En buena medida, el teléfono móvil ha pasado a ser actualmente una necesidad básica para el individuo contemporáneo, lo cual presenta múltiples implicaciones sociales, psicológicas y psicosociales. El presente artículo pone algunas de ellas de manifiesto.
A la telefonía fija le costó un siglo entero llegar al billón de líneas en el mundo. En cambio, los teléfonos móviles en circulación han alcanzado esa cifra en tan solo una década (Donner, 2005, p. 1). Se estima que ya en 2002 las líneas móviles excedían en número a las fijas. Puede decirse que se trata de una auténtica revolución que trasciende lo tecnológico. Una revolución que no tiene precedentes en toda la historia de la tecnología humana, llega a afirmar -quizás algo exageradamente- Lorente (2002, p. 2).
De lo que no cabe duda es de las enormes implicaciones sociales, psicosociales, económicas e incluso políticas de esta comunicación mediada por el móvil, lo que ya ha recibido la atención de interesantes estudios. Como muestra de ello se pueden mencionar los trabajos de Brown, Green y Harper (2001), Rheingold (2002) o Castells et al. (2004). Aunque principalmente los estudios se centran en los países desarrollados, donde a priori parece que ha habido un mayor impacto, también se ha puesto el foco en países que no entrarían en dicha categoría por el Banco Mundial, bien porque pertenecen a los llamados ‘en vías de desarrollo’ o ni eso tan siquiera.
Independientemente de esto, es indudable que el teléfono móvil ha provocado lo que Geser (2004) llama una radical transformación en los ritos sociales de interacción. El móvil ha hecho aparecer modalidades relacionales difícilmente catalogables dentro de los parámetros convencionales. En la práctica totalidad de la bibliografía existente en torno a la historia de la telefonía móvil se coincide en destacar la revolución social que supone su llegada. Grant y Kiesler (2001, p. 121) afirman, por ejemplo, que «la amplia difusión, el carácter personal, la ‘translocalidad’ y la conectividad always on no solo han favorecido la implantación global de la telefonía móvil, sino que han hecho posible que su inserción en la vida cotidiana haya provocado notables transformaciones en numerosos aspectos de la vida social». Rheingold (2002) va más lejos aún, llegando a calificar al móvil como un verdadero tsunami social, suponiendo así un reto para redefinir el concepto de comunicación social o de masas y el de comunicación en general.
El conocimiento como factor clave de la humanidad
Estamos inmersos en la llamada Sociedad de la Información y del Conocimiento, aunque dicha sociedad del conocimiento, en sentido amplio, ha existido siempre. Desde que la humanidad es tal, se ha constituido en grupos sociales que garantizaban no ya su supervivencia, sino su progreso, compartiendo información y conocimiento. Sin esa colectivización del aprendizaje, la especie humana no se hubiera distinguido tanto de otras especies animales cercanas. El aprendizaje colectivo es el rasgo más importante de la especie humana, afirma. Las leyes de tal proceso, de esa sinergia intelectual más o menos global, se sustentan sobre el volumen y variedad de información que se va acumulando y la eficacia y velocidad con la que se comparte. Cuanto mayor es el tamaño de la red que comparte, en el sentido de mayor número de individuos y/o comunidades, mucho mayor será el número de conexiones posibles, por lo que el aprendizaje, el conocimiento y su reparto, se eleva más tarde o más temprano exponencialmente. Con dicho planteamiento se puede vislumbrar lo que la telefonía móvil por un lado e Internet por otro y ambos también en sinergia pueden hacer por esa colectivización del aprendizaje humano.
En un plano biológico, y retrotrayéndonos a mucho antes de que el ser humano apareciera, la evolución y progreso de la vida en el planeta fue posible, primero, gracias a la interacción aleatoria de los diferentes elementos químicos y después a la de los organismos formados a partir de ellos. La interacción, el contacto, es por tanto el motor de la vida, humana y no humana, la cual se lleva a cabo gracias a la concurrencia de dos hechos, según Geser (2004): la búsqueda y consecución de proximidad física, por un lado, y por otro el establecimiento de lugares donde morar y mantener más o menos estable esa proximidad.
