Aunque el turismo es una actividad en auge y que genera unos beneficios económicos crecientes a la vez que propicia el desarrollo a todos los niveles, su crecimiento y diversificación en los últimos tiempos, auspiciados por la tecnología, siguen provocando grandes dudas y debates acerca de la sostenibilidad del sector.
El turismo se ha convertido en una de las principales industrias mundiales, una industria que goza de la paradójica ventaja de no interrumpir su crecimiento en las continuas crisis regionales y continentales (en 2014, este fue de un 4,7 por ciento, con un total de 1.138 millones de turistas, lo que supondría, computados como personas distintas, nada menos que un 16 por ciento de la población del planeta). Y algunos informes internacionales anuncian que estas cifras podrían verse duplicadas en el año 2020[1].
En el caso español, cada nuevo récord de turistas e ingresos se exhibe como consolación o motor de la salida de la crisis económica y del desempleo. España es el tercer destino nacional a escala mundial; los 65 millones de turistas internacionales recibidos (desde los 52,4 millones de hace una década y que llegaron a 60,7 en 2013) van a verse superados con seguridad por las optimistas evaluaciones de 2015, al igual que las estimaciones de gastos y facturación. Y la importancia económica no es precisamente menor: un 11,7 por ciento de aportación a la renta nacional.
Sin embargo, el debate nacional y global sobre las ventajas y perjuicios de esta actividad, especialmente de sus versiones masivas de ‘sol y playa’, es cada vez más acuciante, al plantear crecientes dudas de los actores económicos, empresas turísticas incluidas, sobre la sostenibilidad a medio y largo plazo de una actividad que moviliza a cientos de millones de personas cada año, permeando sus espacios e interrelacionando inevitablemente sus identidades. Y estamos asistiendo a la emergencia de protestas ciudadanas ante las contradicciones entre un turismo masivo y las formas de vida y ecología de los habitantes autóctonos.
Turismo sostenible – turismo cultural
Este debate no es ciertamente nuevo pero arrecia cada año, justamente por el incremento exponencial de la movilidad mundial de personas. Se abren paso así la investigación y la discusión sobre un turismo viable y sostenible a medio-largo plazo, que está unido indisolublemente a la necesidad de un turismo responsable y más competitivo, en un entorno global cada vez más interrelacionado, pero no al recaudo de radicales tendencias a la exclusión.
La solución no podría ser un turismo elitista. Al igual que un medioambiente sano, el turismo es también un derecho de todos los ciudadanos, derechos para los que las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) pueden, como diremos, aportar nuevo oxígeno.
La OMT (Organización Mundial del Turismo) ya precisaba hace años que el turismo sostenible era aquel que estaba «concebido para mejorar la calidad de vida de la comunidad receptora, para facilitar al visitante una experiencia de alta calidad y mantener la calidad del medio ambiente, del que tanto la comunidad anfitriona como los visitantes dependen». Una concepción, pues, del turismo como locomotora importante de un desarrollo armónico, capaz por tanto de irrigar sus efectos positivos a la sociedad anfitriona, añadiendo procesos de comunicación y de transmisión de valores, de formación, de identidad y de emprendimiento en paralelo a los de empleo y de generación de riqueza; en definitiva, un turismo de valores y no exclusivamente de intereses. Una concepción que nos sitúa de plano en el llamado turismo cultural.
Todo turismo encierra, sin duda, una dimensión cultural en tanto que implica miradas y descubrimiento cultural entre los turistas y la sociedad que los acoge. Pero cuando hablamos de turismo cultural apelamos a un concepto más estricto, a una actividad en la que la cultura juega un papel fundamental en las motivaciones y actividades del viajero, añadiendo valor a su despliegue e incardinando crecimiento económico con desarrollo integral. La OMT define el turismo cultural como «la inmersión en la historia natural, el patrimonio humano y cultural, las artes y la filosofía, y las instituciones de otros países y regiones». Y ciertamente esta modalidad del turismo está en el mismo nacimiento del turismo moderno, en aquellos impulsos renacentistas de Le Grand Tour, por el que las élites intelectuales y artísticas inglesas empezaron a viajar a Italia y a otros países en busca de arte y cultura.
