Criterio Noticioso: El quehacer periodístico ante el desafío digital
María Pilar Diezhandino
Madrid: Editorial Pearson, 2009, 285 p.
ISBN: 978-84-8322-453-3
A lo largo de su ya extensa y fecunda obra, la catedrática y directora del departamento de Periodismo de la Universidad Carlos III, María Pilar Diezhandino, ha reflexionado de manera recurrente sobre aquellos aspectos que suponen la esencia propia del periodismo, independientemente de sus sufijos (ciberperiodismo, multimedia o periodismo digital). O lo que es lo mismo, sobre aquellos paradigmas que otorgan veracidad y credibilidad a la profesión periodística y que la mantienen todavía como un oficio del siglo XXI.
Criterio noticioso, como indica su autora, es en parte una reedición actualizada de El quehacer informativo. El arte de escribir un texto periodístico. Y aunque hayan transcurrido quince años desde la publicación de este último volumen, no resulta ni anticuado ni anacrónico hablar hoy día de periodismo desde su vieja acepción aplicada al actual escenario mediático. Sobre todo, porque estos materiales que aquí se nos ofrecen, algunos de ellos inéditos, han sido construidos «desde la preocupación docente y la convicción de la importancia de esta profesión en la era digital», y su objetivo inmediato no es otro que clarificar los conceptos más importantes del ejercicio profesional del periodismo.
El libro aporta, por tanto, un material esclarecedor en torno a algunos aspectos que son materia continua de reflexión entre alumnos de comunicación y profesionales de los medios: la noticia, las fuentes, los géneros periodísticos o la objetividad en la información.
Las fuentes informativas y la noticia
La primera de estas preocupaciones hunde sus raíces en un aspecto esencial de la actividad informativa: las fuentes. Una temática que ya se había reflejado de manera sobresaliente en algunos de sus libros anteriores como Periodismo en la era de Internet, Periodismo y poder o Periodismo económico. En España, un buen ramillete de autores ha destacado a lo largo de los últimos años su importancia. En opinión de Vizuete y Marcet Camino (2002), las fuentes lo impregnan todo. Para Casero (2008), influyen y condicionan, de manera determinante, el proceso de producción de las noticias y el resto de productos informativos. Y para Borrat (2003), constituyen ese eslabón intermedio, que no se puede soslayar en el ciclo informativo. En resumen, se presentan como un elemento fundamental en la construcción del relato periodístico.
Pero la autora ya había advertido en su anterior volumen Periodismo en la era de Internet (2007) sobre el paulatino abandono del trabajo con fuentes propias: «fuentes directas, justificadas, atenidas al tema, en número suficiente y expresamente mencionadas». E incluso había avanzado que la información de una sola fuente ya no es anatema y a veces es una gran virtud «frente al olvido bastante generalizado de acudir y citar a las fuentes». Una apreciación que coincide con la que expresaba el profesor alemán Max Otte, en su reciente libro El crash de la información (2010): si un periodista se atuviera hoy al antiguo código según el cual cada noticia debe comprobarse contrastándola al menos con dos fuentes independientes, se vería pronto en la calle sin trabajo.
De ahí que la profesora Diezhandino mantenga la apreciación de que muchas de las disfunciones del periodismo actual se corregirían de contar con las fuentes apropiadas. Y esta es una enseñanza que deben extraer los alumnos de las facultades de periodismo, pero también las propias redacciones de los media. Cuando acontecen, por ejemplo, hechos extraordinarios que ponen a prueba la fortaleza de nuestros medios de comunicación, como fue el caso del accidente del MD-82 de Spanair en Barajas, podemos entrever la dimensión real de este problema. La escasez de fuentes durante las primeras horas, e incluso durante los primeros días de la investigación, las metodologías de trabajo de los periodistas que cubrieron esta catástrofe demostraron claramente las consecuencias de estas carencias: relatos omitidos y temas noticiables que pasaron desapercibidos para los informadores y que, por tanto, nunca llegaron a los ciudadanos.
El estudio de la noticia abre el capítulo primero del libro y ocupa setenta y cuatro páginas. No es casual que la autora, junto con el capítulo dedicado a los géneros periodísticos, le dedique buena parte de este volumen. En una época, en la que existen en los media muy pocas news y demasiados comments, y en la que, de manera harto frecuente, las portadas de los grandes diarios recogen cada vez menos noticias y sí gran número de comentarios, muchos de ellos de carácter editorial, la usurpación de esta centralidad informativa que debería ocupar la materia prima del periodismo es sin duda motivo de preocupación. Y, sin embargo, este viejo oficio de dar noticias, capaz todavía de atraer el interés de los lectores y de recuperar su atención, de mantener vivo el periodismo; en suma, de profesionalizarlo y diferenciarlo, es una tarea que debe recuperarse. En este sentido, la profesora Diezhandino destaca que «la división básica entre opinión e información se mantiene como principio, se defiende como precepto ético, pero no responde a la realidad práctica».
Los géneros de la información
El otro gran bloque del libro está dedicado a los géneros de la información. En opinión de Mauro Wolf hablamos de géneros para indicar modos de comunicación culturalmente establecidos, reconocibles en el seno de determinadas comunidades sociales. En este sentido, la profesora Diezhandino plantea que su conocimiento es crucial, puesto que «ayuda al escritor a escribir y al lector a leer».
El hecho de que vivamos un tiempo de mestizajes en el espacio digital y sus nuevas narrativas o de que los géneros sean claramente «deudores de la tecnología y sumisos a ella» no invalida para nada su importancia. A pesar de los enormes desarrollos tecnológicos de estos últimos años, la autora reconoce que «se mantiene intacta la necesidad de desarrollar el criterio periodístico». Sin ese criterio, perfectamente asentado, «podrá pergeñarse un adecuado y multimediático continente, pero acaso vacío de contenido».
Y entre los géneros de la información, Diezhandino reclama la importancia del reportaje, «antes que género un método de trabajo»; una forma de indagar concienzudamente de todo cuanto se pueda explicar de un hecho, una situación, una historia. Un buen reportaje -según la autora- permite añadir a la explicación de los hechos su significación. De ahí que el libro destaque su importancia apelando a un buen número de estudiosos y también de grandes reporteros, y ofrezca de ello abundantes ejemplos.
Es necesario, por tanto, considerar e incluso reivindicar la irrupción del periodismo interpretativo y su afán de documentar y contextualizar un hecho, y analizarlo y contrastarlo con otros datos y hechos. Todo lo contrario, de esas nuevas derivaciones como el ‘periodismo declarativo’, propio de cierto periodismo de fuentes y que, en opinión de Bastenier (2009), implica una renuncia por parte del periodista a contar cosas, permitiendo la intrusión de una voz ajena.
De ahí también que la objetividad, ese producto del liberalismo norteamericano, y que conforma el otro gran bloque del libro, aunque necesaria, tampoco puede caer en una excesiva normativización, «hasta el punto de ser más importante lo que el periodismo debería ser que lo que es y por qué». La objetividad debe responder también a la propia ética periodística y a la aplicación de los correspondientes códigos deontológicos.
Así que, como corolario, la profesora Diezhandino mantiene la opinión de que informar es dar cuenta de los hechos y que es imposible ofrecer nuestra versión de estos hechos noticiables sin explicar e interpretar. Es decir, sin ofrecer razones para demostrar algo y sin mostrar el entramado de relaciones que dan sentido a la noticia. Un regreso, en suma, a la esencia del periodismo, pero también a la apelación del sentido de la responsabilidad de la profesión.
Artículo extraído del nº 89 de la revista en papel Telos
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