Ello constituye una cierta antinomia, pues una proximidad física con el mayor número posible de organismos se logra gracias a la mayor movilidad posible, cosa que va en contra del establecimiento permanente y duradero de morada. Para ser compatibles, ambos hechos se verán abocados a ser considerados como fases alternas de un mismo proceso.
Por tanto, los organismos, incluido el ser humano, mientras están en movimiento, su potencial de comunicación es minimizado o incluso totalmente suspendido. Para comunicar es necesario permanecer. Para vivir en sociedad es necesaria la interacción, que se consigue a través de cierta permanencia. Por tanto, la gran revolución de las tecnologías de la comunicación móviles se ha dado en el sentido de que han hecho posible la unión de ambos estados hasta ahora alternos y no solapables.
El regreso a la charla de la Edad de Piedra
El ser humano se ha capacitado con el móvil para seguir comunicándose mientras disfruta de absoluta movilidad, ha conseguido separar la capacidad de comunicarse de la proximidad física, cosa que ya consiguió ciertamente el teléfono fijo, pero con el celular la separa también de la inmovilidad o permanencia espacial (Geser, 2004, pp. 2-3). La comunicación se ha independizado de las constricciones físicas. La correlación causal entre ubicación física y relación social queda rota; se puede estar muy lejos, y en movimiento, y estar comunicado. Pero por contra, ciertamente, el uso masivo del móvil ha hecho que se pueda estar muy cerca y estar incomunicado con el entorno inmediato.
En ese sentido, el móvil ha supuesto paradójicamente lo que Fox (2001) llama la vuelta a la charla de la Edad de Piedra, en el sentido de que el móvil recupera la posibilidad de permanecer en contacto con nuestro campo social más cercano, familia y amigos, en la sociedad posindustrial de la movilidad y el alejamiento, que parecía abocada a prescindir parcialmente de ello.
Con el móvil se restablece lo que no consiguió del todo la telefonía fija, un modelo casual de comunicación informal fluida y casi espontánea, propia de sociedades tradicionales y preindustriales. Lo expresa Fox (2001) diciendo que «Los teléfonos móviles están resucitando los hábitos de comunicación más naturales y humanos de los tiempos pre-industrializados. Estamos usando una tecnología puntera de la era espacial para volver al cotilleo de la edad de piedra». El móvil hace compatible, en definitiva, la movilidad requerida del estilo de vida urbano actual con el mantenimiento de los modos primordiales de integración social en grupos primarios y en diferentes sistemas sociales. O como dice Lorente (2002, p. 13), el éxito de la telefonía móvil viene por haber permitido mantener las relaciones humanas de aldea en el contexto de la ciudad.
Por otro lado, el móvil ha supuesto una desregulación de las fronteras del propio concepto de sistema social. Si dicho sistema era hasta ahora local-based, dependiente de un entorno físico, se pasa a otro person-based, en el que la localización física poco o nada tiene que decir en su configuración.
Tanto en la esfera privada como en la pública, la interacción ya es deslocalizada, entre personas, no entre estas y lugares. Repárese, por ejemplo, en la importancia que tiene esto en el caso de un divorcio para la comunicación con los hijos de ambos cónyuges. O por poner otro ejemplo de índole profesional, las facilidades que se presentan para contactar con candidatos, estén donde estén, en un proceso de reclutamiento por parte de una empresa.
El móvil en una nueva comunicación interpersonal
La expansión funcional de la comunicación telefónica que ha supuesto el móvil tiene ramificaciones en el plano socioemocional, dando paso, por ejemplo, a multitud de modalidades expresivas con las que mantener o entablar nuevas relaciones. El móvil no solo invade cada día rutinas de todo tipo, sino que también es capaz de crearlas. Es el caso de lo que Geser (2004) llama grooming calls, las llamadas perdidas, como hábito de expresión socioemocional absolutamente novedoso. Una ‘perdida’ es en sí un acto de comunicación con un enorme cúmulo de posibilidades expresivas. A un emisor le puede servir para indicar cariño, interés, solidaridad, complicidad, cercanía, compasión, simpatía, amor. El sentido exacto del mensaje queda tan abierto o cerrado como lo esté la relación entre el emisor y el receptor.
