Hace ya unos años, desde estas mismas páginas, quise plantear una inquietud personal como investigador en comunicación aplicada, con la pretensión de extenderla a toda la comunidad científica. Aparentemente era una simple cuestión terminológica -aunque, como suele ocurrir en estos casos, no se limitaba a una mera cuestión terminológica- y ocurría cuando a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) todavía se las denominaba NTI ¿recuerdan? ‘Nuevas Tecnologías de la Información’ era por entonces una denominación bastante utilizada; y quise en aquel momento plantear la pregunta: ¿Nuevas Tecnologías o Nuevas Ciencias?1.
Se trataba ni más ni menos que de revindicar la existencia de una nueva epistemología científica cuya utilización debería dar lugar a una nueva tecnología. De ese modo, para referirnos al fenómeno tecnológico basado en la informática (o lo que es lo mismo, en la ciencia física o de la computación), proponía que se cambiase la preposición y en lugar de significar procedencia (‘de’ la información), significase dirección u orientación (tecnología de la física ‘para’ la información); de este modo se podrían reconocer unos nuevos conocimientos científicos, los de la información o la comunicación, cuya aplicación práctica representaría sin duda una ‘nueva tecnología’ (tecnología de la información).
Ciertamente, las tecnologías han dejado de ser nuevas, pero lamentablemente no han dejado de denominarse ‘de la información’, de modo que el fracaso de mi propuesta no ha podido ser más estrepitoso; se habla continuamente de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en lugar de Tecnologías para la Información y la Comunicación, sin considerar lo más mínimo la existencia de un corpus científico sobre la información y la comunicación con evidentes aplicaciones prácticas.
Un nuevo juego terminológico
Han pasado más de veinte años y nos vemos ahora inmersos en un nuevo juego terminológico relacionado con esa Sociedad de la Información, del conocimiento, a la que muchos creen que hemos llegado -aunque, eso sí, con bastantes desigualdades- o, dicho de otro modo, con fracturas, estratificaciones o con ‘brechas digitales’. El término acuñado por Lloyd Morrisett ha hecho fortuna para referirse a esas desigualdades entre ‘conectados’ y ‘desconectados’ por diferentes motivos.
En primer lugar, estar o no estar en la Red depende, como nos recordaba Abraham Moles en un curso de verano de la Universidad Complutense en 1991, de si tu ubicación en la sociedad en red coincide con un nódulo o con un agujero, propio de todas las redes. La posibilidad o no de conexión marcó la existencia de la ‘primera brecha digital’, que coincidía básicamente con la división ordinal del mundo. Por eso los países menos desarrollados se aplicaron a conseguir la ansiada conexión, apareciendo entonces el concepto de ‘segunda brecha digital’ para referirse a los excluidos por diferentes motivos a pesar de disponer de conexión (formación digital y actualización de esa formación, exclusión social o económica, emigración, desarraigo o incluso género, como apuntó en su día Cecilia Castaño). Todas esas desigualdades han podido identificar diferentes brechas, a las que los investigadores han ido identificando con nuevos ordinales, cuando en realidad todas tienen algo en común: la discriminación en el acceso, por lo que bien podría considerarse todo como segunda brecha digital.
Ahora bien, imaginemos un mundo globalizado, completamente conectado, poblado ya todo él de nativos digitales llenos de pericia y motivación, para evitar también las otras posibles brechas identificadas por Jan van Dijk; ¿habremos alcanzado entonces la meta de esa sociedad del conocimiento a la que nos estamos refiriendo constantemente? Mi diagnóstico en este caso resulta desde luego muy inquietante y es que precisamente entonces es cuando habremos entrado en la ‘tercera y definitiva brecha digital’.
La tercera brecha digital
¿En qué consiste desde mi punto de vista esa tercera brecha? Pues precisamente en la separación entre el conocimiento experto y el conocimiento social; entendiendo por conocimiento experto el que más y mejor nos acerca a la verdad de las cosas y que siguen los diferentes especialistas, adaptándolo constantemente a los resultados de sus investigaciones científicas; y por conocimiento social el que circula por Internet mayoritariamente, en el que indefectiblemente terminan la mayor parte de los internautas vengan de donde vengan y se dirijan adonde se dirijan. En ese sentido, las llamadas redes sociales no dejan de ofrecer los mismos inconvenientes que ofreció en su día la propia sociedad en red, la que impone la existencia de los nódulos o nudos donde está todo el mundo y de los agujeros o huecos donde no hay nadie.
¿Cómo se identifica entonces la tercera brecha? Pues justamente con la huida del navegante de Internet del conocimiento especializado, con la separación de los mensajes complejos; y ocurrirá indefectiblemente que esa nueva brecha se irá abriendo más y más precisamente a medida que usamos la Red. Hablamos de una sociedad vertiginosa, superficial y precaria; capaz de las mayores destrezas tecnológicas y de las mayores aberraciones; susceptible de caer en cualquier guiño interesado; inerme ante toda manipulación. Navegamos cada vez con más destreza por un mar de información escasamente pertinente, sin detenernos nunca. Resulta interesante en ese sentido atender las voces que recientemente nos están alertando sobre esta cuestión, como la de Nicholas Carr2 o la de los autores que nos previenen sobre nuestro irremediable destino en las antípodas de la sociedad del conocimiento, en la sociedad de la ignorancia3.
Ante este riesgo evidente de brecha digital definitiva, no podemos seguir apostando por la mera tecnología de la física; es preciso y urgente empezar a valorar nuevos conocimientos científicos relacionados con la información y la comunicación. Conocimientos que se deben traducir en unas habilidades comunicativas precisas, en una ingeniería, en una Tecnología de la Información y la Comunicación de la que sin duda la primera manifestación deberá ser el periodismo, un periodismo profesional, especializado, riguroso y complejo; un periodismo de calidad imprescindible hoy ya en la Red, como acabo de poner de manifiesto en una aportación para el libro blanco que acaba de publicar la Asociación de Editores de España4.
El periodismo en la Sociedad de la Información pasará a ser una actividad imprescindible para separar lo pertinente de lo impertinente, lo útil de lo inútil, lo verdadero de lo falso, siguiendo un itinerario marcado recientemente por Benedicto XVI, que haciendo gala de una notable sensibilidad ha sido capaz de acuñar los términos ‘infopobreza’ e ‘infoética’ para referirse a la más temible brecha digital, la que nos conduce a la ignorancia, a la mentira, a la zafiedad, a la esclavitud, ahora eso sí, por vías tecnológicamente cada vez más avanzadas. Y volvemos a mi pregunta de hace veintidós años: ¿Seguimos hablando de Tecnologías de la Información y la Comunicación sin hablar de Ciencias de la Información y la Comunicación?
NOTAS
1 Fernández del Moral, J. (1990). ¿Nuevas tecnologías o nuevas ciencias? Telos, No. 20, 9.
2 Carr, N. (2011). Superficiales ¿Qué está haciendo Internet en nuestras mentes?. Madrid: Taurus.
3 Mayos, C. y Brey, A. (Eds.). (2011). La sociedad de la ignorancia. Barcelona: Península.
4 Fernández del Moral, J. (2011). Importancia del periodismo de calidad en el mundo digital. En Asociación de Editores de España (AEDE), Anuario 2012. Madrid: AEDE.
Artículo extraído del nº 91 de la revista en papel Telos
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