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En torno a Ivan Illich


Por Carl MitchamAndoni Alonso

El siguiente artículo presenta una semblanza acerca de la vida y obra de Ivan Illich: «uno de los pensadores críticos más importantes de la sociedad postindustrial». Sus aportes a los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS), desde los años 60 del pasado siglo, cobran plena vigencia al analizar los desafíos que enfrentan nuestras sociedades hoy.

De nada serviría ofrecer una ficción detallada de la sociedad futura. Quiero dar una guía para la acción y dejar libre curso a la imaginación. La vida dentro de una sociedad convivencial y moderna nos reserva sorpresas que sobrepasan nuestra imaginación y nuestra esperanza. No propongo una utopía normativa, sino las condiciones formales de un procedimiento que permita a cada colectividad elegir continuamente su utopía realizable.

Ivan Illich, La convivencialidad

Una breve biografía

El 2 de diciembre de 2002 moría, en Bremen, Ivan Illich, uno de los pensadores críticos más importantes de la sociedad postindustrial. Personalidad controvertida y fascinante, de gran atractivo, sus ideas marcaron a toda una generación de intelectuales a lo largo del mundo. Los establishments puestos en cuestión por su pensamiento le invitaban para oír lo que tenía que decir. Las conferencias que impartía a lo largo de todo el mundo convocaban a millares de personas y algunas de ellas cambiaron su vocación a causa de las críticas que lanzaba. Sus libros se tradujeron a más de treinta idiomas y las reediciones se sucedían con gran rapidez. Sin embargo, su figura se fue empequeñeciendo según pasaron los años hasta casi desaparecer de escena. Tras su muerte vuelve a nacer el interés por su obra y, por ejemplo, Francia plantea la reedición de su obra completa. Las dos últimas décadas de su vida fueron especialmente productivas. Asimismo, la vigencia de las ideas que mantuvo en los años 70 se ha visto confirmada durante los años 90. Ciertamente sus propuestas prácticas para transformar la sociedad postindustrial no se han llevado a término.

Se podría calificar a Illich como un pensador intempestivo en el sentido nietzscheano, extremadamente incómodo porque su crítica parece no dejar lugar a análisis tímidos o a soluciones menores, sino a reformas drásticas que nadie tiene la voluntad ni el poder de emprender; esos análisis ponen el dedo en la llaga en problemas que todavía hoy están muy lejos de haberse resuelto con los medios oficiales (contra los desastres de la tecnología, más tecnología) y más bien parecen agravarse día a día.

Hay una serie de autores como Marshall McLuhan, Guy Débord o el mismo Illich que han tenido una recepción pública extraña. En su momento tuvieron una acogida muy grande, pero con el paso del tiempo parece que su obra se eclipsó y no porque sus ideas pasaran de moda. Sin embargo, el tiempo los ha rescatado. Para analizar las autopistas de la información, MacLuhan es imprescindible; para analizar la sociedad mediática en la que vivimos, es imposible prescindir de Débord. Para estudiar esas grandes instituciones que señala Illich, es imposible prescindir de su pensamiento. Por eso, su recuperación es paulatina.

Ivan Illich nace en 1926 y pasa su infancia en el extinto imperio austrohúngaro, del que recibe la influencia del rico pensamiento vienés de finales de siglo, a la que sigue su influencia de corte cristiano debido a sus estudios en la Universidad Gregoriana (Hugo de Saint Victor, Tomás de Aquino), combinada con estudios científicos (estudia geología) y humanísticos (se doctora en teología y filosofía). Tras la guerra es destinado a Estados Unidos y comienza a trabajar en una parroquia del Bronx, con gran número de emigrantes puertorriqueños que sufre graves problemas de adaptación a la ciudad. Es en este momento cuando Illich se enfrenta de forma directa a problemas como el “desarrollo”, el “progreso” y la “aculturación”, cuestiones que ocuparán su pensamiento de forma constante. Destinado a Puerto Rico, es nombrado vicerrector de la Universidad de Ponce y vuelve a encontrarse ante el mismo problema del “desarrollo”, pero esta vez en la educación. En su tercera etapa, tras las experiencias de Nueva York y de Puerto Rico, comienza a plantear teóricamente la existencia de dos tipos de sociedad, caracterizadas cada una de ellas por dos tipos enfrentados de economía: la economía moderna, del desarrollo, que trata de eliminar lo que se podría denominar como la economía tradicional, o de subsistencia. En este aspecto, la influencia de Karl Polanyi, Leopold Korr y Ernst Friedrich Schumacher es determinante para su pensamiento. El mercado, de acuerdo con Polanyi, es una anormalidad histórica que se basa en el concepto de “escasez” como principio regulador, frente a la economía de subsistencia donde no existe tal cosa. La noción de “escasez” se une inmediatamente a la de “recurso”, y siempre que aparece la una o la otra, implica la desigualdad de los individuos, entre los que tienen y los que carecen (the have y the have not).

En el comienzo de la década de los años 60 nace la conciencia optimista de que es posible, gracias a la tecnología del momento –tanto la derivada de la ciencia como de la ingeniería social–, llevar el desarrollo a todas partes del planeta. El fin de las guerras mundiales y la consolidación progresiva de una economía de libre mercado debería implantar ese bienestar, tal como el presidente norteamericano Harry Truman manifestaba. Éste es precisamente el momento en el que tienen lugar dos de los proyectos más ambiciosos para América Latina del siglo XX: el plan de J. F. Kennedy para desarrollar económicamente la zona y el plan del Papa Juan XXIII para re-evangelizarla. En este momento Illich funda en Cuernavaca, México, el Centro Internacional de Documentación (CIDOC), formalmente un centro para aprendizaje de castellano, que también lleva a cabo una importante labor teórica, presentando una resistencia frontal a estos planes de desarrollo.

