Por César Bolaño
El texto asume que el término Sociedad de la Información encierra una noción ideológica de marcado carácter neoliberal y que la actual informatización a escala mundial es la culminación del proceso de cuantificación de la realidad iniciado hace siglos. Frente a un panorama poco halagüeño (subsunción del trabajo intelectual, precarización laboral, exclusión social, etc.), el autor plantea la necesidad de reivindicar políticas públicas nacionales que privilegien el concepto de servicio público universal evolutivo.
La idea de una Sociedad de la Información, al igual que la sociedad post-industrial en su época, alude a un cambio real del capitalismo, fruto del agotamiento del patrón de desarrollo de la posguerra. En vez de ilustrar un movimiento histórico concreto en transición hacia un nuevo modo de regulación del sistema (o hacia la inexistencia de regulación, como dirían algunos), esas nociones tienen una función esencialmente ideológica. La idea, por ejemplo, de que la introducción de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) debería tener como función aumentar la productividad, no coincide con los hechos. En realidad, la expansión de las TIC, así como la de nuevos métodos de gestión, entre los que cabe destacar la llamada gestión del conocimiento, no hace sino promover una reestructuración de los procesos de trabajo, con pérdida de derechos, mayor precarización, flexibilización y, por encima de todo, exclusión de una amplia mayoría de la población mundial de los frutos de la revolución informativa, caracterizada por la sumisión del trabajo intelectual y por una extensa intelectualización de los procesos de trabajo y de consumo, en una situación en la que la rentabilidad del capital no tiene relación con las eventuales ganancias de productividad, sino con movimientos especulativos, como los que explican la explosión de las bolsas promovida por las empresas de tecnología, estancadas en los inicios del siglo XXI. En esas condiciones, las políticas nacionales volcadas hacia la integración digital viven la paradoja de tener que buscar un alineamiento con el proyecto hegemónico estadounidense de desarrollo de las autopistas de la información, cuya consolidación redunda, según la lógica liberal que la orienta, en una mayor exclusión social.
El actual proceso de informatización y digitalización general del mundo puede ser contemplado como la culminación de otro, mucho más antiguo, iniciado en el siglo XII, de cuantificación de la realidad, a la que se refiere David Crosby (1997), que cambiará radicalmente la percepción del tiempo y del espacio, formando la base cultural de las grandes transformaciones económicas que culminarán con la Revolución Industrial, seis siglos después. El surgimiento, estudiado por Le Goff (1957) del intelectual profesional en la misma época, a semejanza del artesano y, en el siglo XIII, de la Universidad, a semejanza de los gremios de oficios, forma parte también de esa tendencia hacia la aceleración en el control del ser humano sobre la naturaleza y sobre otros seres humanos, que culminará con la Revolución Científica, base igualmente del poder de la burguesía industrial, cuya gran realización histórica fue romper la unidad práctica entre trabajo manual e intelectual, presente en el artesanado medieval, unificando, en otro nivel, el conocimiento empírico, extraído de la clase trabajadora artesanal, con el conocimiento científico, sobre todo a partir de la Segunda Revolución Industrial. Así, a partir de una acumulación primitiva de conocimiento, tan fundamental en el desarrollo capitalista en cuanto a la acumulación primitiva del capital, será posible incrementar radicalmente la productividad del trabajo y, con ello, generalizar el modo de producción capitalista, abriendo así un hueco para la revolución burguesa y la implantación del Estado liberal.
La Tercera Revolulción Industrial
La Tercera Revolución Industrial sigue esa misma tendencia. Su significado profundo está en el hecho de que las TIC, entre otras cosas, permiten una extensa sumisión del trabajo intelectual y la intelectualización general de los procesos de trabajo tradicionales y del propio consumo. En esas condiciones, la relación entre conocimiento, poder y producción material resulta profundamente alterada; manteniéndose, sin embargo, intacta la esencia del fenómemo. Información y conocimiento no determinan, como trabajo, el valor, pues no existe conocimiento o información productiva en abstracto, desvinculados del propio trabajo. Trabajo informativo o trabajo intelectual son expresiones adecuadas para definir la nueva situación, en la que lo que se extrae prioritariamente del trabajador, como fuente de máxima estimación, no son sus energías físicas, sino mentales.
