Cuando hace veinte años el antillano Paul Gilroy publica There Ain’t No Black in the Union Jack1, su crítica a la exclusión de los ‘otros’ -«los negros son representados en la vida política y cultural contemporánea británica como exteriores y extranjeros a la comunidad imaginada que es la nación»-, plantea uno de los dilemas de mayor interés en el pensamiento contemporáneo: el papel de las migraciones como variable imprescindible en la reactualización de los estudios culturales.
Al fijar su atención en la diáspora, Gilroy nos va llevando desde el territorio físico como pertenencia cultural hasta la cultura como resultado del encuentro transnacional e intercultural; y elabora una nueva consigna, la de la cultura como viaje, como existencia en acto, como una construcción que va de roots a routes. Al fondo, la aparición pocos años antes de un texto de gran valor incidental como el de Anderson, Imagined Communities2, que se convierte en seminal para el ámbito de la comunicación, con lecturas permanentemente renovadas, en las que la novela decimonónica y los periódicos, como formas provistas de técnicas para ‘re-presentar’ la nación, se sustituyen por otros objetos culturales que se extienden del más canónico -el cinema- a contenidos multimedia, además de los usos de la Red y las conexiones que configuran el ciberespacio como dialéctica entre aparición y desaparición.
La diversidad como asunto transversal
Pero lo que hoy llama nuestra atención es la reversibilidad entre roots y routes y la puesta en valor de una palabra, diversidad, que se llena de significado y poliniza los problemas intelectuales que centran el debate entre cultura, comunicación y Sociedad de la Información (SI).
Fijándonos en la agenda Europa 2020. Una estrategia para un crecimiento inteligente, perdurable e inclusivo, la diversidad cultural, junto a la investigación, la valorización del patrimonio o la creatividad, se entiende como un elemento nuclear. En la que ya se conoce como Agenda 2020, el cine, por ejemplo, pasa a ser sustantivo en la formación de las identidades europeas -reparemos en este papel transitivo, en acto, del cine, que ya no se contempla como un resultado de una cultura, sino como una necesidad para que esa misma cultura exista- y pieza clave para la creación de un mercado único digital con medidas innovadoras que conciernen al original, a la distribución o al equipamiento de salas para exhibición.
Así, el poder discursivo de un término como diversidad pasa a incluir cultura, comunicación, innovación y desarrollo, más allá de adjetivar o identificar los productos de la industria, contribuyendo de manera decisiva al debate teórico y político.
La relación entre conocimiento y vida pública, entre (ciber)cultura y comunicación, entre comunicación y política es, sin duda, un objeto emergente en autores que, desde Kevin Robins (UK) a Germán Rey (Colombia), nos explican, en acto, los procesos de mundialización, algunos de sus mecanismo de distorsión -la infoexclusión- o la urgencia por pluralizar el paradigma digital en las políticas de diversidad, ciudadanía cultural y construcción de una esfera pública transnacional.
Tomando como ejemplo el caso europeo y su reflejo en documentos del Consejo de Europa –In front the Margins, Declaration on cultural diversity– para pensar el intercambio cultural como condición de desenvolvimiento de productos representativos de la economía creativa, más allá de las razones de mercado Kevin Robins advierte una consciencia creciente de la dimensión cultural de la ciudadanía y de la diversidad, que impregna el discurso sobre los ‘derechos culturales’ y el reconocimiento de la cultura en la vida política, apostando de manera explícita por prestar atención a la emergencia de lo que denomina diversidad transcultural: «Las culturas han dado paso a las transculturas, y la diversidad cultural es cada vez más un asunto transnacional. Para mucha gente, el espacio cultural nacional está hoy día demasiado circunscrito, y expresan su deseo de participar en espacios culturales diferentes dentro (y más allá) de Europa»3.
Y si queremos ampliar la visión con un autor de la Escuela Latinoamericana, la entrada que realiza el profesor Germán Rey también nos habla de la necesidad de unir cultura y comunicación como derecho ciudadano, de la posibilidad de abrir y desenvolver espacios de diferencia «en [el] marisma de lo único», de tomar conciencia del precio a pagar por la escisión programada entre cultura y comunicación en las políticas públicas4.