Su oposición se basa en esa confrontación entre subsistencia y escasez. Ciertamente, países como México o Colombia presentan en ese momento unas condiciones de vida difíciles, pero cambiar de una economía a la otra no sirve para aliviar los problemas de la gran mayoría de sus habitantes, sino más bien para empeorar sus condiciones de vida. La historia ha dado la razón a Illich; muchos de esos países son ahora más pobres no sólo en términos relativos, sino también absolutos, respecto a cincuenta años antes. Se pasa de una situación de pobreza y dignidad a otra donde la pobreza es aún mayor y la dignidad desaparece. En realidad la pobreza se convierte en el resultado planificado del desarrollo, en su “efecto colateral” no en el residuo que hay que eliminar. El CIDOC fue un centro cultural mítico de los años 60, donde se pensaba seriamente que existía la posibilidad de cambiar la estructura social a través de la labor crítica y teórica.

Durante los años 70 y principios de los 80, Illich escribe cuatro libros que se convertirán en textos de gran difusión: Deschooling Society (1971), Energy and Equity (1974), Tools for Conviviality (1973) y Medical Nemesis (1976). El primero de éstos, Deschooling Society, refleja un estudio de campo, sobre todo a partir de su experiencia como rector de la Universidad en Puerto Rico y asesor de educación para el Gobierno de Puerto Rico. Energy and Equity es un estudio sobre el impacto de la organización de los transportes en la sociedad contemporánea y Medical Nemesis muestra la aplicación a la medicina de su método, comenzado en Deschooling y teorizado en Tools for Conviviality. En este último, Illich elabora una teoría sobre la herramienta (tool) de gran influencia y que seguramente ha aportado el concepto al que generalmente se le asocia: lo convivencial. Hasta 1981, sigue explorando las líneas abiertas en esas tres obras en diversos artículos y conferencias, fundamentalmente el impacto de la escolarización obligatoria, la institución médica y la energía y los transportes. En 1981 escribe otra de sus grandes obras Gender, que es quizás su libro menos leído, menos comprendido y paradójicamente más criticado. Su publicación significó el enfrentamiento con los sectores feministas y la postergación de Illich por un mal entendido feminismo progresista que no comprendió el sentido del libro, aspecto que continúa prácticamente hasta hoy en día, y que ha puesto en un segundo plano un pensamiento crucial para analizar la sociedad del siglo XXI.

Hay un momento de inflexión en el pensamiento de Illich que se muestra por la desaparición de cualquier recomendación o propuesta, a diferencia de lo que ocurría en Deschooling Society o Tools for Conviviality. La historia toma un lugar predominante y la crítica o postura que se pueda extraer de su pensamiento corre por cuenta del lector. El enfoque histórico recae fundamentalmente sobre dos objetivos: las instituciones y los valores simbólicos que el uso de determinadas tecnologías implican en el cambio social. A.B.C. or the Alfabetization of Popular Mind analiza el lenguaje, desde las tradiciones orales hasta el lenguaje informático. In the Vineyard of the Text estudia la evolución de la lectura, desde la ruminatio monástica medieval hasta los sistemas hipertextuales, comprobando cómo esta actividad refleja todo un mundo de valores éticos y religiosos que desaparece con el progreso técnico. En este marco hay que encuadrar sus estudios sobre la evolución del concepto de la visión (desde la opsis griega hasta la actualidad), o de conceptos éticos como la askesis y sus implicaciones tecnológicas. Y también, es en esta etapa en la que Illich se cuestiona el papel de los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) en la actualidad.

El trabajo de Illich se ha asociado sobre todo a un tipo de pensamiento, de cierto tinte anarquista. Su influencia en la primera época sirvió para modelar algunos de los programas de CTS en EE.UU. Algunos movimientos contrarios al sistema educativo, que crearon redes de aprendizaje independientes todavía existen hoy en día siguiendo el modelo de Illich; tal es el caso de Growing Without Schools, fundado por John Holt en Massachusetts en 1977. En España, Illich influyó en algunos modelos educativos, especialmente para las redes de enseñanza en euskera y hasta relativamente hace poco, Deschooling Society era de lectura obligatoria en los primeros años de la carrera de Pedagogía. En Cataluña, gracias a la labor editorial de Carlos Barral y la indudable simpatía que el pensamiento de Illich debía despertar en determinados sectores de la izquierda catalana, fue posible contar con la traducción de varios de sus libros más relevantes. Aún hoy se siguen reimprimiendo artículos suyos como «La Gran Ilusión», extraído de Energy and Equity, en la revista Archipiélago. Illich es una referencia básica para cualquier economía alternativa, cualquier sociología o cualquier estudio de la tecnología que quiera plantear los problemas de estos campos fuera de los cauces tradicionales, demasiado cercanos a la ideología neoliberal de libre mercado que impera en nuestros días.

Sistematizar el pensamiento de Illich no es fácil, entre otras cosas porque él nunca ha pretendido construir tal cosa como un sistema. Illich muestra una serie de ideas básicas y elabora los textos realmente como un tejido en donde implica desde la historia hasta la estadística y la filosofía. Sumner Rosen sintetiza muy bien su estilo: «La brillantez de su escritura, su peso epigramático y paradójico, implica un obstáculo para algunos. Su intuición parece alcanzar vida propia… A menudo traza diferentes acercamientos, pero que terminan convergiendo en su objetivo, en vez de edificar un argumento razonado que permita al lector aislar y tratar con las diversas etapas de un análisis. Illich prefiere afirmar y elaborar luego sus intuiciones centrales; prefiere comenzar con ellas en vez de dirigirse hacia ellas. Entonces todo depende de la corrección de su postura, de la precisión con la que su primer disparo alcance el objetivo».

En los casi cuarenta años dedicados a su trabajo, Illich ha ido corrigiendo parte de su obra anterior, aunque más bien se puede decir que la ha ido complementando, introduciendo diversos matices aportados por el cambio de la época. Las ideas básicas que constituyen su crítica a las instituciones de la sociedad industrial y postindustrial siguen teniendo completa vigencia. Por tanto, hay una unidad en su pensamiento, aunque, tal como mantenía anteriormente, puedan distinguirse básicamente dos épocas: la del activista comprometido y la del teórico. Merece la pena que examinemos una serie de conceptos clave de su pensamiento, que se encuentran muy ligados entre sí y que podrían proporcionar un boceto de su pensamiento.