Cuantificar este fenómeno no es tarea fácil, porque afecta a las intenciones íntimas de grandes masas de personas, cuyas motivaciones no son fáciles de medir. Según el Anuario de Estadísticas Culturales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (capítulo 7), por explotación de sus bases de datos[2], desgraciadamente retrasadas en el tiempo, en 2013 un 12,3 por ciento del total de los viajes «fueron iniciados principalmente por motivos culturales», lo que totaliza 9,9 millones de viajeros extranjeros, a los que habría que sumar los 7,4 millones de turistas españoles movidos por los mismos impulsos (un 14 por ciento del total). Estaríamos hablando, pues, de 17,3 millones de viajeros, con un gasto asociado (aunque el dato no es solo en cultura) de 11.704 millones de euros. Y las estadísticas oficiales añaden que, en ese mismo año 2013, el 53,9 por ciento de los turistas extranjeros y un porcentaje muy similar de los turistas residentes en España realizaron algún tipo de actividad cultural, lo que elevaría notablemente su impacto económico[3].
El turismo cultural en la era digital
Telos ha querido dedicar el Dossier de este número a un aspecto esencial y todavía poco estudiado y comprendido del turismo cultural en la era digital: el de las relaciones entre turismo cultural, patrimonio y NTIC. Así, en nuestro Call for Papers centrábamos la llamada en la trasformación que está viviendo el turismo por efecto de las redes digitales y las NTIC, lo que impacta especialmente en las actividades turísticas de mayor valor añadido y ligadas al patrimonio cultural propio, en las políticas públicas deterioradas por la crisis de preservación y promoción del patrimonio cultural, en la participación social de autóctonos y visitantes de cada país y en las sinergias entre las estrategias culturales y las turísticas.
Partíamos de la base, común ya en la investigación cultural mundial, de que el patrimonio se ha ensanchado enormemente en las últimas décadas. De los bienes cosas (edificios, obras, objetos) ha pasado a incorporar también los bienes intangibles (costumbres, fiestas, danzas, folclore, formas de vida…) y esta irrupción del patrimonio inmaterial abre una puerta a las otras formas de creatividad y expresión de las gentes, injustificadamente postergadas y olvidadas desde una secular visión elitista de lo cultural. Ambos campos son difícilmente separables, porque el patrimonio material también se basa en técnicas, conocimientos y valores de una sociedad, así como el patrimonio inmaterial se ancla a su vez en objetos que a menudo le dan soporte.
En ambos casos, la UNESCO ha perseguido garantizar su protección, es decir, su mantenimiento y preservación, su transmisión y recreación para las generaciones futuras. Primero, con la Convención sobre el patrimonio mundial, natural y cultural, de 1972, en la que los Estados partes expresan ese compromiso común. Luego, en 2003, con la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial: los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos, reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Por último, la Convención de 2005 sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, aunque centrada en los bienes y servicios culturales, ofrece un nuevo clima para la preservación de la diversidad, en la que el patrimonio material e inmaterial son su gran depósito.
Patrimonio y NTIC
Desde hace tiempo, el turismo se ha venido pensando de forma ambivalente: como motor de beneficios y de empleo, pero también como un fenómeno amenazador para la preservación de un patrimonio siempre vulnerable por no ser renovable; doblemente, tanto en términos de amenaza física a su integridad y conservación, como por el peligro para la lectura auténtica de sus significados históricos, despegándose de los actores y portadores que le daban sentido. No faltan los casos de remodelación urbana que han mostrado una cara poco halagüeña de ‘gentrificación’ (elitización), con expulsión de sus residentes originarios, e incluso de ‘disneyzación’, de disolución de la identidad en una cultura global homogeneizadora o mainstream.
