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Copiar y pegar


Por Fernando Sáez Vacas

Es difícil que alguna vez se haya escrito tanto sobre plagio en los medios de comunicación como durante los meses de mayo y junio de 2003, a causa de los plagios, mentiras y noticias inventadas de Jayson Blair, reportero de 27 años, en el periódico The New York Times. El escándalo provocado por este caso se ha llevado por delante al director del periódico, Howell Raines, y al gerente, Gerald Boyd, y ha asestado otro golpe más, muy importante por el medio de que se trataba, a la credibilidad de los medios y de sus profesionales.

No hay que ser periodista para darse cuenta de que la feroz competencia, los share (porcentajes) de audiencia o el ranking de ventas, las connivencias o servidumbres político-económicas y la aceleración de los acontecimientos son factores, entre otros de tipo ya más personal, que contribuyen a que los medios o los individuos, para ir más deprisa, para competir o para no quedarse rezagados, caigan en la tentación de abandonar en el arcén, como un lastre, el rigor y no pocas veces hasta una mínima exigencia ética. El punto de partida para construir un Jayson Blair es esa práctica ya bastante cotidiana para componer un artículo, noticia o reportaje, consistente en copiar, sin citar las fuentes, procedimiento que literalmente es un plagio, salvo que sólo afecte a cuestiones secundarias, en una época en la que no existe una firme conciencia colectiva de autolimitación en el uso de ese procedimiento interparasitario o un estado de rechazo social a tal tipo de prácticas.

Lo que se hace cotidiano acaba por parecer natural, y algo que debiera verse con ánimo crítico termina por tolerarse y, con la ayuda de los recursos digitales electrónicos para el manejo potente de documentos de texto, sonido o imagen, por reforzarse y ampliarse.

Sin embargo, la secuencia de cotidianeidad, naturalidad, tolerancia y refuerzo es un fenómeno artificial, no natural, aunque pueda casi llegar a parecerlo, y con el tiempo lo parecerá todavía más si no se hace algo por romper esta secuencia desde las aulas, el sancta sanctorum donde supuestamente los estudiantes aprenden a tomar contacto sistemático con el conocimiento, el rigor y la objetividad. Por desgracia, suficientes indicios apuntan a que ya numerosos embriones de Blair, en fase creciente gracias a la socialización de la infotecnología, pululan, se multiplican y, podría decirse, velan sus armas de copia sin barreras por las aulas y el mundo académico.

Por ejemplo, Internet y los medios informáticos habituales son a la vez una fuente inagotable y una herramienta poderosísima para componer rápidamente documentos electrónicos de texto por el método de copiar y pegar (en la jerga, copypastear) trozos, que luego se editan e imprimen de maneras impecables, con abundancia de variantes tipográficas, insertando dibujos y fotografías de colores. En el artículo «Fast-Study: de cómo intentar copiar sin ser descubierto», de Diego Levis, publicado en Quaderns Digitals, 31-1-2002, se presenta este modelo cada día más corriente de trabajo escolar como un desafío a la metodología educativa: al copiar de forma tan fácil y automática, los alumnos no aprenden y además practican artes fraudulentas.

Copiar y mentir son, según Vicente Verdú, dos de los rasgos del actual estilo del mundo. «Copia total» es el título de uno de los capítulos de su reciente libro El estilo del mundo, en cuya página 85 escribe lo siguiente: «Copiar o falsificar la tecnología, la moda, los libros, las páginas web, las drogas, es la constante de nuestro tiempo». Y más adelante: «Todos mienten y sabemos que mienten. Mienten los medios a través del negocio sensacionalista, el Gobierno y la oposición, las auditorías y los directivos, las firmas de cosméticos, los curas pedófilos, los científicos anhelantes de celebridad, las revistas femeninas, los críticos de arte, los hombres del tiempo».

Como poco, habría que distinguir quizá entre la copia total y la copia parcial. La primera, si es masiva, constituye piratería y busca un beneficio económico en el mercado negro, y si es unitaria, sólo disfrute gratuito individual, pero en ningún caso se apropia de la autoría de la obra. Por el contrario, es esto último lo que generalmente persigue la copia parcial, que es a la que estamos refiriéndonos al citar el caso de The New York Times. Desde luego, quien copia algo, aunque sea un fragmento, para hacerlo pasar como propio ante los demás, está mintiendo, pero puede que nadie alrededor se dé cuenta de ello, gracias, sobre todo, a la inmensidad del universo documental, por otro lado cada día más fácilmente accesible.

