Borges advierte sobre el temor, o el deseo, de que el arte de la noche penetre en el arte del día, porque no es una lección fácil. Hay que evitar la tentación de interpretar la frase «cada lengua produce lo que precisa», que precede a la referencia anterior, en el texto del Libro de sueños, como una invitación a la consigna política de «las lenguas se defienden solas». Llevaría a abandonar su gestión e, indefectiblemente, a la desidia. Cajal lo señaló en sus Reglas y consejos sobre investigación científica, al alertar sobre los riesgos de la competencia entre las «naciones atrasadas» y las que encabezan la ciencia y la técnica. Cuando los más importantes resultados de la investigación puntera hispánica se publican en inglés, la alerta todavía vale.
Un idioma como el español, que vive en una variedad de mundos y de circunstancias, cada vez más entrelazados, tiene una gestión compleja, pero no difícil, si se sabe analizar sus necesidades. Depende, en primer lugar, de la desigual velocidad de crecimiento técnico de las sociedades que lo hablan. Los datos del Estudio General de Medios para el acceso a Internet en España, referidos a febrero-marzo de 2001, daban un 14,3 por ciento de acceso a Internet en el hogar, frente al 32,5 de los hogares que disponían de computadora (equipada con módem el 17,7 por ciento de los casos.) En la América hispanohablante las previsiones más optimistas, para el año 2003, sitúan a Argentina en primer lugar, con un 10,3 por ciento, seguida de Chile con un 9,1 por ciento. En estas condiciones, la penetración de productos y servicios es desigual y las reacciones son difícilmente previsibles, todo ello complicado por una situación económica, como sucede en el caso argentino, muy inestable.
Puede decirse, en consecuencia, que lo más homogéneo del mundo hispanohablante es precisamente la lengua y, con todo, tampoco la situación está para echar las campanas al vuelo. Junto a la decisión venezolana de doblar los culebrones argentinos, porque la variedad dialectal del Plata es, sin duda, la más diferenciada hoy, está el interés de las grandes empresas por ofrecer distintas versiones lingüísticas, dialectales de sus productos, ofreciendo correctores ortográficos del «español tradicional», frente al «español argentino», «mexicano» o «salvadoreño». Obvio es decir que los componentes lingüísticos de esos sistemas son fundamentalmente idénticos. También hay empresas que encargan sistemas que «traduzcan» del mexicano al peninsular, o de éste al rioplatense. No importa que tras ello esté la ignorancia de que hay más diferencia entre Buenos Aires y Salta, en la Argentina, que entre Salta y Lima, lo que importa es una pátina de color local, a toda costa.
Lo que las empresas buscan en el usuario de Internet es el hombre corriente, el que necesita traducciones, que en más del 90 por ciento son de textos administrativos, técnicos o científicos, el que gusta de sentirse cómodo en una variedad lingüística que entienda, próxima a su expresión oral, sin palabras literarias, sin léxico culto, aunque sea de una variante sociocultural común, pero que él no maneja. Es un usuario que procede de una escuela empobrecida de contenidos, con escasa preocupación por la enseñanza creativa de la lengua, de la composición, con dificultades para entender textos leídos, por escasa práctica y, además, sin gusto por ello y con la presión de un entorno laboral muy exigente. Frases cortas, párrafos breves, léxico mínimo, cultura del vídeo clip. No en vano los mayores usuarios de Internet tienen menos de veinticinco años y, además, el grupo que los sigue es el de los mayores de treinta y cinco, no el inmediatamente superior en edad.
Es un mundo, además, en el que el peso de la penetración de Internet lo llevan las familias. La participación económica en la dimensión educativa de las nuevas técnicas, parte de la social, está invertida en Europa, en relación con los Estados Unidos. Allí la Universidad va por delante de las empresas y éstas de los particulares, mientras que en Europa los particulares van por delante de las empresas y éstas por delante de la Universidad. Buena parte de Latinoamérica sigue el esquema europeo.
La movilidad de las poblaciones afecta extraordinariamente al mundo hispanohablante. Es sabido que España recibe muchos hispanoamericanos: recibió inmigración muy preparada como consecuencia de la dictadura castrista y de las dictaduras militares recibe ahora mano de obra poco cualificada, junto a trabajadores medios que se tienen que conformar con empleos inferiores a sus capacidades, de modo más o menos pasajero. Los países americanos, que recibieron varios tipos de inmigración española, reciben ahora a los ciudadanos de pueblos más o menos vecinos, que están más necesitados, paraguayos o bolivianos en Argentina, centroamericanos en México (que exporta mexicanos a los EE.UU.), colombianos y peruanos por doquier.
Mientras que algunos países, como Australia, han acudido con celeridad y decisión a los recursos informáticos, falta una labor parecida en el mundo hispánico. Con ideas totalmente periclitadas se sigue forzando una integración imposible en la escuela española, en unos casos por desconocimiento de la lengua, en otros, como el de los alumnos hispanoamericanos, por la enorme diferencia de los parámetros culturales y escolares, entre los distintos países. El error de considerar al «otro» como igual entre sí, hijo de la ignorancia y el temor, además de un sistema de equivalencias obsoleto, lleva a las clases a jóvenes que carecen de la base lingüística para seguirlas, porque tienen otra lengua materna, o a otros que están allí por su edad y que, contra su voluntad, han de permanecer entre sus coevos, aunque pidan que se los ubique en las clases de quienes tienen sus conocimientos, a pesar de que tengan menos años. Ni la escuela ni la enseñanza del español como segunda lengua están, al parecer, preparados para el cambio que las exigencias sociales imponen.