La escala en la sociedad postindustrial

A primera vista, lo que falla en la previsión del sistema tecnocientífico moderno es la escala de su aplicación, que indica de por sí una amenaza. Hay varios autores que han considerado esta cuestión, como Jacques Ellull (La technique ou l’enejeu du siécle, París, A. Colin, 1954), Lewis Mumford (Técnica y Civilización, Alianza, Madrid, 1984) o Langdom Winner (Tecnología Autónoma, Gustavo Gili, Barcelona, 1970). El transporte, la escuela y la medicina actuales, en palabras de Illich, constituyen una amenaza para el género humano porque éstos tres factores han adquirido unas dimensiones incontrolables y se han convertido en contraproductivos (counterproductivity); esto es, su resultado final contradice frontalmente los fines y objetivos que les daban sentido. Así, la planificación del transporte conlleva la paralización de la población, y en general, sus problemas crecen y se vuelven más agudos en proporción directa a las innovaciones, al incremento de velocidad puntual alcanzada. El establishment médico encarna la amenaza más grave contra la salud y desarrolla una cualidad “iatrogénica”, donde la enfermedad inducida por el sistema de salud resulta mayor que sus beneficios. La educación obligatoria sirve para devaluar profundamente la enseñanza porque sirve para discriminar a unos pocos aptos frente a los que resultan incapaces de asimilar la enseñanza.

Tales ideas se oponen frontalmente al pensamiento económico actual porque, si se observa con detenimiento esta tríada, resulta que son tres de los factores que se emplean para medir el bienestar y el grado de desarrollo de un país. La tasa de escolarización, los kilómetros de vías de comunicación y el número de camas hospitalarias-médicos por habitante. Por tanto, esta argumentación de Illich choca frontalmente con la idea habitual de progreso y desarrollo. Por otra parte, son las instituciones las que los organizan y planifican, lo que Illich denominará como “monopolios radicales” (radical monopolies). La planificación y consecución, por otro lado, muestran un patrón eminentemente ingenieril, una forma extraída directamente de la cultura tecnocientífica, propia de la sociedad industrial. Las instituciones se planifican de esa manera y a su vez la ingeniería provee de medios materiales para realizar las transformaciones sociales, en aras de un mayor bienestar para todos. Desde un punto de vista puramente externo, se puede trazar una historia de esas instituciones. Vistas desde la perspectiva de casi un siglo se contemplan dos épocas diferencias que Illich denomina como “umbrales” (watersheds). A principios de siglo aparece una revolución provocada por la ciencia y la tecnología: por ejemplo, en medicina se extiende una serie de hábitos higiénicos, se introducen las vacunas y se mejora la alimentación. Esto permite una mejora enorme de la salud general donde tales innovaciones se introducen y aquí reside el verdadero avance médico de los últimos siglos para el conjunto de la humanidad. Pero el sistema médico se convierte, desde los años 50 a esta parte, en un monopolio que prohíbe la utilización de procedimientos médicos a los profanos. Entonces, el sistema se burocratiza e impone una serie de reglas, en dos sentidos: instituye quién puede sanar y, como consecuencia, cómo se puede sanar y qué reglas se han de seguir para ello. Como tal monopolio, desarrolla una serie de reglas –procedimientos– cada vez más sofisticados e inescrutables para la mayoría al tiempo que demanda más bienes y recursos para desarrollar técnicas cada vez más sofisticadas y por lo tanto más alejadas de los individuos. Así, esa mayoría se convierte en “consumidores” de salud, inermes y pasivos ante los dictámenes del experto.

Los problemas se acumulan en este mundo diseñado globalmente y comienzan a aparecer voces en contra de este planteamiento. Por ejemplo, Leopold Kohrr sostendrá una definición que resume mucho del pensamiento posterior en ecología y desarrollo sostenible: «Desde luego, no hay miseria en la tierra que no pueda ser manejada con éxito a pequeña escala, tal como, recíprocamente, no existe miseria en la tierra que pueda en absoluto manejarse a no ser a pequeña escala. En la vastedad, todo se desmorona, incluso lo bueno, porque, tal como se hará cada vez más evidente, el problema del mundo, el único problema, no es la maldad sino la enormidad; y no que algo sea enorme, sino la enormidad en sí misma».

Esta misma opinión muestra E. F. Schumacher en Small is Beautiful. Las grandes corporaciones, los estados grandes, las instituciones sobredimensionadas muestran, por un lado, la incapacidad para resolver los problemas concretos y, por otro, se convierten en colosos que atemorizan a los individuos particulares. Literariamente, quien mejor ha expresado esta situación ha sido Franz Kafka en El Castillo; el poder nunca comparece ante nadie, por mucho que se le busque, aunque afecta radicalmente a todos y cada uno de los individuos. Por lo que la proporción es necesaria no sólo en términos de efectividad, sino también de moralidad. Comentando una expresión de Korr –la «cierta proporcionalidad»– Illich sostendrá que: «’Cierto’ le reta a uno a pensar sobre el específico conocimiento que se adecua, mientras que ‘apropiado’ le guía a uno al conocimiento de lo Bueno. Considerando juntos ‘apropiado’ y ‘cierto’, permite a Korr ver las condiciones sociales de la humanidad como las únicas y trazadoras de límites con las que cada comunidad puede someter a discusión lo que ‘debiera’ permitirse y lo que ‘debiera’ excluirse. Considerar lo que es apropiado o adecuado para cierto lugar le lleva a uno directamente a pensar sobre la belleza y la bondad. La verdad del juicio resultante entonces será primordialmente moral, no económica».

Lo que se pone en juego con la escala, tal como se refleja todavía con más intensidad en la obra última de Illich, no es una cuestión económica –la escasez y el recurso; objeto ambos de cálculo económico–, sino cuestiones morales, de dignidad y, en palabras de George Orwell, de cierta decencia.