El móvil ha supuesto, por otro lado, la pérdida de las ventajas de la no-conexión temporal. La existencia humana, en tanto que existencia en relación con los demás, es enriquecida por sentimientos de anhelo y nostalgia. Sin embargo, el móvil las hace prácticamente desaparecer; hace las despedidas menos dramáticas puesto que se puede seguir en contacto, disipando la felicidad y emoción asociada con volver a verse, puesto que el vacío de la ausencia ha sido rellenado con las llamadas, los SMS, así como con Internet (Fortunati, 2000).
Pero al mismo tiempo, por el contrario, el móvil da la posibilidad de satisfacer la necesidad de controlar y limitar la accesibilidad a uno mismo, lo que se consigue decidiendo cuándo el móvil estará encendido o apagado (cuando se puede decidir, claro está), restringiendo el círculo de gente que posee el número e incluso filtrando las llamadas al poder identificar la llamada entrante. Toda esa metodología de construcción de la privacidad por el móvil lleva a un ascenso de lo que Fortunati (2005) llama intimidad nómada. La intimidad va con uno, la lleva puesta a todas partes, si bien el nomadismo en sí decae, es decir, muchas actividades nómadas se desvanecen con el móvil, puesto que desde que se puede comunicar desde cualquier sitio con cualquiera, deja de tener sentido molestarse en muchos de los desplazamientos hasta ahora imprescindibles.
En otro orden de cosas, otra función psicosocial que cumple el móvil es la de ser una especie de guardaespaldas simbólico para el individuo. El móvil contribuye también a llevar a cabo una estrategia de defensa de un mínimo espacio privado en lugares públicos cuando se está solo. Usar el móvil para evadirse del entorno es mucho más efectivo que leer el periódico o algo parecido, porque además de aislar protege. Al hablar por el móvil en un espacio público cuando se está solo, además de poner una barrera de distancia a posibles aproximaciones indeseadas, se comunica también que se está participando de otro escenario social, que se está en compañía de alguien, que no se está en realidad solo.
En esa línea, el móvil, como un agente más, se ha colado también dentro de las interacciones de contacto directo entre individuos. Más adelante se habla de ello en relación a las reuniones de trabajo, pero habría que hacerlo de cualquier interacción personal. En primer lugar, cuando un móvil suena en un encuentro entre dos o más personas, se produce una impredecible y molesta intrusión de los otros distantes, lo cual provoca cierto malestar en los presentes que no reciben la llamada e incluso también puede provocar estrés a aquel que la recibe.
La llamada se puede recibir en un rango de estados mentales, circunstancias sociales y condiciones del entorno casi infinito. Hay que reconfigurarse para recibir como sería correcto cada llamada, lo cual provoca una disrupción de la interacción local, un sentimiento de urgencia. El coger esa llamada exige el desempeño simultáneo de dos roles en dos diferentes escenarios: en el espacio físico y en el espacio conversacional del móvil al mismo tiempo. Relacionado con esto, el móvil ha creado un nuevo rol, la figura del hanging bystander (Ling, 2001), traducible como el ‘mirón colgado’, aquel individuo -en algunas ocasiones más de uno incluso- que se ve inmerso en una estrategia de espera mientras quien está delante de él recibe la llamada. Haddon (2000) también repara en esa relación que surge entre el usuario del móvil en un ámbito público y los otros que están presentes.