Las teorías del desarrollo más modernas vienen insistiendo, por ello, en la necesidad de nuevas políticas culturales activas e incardinadas en los programas de desarrollo de las sociedades receptoras, en una cooperación intensiva entre los agentes públicos y privados, en una participación activa de los ciudadanos y habitantes de las ciudades dirigida al empoderamiento de su propio patrimonio en el desenvolvimiento de su identidad cultural. En definitiva, políticas movilizadoras para, como expresivamente les gusta decir en América Latina, favorecer la ‘apropiación social del patrimonio’.
En definitiva, y como en otros campos de la cultura, es preciso salvar la tensión entre la cultura como derecho (al acceso, a la identidad, a la participación y relectura de la herencia) y la cultura como recurso (para el crecimiento económico, para el empleo), encontrando un equilibrio armónico entre esas dos caras.
Las NTIC han venido a incidir profundamente en las bases de ese debate, como reconocen los propios documentos de la UNESCO. Su aplicación más evidente es la de difusión, promoción y comercialización del patrimonio; pero suele olvidarse que esta promoción no se dirige ya a consumidores pasivos sino a usuarios activos, capaces de analizar, recomendar e incluso realimentar los contenidos vivos de su cultura, a ciudadanos que pueden apropiarse, compartir y renovar su propio patrimonio.
Espacios para la conservación y el enriquecimiento del patrimonio cultural
Las NTIC abren insondables posibilidades para, como dice la Constitución española, la ‘conservación’ y el ‘enriquecimiento’ del patrimonio cultural: a su preservación y protección, a la catalogación, al registro e inventario, a la preservación digital de la memoria, al conocimiento, acceso y difusión, a la investigación, a la formación y educación artística y cultural…
Pero las nuevas tecnologías no son un mero recurso web de ampliación de la información, de una información más veloz y amplia, sobre el patrimonio y el turismo cultural. No solo son eso porque poseen la capacidad de modificar el escenario, la tramoya y el propio libreto de la obra.
En efecto, las nuevas tecnologías se presentan, en primer lugar, como un laboratorio inédito para la conservación del patrimonio (utilización de las tecnologías digitales en la restauración y rehabilitación, monitorización y seguimiento, censos e inventarios y bases de datos, aplicaciones multimedia…). En segundo lugar, pueden ser un vívido, y hasta ahora inexistente, ágora sobre el patrimonio cultural (espacio de debate e interacción abierta, horizontal y simultáneo en la transmisión de información y experiencia sobre el patrimonio y el turismo cultural, que abre cauces a la valoración, crítica y conocimiento a través de blogs, foros, chats, redes sociales…). En tercer lugar, las NTIC amplían llamativamente e inauguran nuevas posibilidades de acceso al patrimonio cultural (recreaciones 3D, realidad aumentada, reintegraciones, simulaciones y rehabilitaciones virtuales, reproductibilidad sustitutoria…). Las reintegraciones y reproducciones físicas del San Juanito de Miguel Ángel o las cuevas de Altamira y de Chauvet se ven beneficiadas por las tecnologías digitales y, con ello, se amplían posibilidades de acceso al patrimonio. ¿Pero no estamos empezando a barruntar ya formas y experiencias de otro turismo cultural, virtual interactivo y social, sin impacto negativo sobre la capacidad de carga de los bienes y lugares culturales ni desplazamiento físico de las personas? Y en cuarto y último lugar, las NTIC podrían ser una magnífica aula de formación y sensibilización; un aula no solo para anticipar conocimiento sobre los lugares que se van a visitar y los bienes materiales e inmateriales sitos en ellos, sino también un espacio para que los futuros visitantes conozcan y se hagan cargo de los valores de integridad y autenticidad y de los riesgos y fragilidades de dichos bienes. Es decir, un espacio de articulación de un ‘contrato responsable’ entre visitantes y receptores en torno a la autenticidad y la sostenibilidad.