La principal novedad está en la necesidad de desarrollar el instrumental cognitivo de esta particular clase de trabajo, esencialmente colectivo, para el cual vale perfectamente la noción marxista de intelecto general. El carácter contradictorio de este proceso y sus consecuencias no podrán ser analizadas en los límites de este artículo, pero es apropiado resaltar la adecuación de la idea foucaultiana del paso de una sociedad disciplinada a una sociedad de control, así como la percepción de una situación histórica en la que se hacen explícitos los límites del producto mercantil y, por tanto, las posibilidades de superación del actual sistema de dominación. Lo que, en todo caso, no será obra del desarrollo puramente tecnológico, sino que exige, al contrario, la movilización de un factor subjetivo, completamente transformado por el propio cambio estructural, que aún es muy inconsciente de sus posibilidades y responsabilidades históricas.
La digitalización general, por otra parte, forma parte del largo proceso de reconquista de la hegemonía norteamericana, iniciada por el gobierno de Reagan, como señaló Maria da Conceição Tavares (1985) en un brillante artículo. Ese movimiento, hay que subrayarlo, no se limita a los ámbitos monetario, político y militar, sino que alcanza la reestructuración productiva, como ya estaba explícito en la reforma global de las telecomunicaciones, iniciada en 1984 en los Estados Unidos y que se generalizó más tarde, con el impulso de las presiones ejercidas por parte del gobierno norteamericano y de las instituciones multilaterales que controla, como el FMI y el Banco Mundial. El auge de ese proceso, no obstante, se plasmará en el proyecto Clinton/Gore de las Autopistas de la Información, que es el origen de los múltiples proyectos nacionales de la Sociedad de la Información. Así, la hegemonía industrial perdida en los años 70 en los sectores fundamentales ligados al paradigma de la Segunda Revolución Industrial (automovilístico y eléctrico-electrónico) será espectacularmente retomada en los sectores relacionados con la economía del conocimiento, como las telecomunicaciones, la informática, las industrias de los contenidos, incluyendo la educación o las biotecnologías, centrales para el nuevo patrón de acumulación capitalista, fruto de la Tercera Revolución Industrial.
Si lo comparamos con el llamado paradigma taylorista-fordista y su producción de masas del periodo expansivo de la posguerra, la principal característica de este nuevo patrón, que podemos vislumbrar claramente dentro de las condiciones históricas en las que se implanta, es la exclusión social. En la economía de la comunicación, por ejemplo, conceptos fundamentales del periodo del Welfare State, como el de servicio público universal, caerán en desuso en favor de una lógica de mercado, de exclusión a través de los precios. Es ocioso decir que el desarrollo de las TIC está íntimamente ligado a la reestructuración productiva y a los fenómenos relacionados con el desempleo tecnológico, la flexibilización y la precarización del trabajo, así como a la pérdica de las conquistas sociales por parte de los trabajadores.
Bajo la hegemonía del citado pensamiento neoliberal, la contradicción inherente al desarrollo de la Economía del Conocimiento se resuelve a favor del capital, dejando al margen zonas enormes de la población mundial. Las estrategias industriales del sector de la informática (de innovación rutinaria y obsolescencia precoz), por ejemplo, se contraponen paradigmáticamente a las del viejo ciclo de vida de los bienes de consumo duraderos de los gloriosos años treinta, que garantizaban casi un acceso universal.
Por el contrario, la economía del conocimiento, tal y como se implanta históricamente, es una economía esencialmente excluyente. La denominada Sociedad de la Información es una sociedad para la exclusión. Aunque, obviamente, no tendría por qué serlo. El problema es que la Tercera Revolución Industrial es una revolución industrial capitalista y, además, diseñada en su constitución por las reformas neoliberales. Los proyectos de integración digital, por más interesantes y adecuados que puedan ser a nivel micro, no serán capaces de romper esa lógica. Muchos de ellos, muy al contrario, no dejarán de ser acciones de marketing social de empresas, como Microsoft, responsables de la preservación del modelo de exclusión, del que forman parte los sistemas de explotación de derechos de propiedad intelectual. En cualquier caso, servirán, de forma asociada (y en la mejor de las hipótesis), para ampliar la base social potencialmente explotable (empleable, dirían otros), al servicio del sistema global de poder, de acuerdo con las necesidades del nuevo modo de regulación.
Pensar en las posibilidades de revertir esa tendencia, en el sentido de un proyecto de emancipación, de movilización del factor subjetivo transformado que se mencionó más arriba, exige despejar dos problemas cruciales ligados al carácter contradictorio de la actual reestructuración productiva: el de la génesis de la esfera pública global y el de la sumisión del trabajo intelectual (Bolaño, 2002a). El primer problema está relacionado con la constatación de que a cada fase de desarrollo del capitalismo, corresponde un modelo especial de Estado y un tipo particular de esfera pública, tal y como fue teorizado por Habermas (1961). Así, si al capitalismo competitivo corresponde un Estado liberal, adecuado a la estructura de la esfera pública burguesa clásica, articulada por medio de debates restringidos a los ciudadanos cultos y propietarios, al capitalismo monopolístico le corresponderá un Estado intervencionista, en el que la esfera pública burguesa se amplía a toda la sociedad, perdiendo, sin embargo, su carácter crítico y el potencial explosivo que acaerraría la ampliación, pasando a ser objetivo de la manipulación publicitaria y propagandística de la Industria Cultural ( 1).