El móvil y la conducta organizacional
Desde el punto de vista organizacional, el móvil viene también a trastocar las estructuras internas de las organizaciones, pudiendo llegar incluso a cambiar el mismo concepto de organización. La Enterprise 2.0 (McCafee, 2006), resultado principalmente de Internet, supone un salto de gigante hacia lo colaborativo y la horizontalidad, lo cual vendrá ya vislumbrado por la telefonía móvil. Esta comenzó a concebir, en cierta medida, una descentralización de los flujos comunicativos, dando lugar a una mayor bilateralización de la comunicación interna (Geser, 2004).
Por otro lado, el móvil ha hecho modular determinadas esferas de responsabilidad individual en el desempeño laboral. Se habla de directivos que, gracias al móvil, sobreejercen sus cargos de manera patriarcal, pero el proceso muestra asimismo la cara inversa. El subordinado también dispone del jefe en todo momento. El conjunto de decisiones que debe tomar el individuo en su ejercicio profesional podría disminuir, al poder recurrir vía móvil a una consulta con el superior en cualquier circunstancia, momento o situación. Tener al jefe localizado puede hacer declinar toda decisión más o menos comprometedora.
La consecuencia directa que Geser (2004) ve en ello es la desregulación de las agendas. El móvil nos hace volver a la selva, dirá el autor. La única especie con conciencia de futuro es la humana, lo que le hace planearlo, tratar de configurarlo. El móvil está reduciendo esa necesidad de planear el futuro como hasta ahora, debido a las posibilidades de inmediatez que otorga. La interacción social formal se está haciendo informal, dentro y fuera de las organizaciones, dando un estilo de vida más fluido y espontáneo. En ese sentido se podría decir que los conglomerados sociales se descentralizan, constantemente se reconfiguran por el conjunto de interacciones bilaterales, por la negociación constante y por una mayor ‘traslocalización’ de los conjuntos sociales. Los bordes entre diferentes esferas institucionales, en definitiva, han cambiado. Estas se han hecho más permeables, más flexibles y más interpenetradas.
Desde ese punto de vista sistémico, el móvil vendrá a aumentar la capacidad funcional de colectivos y organizaciones en movimiento: unidades policiales, militares, ambulancias, grupos de refugiados, así como organizaciones que no lo eran pueden convertirse en móviles, facilitando encuentros velozmente constituidos, reuniones de composición altamente variable o incluso reuniones no físicas. Por ello, el celular privilegiará colectivos constituidos sobre la base de sus miembros integrantes, más que sobre lugares o territorios. Mientras el comportamiento en un entorno low-tech es predominantemente configurado por factores físicos, o hard (en términos cibernéticos), como los muros de los edificios, la proximidad o la lejanía espacial, los medios físicos de transporte, etc.; sin embargo, un escenario high-tech estará más determinado por factores soft, como las preferencias subjetivas, las motivaciones, los roles formales e informales esperados, costumbres culturales, hábitos, necesidades funcionales, relaciones, etc.
De tal manera, el móvil viene a ‘softificar’ sobremanera las organizaciones, implicando un cambio que hará menguar la necesidad de una centralita en sentido amplio, de un hub con el que distribuir la comunicación entre grupos y miembros de las organizaciones, minimizando así el vuelco de comunicaciones no intencionadas a terceras partes. Los lugares y el poder, la arquitectura y la legitimación se disgregan el uno del otro. Ya no hay necesariamente secretarias, centralitas, últimas plantas… filtros. El móvil está suplantando el papel de la arquitectura en la distinción social y profesional e incluso cabría pensar que la hace saltar por los aires.
Por tanto, estamos ante un escenario que pasa de organizaciones burocráticamente programadas con rigidez a acercarnos a algo a lo que Geser (2004, p. 40) llama ‘adhocracias’, donde horarios, planificaciones y patrones de cooperación serán revisados constantemente, en tiempo real. Piénsese, por ejemplo, lo importante que puede ser esto para la gestión exitosa de crisis organizacionales.
