La primera actividad tipográfica de Gutenberg (1440-1450) no fue la prensa, sino los impresos religiosos, primero, seguidos de impresos escolares, administrativos y comerciales. La prensa en el sentido paraperiodístico apareció a finales del siglo XV, con noticias verdaderas, relatos más o menos realistas, elucubraciones increíbles o polémicas religiosas y políticas.
Esta primera generación de la prensa era ocasional, no periódica. Cuando la prensa adopta una periodicidad, esta es muy espaciada: anual (alrededor de 1476), semestral (cerca de 1588), mensual (tal vez en 1597), quincenal (1605) y finalmente semanal (1609); sobre todo debido a que la prensa periódica es hija de los servicios postales regulares, que aparecieron en Europa a partir de mediados del siglo XV. Los diarios surgieron doscientos años después del ‘descubrimiento’ de Gutenberg, en 1640, en Leipzig, con los Einkommende Zeitungen.
Censura, élites y gran público
Todas estas publicaciones iban dirigidas a una élite; la gran mayoría de la población era analfabeta y las publicaciones se vendían a un precio bastante elevado. Solo en los dos últimos tercios del siglo XX la prensa pasó a ser, poco a poco, un producto de consumo corriente.
En los países europeos, la ‘edad de oro’ de la prensa llegó en los momentos previos a la Primera Guerra Mundial o en el periodo de entreguerras, más o menos en el momento en el que la radio apareció en una fase experimental (antes de la Primera Guerra Mundial); ganó un público progresivamente mayor entre las dos guerras y pasó a ser un medio de información cada vez más importante tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras que la televisión, aparecida en la Segunda Gran Guerra, se convirtió en un medio dominante en materia de información a partir de la década de 1960.
Cuando la prensa, la radio y la televisión dejaron de ser percibidas como una simple prolongación del medio anterior (el libro, en el caso de la prensa) y, sobre todo, como mero vehículo de entretenimiento, los poderes religioso y político pasaron a interesarse por ellas, imponiendo obstáculos legales a la posibilidad de lanzar nuevos medios y procurando controlar administrativa y judicialmente los contenidos difundidos; prácticas que no eran otra cosa más que adaptaciones de las medidas adoptadas en los primeros tiempos de la prensa tipográfica.
Ya en 1475 había surgido en Colonia la censura eclesiástica y en 1543 el Papa Pablo III había impuesto al mundo católico el indispensable imprimatur. El poder civil le siguió los pasos y la censura fue adoptada en 1524 en lo que hoy es Alemania.
Pluralismo y monopolio
Tanto para el poder religioso como para el político, la población no debería tener acceso a toda o a cualquier ‘literatura’, por lo que convenía controlar previamente lo que era susceptible de ser impreso: la información es percibida como un instrumento indispensable para que los poderosos puedan ejercer el poder, por lo que el ‘privilegio’ fue instaurado a favor de individuos dignos de confianza del poder, que pasaron a ser los únicos autorizados a acceder a la profesión de impresores-tipógrafos (que eran también editores, libreros, vendedores de periódicos y muchas veces autores).
Pero el poder político iría más lejos, tomando la iniciativa de gran parte del lanzamiento de los primeros periódicos. Citemos solo dos casos célebres: el de La Gazette, semanario fundado en 1631 en París por Thèophraste Ranaudot, un protegido del Cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, periódico en el que no se privaron ambos de escribir de manera anónima. Y también el caso de la Gazeta Nueva, creada en 1661 en Madrid por Francisco Fabro, secretario de Juan José de Austria, primer ministro y medio hermano de Carlos II.
Con la proliferación de la prensa tipográfica a lo largo del continente, su control se fue haciendo más difícil, particularmente porque había países, como Holanda o el Principado de Combes, que se especializaron en imprimir y exportar periódicos hacia territorios donde la libertad de prensa era imposible. Más tarde, con la gran campaña liberalizante de la pos-Revolución francesa y la industrialización de la prensa en el siglo XIX, no hubo partido político, sindicato, iglesia o asociación que no dispusiese de su ‘órgano oficial’…
Cuando, en el período de entreguerras, la radio comenzó a ganar audiencia, las autoridades políticas de varios Estados europeos decidieron tomar el control de la situación, adoptando una legislación restrictiva en esta materia y no autorizando la creación de radios privadas. Fue el caso de Gran Bretaña, Alemania e Italia, por ejemplo. En otros países las radios públicas y privadas cohabitaron, como en Bélgica o Francia, así como durante las dictaduras salazarista y franquista. Esta situación dio lugar a un monopolio del servicio público en toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La presencia de emisoras privadas solo fue tolerada y estrictamente controlada en Francia y más modestamente en Italia, además de la extraña situación pluralista de Portugal y España. En el caso de los dos países ibéricos, la radio pública, oficial, era la única autorizada para producir la información de los radio-periódicos.
