de contenidos, mientras que el consorcio se ocupará de desarrollar y prestar los servicios al público, entre ellos el acceso, que será abierto y gratuito. Lejos de los excesos retóricos, los gestores del proyecto TEL no excluyen la posibilidad de llegar a un acuerdo con Google para la distribución de los contenidos europeos. Pero la concepción de la biblioteca como servicio público aparece, hoy por hoy, como contradictoria con el modelo de negocio que preside la iniciativa de Google.
En este contexto, la BNE se plantea dar un nuevo impulso a sus propios planes de digitalización del fondo bibliográfico. La institución del Paseo de Recoletos lanzará pronto la Biblioteca Virtual Hispánica, una colección digitalizada que empezará por 100 títulos singulares de su acervo histórico, lista que será decidida por un comité de expertos y que, en el curso de 2006, representará la contribución española al proyecto europeo. Según Teresa Malo de Molina, directora técnica de la BNE, el modelo que se piensa seguir está inspirado en la biblioteca virtual francesa Gallica (http://gallica.bnf.fr), esencialmente conservacionista, pero sin perder de vista la vocación didáctica de la British Library (www.bl.uk/onlinegallery).
No son estos, desde luego, los primeros proyectos de biblioteca en Internet, una idea que se originó en Estados Unidos a comienzos de los años 90, generalmente financiado por fundaciones. El primero fue el Proyecto Gutenberg (www.gutenberg.org), que actualmente reúne unos 15.000 libros. Más ambicioso, al menos de nombre, es el Million Book Project (www.library.cmuy.edu), que lleva digitalizados 135.000 volúmenes de la biblioteca de la Universidad Carnegie Mellon. El Massachussets Institute of Technology (MIT) promueve la interesante colección The Internet Classic Archive (www.classics.mit.edu), con transcripciones de clásicos griegos y latinos. En España, la Universidad de Alicante ha desarrollado la Biblioteca Virtual Cervantes (www.cervantesvirtual.com).
La Open Content Alliance (www.opencontentalliance.org) cuenta, entre otros, con dos socios de fuste, Yahoo y Microsoft, precisamente los mayores rivales de Google. El apoyo de estas empresas consistirá en financiar la digitalización de 150.000 obras del dominio público, que luego podrían descargarse a través de sus respectivos portales. Por otra parte, Microsoft ha llegado a un acuerdo estratégico con la British Library para invertir dos millones de euros: en la primera fase, se digitalizarán 10.000 libros del acervo histórico de esta biblioteca.
Todas estas iniciativas tienen como rasgo común la preservación del patrimonio bibliográfico, que constituye la naturaleza del servicio público. La distribución digital se subordina a ese primer objetivo. Es verdad que las bibliotecas y las empresas parten de distintas concepciones del libro, pero todos piensan en el mercado. La realidad es que la puerta universal de acceso a los contenidos en Internet son los buscadores, y sin su mediación, el patrimonio bibliográfico seguiría tan escondido en Internet como lo está en los anaqueles.
El proyecto de Google empezó a tomar forma cuando puso a disposición de los usuarios los primeros 10.000 libros indexados, todos ellos pertenecientes al dominio público (www.print.google.com). La empresa ha dejado claro que su intención es digitalizar incluso las obras sujetas al régimen de copyright (las posteriores a 1923, según la legislación de Estados Unidos), negociando con los editores las condiciones de explotación. Todo lo que el usuario puede ver es la referencia bibliográfica, la portada, el índice, un máximo de tres páginas y las referencias de copyright. Cada libro será digitalizado íntegramente, pero esto no significa que pueda leerse o descargarse en su totalidad. De momento, en Estados Unidos, tanto los grandes grupos editoriales como la organización que representa a los autores rechazan la idea, mientras no se clarifiquen las condiciones económicas.
En este contexto, Google ha considerado oportuno volcarse sobre Europa. Gracias a las negociaciones con editores de ocho países (en España, los grupos Anaya y Planeta), espera contrarrestar los efectos de su propuesta inicial. En Alemania, la reacción ha sido hostil por parte de un centenar de editores. El transcurso de los meses ha permitido a otro adversario, la librería Amazon (www.amazon.com), ha puesto a punto su nuevo servicio Amazon Pages, que desde comienzos de 2006 iniciará experimentos con distintos modelos de negocio. En realidad, desde hace tiempo, esta tienda on line ofrece la posibilidad de catar un par de páginas de los libros de su catálogo; ahora se trata de ir más allá, explorando la posibilidad de aplicar un sistema inspirado en el servicio de descargas musicales iTunes, lo que daría a los editores la posibilidad de rentabilizar las obras agotadas o fuera de catálogo.
La proposición inicial de remunerar a los editores con un porcentaje sobre los ingresos publicitarios que generen los anuncios en las páginas relacionadas con sus libros, no tiene miras de prosperar. Se perfila otro modelo: muchos libros fuera de catálogo no merecen ser reeditados, pero podrían tener demanda esporádica una vez digitalizados. Pensando en ello, Google lo mismo ha hecho Amazon ha adquirido pequeñas empresas especializadas en la impresión bajo demanda. Se puede conjeturar que, cuando un título no esté disponible físicamente, el usuario podrá optar entre descargar una copia a su ordenador o encargar la impresión de un ejemplar; en ambos casos, tendrá que pagar, pero la digitalización masiva hace que el coste resulte marginal. Por uno u otro camino, Internet podría convertirse en un instrumento de revitalización del mercado del libro. Menuda paradoja.
Norberto Gallego
Artículo extraído del nº 66 de la revista en papel Telos