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La Sociedad de la Información como reto democrático


Por José Marques de Melo

Reflexionar sobre la emergente Sociedad de la Información (SI) en América Latina constituye un ejercicio intelectual que exige una preliminar contextualización histórica. Por lo tanto, es indispensable retomar la tesis que hemos defendido en otros territorios y en otras ocasiones, en el sentido de que el fenómeno corriente de la interacción planetaria no puede ser considerado exclusivamente como señal de la posmodernidad.

Éste representa, en verdad, la culminación de un proceso desencadenado hace más de cinco siglos. Su inicio se remonta al ciclo de las navegaciones europeas, enviadas con propósitos civilizatorios o evangelizadores, pero sin duda destinadas a hacer avanzar las fronteras económicas de las potencias coloniales del Viejo Mundo. De la misma forma, los movimientos contemporáneos protagonizados por la generación de los cibernautas están fundamentados en finalidades altruistas o pacifistas, pero no logran disimular la competencia entre las potencias hegemónicas del Nuevo Mundo, también fascinadas por el dominio de los mercados, próximos o distantes.

Desde que se constituyeron como estados políticamente autónomos, en los inicios del siglo XIX, las naciones latinoamericanas se fueron desarrollando intelectualmente bajo el estigma de la exclusión cognitiva. Tal hecho reproducía en gran escala el modelo de sociedad cultivado por el régimen colonial –tanto bajo la dirección de los castellanos como de los lusitanos–, teniendo continuidad durante el régimen independiente, bajo el comando de las «oligarquías criollas».

Estamos ingresando en el siglo XXI, pudiendo celebrar, en la geografía americana, cinco siglos de institucionalización mediática. Aun así, el mapa de la exclusión intelectual permanece sustancialmente inalterado desde México hasta la Patagonia. Continúan en vigencia panoramas caracterizados por el pauperismo cultural de las grandes masas: éstas están generalmente distanciadas, o fueron precozmente expulsadas, de las redes educativas formales.

Los mayores contingentes humanos de América Latina se nutren de conocimientos efímeros, fragmentados y superficiales propiciados por las «escuelas paralelas» que brotan de las redes mediáticas. Engrosando la categoría de los ciudadanos de segunda clase, éstos se hacen inapetentes o impotentes en el sentido de actuar como sujetos democráticos de su propia historia.

Por todo esto, el reto principal para construir nuestra SI debe ser entendido como una práctica para alcanzar la sociedad del conocimiento. Esta otra sociedad se fundamenta en la democracia representativa y en la economía distributiva. Se trata, sin duda alguna, de aquellos cambios socializados a través del impacto persuasivo de la comunicación global, cuya fuerza simbólica se proyectó en América Latina poniendo un freno a los ciclos autoritarios que tantos estigmas produjeron en nuestras comunidades nacionales.

Vivenciamos, en el último decenio del siglo XX, experiencias democráticas capaces de impulsar pueblos y naciones, y propensas a fortalecer el proceso civilizatorio en el interior de varios países de la región. Entretanto, la pequeña velocidad de los flujos de redistribución de renta, maniatados por mecanismos ancestralmente arraigados en el tejido social, puede funcionar como instancia inhibidora del sentimiento democrático en nuestras poblaciones. En otras palabras, puede conducir a retrocesos indeseables en la esfera política.

Posturas antidemocráticas y desconfianza

Las señales de esa reversión de expectativas están explícitas en los resultados difundidos por la última edición de Latinobarómetro. El sondeo de opinión realizado en diecisiete países de América Latina, entre el 18 de julio y el 28 de agosto de 2003, demuestra que solamente un 28 por ciento de los ciudadanos latinoamericanos están satisfechos con la democracia. Entretanto, un 53 por ciento sigue confiando en el sistema democrático y un 64 por ciento todavía cree que la democracia constituye el único camino capaz de conducir al desarrollo.

En la geografía latinoamericana, los países cuyas poblaciones reiteran ampliamente su confianza en la democracia son Uruguay (78 por ciento) y Costa Rica (77 por ciento). Mientras que la erosión de la confianza en el régimen democrático se muestra más fuerte en Guatemala (33 por ciento) y Brasil (35 por ciento).

Se trata de una tendencia que debe ser examinada y reflexionada minuciosamente por los formadores de opinión pública, detentadores de espacios privilegiados en el sistema mediático y éticamente responsables de la consolidación del sistema democrático en nuestro continente, pero que no siempre difunden informaciones fidedignas y explicaciones constructivas. Tales agentes periodísticos pueden robustecer la inestabilidad política en nuestro continente, siempre que actúen descalificando las instituciones democráticas, exigiendo de los mandatarios legítimamente electos por la población la realización de cambios estructurales en plazos cortos, sin obediencia al rito de la legalidad republicana. De esta manera, pueden inducir a las masas desinformadas y deseducadas a cultivar sentimientos golpistas o salvacionistas.

Tal vez lo inquietante de esta encuesta de opinión pública esté en el crecimiento de la postura antidemocrática de los ciudadanos latinoamericanos. Aun cuando la mayoría continúe creyendo en la democracia, se comprueba que un 53 por ciento respaldaría tranquilamente gobiernos no-democráticos si éstos son capaces de resolver los problemas económicos.

Crece en el continente el descrédito en relación con instituciones tradicionales como la Iglesia, el Ejército o los Medios de Comunicación. Según el equipo coordinador de la investigación, «los latinoamericanos son cada vez más conscientes de sus derechos, y saben también que esos derechos no han sido respetados». Por eso, «ahora ellos tomaron las calles para exigir aquello que les pertenece (…) La investigación apunta una correlación entre el mayor acceso a la educación y la inestabilidad social que se alzó en los últimos años con la deposición de cuatro presidentes nacionales motivadas por manifestaciones populares».

Otro dato enigmático es aquel que traduce el sentimiento de desconfianza de los latinoamericanos respecto a sus conciudadanos, denotando el enflaquecimiento de los lazos de solidaridad comunal inherente a las sociedades que poblaban la región antes de la llegada de los colonizadores europeos. Apenas un 17 por ciento de los latinoamericanos revela confianza en sus conciudadanos.

¿Señales de la globalización acelerada de nuestro continente? ¿Indicios de la cultura posmoderna que invade nuestras sociedades? ¿Indicadores de una nueva identidad comunitaria de poblaciones victimadas por la desterritorialización?

Artículo extraído del nº 61 de la revista en papel Telos

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José Marques de Melo