Paralelamente, el móvil ha supuesto una profunda facilitación de los procesos de intercambio organizacional, así como un incremento en la eficiencia transaccional. Todo avance en la capacidad comunicativa conlleva un uso más eficiente de recursos. Por ejemplo, la gestión de stocks, el afrontamiento en un cambio brusco de necesidades, la velocidad de adaptación en la cadena de producción y su flujo comercial, etc., en definitiva, la tasa de metabolismo de las organizaciones (Geser, 2004), del mercado, de las ciudades y de todo sistema socioeconómico, crecerá exponencialmente. Lo cual parece estar cerca de propiciar un cambio que nos llevará, querámoslo o no, a un nuevo modelo productivo (Feijoo, 2010).
El móvil, entre el hogar, el trabajo y la esfera pública
Aguado y Martínez (2006) apuntan la importancia que está demostrando el teléfono móvil como fusionador entre el espacio público y el privado. Implicación directa de ello es la clara integración de roles que propicia. El móvil ayuda a reducir la tensión o los conflictos entre los diferentes papeles que adopta un individuo, a mitigar la fragmentación de roles propia de la alta complejidad de los entornos sociales actuales. Y lo consigue incrementando la capacidad de reunir y coordinar diversos roles de manera simultánea, puesto que para desempeñarlos ya no se requiere la presencia física en un espacio determinado. Es el caso de la unión de roles de ámbito profesional o público con los de ámbito doméstico o privado. Como dicen Rakow y Navarro (1993, p. 153), el móvil permite al individuo existir en su mundo doméstico y profesional simultáneamente.
Todo lo cual supone otra muestra de cómo el móvil está haciendo recuperar una configuración preindustrial de la vida. La separación entre trabajo y vida personal, o entre la esfera pública y la privada, es algo moderno que surge a partir del siglo XVIII. El móvil hace retrotraer al ciudadano curiosamente a esa difuminación de fronteras entre ambas esferas, propia del estadio premoderno de la vida social (Grant y Kiesler, 2001). Esa interrelación de roles da lugar a lo que Haddon (2000) llama un estilo de vida just-in-time, donde la percepción, experiencia y gestión del tiempo es completamente nueva. Este aspecto ha configurado, precisamente, el eje argumental por parte de alguna compañía telefónica con el que publicitar servicios para segmentos de mercado como los autónomos, por ejemplo.
Para el uso del móvil en una esfera pública, sea profesional o no, se construye todo un código semiótico de uso, lo que constituye en sí un nuevo canal de comunicación interpersonal con el entorno físico. Por ejemplo, en las reuniones de trabajo la relación del usuario con su móvil va a comunicar una ingente cantidad de información. Si antes de empezar el móvil es apagado ante los demás, se está dejando patente la importancia, al menos subjetiva, de esa reunión para el usuario. Si no lo apaga pero al recibir una llamada la rechaza, la importancia de la reunión sigue siendo manifiesta, pero en menor grado. Pero si el usuario contesta al móvil si le llaman, estará diciendo a los presentes que la reunión no es considerada importante lo suficiente, que el asunto a tratar es mucho menos relevante o urgente que el que le reclama vía móvil, siempre y cuando este no tenga relación alguna con aquel, claro está.
Todo ello implica que el espacio público e institucional ha sido colonizado por la comunicación privada. Hasta ahora, lo normal era justo lo contrario. Ahora la esfera pública deviene un salón común, una esfera pública obligada a defenderse de esos ataques de privacidad, regulando o prohibiendo el móvil en determinados lugares, como la escuela, los teatros, etc. Cualquier espacio público, a priori no destinado a la comunicación privada, es susceptible de convertirse en escenario de la misma, incluso aquellos que en algún sentido podría calificarse como ‘no-lugares’ (Augé, 1993), como lugares anónimos de tránsito.