La herramienta

Como se ha indicado antes, Tools for Conviviality es el libro teórico de Illich, en el que expone su filosofía de la tecnología. Primeramente, es necesario definir su noción de herramienta para seguidamente ver cómo ésta puede o no ser convivial. La herramienta condensa un poder, el poder de realizar o transformar. Pero siguiendo a Mumford, Illich considera que no se puede entender al ser humano simplemente como homo faber (tool-maker). Hay un aspecto simbólico que no puede reducirse a la mera producción. Pero es claro que la gente necesita herramientas para desplazarse, conseguir comida o hacer casas y, al tiempo que realiza estas actividades, las herramientas sirven para establecer las relaciones sociales. Illich es muy consciente de utilizar el término “herramienta” en vez de “máquina”, por ejemplo, ya que le interesa destacar sobre todo la relación directa y personal entre el individuo y la tecnología, a la vez que su contexto social. En un principio, la relación que impone la herramienta es, según Illich, convivencial. Con ello señala que se da en términos de horizontalidad.

Illich establece dos diferentes formas de entender la herramienta. La primera proviene de la tradición alquímica que contempla la tecnología como la forma de re-crear el mundo, de convertirlo a imagen y semejanza del hombre: ésta es la que Illich califica como “manipuladora”, genera las formas de relación propias de la sociedad industrial y en ella incluye no sólo las herramientas fabriles, sino las instituciones pensadas ingenierilmente, como la escuela, el sistema de transporte y el sistema médico. La herramienta debiera ser de esta manera el esclavo que realizase el trabajo y liberase completamente a los individuos de cualquier servidumbre impuesta por la naturaleza. Todas estas instituciones deberían responder completamente a las demandas o “necesidades” de los individuos de forma casi automática.

El mito liberador de la tecnología y sus consecuencias, como se ha repetido innumerables veces, aparece ya en Grecia en el relato de Prometeo. En realidad, esta falta de medida, de proporción respecto a lo que se puede hacer, tecnológicamente hablando, se puede denominar como una hubrys. Lo que se menciona menos frecuentemente es que esa hubrys sufre el castigo de Némesis (tal como Illich señala en Medical Nemesis) que enseña a la humanidad sus límites de forma dolorosa y vengativa. El castigo contra esa ceguera tecnológica es precisamente la propia supervivencia de la sociedad. En los años 60 ese miedo estaba simbolizado por el holocausto nuclear, en los años 90 por el calentamiento global de la atmósfera y el impacto medioambiental irreversible, y en la actualidad por el problema ecológico. Pero éste es sólo un lado de la moneda. El otro lado es que tales tecnologías adquieren progresivamente un grado de sofisticación mayor, en proporción directa al poder que adquieren.

De esta manera aparece un grupo de expertos encargados de su diseño y control, una elite al margen de la sociedad que se encarga de ella y que adoctrina a otra elite, la política, acerca de su bondad y necesidad. Ello implica la sustracción del poder, en manos de la mayoría, en beneficio de esas dos elites que mutuamente se apoyan. El político refuerza el poder del tecnólogo convenciendo a la gente de la bondad y necesidad de la tecnología (mejor consumo y supervivencia en el mercado internacional) y, a su vez, el tecnólogo respalda al político con su trabajo (dando muestras del poder efectivo –en sentido de eficacia– que la tecnología puede lograr). Además, esta circulación de poder está tan asentada en la sociedad que, en caso de que se produzca un fallo, la solución será siempre una nueva tecnología que remedie los desastres de la anterior. Al concentrar el poder en manos de unos pocos, el individuo se convierte en un simple “cliente-consumidor” de las diversas ofertas que la unión entre tecno-ciencia y política alumbra constantemente. El consumo, por su parte, se convierte en el centro del análisis económico y por lo tanto, en los así llamados países desarrollados, decrece la capacidad de producción de los individuos exponencialmente. Y aparece un tercer efecto: estas instituciones diseñadas desde una óptica ingenieril necesitan de una planificación universal para poder dar satisfacción a sus consumidores. Pero a la vez que éstas se uniformizan, han de uniformizar las “necesidades” a las que responden, creando tales necesidades.

Por lo tanto, su vocación universalista se manifiesta como la lucha por homogeneizar todas las culturas y someterlas a las leyes de una cadena de necesidades impuestas desde arriba. Por otro lado, el criterio empleado en la sociedad industrial para clasificar las herramientas se basa en la cantidad de energía que son capaces de liberar. Cuanta más energía pongan en circulación, más eficientes son y por lo tanto deberían cubrir más “necesidades”. Es esta concepción la que ha fructificado en Occidente y también forma una utopía del imaginario de nuestra época, especialmente con las tecnologías de la información y la robótica. La herramienta en este caso se convierte fundamentalmente en una condensación de poder.

Como opuesto a estas tecnologías de los especialistas, existen otras tecnologías que Illich denomina “convivenciales”, y que presentan justamente las características opuestas. Siguiendo a autores como Hugo de San Victor, las herramientas, las artes mecánicas representan el medio del que dispone el individuo para reparar su naturaleza defectuosa, pero dentro de unos límites. El hombre habita en un mundo en el que no encaja y, por lo tanto, la tecnología implica la oportunidad para reestablecer un equilibrio con la naturaleza. La cantidad de energía liberada no tiene una importancia central y justamente esta relación energía-trabajo permite la autonomía de quien usa la herramienta. Así, la herramienta simplemente suple lo que falta en la naturaleza humana. En términos generales, los conocimientos médicos elementales que cualquiera podría poseer, lo que se denomina como “primeros auxilios”, salvan más vidas que las técnicas más refinadas de transplantes de órganos. La bicicleta, un mecanismo de extrema simplicidad –prácticamente cualquiera puede arreglarla–, aporta más movilidad al común de los mortales que el Concorde, entre otras cosas porque éste se circunscribe a una elite muy pequeña, lo cual no ha impedido que sean los fondos públicos los que subvencionen su diseño, su construcción, la readaptación de los aeropuertos y todas las mejoras y modificaciones que impuso. La arquitectura vernácula, tal como demuestran muchos especialistas, es capaz de proporcionar alojamiento más barato y de más calidad que los multimillonarios proyectos de agencias gubernamentales y organizaciones para el desarrollo que se traducen en su inmensa mayoría en zonas urbanas degradadas. Existen, pues, tecnologías capaces de poner en manos de todos el poder de las herramientas, manteniendo la libertad –cada uno la usa cuanto quiere y no de forma compulsiva–, y responde a “necesidades” propias y no creadas. Y por su parte, siguen existiendo relaciones de co-dependencia convivenciales, uno depende de otros para construir una casa, por ejemplo, pero en un nivel horizontal (así no tienen cabida arquitectos que realicen el proyecto, urbanistas que certifiquen su viabilidad y expertos que asignen cosas tales como la “habitabilidad”; la mayoría de ellos, entes abstractos perdidos en la jerarquía burocrática pero indispensables para un hecho tan básico como tener un techo decente bajo el que cobijarse).

