Editorial CSIC-Fundación El Monte Sevilla, 2001 |
El objeto fundamental de este libro es el análisis de los elementos reflejados en los grabados que los europeos realizaron sobre la realidad indígena del continente americano a finales del siglo xv y a lo largo del xvi. Se trata de indagar sobre la distancia entre dichas imágenes y la realidad, de averiguar en qué medida los informes y las imágenes habían alcanzado mayor repercusión que la realidad misma y de establecer cuáles eran las funciones de la imagen en la época.
Con estos objetivos en mente, lo primero que hace la autora es reflexionar sobre el estatuto de la imagen como modelo de la realidad. Tras repasar cuestiones como la analogía, el realismo o la verosimilitud adopta algunas ideas de autores conocidos sobre la naturaleza y el funcionamiento de las imágenes. Por ejemplo, la idea de Debray según la cual representar es hacer presente lo ausente y, por tanto, no es simplemente evocar, sino reemplazar; o la afirmación de Gombrich de que todas la imágenes deben más a otras imágenes que a la naturaleza.
Si hay un elemento que determine por encima de los demás la conformación de una imagen, ése es sin duda el lugar de la mirada, el punto de vista desde el que se afronta la construcción de dicha imagen y en este caso debemos entender el concepto tanto en su significado literal como en su sentido figurado. La imagen occidental del indígena americano está teñida de etnocentrismo europeo, pues retrata sobre todo la diferencia percibida desde la esfera de lo que se considera familiar o normal. Este hecho trajo dos consecuencias que ponen de manifiesto el carácter dual y en alguna medida contradictorio de la percepción europea y de la construcción de la imagen del aborigen americano. Por un lado, la apariencia y costumbres de estos pueblos encarnaron lo salvaje, la malicia, la fealdad, la irracionalidad, la falta de espiritualidad y la vida fuera del orden divino. Por otra parte, se perciben en esos pueblos características anheladas que retoman ideas antiguas como la del salvaje feliz que vive en estado de gracia en una especie de Edad de Oro, amparado en una inocencia sin problemas, aspectos que eran plasmados en las representaciones de la época.
Esta dualidad, tal y como señala la autora, es ya registrada por los primeros cronistas que viajaron al continente americano. Tras su primer viaje, Cristóbal Colón distingue entre los taínos, pacíficos habitantes de las Antillas, y los despiadados caniba, identificados por él como las huestes sanguinarias del Gran Khan. En alguna de sus cartas Amerigo Vespucci describe su encuentro con gente tratable y mansa, pero en otras hace llegar al continente europeo las primeras descripciones de las prácticas caníbales de los indígenas, que tendrían gran repercusión en la posterior configuración visual europea del indígena americano.
En la segunda vertiente de esta dicotomía tienen cabida todas aquellas visiones en las que subyace la percepción de lo distinto como algo deformado, sin duda una visión heredera de tradiciones medievales europeas en las que lo monstruoso, lo fantástico y lo diabólico ocupan lugares predominantes. De ahí la presencia de enanos, gigantes, amazonas, maravillas zoológicas y la omnipresencia del canibalismo en las imágenes y relatos de la época. La primera vertiente se manifiesta en las referencias al paraíso terrenal o a la fuente de la eterna juventud y en una cierta idealización de esas tierras desconocidas que aportaban mejores condiciones de vida a sus habitantes y en las que un cierto primitivismo bondadoso se contrapone a la decadencia de la civilización europea.
Imágenes y relatos
El libro de María del Mar Ramírez Alvarado nos habla de la mediación, de cómo las imágenes nos acercan y al mismo tiempo nos alejan de la realidad, de cómo antes y ahora el relato se convierte en algo más influyente que el propio acontecimiento, pero nos habla también de la generalización y de por qué a través de la imagen lo singular puede convertirse en categoría general, explicándose así cómo los indios del litoral brasileño que practicaban el canibalismo se convierten en modelo representativo de todos los habitantes del continente.
Los avances técnicos tienen una notable importancia en la construcción de la imagen de América. En la Europa del siglo xvi confluyen tres fenómenos de primer orden en el ámbito de la comunicación: la invención de la imprenta, el perfeccionamiento de las técnicas de grabado y el desarrollo de la perspectiva artificial. Estos tres fenómenos sin duda determinan el mapa cognitivo y cultural de la modernidad europea y, como señala la autora, en este contexto aparece el continente americano que, casi como la misma imprenta, vino a ser para los habitantes del viejo continente un nuevo descubrimiento europeo.
Uno de los mayores aciertos del libro es en mi opinión la búsqueda de la visión europea del indígena americano no sólo en las imágenes, sino también en los relatos. La imagen tenía ya un estatuto respetable y buena parte de las expediciones que partieron hacia América contaban con su pintor oficial de la expedición. Sin embargo, algunas de las imágenes que tuvieron más difusión y más influencia en la época fueron creadas por personas que no conocieron América y que se inspiraron bien en los relatos de quienes sí estuvieron allí o bien en otras imágenes. Podría decirse que la imagen es también y en cierta medida un relato, que se nutre de distintas fuentes y que en ocasiones, como la que nos ocupa, se puede establecer como discurso social dominante. El trabajo de María del Mar Ramírez Alvarado abre así las puertas a otra posible e igualmente interesante indagación: la de las correspondencias y divergencias entre los textos y relatos de los viajeros y las imágenes que directa o indirectamente nos relatan esos viajes; los paralelismos o discordancias de sus retóricas, sus lenguajes, sus significados.
Norberto Mínguez Arranz
Artículo extraído del nº 52 de la revista en papel Telos