El resultado depende de nosotros
Estas y otras muchas que no alcanzamos ni a imaginar ahora ni a poder exponer aquí, forman parte del rico repertorio de posibilidades que acompañan a las NTIC en relación con el patrimonio y el turismo cultural. Pero el resultado depende de nosotros, porque las NTIC ni se autorrealizan ni son neutras. Y es ahí donde hay mucho que hacer, especialmente los poderes públicos, en el desarrollo de las políticas culturales y turísticas, en tanto que es a ellos a quienes les incumbe el deber indeclinable de promover políticas para la igualdad y la efectividad en el derecho de todos de acceso a la cultura así como en el derecho de disfrute del turismo y ocio.
Recordemos, para finalizar, que la defensa y transmisión del patrimonio a través de las NTIC viene siendo un objetivo recurrente de muchos planes de la Unión Europea en los últimos años -desde la Cumbre de Lisboa hasta los objetivos y programas de Europa 2020- y ha protagonizado múltiples foros y planes en América Latina, en donde la OEI y la AECID jugaron un papel esencial de impulso.
Nuestro Dossier tenía justamente como objetivo central fomentar la reflexión interdisciplinar sobre esa triple articulación desde perspectivas disciplinares y profesionales diversas; pero al mismo tiempo, el fin de estimular su investigación y destacar las buenas prácticas en este campo.
Los textos valorados y seleccionados que incluimos en este número proponen un panorama bastante amplio y diverso de esta problemática, aun lejos de la pretensión, por irrealizable, de exhaustividad. En primer lugar, el artículo sobre la comunicación turística en Iberoamérica, de Verónica Altamirano (Universidad Técnica de Loja, Ecuador) y Miguel Túñez (Universidad de Santiago de Compostela), analiza las webs oficiales de 22 países de esta área geopolítica y sus despliegues en las redes sociales para verificar y analizar su desarrollo, incipiente pero visible. En clave diferente, el texto sobre las smart cities de Fernando Bonete (Universidad CEU San Pablo) estudia el papel de la cultura y el patrimonio en las ciudades inteligentes como elemento indispensable del desarrollo integral.
El estudio de Alba Rodríguez Silvo (Universidad de Santiago de Compostela) se centra en la utilidad de las NTIC y de sus aplicaciones para la conservación y restauración del patrimonio; mientras que la investigación sobre la información turística a escala local, desarrollada por un equipo de la Universidad de Salamanca compuesto por Valeriano Piñeiro-Naval, Juan José Igartua e Isabel Rodríguez-de Dios, se basa en el análisis de contenido de 500 webs institucionales de otros tantos municipios españoles con más de 1.000 habitantes, con conclusiones relevantes sobre los avances y carencias en ese terreno.
El monográfico se complementa con los Puntos de Vista encargados a expertos acreditados en esta temática. Jorge Fernando Negrete, destacado profesional de México (Grupo Mediacom), revisa la importancia del impacto de las NTIC en Latinoamérica sobre el patrimonio y el turismo cultural; Alfons Martinell (Universidad de Gerona) examina las potencialidades de las NTIC para la gestión del patrimonio y las políticas culturales, no sin señalar asimismo los nuevos problemas generados, y Xavier Greffe, reconocido investigador sobre arte y patrimonio (Universidad de París I-Sorbona) explica la renovada visión y nuevas dinámicas que las NTIC imprimen sobre la difusión, la investigación y la gestión del patrimonio cultural.
Notas
[1] UNESCO (2010). Informe mundial.
[2] Explotación estadística de tres bases de datos del Ministerio de Industria, Energía y Turismo a través del ITET (Instituto de Estudios Turísticos) de Turespaña: la encuesta mensual Familitur (telefónicas y personales de movimiento turístico de los españoles), Frontur (movimientos turísticos en fronteras) y Egatur (encuesta de gasto turístico).
[3] Ministerio de Educación, Cultura y Deportes (2014). Anuario de Estadísticas Culturales. Madrid: Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, Secretaría General Técnica.
Artículo extraído del nº 102 de la revista en papel Telos
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