El plagiario sustituye al creador original y si el producto de su copia gozase de mecanismos poderosos de difusión lo suplantará tal vez para siempre. En abstracto, la copia total es un hecho económico, mientras que la copia parcial es más bien un hecho moral. La acción protagonizada por Blair, que copió y además mintió, constituye en principio un hecho moral que, por su influencia potencial en pérdida de prestigio, credibilidad y finalmente de lectores o suscriptores del periódico, puede transformarse en hecho económico. En ocasiones puede devenir incluso en algo más. No sabemos si los propietarios del Times ven a este medio sólo como una propiedad económica, pero sus lectores y la sociedad americana en general lo ven como un referente informativo y de opinión, por tanto su credibilidad es un bien intangible, pero precioso y muy necesario. Es un bien colectivo.

La diferencia de esfuerzo entre crear (o recrear) y copiar, que en su extremo más rápido puede realizarse simplemente con unos cuantos golpes de tecla, es abismal. Los estudiantes, como los periodistas, también trabajan bajo diferentes tipos de presión, y uno de ellos, sin duda, es el tiempo; por tanto a muchos les parece que su modelo de actuación, así como las herramientas empleadas, son una respuesta natural a circunstancias acuciantes. Pero hay que dejar las cosas claras. En una sociedad creativa y fuerte, comprometida en premiar el esfuerzo y la originalidad, ciertos comportamientos individuales y colectivos deberían prevalecer sobre algunas circunstancias. En ella, profesores, investigadores, ensayistas, compositores musicales, periodistas, diseñadores, etc., asumen moralmente la tarea de enseñar, experimentar, innovar, analizar, lanzar propuestas, de crear obras con su propia voz o lenguaje, no la de copiar o reproducir sin escrúpulo a otros.

Desconocemos en qué proporción, pero sabemos que no todos los componentes de esos colectivos cumplen rigurosamente ese proceder profesional. Con frecuencia, en los mentideros profesionales se comentan estas cosas de fulanito o zutanita, pero de ahí no suele pasar. Personalmente, respiro por una herida abierta, porque he sido varias veces víctima de estos ataques. El último, descubierto por casualidad, fue perpetrado, aunque parezca increíble, por el actual decano de la Facultad de Ciencias de la Documentación de una universidad española, que publicó un artículo en una revista de su especialidad, en el que seis de sus nueve páginas copiaban y pegaban un artículo mío de un libro editado en 1993.

A veces, por la notoriedad del personaje, o por cualquier otra causa más o menos opaca de intereses políticos, económicos o personales, salta a la prensa alguno de estos casos, pero también suele desaparecer de la actualidad en pocos días. Rara vez estas cosas tienen efectos sobre la carrera o la profesión del copiador inescrupuloso. El caso de J. Blair y otros pocos más casi son la excepción que confirma esta regla, pero, con todo y eso, este pillo redomado seguramente se hará rico con un libro explicando sus ideas y traumas psicológicos.

Dentro de los medios digitales –periódicos y revistas– que se distribuyen únicamente por Internet, y son seguidos por un público creciente, sobre todo si son gratuitos, existen algunos cuya oferta parcial o total son contenidos compuestos por el procedimiento de copiar y pegar una selección de noticias, artículos o reportajes elaborados por otros medios, a los que citan. Su aspecto, como casi todos los lectores sabrán, es el de una página web en la que simplemente con unos titulares adecuados y las primeras líneas de los textos pegados, se ofrece un vínculo internético para acceder gratuitamente al texto completo del artículo en otro periódico, que a lo mejor es de pago.

Como se ve, en este caso, copiar y pegar no constituye plagio, porque no se suplanta al autor de la obra, y además se amparan en el llamado derecho de cita. Pero las cosas no están claras y por eso mismo se produce un debate en el territorio especializado del periodismo, casi una guerra intermediática, donde se manejan, como proyectiles, argumentos tales como el derecho de cita, la libertad de expresión, las cuentas de explotación, las nuevas formas de periodismo propiciadas por la tecnología, la colonización de Internet, etc. De los que se habla poco es de quienes han realizado el esfuerzo y han exprimido su talento, su ingenio o su creatividad, de los autores originales, cada vez peor considerados y pagados, que son la base de todo el edificio de la comunicación, del entretenimiento y del saber.

Artículo extraído del nº 58 de la revista en papel Telos

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