La arquitectura vernácula es un buen ejemplo para entender lo convivencial. Frente a la homogeneidad de la arquitectura académica moderna y funcional, aparece la diversidad propia de las múltiples culturas vernáculas, las cuales ofrecen una solución propia y diferente a la de las otras. Por otro lado, la construcción de una casa implica el trabajo, en ocasiones, de todo un pueblo o una comunidad. El individuo se apoya así en el grupo. Pero esa codependencia se establece entonces en términos de igualdad. Las herramientas convivenciales obedecen a tres razones unidas: supervivencia, justicia y dignidad: «Las condiciones de supervivencia son necesarias pero no suficientes para asegurar la justicia: la gente puede sobrevivir en prisiones. Las condiciones para una distribución justa de los beneficios industriales son necesarias pero no suficientes para promover una producción convivencial: la gente se puede volver esclava de sus máquinas. Las condiciones para el trabajo convivencial representan enmiendas estructurales que hacen posible la distribución justa de poderes sin precedentes».

Este párrafo permite distinguir a Illich de dos ideologías cercanas a él: el ecologismo y el socialismo. Aisladamente, la supervivencia acercaría a Illich a los movimientos actuales en pos de un desarrollo sostenible, basados en el respeto al medio ambiente; en tal respeto parece que se pone en juego el futuro de la humanidad. Pero siendo la supervivencia una condición necesaria, no agota toda la cuestión. Se puede imaginar una tecnología que asegure esa supervivencia: se pueden sustituir las especies extinguidas con cultivos genéticos; es decir, la supervivencia puede realizarse en un estado de mínimos provistos tecnológicamente. La segunda, la igualdad, la distribución de la riqueza, objetivo típico socialista, puede darse también, pero el reparto material de cosas no significa que las condiciones de vida moral cambien; se puede realizar dentro de un estado tutelar y autoritario. Respeto medioambiental y bienestar material son dos aspectos que se infieren de un tercer elemento, la distribución del poder entre la gente; es aquí donde reside la clave. Y ésta es la idea de la convivencialidad.

Convivencialidad y comunales

Illich insiste en una noción clave que permite ver la gran diferencia entre las sociedades “no desarrolladas” y las que están ya inmersas en la carrera del desarrollo: el comunal. La constatación más fuerte de la convivencialidad se encuentra en la figura jurídica del comunal (commons). Las tierras y bosques que pertenecen a todo el pueblo, pero que no son propiedad de nadie en particular, muestran una forma de interrelación peculiar que, no es casualidad, acaba con la revolución industrial (la sustitución del campo abierto, open field, por el campo vallado, enclosure). El comunal provee de recursos que complementan las necesidades de la economía de subsistencia. Una familia puede así conseguir los bienes de los que carece y que no puede permitirse el lujo de comprar. La razón esgrimida para acabar con estos comunales es precisamente su ineficacia económica: debidamente explotados en manos privadas, ofrecen más productividad que como comunales. El enclosure naturalmente representa un cambio en la mentalidad económica.

En realidad, el comunal no se restringe sólo a los campos y bosques, sino también a otras facetas como la lengua. Lo que Illich denomina como lengua vernácula es quizá la manifestación más clara de este comunal, pero es también la más maltratada y difícil de comprender. El examen de cómo sea la lengua de cada cual muestra la distancia en la que se encuentra para entenderla como comunal y vernácula. Es en este contexto donde hay que entender el estudio que Illich hace de la gramática general de la lengua castellana de Antonio de Nebrija. La simple idea de construir una gramática denota una actitud muy determinada hacia la lengua: ésta se ve como una herramienta, esto es, como una tecnología concreta. Por eso todos los precedentes de Nebrija que elaboran gramáticas tienden a esta visión; las gramáticas anteriores a las de Nebrija, como por ejemplo la de Varrón, se dedican a estratos muy específicos de la sociedad, tales como senadores y legisladores. Sin embargo, la de Nebrija se dirige a todos los hablantes y destila un muy importante componente político que, al principio, la reina Isabel no alcanza a ver. La gramática de una lengua vernácula permite el control político del comunal. En el prefacio, Nebrija indica que el interés de su Gramática reside en que es una herramienta imprescindible para formar un verdadero imperio: es necesaria una unión entre “armas y letras” que garantice, primero, la unidad del Reino y, segundo, la constitución del Imperio en el Nuevo Mundo recién descubierto. La lengua es el primer comunal que desaparece al convertirse progresivamente en la materia enseñada en las escuelas, estandarizada, sometida a normativas, promulgadas por una elite.