La idea de la génesis de una esfera pública global tiene en cuenta las transformaciones ocurridas dentro del patrón de acumulación capitalista a partir del final del siglo XX, de sus consecuencias para la organización del Estado y el conjunto de reivindicaciones que vendrían a alterar profundamente la esfera pública, al introducir una lógica de exclusión (en relación al modelo masivo del periodo anterior, centrado en la idea de servicio público universal), patente en la expansión de la televisión de pago y de Internet. Por otro lado, podría decirse con las reservas oportunas, que al tiempo que se reintroduce, de una forma global y extremadamente asimétrica, una estructura de esfera pública relativamente crítica y, una vez más, radicalmente restringida, permanece activo, para la inmensa mayoría de la población mundial, el paradigma de la televisión de masas y de la manipulación (Bolaño, 2002b). Actualmente, por lo tanto, nos encontramos en una situación muy parecida a la del cambio estructural de la esfera pública burguesa clásica. Una vez más, es necesario reivindicar la ampliación de los mecanismos de la crítica y la participación democrática para el conjunto de la sociedad, que debe tener el derecho de organizarse y actuar también a nivel global.
Políticas para la integración digital
En este sentido, la lucha por la integración digital, defendiendo conceptos como los de servicio público universal evolutivo, puede tener un carácter progresista y revolucionario, que no se puede entender sin la consideración de otro problema, el de la sumisión del trabajo intelectual y de la intelectualización general de los procesos de trabajo y de consumo, del que ya se habló suficientemente más atrás, y que supera los límites de este estudio. Podría añadirse que las transformaciones en marcha dentro de los procesos (y en la gestión de los procesos) de trabajo, en especial aquellos que se refieren a las formas actuales de la incorporación de la ciencia y de la sumisión del trabajo científico a un proceso de acumulación de capital extremadamente socializado y organizado en una dimensión también global, al mismo tiempo que se vuelve problemático el propio funcionamiento de la ley del valor, abren posibilidades concretas para la superación del sistema de dominación (Bolaño, 2003)8. Las esferas públicas productivas se constituyen, en estas condiciones, relacionando a trabajadores intelectuales de diferentes áreas y disciplinas, al servicio de la empresa privada o del Estado, con diferentes niveles de reconocimiento en los campos académico y empresarial. De este modo, se forma un contexto de prácticas productivas muy complejo que debe ser considerado en el análisis de las especificidades del factor subjetivo ( 2).
Las políticas públicas nacionales adquieren, en estas condiciones, una nueva relevancia. Una vez más, el Estado aparece como espacio de conflictos, y la política social queda subordinada, de acuerdo con las relaciones de hegemonía y dominación, a la política económica. Desde el punto de vista de las primeras, está claro que las políticas de integración digital deben ser contempladas como parte de las políticas de integración social, privilegiando el concepto de servicio público universal evolutivo; lo que va más allá de la simple oferta de determinadas infraestructuras a todos los lugares del territorio nacional y la democratización real del acceso y de la producción de contenidos, a través de la desconcentración de los medios, del apoyo efectivo a la producción regional, local, independiente, a los medios populares y alternativos, y de la reconquista, en la configuración legislativa, de todos los elementos de la amplia agenda de las políticas de comunicación, que deben refundarse ahora desde la base de las nuevas posibilidades abiertas por los avances más recientes en las tecnologías de la información y la comunicación.
Un aspecto crucial en todo ello es el de las políticas educativas. Por un lado, es preciso reivindicar la socialización del capital simbólico necesario para el buen aprovechamiento de los recursos comunicativos que deberán estar a disposición de todos; pero, por otro, no se puede olvidar que la formación y la educación, en las condiciones actuales, aparecen como un campo privilegiado en las ambiciones capitalistas, de modo que existe una fuerte tendencia hacia la privatización y la liberalización de la enseñanza, especialmente de la enseñanza superior; por lo que la Universidad, por ejemplo, pasa a estar tan amenazada, con la Tercera Revolución Industrial, como lo fueron los gremios medievales, destruidos por la Primera. La lucha contra la integración de los servicios educativos en los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) es, por lo tanto, tan fundamental como el de la llamada excepción cultural, que permitió a Europa realizar una política de defensa de sus culturas nacionales. Téngase en cuenta, no obstante, que esas políticas no han logrado impedir la consolidación del poderío del oligopolio global norteamericano en las industrias de contenido, en la medida en que ellas tampoco huyen de la lógica de producción mercantil de la cultura y de la circulación de los bienes culturales como mercancías. El caso de la educación no es diferente, e incluso países que defienden la excepción cultural pueden tener interés en la liberalización de los servicios educativos para abrir los mercados mundiales a sus propios productos.
