Las dos últimas décadas revelan la continuidad -pero también la evolución- del ciberactivismo[1]. La antiglobalización -o altermundismo- se ha transformado en las revueltas globales en Red de la Primavera Árabe, los indignados y los Occupy.
Los altermundistas quisieron combatir el neoliberalismo visibilizando su violencia y sus efectos antisociales. Ahora el objetivo no es tanto disputarse la visibilidad como invertir la desigualdad que sostiene la Red, convertida en plataforma de vigilancia masiva; el lema: transparencia para el poder y privacidad ciudadana[2].
Las comunidades de código libre y los ‘hacktivistas’ (hackers inmersos en luchas sociales) entendieron Internet como bien común y generaron herramientas para blindar la contestación desde abajo, elaboradas colaborativamente y de libre acceso. Destacan dos: TOR (The Onion Route, un canal de transmisión anónima) y el programa de encriptación Pretty Good Privacy, con claves que son visibles y, aun así, ‘bastante privadas’. Uniéndolas, los ‘criptopunks’ crearon Wikileaks, una plataforma no censurable de megafiltraciones no rastreables. Cualquier ciudadano, no solo los altos cargos disidentes, podría filtrar enormes bases de datos y ocultar su identidad. Podríamos liberar los archivos digitales que gestionamos, que son muchos en el capitalismo cognitivo, y depositarlos sin apenas coste y en tiempo real en una plataforma de difusión libre que sigue activa, siendo muchos y muy poderosos los actores que han intentado cerrarla desde 2010.
De la resistencia antagonista al activismo de datos
La resistencia a la globalización neoliberal arrancó en 1999 con las protestas de Seattle. Empleando la Red, se crearon y enlazaron nuevos movimientos, de los cuales el zapatismo fue uno de los más relevantes. Su líder, el subcomandante Marcos, alcanzó un eco mediático comparable al de Assange. Su pasamontañas anticipó las máscaras de Anonymous. Simbolizan llamadas similares a la revolución de los ciudadanos sin rostro. Una siguió a la otra.
Marcos se formó en Marketing y en Relaciones Públicas. Assange cobró temprana fama en la matemática de la encriptación, una de las más complejas. Aplicaron los dos códigos más preciados en la sociedad del espectáculo -el publicitario- y la sociedad del conocimiento -el digital- a su lucha. La revolución de los indígenas mayas dio paso a la de los nativos de Internet. No en vano, los ‘criptopunks’ saludaron alborozados a los zapatistas y se pusieron a su servicio.
Los altermundistas se autoconvocaban digitalmente a través de los Indymedia para bloquear las cumbres de los organismos económicos internacionales. En paralelo, organizaban los Foros Sociales, momentos de encuentro físico con enorme desarrollo en la Red. Internet permitió a la antiglobalización encarar retos de alcance mundial y dio protagonismo a una sociedad civil sin fronteras, que entonces emergía. La red descentralizada de Indymedia permitía publicar convocatorias o denuncias de forma anónima y los lectores votaban las piezas, jerarquizándolas.
Los ‘hacktivistas’ transformaron la contrainformación y la ciberguerrilla de la comunicación -útiles para denuncias y movilizaciones puntuales- en plataformas de megafiltraciones. No contraatacaban, tomaban la iniciativa. Sustituyeron las noticias críticas por archivos incontestables que denunciaban falsedades o secretos ignominiosos. Pasaron de la resistencia antagonista al activismo de datos. Y ligaron este último no al periodismo de datos convencional, sino al de filtraciones y código libre. Propusieron a los gobernados erigirse en Cuarto Poder en Red, un contrapoder independiente de las burocracias que fabrican datos, mancomunado con hackers, ‘tecnocidanos’ y periodistas.
Se reclama un periodismo de código libre
Los antiglobalizadores decían practicar la ‘caza de vampiros’; creían que si proyectaban luz sobre la iniquidad del neoliberalismo financiero lo convertirían en cenizas. El foco lo ponían los medios que cubrían las protestas. Wikileaks acabaría actuando como un medio de comunicación transnacional, capaz de establecer relaciones cooperativas con la prensa de referencia y de generar producción propia. Brindó a los periodistas las filtraciones para aumentar su impacto social y ha acabado realizando programas de entrevistas, videoclips, películas, libros…
El ‘hacktivismo’ no confía tanto en recabar atención mediática como en generarla con recursos propios. Se corresponde con una ciudadanía digital; ‘tecnocidanos’, como Snowden, que disponen de la tecnología y de los conocimientos necesarios para reclamar sus derechos de expresión y participación. Quieren ejercer de contrapoder con herramientas y medios bajo su control y se aliaron con un periodismo al que le reclaman un código libre, que después de publicarlas libere las filtraciones completas, permitiendo contrastar y reutilizar la información. Nacido de la colaboración entre ciudadanos y profesionales, medios privados, públicos y organizaciones civiles.