El móvil y las relaciones familiares
No se ha tardado en concebir al móvil como cordón umbilical tardío entre progenitores y descendientes, un cordón que mantiene telefónicamente unidos a padres e hijos adolescentes. El proceso de emancipación, puntual o permanente, del adolescente se ha hecho con ello menos traumático. Los problemas familiares presentes en las fases de inicio de esa autonomía juvenil, así como los de la fase final de independencia, como el caso del síndrome del nido vacío en los padres, quedan así amortiguados en buena medida. En ello coincide Haddon (2000), quien analiza también la intrusión social del móvil en las relaciones paternofiliales. Apunta la mayor autonomía que el adolescente consigue gracias al móvil. El concepto mismo de adolescencia, como paso previo entre la niñez y la edad adulta, encuentra en el móvil un nuevo parámetro de desarrollo. Precisamente la facilidad de control y vigilancia que otorga el móvil a los padres hace que los hijos puedan disfrutar de mayor movilidad y margen de maniobra. El debate, por tanto, entre si el celular supone un medio de control de los padres, o si por el contrario es una ayuda para los hijos con la que evadir precisamente dicho control, permanece abierto (Ramos, 2009).
Pero en relación a la familia y el móvil, no es este el único aspecto a señalar. También habría que plantear un eventual incremento del aislamiento comunicacional intrafamiliar provocado precisamente por el móvil. Si esto es cierto, la influencia normativa de la familia se resiente. Antes la comunicación telefónica bilateral de sus miembros con terceros solía hacerse en presencia o al menos con conocimientos de otro miembro familiar. Con el móvil no se integran terceras partes en las comunicaciones bilaterales. La transparencia cognitiva mutua, como lo llama Geser (2004, p. 26), desaparece, al cultivar cada miembro su propio patrón de interacción telefónica de manera no observable por nadie más, lo cual tendrá forzosamente consecuencias de uno u otro signo.
En todo ello habría que incluir asimismo las relaciones de pareja. El móvil ha cambiado los rituales de cortejo y emparejamiento, en especial de los jóvenes, aunque no solo (Rheingold, 2002), dando incluso lugar a verdaderas relaciones de pareja móvil, como ponen de manifiesto Ling e Yttri (2002, p. 140), así como modulaciones en el desarrollo y rupturas posteriores.
El móvil y los grupos de pares
Parece haber cierto acuerdo en señalar que las comunicaciones a través del móvil no han sustituido a las interacciones cara a cara, sobre las que se construyen los grupos primarios, amistades y lazos afectivos estrechos, sino todo lo contrario, puesto que tienden a reforzarlas. Lo hace como factor posibilitador, como preparador y contextualizador de esos encuentros posteriores en persona y como factor de conexión afectiva, de presencia y complicidad, puesto que de manera discreta permite la manifestación de proximidad afectiva, la coordinación de encuentros y actividades grupales en tiempo real (Aguado y Martínez, 2006, p. 331).
Por otro lado, el móvil parece haber supuesto también un aumento de las relaciones periféricas, de los lazos sociales menos fuertes, permitiendo mantener un mínimo contacto en tanto que se conserva la distancia. Para ello ha sido fundamental el mensaje corto de texto, si bien más recientemente está siendo sustituido por aplicaciones de chat on line.
El SMS sigue suponiendo, no obstante, un canal de umbral bajo en el que la iniciación del contacto es menos intrusiva. Esto, junto a otras características del SMS, como el que su privacidad es mayor que la llamada tanto en el momento de envío como de recepción, o que el coste del diálogo se reparte entre emisor y receptor, llevan a Román et al. (2005) a decir del SMS que ha modificado las relaciones entre las personas, las parejas y sobre todo entre la gente joven. Otro tanto podríamos decir de esos chats on line más recientes que, similares al SMS, presentan mayor intromisión por parte del emisor en el transcurrir cotidiano de la vida del receptor.
Paradójicamente, a pesar de lo íntimo y privado del uso del móvil, su consumo y posesión también presenta un carácter público y de ostentación dentro del grupo de pares. El ser humano afirma su identidad, en edades tempranas sobre todo, a través de su afiliación social a grupos (Dubois y Rovira, 1998) gracias a la identificación con ellos, proceso en el cual el móvil se ha introducido de lleno. Por tanto, las dos funciones principales del grupo desde el punto de vista psicosocial -esto es, la función identificadora y la normativa- quedarían afianzadas, en buena medida, por los nuevos patrones de uso del teléfono móvil.