Lo fundamental es pensar en el conjunto de los sitemas de Educación, Ciencia y Tecnología desde la perspectiva de la Tercera Revolución Industrial y de la Economía del Conocimiento (de los que estamos hablando desde el principio), lo que nos recuerda la necesidad de crear un proyecto de desarrollo alternativo a nivel global, como el que se puede intuir en la organización del grupo denominado G 20, que provocó un importante impacto en la reunión de la OMC en Cancún, en septiembre de 2003. El ámbito de trabajo para una organización como esta es enorme, incluyendo, además de la cultura y la educación, temas fundamentales como los derechos de propiedad. Es la propia lógica del desarrollo capitalista implantada tras la crisis del patrón de desarrollo de posguerra lo que está en cuestión, y ante lo que se vislumbran nuevas formas alternativas, más integradoras. Aun teniendo en cuenta la perspectiva de un desarrollo capitalista alternativo, sería necesario garantizar, desde el enfoque de países como Brasil, China, India o Suráfrica, la creación de recursos nacionales adaptados al progreso técnico a través de la acción decidida del Estado en la defensa de los intereses nacionales; de políticas industriales, educativas y de Ciencias y Tecnología osadas y autónomas; de la articulación de intereses no hegemónicos a nivel global, según pautas de integración y desarrollo más justos. Sólo así se podría pensar en la integración competitiva dentro del nuevo patrón de desarrollo, pero, en este caso, no sería exactamente el mismo patrón al que esta perla de la nueva jerga economicista neoliberal se refiere.
Un proyecto amplio como este, en sí mismo, estimularía, para gran parte de la intelectualidad de izquierdas (aunque no está formulado en toda su extensión y con todos los detalles y teniendo en cuenta las debidas correlaciones en el contexto de un programa unitario de lucha capaz de articular en gran medida el pensamiento crítico con los grupos sociales más amplios del momento), lo que, en cualquier caso está en camino, pero está enfrentando las dificultades naturales de una situación de renacimiento, tras las dos décadas tenebrosas que sucedieron a la derrota más avasalladora sufrida por la clase trabajadora en la historia del capitalismo y a su profunda reestructuración productiva, todavía en marcha. El problema, y por ello no hay razones para ser muy optimistas, es que el límite básico para esa articulación viene marcado por la conciencia real de los nuevos trabajadores intelectuales o intelectualizados, felices muchas veces por tener un puesto de trabajo (y, a mayores, en algunos casos, por la aparente autonomía que el trabajo creativo y la buena remuneración garantizan), de su papel y de sus responsabilidades históricas frente a los lázaros de la clase trabajadora, de las masas sociales excluidas, de las multitudes de hambrientos e iletrados. Aunque, actualmente, ya no se oyen con la misma atención los gritos de los pregoneros del fin de la historia y del maravilloso mundo nuevo del trabajo flexible y de las virtudes de la competitividad.
Traducción: Alberto Pena
BOLAÑO, C. R. S.: «Traballo Intelectual, Comunicação e Capitalismo», Revista da Sociedade Brasileira de Economia Política, núm. 11, segundo semestre, 2002.
———— : O império contra-ataca. URL: www.eptic.com.br (texto para debate), núm. 3, 2002.
————: Economia Política do Conhecemento e o Projeto Genoma Humano do Câncer de São Paulo. Aracaju, mimeo, 2003.
CROSBY, A.W. (1997): A mensuração da realidade. A quantificação e a sociedade ocidental. 1250-1600, UNESP, São Paulo, 1999.
HABERMAS, J. (1961): Mudança estrutural da esfera pública, Boitempo, Rio de Janeiro, 1984.
LE GOFF, J. (1957): Os intelectuais na Idade Media, Ed. Unesp, São Paulo, 1994.
TAVARES, M. C.: «A retomada da hegemonia norte-americana», Revista de Economía Política (REP), vol. 5, núm. 2, São Paulo, Brasiliense, abril / junio de 1985.
Artículo extraído del nº 64 de la revista en papel Telos