Fue este monopolio de servicio público de la radio el encargado de lanzar la televisión en su estado experimental poco antes de la Segunda Guerra Mundial y de su implantación posterior.
Por ello, tras la Segunda Gran Guerra, la radio y la televisión pasaron a funcionar en régimen de monopolio de servicio público en muchos lugares de Europa. La radio primero y la televisión después (sobre todo a partir de la década de 1960) pasaron a ser sucesivamente los medios de información dominantes, controlados más o menos estrictamente por los partidos políticos que detentaban el poder central o regional (según las tradiciones político-culturales de cada país).
La pérdida de influencia de los partidos
La entrada en escena de la radio y la televisión como medios de información hizo perder a la prensa el privilegiado estatuto de divulgadora de las noticias. El hecho de que los ciudadanos pudieran confrontar diferentes fuentes de información (prensa, radio, televisión) y no dependieran solo del ‘monopolio’ del periódico leído hizo desaparecer progresivamente los órganos de los partidos políticos y grupos de presión, percibidos como medios de periodismo militante y de información sesgada.
Con la desmonopolización de los sectores de la radio y de la televisión, en la década de 1970, este ascendente de los partidos en el poder fue perdiendo terreno, debido a la proliferación de los medios audiovisuales y a la competencia informativa. Pero también porque una nueva cultura pos-Mayo del 68 y una generalización de la formación superior de los periodistas favorecieron el distanciamiento de las organizaciones políticas, lo que hizo extenderse por casi la totalidad de los países de Europa Occidental -con la notoria excepción de España- la creación de instituciones que funcionaran como intermediarias entre las radios y las televisiones de servicio público, de un lado, y los gobiernos centrales o regionales, de otro.
Pero si la información dejó de ser ampliamente controlada al nivel de la difusión, empresas, instituciones, partidos y otros actores políticos intentarían controlarla en la fase de recopilación de datos. Aparecerán así, principalmente a partir de la década de 1960, jefes de prensa y direcciones de comunicación que llevarán a las empresas mediáticas a considerar que los periodistas no tienen que dedicar tanto esfuerzo a la recogida de la información, recibiéndola ya debidamente confeccionada por parte de las fuentes que están muy interesadas en su difusión.
Esta constante de la historia de las relaciones medio político-medio de comunicación es fundamentalmente cuestionada con la aparición de Internet como medio de información en la segunda mitad de la década de 1990. Por primera vez, los medios políticos en el poder dejaron prácticamente de controlar la difusión de la información (el caso de las revelaciones de Edward Snowden en 2013 es, desde este punto de vista, significativo), lo que ha provocado una sobreproducción de eventos y de comunicados para suscitar la atención de los medios de comunicación. Porque todos los partidos políticos consideran desde siempre que los medios no dan suficiente importancia a sus actividades, iniciativas y tomas de posición. Incluso cuando informan sobre una organización política, los medios raramente lo hacen a gusto de los responsables del partido.
Un eterno desamor inevitable
Este eterno desamor es más fácil de comprender cuando se comprueba que la primera vocación de un medio de información, si quiere tener éxito, es la de tener en cuenta los intereses de su público y no los de aquellos que están interesados en ‘producir’ información. Pero su misión es también asumir claramente la función de contrapoder, impidiendo que los poderes constituidos sigan la tendencia natural a abusar de ese poder, sobrepasando los límites de lo que es admisible en un Estado de Derecho y en una democracia, en el pleno sentido de la palabra…
Los políticos necesitan de los periodistas para comunicar a los electores sus proyectos, iniciativas, tomas de posición, reacciones. Los periodistas precisan de los políticos para poder disponer de una amplia materia cuya naturaleza pública interesa a sus públicos. Solo que la concepción que unos y otros tienen del periodismo, de la información y de los centros de interés de los ciudadanos es muchas veces totalmente opuesta o incluso irreconciliable.
Traducción: Alberto Pena Rodríguez
Artículo extraído del nº 97 de la revista en papel Telos
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