El móvil como fuente de trastornos
Es indudable que el móvil también puede aparecer en la órbita causal de algunos trastornos psicológicos. Desde un plano psicosocial, Myerson (2001) analiza, por ejemplo, las consecuencias sociales que el uso del móvil puede estar teniendo en la configuración del pensamiento. Estima el autor que de entre las funciones del móvil en relación a esa nueva sistematización del mundo está el reemplazo de significados por mensajes, la sustitución del consenso por instrucciones, del conocimiento por información.
Asimismo, Geser (2004) señala el caso del incremento de la atribución individual de poder o responsabilidad de los individuos, al mismo tiempo que, por el contrario, ha hecho aumentar determinados controles sociales. Es decir, incrementa el rango de acciones alternativas disponibles, a la par que de alguna manera aumenta el rango de compromisos. Ya no son plausibles muchas excusas que servían para no asumir un compromiso de llamar a alguien, por ejemplo, o de contestar a una llamada. Lo mismo ocurre con los SMS y ahora además con los ya mencionados sistemas de chat. La libertad conseguida por ser capaz de estar conectado para cualquiera en cualquier sitio y en cualquier momento es contrarrestada por el incremento del deber de responder a aquellos que esperan dicha respuesta. Sencillamente, al derecho a la libertad de movimiento le corresponde el deber de estar conectado. En ese sentido, la gestión de la disponibilidad que conlleva el móvil hace entrar en escena una serie de decisiones que pueden desembocar en verdaderos dilemas, lo que puede constituir una nueva fuente de estrés, principalmente en el terreno sociolaboral.
Tal vez relacionado con lo anterior, el móvil puede dar lugar también a otro tipo de trastornos. En concreto en el plano de las adicciones y los trastornos obsesivo-compulsivos, que hagan al individuo depender patológicamente de su uso más allá de toda escala razonable (Park, 2005). Es verdad que el móvil puede ser simplemente el vehículo por donde cristalicen otras obsesiones… Pero no es menos cierto que el móvil en sí mismo y su uso pueden volverse objeto de obsesión y dependencia per se, como han observado Chóliz, Villanueva y Chóliz (2009).
El móvil puede servir, como se señalaba más arriba, para fomentar la integración social en el grupo de pares, en especial de los jóvenes, cierto. Incluso puede jugar un papel de rito de paso al grupo. Pero si no existe tal grupo previamente y se está ante un caso de difícil integración social, el móvil puede ser también responsable de agravar esos problemas de aislamiento social y marginación grupal, al ofrecer una coartada comportamental, una vía de huida y refugio para aquellos individuos con personalidad excesivamente introvertida. Problemas de inseguridad, conductas asociales, fobias, etc., todo ello puede verse agravado también vía móvil. La integración social, las diferencias entre aquel individuo socialmente integrado y aquel otro más o menos marginado, pueden quedar acentuadas con el móvil. El celular podría amplificar las diferencias preexistentes en participación social e integración, en vez de atenuarlas.
Para cerrar este leve repaso por los posibles trastornos móviles, en términos etiológicos, mencionaremos el posible déficit de atención que, sobre todo en la población más joven, pueda aparecer debido a la mala gestión personal en el uso del móvil, ya sea en procesos de aprendizaje, en la escuela o en el desempeño de una labor profesional. Centrado en Internet, a tal déficit de atención alude recientemente Carr (2011), quien plantea como objeto de análisis no solo el aspecto atencional, sino la práctica totalidad de los procesos de pensamiento y la nueva reconfiguración que la estructura cerebro-mental humana pueda estar sufriendo a causa del uso intensivo de la Red. Amén de sumarle el resto de sus funcionalidades, el móvil vendría a acentuar gran parte de tales efectos al universalizar prácticamente los escenarios donde Internet está accesible.