Hay dos elementos que una buena gestión debe corregir muy pronto, como base para afrontar todos los retos: la mejora y el abaratamiento del acceso a la Red y la formación de profesores e investigadores en las ya no tan nuevas tecnologías. La permeabilización de abajo hacia arriba ya comenzó hace tiempo, ahora falta la difusión desde arriba. Es, además, esencial para un peso suficiente del español en la Red: una tarea que parecía haberse encauzado entre 1998 y 2001, pero que, desde marzo de ese año, parece ir sin control. La falta de continuidad en la dirección de algunas grandes instituciones culturales españolas, cuando está en manos de personas independientes que demuestran competencia, señalada acertadamente por Charles B. Faulhaber, director de la Bancroft Library, en el II Congreso Internacional de la Lengua Española (Valladolid, octubre de 2001), imposibilita que la sociedad (liberal y de mercado) desarrolle sus propios mecanismos. En España parece imposible que el director de una gran institución pública sobreviva a cuatro legislaturas y tres Presidentes de la nación, con cambio de partido; sin embargo, eso es lo ocurrido en la mayor biblioteca del mundo, la Library of Congress, en los últimos trece años.
Es sabido que el mundo hispánico tiene instituciones privadas o semipúblicas prestigiosas, capaces de gestionar la cultura tradicional, la educación reglada, la cohesión del idioma. Quizás porque el valor específico del español, incluso en términos económicos, se puede definir por la constante económica de la cultura, que es una riqueza, el peso de los valores que hay que conservar ha alterado la balanza, la cual ya no calcula bien el valor de lo nuevo, que sin embargo emerge. Internet, seguida del cine, ha incrementado la ocupación del tiempo de ocio en España, en detrimento de la radio en onda media y de la televisión, que sigue siendo mayoritaria. Estos desplazamientos son perceptibles y mensurables.
Aunque haya habido intentos beneméritos de que la televisión se convirtiera también en un instrumento cultural y formativo, ese papel es marginal y sólo posible por los sistemas de suscripción, único modo de sostener los llamados «canales temáticos», parte de los cuales son culturales.
En el caso de Internet no se plantea, sobre todo, la distinción entre el uso de Internet para el ocio y el uso como medio educativo y cultural. Se sabe perfectamente que el porcentaje de conexiones a los canales sexuales y a la pornografía es muy elevado. La doble dimensión está en otra parte, en que Internet y no la televisión, ni ningún otro medio de comunicación, es un medio imprescindible en el trabajo.
Hablar de trabajo no significa sólo usar Internet para realizar el trabajo propio, sino disponer de la Red para utilizar los servicios ajenos, sobre todo los dos cuyo volumen económico debe crecer todavía mucho, hasta alcanzar los porcentajes norteamericanos: el comercio y la banca electrónicos. Son también los puestos de trabajo que se generan para el aprovechamiento óptimo de las posibilidades, especialmente en los niveles medio y bajo, para los que es preciso contar con una mano de obra que domine ciertos recursos culturales tradicionales: ortografía, redacción, técnicas de composición, edición, traducción, además de otros nuevos, como corrección y evaluación automática de textos, traducción asistida por ordenador, memorias para la traducción, bases de datos terminológicas, diseño, elementos de programación.
De nuevo, ante el vacío dejado por las instituciones tradicionales, es la iniciativa privada la que cubre o trata de cubrir esos huecos, con la chocante circunstancia de que las instituciones tradicionales, como las universidades, que no ofrecen estos programas en su enseñanza reglada, sí lo hacen como «programas propios», «masters», o cursos especiales para un público necesitado de conseguir los puntos precisos, por ejemplo, para las mejoras de sexenios, en el complejo entramado administrativo. Otras veces se crean incluso universidades nuevas, con un planteamiento radicalmente distinto de la docencia, que tendrían que provocar una reforma sin precedentes de los modelos de enseñanza.
Parece necesario para desarrollar una buena gestión, en las sociedades liberales, administrar las posibilidades de la cosa pública en relación con las más vivaces de las empresas e instituciones privadas. Para ello los privados, que arriesgan su dinero, deben contar con una continuidad en la gestión de sus socios o aliados públicos. La administración pública debe generar confianza, si no es así, se puede llegar al caso extremo de repudio social que nos muestra Argentina. La confianza se basa en la competencia y ésta a su vez, en un sistema que garantice la adquisición de conocimientos y el logro de una calidad en la enseñanza, así como una selección adecuada.
Puesto que uno de los activos económicos del mundo hispanohablante es el que se define como bien cultural, es imprescindible esmerarse en una coordinación eficaz y, sobre todo, creíble, de esos recursos, especialmente los patrimoniales. En momentos de máxima disolución de las peculiaridades locales, el mundo hispánico exige, para su pervivencia como cultura, una atención especial a todo el patrimonio, el intangible, lenguas, tradiciones populares, el mueble, bibliotecas, obras de arte, objetos tradicionales, y el inmobiliario. La ayuda para la conservación de los bienes culturales permite, además, la colaboración de los técnicos y profesionales locales, genera trabajo y facilita la intercomprensión.
Todo ello, bien planteado, vuelve al origen de la situación, un mundo hispanohablante desigual, diverso, pero unido por la voluntad de respetar una herencia común y la conciencia, a veces vaga, de una fuerza derivada de esa unidad, nada más, y nada menos. Si los dioses no hubieran estado ocultos, Sófocles no hubiera luchado tanto por encontrarlos. Lo escribió Thornton Wilder; pero quien lo cuenta es Borges.
Artículo extraído del nº 52 de la revista en papel Telos