Es a partir de entonces cuando la lengua enseñada (taught mother tongue) se convierte progresivamente en una mercancía –hablar correctamente para alcanzar mejor estatus social–, que sólo un monopolio muy concreto –el sistema educativo– es capaz de proporcionar. Quizás el caso más notorio de este ataque contra el comunal del lenguaje sea precisamente el proyecto del Basic English, propuesto por Ogden en la década de 1930: una depuración de palabras innecesarias en inglés (reducirlo hasta sólo 850 términos) a fin de que fuera más fácilmente enseñable y que George Orwell criticaría ferozmente en 1984. Éste es un último sueño para el comunal que seguramente resulte imposible: su completa ingenierización. Su imposibilidad reside quizás en que, del mismo modo que el comunal no es sólo un recurso económico, se trata fundamentalmente un forma profunda de ética e interacción social. Por su aspecto comunal, la lengua no es sólo una herramienta que se pueda perfeccionar a voluntad de gramáticos, políticos o ingenieros sociales. Por supuesto la lengua puede verse de una manera reduccionista, como un «dispositivo para transmitir información», pero habría que matizar inmediatamente que no se puede reducir sólo a eso (a pesar de que sea la actitud más predominante en la Era de la Información). Sin embargo, este comunal ha recibido sus ataques. Por ejemplo, sorprende que una serie de palabras exista tanto en malayo como en castellano o inglés o ruso, que en su mayoría se trata de préstamos provenientes de una forma de vida determinada –tecnocrática y occidental–, que permea a todo el planeta. Así, to check (ya existe el castellano “chequear” perfectamente admitido por la Real Academia Española), en el sentido médico, se ha exportado a la mayoría de las lenguas, y junto a ellas nociones como “progreso”, “sistema”, “educación”, “energía”, y lo que en su conjunto Uwe Pöerksen denomina como “palabras ameba”.

Todas estas palabras que proceden del ámbito científico y pasan a la lengua común y no significan nada en concreto, sirven para todo tipo de experiencias y dominios (“sistema” sirve tanto para el sistema informático como para el inmunitario o el de valores, o el económico). Estas “palabras ameba” se producen en la ciencia y pasan a los discursos políticos, y de allí hacia cada vez a más hablantes. Y precisamente la reverencia hacia la ciencia, el prestigio que se supone transmite simbólicamente, alienta su uso. Por lo tanto la amebacización de la lengua es también un efecto del desarrollo tecnológico. Queda saber qué ocurrirá en la era de Internet, aunque, de acuerdo a Illich: «Los ordenadores están haciendo a la comunicación lo que las vallas hicieron a los pastos y los coches a las calles».

El final de la crítica a la tecnología

En el primer semestre del curso de 1997, Illich pronunció en la Universidad de Penn-State una serie de conferencias titulada The End of STS Studies. La argumentación estaba ya prefigurada en otras conferencias suyas, así como en diversos artículos. Su argumentación descansaba en tres puntos: primero, no existe en la actualidad un ethnos que proporcione un ethos, por lo tanto no hay posibilidad de acción moral y consiguientemente de crítica a lo tecno-científico desde el punto de vista moral; y, segundo, las condiciones históricas que afectan a las instituciones, también afectan a los estudios CTS. La ciencia, la técnica y la sociedad han cambiado, y las inquietudes a las que respondían tales estudios han desaparecido, se han quedado vacías de contenido. La única posibilidad que queda abierta en la investigación histórica de los estudios CTS es cómo se formaron y cómo han ido evolucionando. Y esa investigación ha de hacerse no desde las instituciones que los ampararon en un momento, sino desde y para la amistad, desde la única relación moral y personal que permanece abierta. Illich coincide en parte con Foucault cuando señala que las instituciones intentan continuamente destruir la amistad, pues ésta crea situaciones y relaciones nuevas, y por lo tanto incontrolables. Foucault, sin embargo, parece indicar que la posibilidad de la amistad ya ha desaparecido de nuestra sociedad hace tiempo.

La crítica más delimitada es precisamente la segunda: la sociedad, la ciencia y la tecnología han evolucionado desde los años 60 hasta la actualidad; por lo tanto esto también ha de reflejarse en la manera de aproximarse a lo tecno-científico. Más aún, en su libro inédito In the Mirror of the Past II, Illich revisa su propio trabajo a la luz de este cambio de actitud, en especial sus dos estudios más famosos sobre medicina y educación. En la época del Sida, por ejemplo, es difícil continuar con la creencia de que la medicina tiene fuerza suficiente como para acabar con las plagas. La utopía de una sociedad sin enfermedades se ha revelado precisamente como algo fuera de nuestro alcance. Esto representa un claro cambio de actitud frente a los años 60, donde sí existía tal. El sistema educativo ni siquiera es capaz de cumplir mínimamente la promesa de un trabajo mejor gracias a la formación, pues vivimos en una época donde se ha asumido perfectamente el desempleo. Situaciones como las de las escuelas de Chicago muestran los efectos completamente perversos de una “educación de ghetto” para “niños de ghetto”, y tal discriminación también resulta perfectamente asumida. La ciencia, por lo tanto, ha dejado de tener ese aura de actividad impoluta, de expresión máxima de la intelectualidad para verse implicada en los asuntos sociales. Desde el punto de vista académico, la concepción histórica de la ciencia –interpretando que el contexto de descubrimiento tiene importancia en el conocimiento adquirido y no sólo la tiene el contexto de justificación– ha supuesto cambiar esa percepción de forma definitiva. Recuérdense casos como los “ratones pintados” o el de la fusión fría para comprobar cómo la producción científica no se encuentra al margen de las presiones sociales y mediáticas. El fraude forma parte de la actividad científica igual que de otras actividades.

Tampoco la tecnología ha salido indemne durante estos treinta años. Los diversos errores cometidos a lo largo de esas décadas han mostrado cómo ésta no es infalible y que presenta efectos colaterales (side-effects), completamente inesperados y en muchos casos devastadores. La sociedad se ha hecho perfectamente consciente de tales hechos y los asume como parte de la vida. Por tanto, si CTS debería servir para “alfabetizar tecnológicamente” a la sociedad, informarla acerca del carácter peligroso que tiene y hacerla consciente que, en definitiva, las cuestiones tecno-científicas implican a la vez decisiones políticas, ya se ha conseguido, ya forma parte de la opinión pública del siglo XXI. La tecnología se percibe, ya con mucha nitidez, como una expresión política determinada. De hecho se puede dar un paso más: la sociedad se entiende, en la época de la globalización, como un gran sistema que supuestamente se regula internacionalmente por medio del mercado (la gran solución para los países en desarrollo) y donde la tecno-ciencia sirve como motor de crecimiento y expansión. En realidad se piensa en lo social como un campo más de la ingeniería, que permite su ordenación y optimización en términos cuasi-cibernéticos.