Con el aval del informe mundial de la Unesco Invertir en la diversidad cultural y el diálogo intercultural 2009, con el binomio redes/migraciones como actores, con un interrogante que invita al análisis empírico de diferentes experiencias para acercarnos a cómo se comunica la diversidad, este ideologema amplía su influencia hacia la construcción de la alteridad y de la cultura de la paz; y en ella, en la diversidad, un elemento como la(s) lengua(s) se convierte en central. Espacio a explorar en la perspectiva que une roots & routes, si un indicador son las redes sociales, Latinoamérica es la segunda área del planeta; y si nos fijamos en el idioma, por número de usuarios el español ocupa el tercer lugar en Internet y el portugués está en quinta posición5. En definitiva, con las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como constitutivas de determinados espacios en continua reconfiguración, el derecho a comunicar sitúa los universos de la Red –chats, webs, blogs- más los modos de acceder y de usar determinados bienes, en un paisaje en el que la puesta en valor de un cierto acervo material e inmaterial se engarza con la construcción de la sociedad del conocimiento.
Pieza de aprendizaje: un drone low cost y el enigma de Pena Furada
La transición de roots a route es ahora un concepto inclusivo, roots & routes, en el que la identidad y la cultura digital se mueven sobre un escenario tecnocreativo que, como en la ‘buena práctica’ que vamos a usar con valor de constatación, conjuga sitios patrimoniales y redes sociales. Adentrándonos en la imbricación entre la tecnología que ya está lista para usar y las aplicaciones innovadoras que seamos capaces de generar, esta ‘pieza de aprendizaje’6 parte de una comunidad ad hoc, que aparece y desaparece en torno a un objeto concreto en el que se entrecruzan aspectos expresivo-creativos, interculturales, económicos y, a pesar de los pesares, políticos. Se trata de algo tan simple como la operación de limpieza e intervención en un promontorio, Pena Furada, en el que, entre otros enigmas, una inscultura femenina podría conducirnos hacia un santuario de la Edad del Hierro.
Promovido por Antón Malde (arqueólogo) y Manuel Gago (periodista), la colaboración del pequeño Ayuntamiento de Coirós (A Coruña) y la autorización de la Dirección Xeral de Patrimonio de la Xunta de Galicia, treinta personas convocadas a través de la web participan en esta misión low cost, concebida desde una vertiente científica, social y comunicativa.
Roots & routes, el sitio arqueológico de Pena Furada, es un espacio de investigación y es un plató de comunicación que combina una lógica en tiempo real a través de Twitter y Facebook, una segunda lógica diaria, con el resumen de los hallazgos al final de la jornada y una tercera lógica más incidental, el ‘libro de visitas’, espacio en el que expertos externos opinan. Si nos paramos en las rutinas de producción de información, a primera hora el arqueólogo-director da cuenta del plan de acción y con cada nueva aparición los voluntarios y voluntarias suben al podio -la cota más elevada del promontorio- para tener cobertura 3G, difundir las novedades y dialogar en directo con esa audiencia virtual que es también con la que converge en la página oficial de la misión en Facebook.
Espacio social de investigación, sitio patrimonial, lugar de experiencias de comunicación, Pena Furada se constituye además como un singular proyecto para la innovación de la mano de Xurxo Gago, biólogo e investigador sobre robótica y biología, que desarrolló un drone hexacóptero adaptado a las necesidades del registro aéreo. Este pequeño robot, bautizado el primer día de su actuación como Escornacóptero -tal es su isomorfismo con algún coleóptero como los populares vacaloura o escornabois (en castellano ciervo volador) -, equipado con sensores GPS, fue el encargado de filmar en FullHD el yacimiento y ya se presume, por la calidad de las imágenes con costes tan bajos, como el artefacto que se generalizará en este tipo de excavaciones. Un bol de plástico como coraza, un abanico de hélices que giran en sentido alterno, un columpio en el que se ajusta la cámara, los zancos para aterrizar… la paradoja de un objeto volador difícil de identificar para darnos información de las estructuras de un yacimiento y de su posible y antigua función al tiempo que une innovación, open knowledge e intervención en un espacio local como parte de la ‘ciberesfera’.
NOTAS
1 Gilroy, P. (1991). Theres Ain’t No Black in the Union Jack. En The Cultural Politics of Race and Nation. Chicago: The University of Chicago Press.
2 Anderson, B. (1983). Imagined Communities. London: Verso.
3 Robins, K. (2008). The Challenge of Transcultural Diversities. CIDOB d’Afers Internacionals, 82-83.
4 Rey, G. (2010). Las políticas comunicativas de nueva generación y sus efectos. Entre el pensamiento único y las posibilidades de diversidad. En F. 5 Campos (Ed.), El nuevo escenario mediático. Sevilla: Comunicación Social.
5 Véase: http://www.internetworldstats.com
6 En reconocimiento a Bertolt Brecht, por hacernos pensar.
Artículo extraído del nº 90 de la revista en papel Telos
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