La teoría altermundista de Nosferatu (por atribuírsela a un vampiro antiguo) difiere de la que Assange estableció en 2006. Dice así: cuanto más injusta es una organización, más teme a las filtraciones y más paranoicos se muestran sus dirigentes. La censura desvela los puntos débiles, las grietas por donde liberar más información. Para defenderse, la organización limitará o cerrará sus comunicaciones.
Si los gestores de los secretos no comparten secretos, siquiera con sus colaboradores, no pueden vigilar el entorno, responder a las amenazas ni adaptarse a los cambios. Cuanto más opacos, más vulnerables. Si impiden que circulen materias reservadas, no pueden recibir ayuda. Finalmente, y si todo va bien -para los de abajo-, esa organización colapsará; surgirán otras más transparentes que, con mayor capacidad de adaptación, competirán ventajosamente.
Esta teoría y la propuesta de Wikileaks ofrecen puntos cuestionables, pero su influencia está haciéndose sentir en los nuevos modelos de periodismo que están surgiendo en la Red. La táctica digital altermundista se postula ahora como una estrategia: ofrece objetivos a corto, medio y largo plazo; aporta herramientas y medios de difusión propios; permite pasar de la reacción y la resistencia a tomar la iniciativa en una ofensiva no violenta, solo comunicativa; una estrategia, además, abierta a una militancia que, como los enemigos a los que se enfrenta -los mercados, sin patria ni responsabilidad social- actúa de forma distribuida, anónima y global.
El fin del capitalismo cognitivo
El ‘hacktivismo’ hizo avanzar el ciclo de movilización previa. Les impulsa el mismo afán de embridar una globalización sin control democrático. Wikileaks propone que los internautas encriptados contrarresten la opacidad burocrática y el monitoreo digital de consumidores y gobernados con la filtración de archivos.
Los antiglobalizadores pusieron los cuerpos en la acción directa no violenta, aportaron discursos emancipadores, repertorios simbólicos y ‘artivistas’ (mezcla de arte y activismo), que se mantienen vigentes. Los ‘hacktivistas’ aportan ordenadores y algoritmos que encubren a los filtradores. Los medios convencionales harán de pantalla o altavoz masivos. Y, si no lo hacen, los ‘hacktivistas’ cuentan con medios propios o colaboran con los convencionales.
Marcos renovó los contenidos de la izquierda propugnando la autodefensa, la autogestión y la autodeterminación de las comunidades amenazadas por el neoliberalismo. También los ‘hacktivistas’ trabajan en sus comunidades de código libre asegurando un ámbito autónomo de decisión y desarrollo. El subcomandante (siempre debajo de la tropa) decía que su máxima aspiración era desaparecer; Assange se pasó la vida escribiendo un código para no dejar rastro. Marcos quería volverse innecesario, que el zapatismo se convirtiese en una forma de vida; los hackers menos ególatras también aceptarían perder su posición, rodeados de conocimiento y cultura libres. Supondría el fin del capitalismo cognitivo, la estatalización o privatización del conocimiento.
Los zapatistas exigieron respeto a las comunidades mayas, asediadas por las multinacionales y el neocolonialismo. Los ‘hacktivistas’ también ven amenazados los bienes comunes digitales (sobre todo, la neutralidad y la privacidad digitales) por el espionaje y monitoreo corporativo-estatal. Las multinacionales expolian la riqueza comunal que han generado los indígenas mayas y los nativos digitales; los gobiernos menosprecian, persiguen su cultura y prácticas de autogobierno. Los indios se transformaron en piratas y la revolución agraria en digital. La bandera es la misma: la tierra -la Red- para quien la trabaja, como decían Emiliano Zapata y los anarquistas españoles. Tierra y libertad equivalen ahora a Internet y privacidad. Son, respectivamente, el espacio y el derecho necesarios para ejercer una ciudadanía democrática y de alta intensidad. Pan y trabajo son demandas prioritarias, pero imposibles de alcanzar sin construir un Cuarto Poder en Red que las traslade a las instituciones.
Estas tesis tienen concreción política en las alianzas de los ‘hacktivistas’ con los gobiernos latinoamericanos, surgidos del altermundismo. Assange se refugió en la Embajada ecuatoriana de Londres; Snowden intentó asilarse en los únicos países que se lo ofrecieron, los del ALBA. ‘Hacktivistas’ españoles del 15M trabajan con el gobierno de Ecuador para acometer un cambio de producción basado en la economía social del conocimiento (http://flocksociety.org). Esta antípoda del capitalismo cognitivo se teje con los mimbres de la cultura libre y el cooperativismo en red.
Por último, en Brasil, el Marco Civil de Internet, una iniciativa legal formulada de forma colaborativa por la sociedad civil, garantiza la neutralidad y la privacidad y se ofrece como primer paso de una Carta Magna que regule Internet globalmente. El ciberactivismo forma parte ya de políticas públicas en marcha.
Notas
[1] Este texto alude a argumentos y nociones del libro del autor: Sampedro, V. (2014). El 4º Poder en Red. Por un periodismo (de código) libre. Barcelona: Icaria.
[2] Assange, J. (2013). Cypherpunks. Bilbao: Deusto.
Artículo extraído del nº 98 de la revista en papel Telos
Comentarios