Desde otra perspectiva, los estudios CTS se han encontrado en este dilema como consecuencia de un exceso de éxito, o tal vez de una apropiación de las instituciones. El movimiento social que lo sustentaba ha sido digerido y asimilado por el sistema educativo y finalmente por el poder político. Cualquier discurso político, basado en las premisas estándar de la democracia, hace suyas incluso inconscientemente las ideas de, por ejemplo, un John Dewey y el papel del experto en el gobierno, o de un C.P. Snow y su denuncia de la quiebra entre las dos culturas, y mantiene la necesidad de que exista tal información pública. Aún más, el problema ecológico se ha convertido también en una de las promesas electoralistas y forma parte de los programas de gobierno en las democracias occidentales. La percepción pública del conflicto ecológico, que se ha agudizado en estos treinta años de desarrollo industrial, resulta bastante familiar para cualquier ciudadano mínimamente informado. Por lo tanto, los estudios CTS como concienciadores ya han cumplido su función, y de hecho su éxito ha llegado hasta tal punto de que se puede hablar en la actualidad de “multinacionales verdes”, grupos ecologistas cuyos presupuestos están por encima de grandes empresas. Sin embargo, también existe la creencia que, dado el orden económico mundial, la tecno-ciencia resulta un pivote central para estar en el mundo actual. Dicho de otro modo, muy pocos podrían pensar en un mundo donde de pronto la ciencia y la tecnología dejaran de desarrollarse. A pesar de todos los males e inconvenientes que crean, se entienden ya como imprescindibles para la humanidad.

Illich revisitado

La noción de sistema es clave para entender la situación actual. Illich corrige un fallo en sus planteamientos previos: entender el transporte o la medicina como sistemas implica que, de alguna manera, existe un medio para no dejarse absorber por ellos. Pero en la ideología de la economía global, donde teóricamente todo forma parte de todo, es imposible encontrar tal distancia. Uno se ve atrapado en tal sistema, termina formando parte de él. Incluso se puede mantener que la crítica al sistema tecnológico es una forma de autorregulación del propio sistema. Esto se ve claramente en el nuevo estadio que, según él, ha alcanzado la medicina con la noción de “sistema inmunológico”. En la actualidad, la búsqueda de la salud ya se ha interiorizado de tal manera que son los individuos concretos quienes asumen la tarea de estar sanos, y funcionan con su cuerpo como administradores (managers) de un sistema; es decir, se encuentran completamente reclutados dentro del monopolio médico. Es entonces cuando aparecen extravagancias tales como “ser responsable de la salud de uno mismo”, como miembro consciente de ese sistema general que abarca a toda la sociedad. Los movimientos ecológicos parten de la misma idea, cristalizada en la noción de Lovelock de Gaia, la tierra como gran sistema. De ahí que el desarrollo sostenible busque encontrar la medida justa para que el sistema ecológico global no sufra daños irreversibles que amenacen su equilibrio. Si uno forma parte de ese sistema, casi es imposible encontrar la distancia.

La manifestación más clara de la conciencia como sistema consiste en la descorporalización, la ausencia de lo que se podría denominar genéricamente como lo “sensual”. La informática, las redes y la información se convierten –como se ha señalado anteriormente– en la fuente fundamental y casi exclusiva para entender el cuerpo. El lenguaje, de esta manera, refleja todo un campo semántico al respecto. No existe conocimiento sino “información”, no se habla sino que se “comunica”, la educación es el “software” con el que hay que equipar al “hardware” humano. El extremo de este pensamiento se encuentra en la elite de la investigación sobre inteligencia artificial –Hans Moravec, Marvin Minsky– donde el ordenador no es un cerebro de latón, sino que, por el contrario, el cerebro es un ordenador de carne. Pero la tendencia reflejada en la lengua no es el único obstáculo. Cuando uno se enfrenta a problemas “globales” como la deforestación, el calentamiento general de la atmósfera, etc., la única actitud razonable es la inactividad. Nadie puede pensar seriamente que puede no sólo actuar ante tal problema, sino siquiera imaginarse su naturaleza. Esto pertenece a lo “inexpresable”, tal como señala Illich, a algo que va más allá de cualquier posibilidad de decir con sentido, siguiendo a Wittgenstein. Es aquí donde adquiere valor la propuesta de la amistad en Illich: la amistad se establece cara a cara, la mirada se reconoce en la pupila del otro, esto es, lo sensual, lo inmediato adquiere una importancia crucial, más en un tiempo de globalización y de ausencia de ethnos.

Apéndice bibliográfico

Esta es la relación cronológica de la obra de Illich (no se incluyen los diversos artículos que publicó en el CINDOC), así como una serie de libros sobre su trabajo:

Celebration of Awareness. A call for Institutional Revolution, Doubleday and Company Inc., New York, 1969.

Bolivia y la revolución cultural, Ministerio de Educación / Fundación Rosa Agramonte, La Paz, 1970.

Deschooling Society, Harper and Row, New York, 1971.

Traducción al español: La sociedad desescolarizada, Barrall, Barcelona, 1974.

En América Latina ¿Para qué sirve la escuela?, Ediciones Búsqueda, Buenos Aires, 1973.

Tools for Convivality, Calders and Boyars, London, 1973.

Traducción al español: La convivencialidad, Barrall, Barcelona, 1973.

Energy and Equity, Calders and Boyars London, 1974.

Traducción al español: Energía y equidad, Barral, Barcelona, 1974.

Imprisoned in the Global Classroom (con Etienne Verne), New York, 1976.

Disabling Professions, Marion Boyars, London, 1977.