Conclusiones
Llegados a este punto, cabría preguntarse si el móvil entra a formar parte del conjunto de necesidades más o menos básicas para el individuo de cualquier país desarrollado. Así parece entenderlo Otero Castelló (2001), quien profundiza en el estudio del móvil como motivador social, relacionándolo con la satisfacción que otorga el móvil de una serie de necesidades todas ellas sociales, que van más allá de la primera y más básica, la de comunicar y estar comunicado con el entorno social se esté donde se esté. Bajo esta necesidad medular, aparece estrechamente la necesidad de afiliación. «El móvil continúa la tradición del teléfono clásico en su facilitación de los contactos sociales y en el mantenimiento de las relaciones, compensando, en parte y en algún aspecto, las dificultades que las distancias, la movilidad y la premura suponen para las mismas» (Otero, 2001, p. 223).
Relacionado con lo anterior, esta misma autora se atreve a incluir entre las motivaciones sociales relacionadas con el celular, la dependencia. Se trata de aquella necesidad perentoria que lleva al individuo a buscar o mantener el contacto con los demás. Esto es algo que, como la propia autora reconoce, se trata más bien de un producto del aprendizaje, que oscila en un continuum que va desde la dependencia patológicamente disfuncional a la autonomía total casi psicopática. Si bien es algo que puede dar lugar al florecimiento de nuevas patologías de interdependencia en sus extremos, lo cierto es que el teléfono móvil ha suplido de alguna manera el aislamiento y el alejamiento interpersonal cada vez más imperante en la urbana sociedad avanzada.
Alrededor del móvil surge también la necesidad de logro, dirá también Otero Castelló (2001, p. 223), según la cual «tanto en el mundo laboral como social, el móvil, como antaño lo fue el teléfono fijo, supone una mayor operatividad, potencia las capacidades de ser eficaz y controlar las posibles eventualidades». Si bien la extensión del uso del móvil ha mitigado el rol de constructor de estatus con el que hizo su aparición el móvil, esto es algo que no ha desaparecido del todo. El mercado mantiene presente este factor, ya sea por diferencias objetivas entre los dispositivos en términos de prestaciones, o de diseño, o simplemente de imagen de marca.
En otro orden de cosas, el teléfono móvil se ha convertido en otro vehículo más donde volcar rasgos propios de la personalidad y expresar identidad, gracias a las posibilidades de personalización del terminal que ofrece el mercado, tanto en su aspecto físico como en determinados parámetros de funcionamiento. Por tanto, su condición de canal de comunicación se declina aún más, desgranándose de ello toda una semiótica (Otero, 2001).
Todo ello, tal vez, sea lo que haga decir a Batt y Katz (1997) que efectivamente, debería incluirse el móvil entre aquellas necesidades básicas materiales del individuo occidental actual, al mismo nivel que la vivienda, la electricidad, el coche e incluso la alimentación y por encima del ordenador, habida cuenta de que es ya una herramienta indispensable en la construcción representacional de sí mismo del individuo contemporáneo (Fortunati, 2005). La Enciclopedia Británica define herramienta como un medio primario por el cual los seres humanos controlan y manipulan su propio entorno físico. El móvil trasciende la propia definición de herramienta, al prescindir de todo entorno físico y ser capaz de ampliar la acción del ser humano -y no solo comunicativa- desde cualquier parte hacia cualquier parte. Sea como fuere, el hombre y la mujer actuales se han encontrado, se instalen en el rol que adopten, con una poderosa herramienta con la que extender su presencia por el mundo.
Esa nueva presencia, esa nueva manera de estar presente en el mundo conlleva, como hemos tratado de poner de manifiesto en estas páginas, múltiples implicaciones sociales, psicológicas y psicosociales. Poner al menos de manifiesto las que nos parecen más relevantes, al mismo tiempo que más urgentes de dilucidar científicamente, ha sido la intención de este trabajo, al mismo tiempo que mostrar las múltiples puertas de investigación que al respecto quedan pendientes de traspasar.
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Artículo extraído del nº 93 de la revista en papel Telos
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