La ópera: voz, emoción y personaje
Laia Falcón
Madrid: Alianza, 2014, 336 p.
ISBN: 978-84-206-9339-2
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En la antigüedad, los factores determinantes de la ‘riqueza de las naciones’ eran la disponibilidad de recursos naturales, como la tierra (como expresión de dominio y fortaleza, pero también como medio para el abastecimiento de alimentos, madera y minerales) y la ubicación geográfica (como el acceso a vías fluviales y marítimas o caminos para moverse por el territorio y así hacer llegar alimentos, suministros y, en general, ejercer el comercio). La llegada de la primera Revolución Industrial produjo fuertes cambios, porque en adelante el principal factor de crecimiento sería la acumulación de capital físico. Pero a medida que nos acercamos al presente, el capital humano, en sentido amplio, ha significado el desarrollo de capacidades, pero también de talentos y sensibilidades.
En The rise of the creative class (2003), Richard Florida señala que no es casualidad que los países con mayor crecimiento económico sean los más creativos y los que más se han interesado por el desarrollo de sus industrias culturales, dentro de las cuales, naturalmente, está la ópera[1]. Este planteamiento fue el punto de partida para que Gerard Marlet y Clemens van Woerkens (2004) identificaran lo que para ellos son las 3T del crecimiento: tecnología, talento y tolerancia. En efecto, esta hipótesis está en plena sintonía con el mundo de la ópera.
Tecnología, talento y tolerancia
Tecnología. El acercamiento de la ópera a un público más amplio del meramente interesado en asistir a las representaciones (bien por verdadero amor melómano o por esnobismo) ha sido posible gracias a la tecnología. Las primeras grabaciones en discos de doble cara datan de 1900, pero la primera ópera completa en ser grabada fue Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo, en 1907. También sería la primera en ser grabada en imagen y sonido, en 1931, en el napolitano Teatro di San Carlo. La grabación fue realizada con fines políticos, porque el régimen de Mussolini estaba obsesionado con hacer ver al pueblo que la bella ópera era patrimonio cultural italiano (hay una versión resumida de ella en YouTube, que no resalta precisamente por su calidad -es de una iluminación lúgubre y el montaje es sombrío- y sin embargo es un valioso documento porque nos advierte del interés en hacer llegar la ópera a un público que en ningún caso se podía permitir una entrada en La Scala o en La Fenice). Hoy en día es posible asegurar que gracias a la tecnología la ópera es accesible para todo el mundo (hay grabaciones en todos los formatos digitales, incluido Spotify).
Talento. La ópera es un arte, una expresión cultural y, como tal, está sujeta a los gustos y preferencias, pero en cualquier caso, cada generación ha dado un paso adelante en la consecución de lo sublime. Hoy en día la conjunción de talentos -sean cantantes, productores, coreógrafos, fotógrafos, diseñadores de moda e ingenieros de montaje, iluminación y sonido-, así como el matrimonio con la orquesta, ha alcanzado niveles no imaginados hace no mucho tiempo. Asimismo, la globalización de la economía ha ayudado a romper las fronteras físicas y por ello, ahora es posible conformar un elenco de talentos extraordinarios de todo el mundo. En este ámbito, resulta especialmente llamativa la mezcla entre talento y el olfato empresarial de Giacomo Puccini: originalmente, Tosca fue una obra teatral de Victorien Sardou, pero Puccini pero fue el primero en adaptarla para que cupiera en un disco por las dos caras.
Tolerancia. Posiblemente, de las 3T esta sea la asignatura pendiente. En el pasado, y aún ahora, muchos han tratado de secuestrar la música y de ponerla al servicio de sus intereses más mezquinos. Pero contra los excesos del poder tenemos varios ejemplos de independencia que rayan en la heroicidad. Como Dimitri Shostakóvich y su protesta numantina (principalmente, pero no solo, en su Decimocuarta sinfonía) contra la violencia, el destierro y la muerte promovidos por el régimen de Stalin, y que por cierto, estuvo muy cerca de costarle la vida. O la orquesta de músicos árabes y judíos, dirigida por Daniel Barenboim, un formidable y ejemplar esfuerzo de paz y deseo de concordia entre ambos pueblos.
Estas palabras sirvan para poner en situación el libro objeto de la presente reseña: La Ópera: voz, emoción y personaje, de Laia Falcón, profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, también poseedora de una privilegiada voz y, como queda constatado en este libro, especialista en la historia de la ópera. Es la amalgama perfecta entre la experta en el estudio de los medios y la artista. Existe la creencia popular de que todo lo que encierra el mundo de la ópera únicamente pertenece a los iniciados, a un pequeño grupo de gente dotada de una sensibilidad especial, por lo cual, se ha considerado terreno vedado para el gran público. Sin embargo, este libro es un esfuerzo audaz, porque tiene el noble objetivo de explicar la evolución que ha experimentado la ópera a lo largo de su dilatada historia.
Estructura
El libro está estructurado en la ‘obertura’ o justificación, y cuatro ‘actos’. El primer acto se titula Inventar un planeta. Es el punto de partida a lo largo de un viaje de 400 años y va desde los albores hasta finales del siglo XVII. El siglo XVIII lleva por nombre Pasión y equilibrio, época de gran esplendor de las obras y florecimiento de los teatros. Este es el tiempo de los maestros Scarlati, Vivaldi y Pergolesi, pero también de Mozart y Händel. El tercer acto está dedicado al siglo XIX, un siglo de intrépidos viajeros que llevaron consigo a sus amadas óperas hasta los confines del mundo, desde San Francisco hasta Saigón, desde La Habana hasta Buenos Aires, y asimismo, el descubrimiento en Occidente de las óperas eslavas. Por último, el cuarto acto, está dedicado a la ópera más contemporánea, a las nuevas maneras de interpretación y montaje, al encuentro entre la música culta y el folklore, al descubrimiento de nuevas coloraturas, a infinidad de matices y formas de expresar el arte operístico. En fin, la lectura del libro es vibrante, por ligera, ilustrativa y seductora.
[1] Florida, R. (2003). The rise of the creative class. New York: Basic Books.
Artículo extraído del nº 101 de la revista en papel Telos