Traducción al español: Profesiones inhabilitantes, Blume, Madrid, 1981.

Towards a History of Needs, Pantheon, New York, 1978.

The Right to Useful Unemployment and its Professional Enemies, Marion Boyars, London, 1978.

Traducción al español: El desempleo creador, Barrall, Barcelona, 1974.

After Deschooling, What?, Harper and Row, New York, 1972.

Spiritual Care of Puerto Rican Migrants (coeditor con W. FERREE y J. KILPATRIK), Arno Press, New York, 1980.

Shadow Work, Marion Boyars, 1, London and New Hampshire, 1981.

Gender, Heyday Books, Berkeley, 1982.

Traducción al español: El género vernáculo, Joaquín Mortiz / Planeta, México D.F., 1990.

H2O and the Water of Forgetfulness: An Inquiry into our Changing Perceptions of Urban Space and the Waters that Cleanse it, Heyday Books, Berkeley, 1989.

Traducción al español: H2O y las aguas del olvido, Cátedra, Madrid, 1989.

A B C. The Alphabetisation of Popular Mind (con B. SANDERS), Nord Point Press, San Francisco, 1989.

In the Mirror of the Past: Lectures and Adresses 1978-1990, Marion Boyard, London, 1992.

In the Vineyard of the Text. A Commentary to Hugh´s “Didascalicon”, Chicago Press, Chicago, 1993.

Traducción al castellano: En el viñedo del texto. Etnología de la lectura: un comentario al «Didascalicon» de Hugo de San Víctor, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

Además está en preparación un segundo volumen de In the Mirror of the Past.

Recursos en Internet

Existen los siguientes recursos de Internet para acceder a muchos de los libros en castellano de Ivan Illich, de difícil adquisición en su mayor parte:

http://sunsite.queensu.ca/memorypalace/mall/Illich01/index01.html

http://www.preservenet.com/theory/Illich.html

http://www.oikos.org/ecology/illich.htm

Acerca de Ivan Illich

El célebre pedagogo brasileño, P. FREIRE e ILLICH, junto a H. DAUBER y M. HUBERMAN, escribieron Diálogo: análisis crítico de la desescolarización y concientización en la coyuntura actual del sistema educativo (Ediciones Búsqueda, Buenos Aires, 1975).

Eric OHLIGER en Bibliography of Comments on the Illich-Reimer Deschooling Theses, Clearinghouse No. SP007833, recogió, en 1974, una compilación de 65 páginas (con más de 570 autores en 71 libros y 351 revistas de 30 países diferentes) sobre los trabajos que el pensamiento de Illich había producido en el mundo pedagógico tan sólo dos años después de publicarse Deschooling Society. Desde entonces su cantidad se ha multiplicado enormemente.

Para hacerse una idea del impacto de la noción de convivencialidad, vid. V. BORREMANS: Guide to Convivial Tools, Library Journal Special Report No.13 (Bowker, New York, 1979), que lista y describe 858 volúmenes y artículos. El debate médico no ha sido estudiado tan a fondo.

Hay diversos retratos de Illich como el de F. DU PLESSIX GRAY: «The Rules of the Game», en Divine Disobedience: Profiles in Catholic Radicalism (Knopf, New York, 1970), o el de D. CAYLEY: Ivan Illich in Conversation (Anansi, Concord – Ontario, 1992), considerada la mejor revisión de la totalidad del trabajo de Illich hasta la fecha.

Hay estudios parciales, incluso contrarios como el de J. SÁENZ ARRIAGA: Cuernavaca y el progresismo religioso en México (México D.F., 1967), que se han centrado en tesis concretas sobre la escuela, la medicina o el desarrollo en otros idiomas distintos al inglés.

Por ejemplo, respecto a la escuela vid. H. VON HENTIG: Cuernavaca oder: Alternativen zur Schule? (Klett, Stuttgart, 1971) y Die Wiederherstellung der Politik: Cuernavaca Revisited (Klett, Stuttgart, 1973), A. GARTNER, C. GREET y F. RIESSMAN (eds.): After Deschooling, What? (Harper and Row, New York, 1973), H. HANNOUN: Ivan Illich ou l’école sans société (ESF, Paris, 1973), L. DE OLIVEIRA LIMA: O enfant sauvage de Illich numa sociedade sem escolas (Vozes, Petropolis, 1975), J. ELIAS: Conscientization and Deschooling: Freire’s and Illich’s Proposals for Reshaping Society (Westminster Press, Philadelphia, 1976) y P. VIVERT: Attention Illich (Cerf, Paris, 1976).

Respecto a la medicina vid. L. BOVO y P. BRUZZICHELLI (eds.): Illich Risponde dopo «Nemesi medica» (Cittadella, Assisi, 1978), R. FLÖHL (ed.): Masslose Medizin? Antworten auf Ivan Illich (Springer, New York, 1979) y D. F. HORROBIN: Medical Hubris: A Reply to Ivan Illich (Eden Press, Montreal, n.d.).

Para la crítica de Illich al desarrollo vid. H. ACHTERHUIS: Filosofen van de derde wereld: Frantz Fanon, Che Guevara, Paulo Freire, Ivan Illich, Mao Tse-Toeng (Ambo, Bilthoven, 1975), J.-P. DUPUY y J. ROBERT: La trahison de l’opulence (Presses Universitaires de France, Paris, 1976) y R. CIUCCI: La società conviviale: La profezia post-industriale di Ivan Illich (ETS, Pisa, 1984).

Entre los escasos intentos de integrar estos tres temas o del deseo de ir más allá vid. S. H. PFÜRTNER (ed.): Wider den Turmbau zu Babel: Disput mit Ivan Illich (Rowohlt, Reinbek bei Hamburg, 1985).

Otros libros de interés son el «Symposium on Ivan Illich», editado por L. J. WAKS para la revista Philosophy and Technology, vol. 8: Europe, America, and Technology: Philosophical Perspectives (Kluwer, Boston, 1991).

Artículo extraído del nº 60 de la revista en papel Telos

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