C
Cultura Tecnológica


Por Aquilino Morcillo Crovetto


El concepto de cultura se usa al menos en dos sentidos diferentes.
En sentido genérico, la Cultura (que escribiremos con mayúscula para entendernos) de un grupo social es todo aquello que hace referencia a las formas de interacción y comunicación de los miembros del grupo y a los resultados solidificados -digámoslo así- de esos procesos de interacción y comunicación. En este sentido la cultura de un grupo incluye el conjunto de representaciones y valoraciones compartidas por sus miembros, sus pautas de comportamiento, sus medios de comunicación (el lenguaje, en primer lugar), sus tradiciones y las obras colectivamente asumidas como propias, tanto en el campo del arte y la literatura como en el de la técnica, la política, la religión, etc.

En un sentido específico, solemos usar también el concepto de cultura para referirnos en realidad sólo a una parte de la Cultura, aquella que asociamos con las artes y las letras. Hablamos así de los hombres y mujeres que constituyen «el mundo de la cultura», pero en realidad sólo pensamos en poetas, filósofos, novelistas, pintores o músicos, no en ingenieros, científicos, funcionarios o políticos. Este sentido específico del concepto de cultura es el que encontramos en las secciones de cultura y espectáculos de los periódicos, en la organización administrativa del Estado (Ministerio de Cultura) o en el diseño de algunos modelos educativos según los cuales, al parecer, un hombre culto debe saber algo de latín, pero no es preciso que sepa nada de mecánica o economía.

Esta metonimia incorporada al uso cotidiano del término cultura para referirnos a una parte de nuestra Cultura (la cultura artístico-literaria) como representativa del todo, tiene serios inconvenientes. En primer lugar hace que resulte impreciso y difuminado el uso de otras acepciones igualmente legítimas y dignas del concepto de Cultura, como cuando hablamos de cultura tecnológica, cultura política, etc.

En segundo lugar, conlleva de hecho una cierta connotación valorativa según la cual la cultura artístico-literaria, la verdadera Cultura, es una manifestación directa del espíritu, noble y desinteresada, mientras el resto de las manifestaciones culturales, asociadas a la tecnología, a la industria, a la política, etc. (todas ellas, en realidad, componentes esenciales de la Cultura de nuestro tiempo) son manifestaciones menores del espíritu, contaminadas de necesidades materiales y de intereses rastreros. En semejante contexto, la única forma de recuperar cierta dignidad para estas manifestaciones menores de la Cultura humana, es asociándolas, por yuxtaposición, con la cultura artístico-literaria: cultura y nuevas tecnologías, industrias de la cultura, empresas y mecenazgo cultural, políticas de (o para) la cultura, etc.

Pues bien, cuando aquí hablamos de cultura tecnológica, usamos el término «cultura» en sentido genérico.
La cultura tecnológica de un grupo social es el conjunto de representaciones, valores y pautas de comportamiento compartidos por los miembros del grupo en los procesos de interacción y comunicación en los que se involucran sistemas tecnológicos.
En una sociedad moderna, la inmensa mayoría de los procesos de interacción y comunicación social están mediatizados por la tecnología y, en esa medida, la cultura tecnológica es un componente esencial de la Cultura sin más. Los conocimientos y las habilidades de ingeniería, las representaciones sociales de los artefactos técnicos, las valoraciones sobre el desarrollo tecnológico, las actitudes ante la técnica y la industria, las innovaciones y los proyectos tecnológicos, todo ello forma parte de la cultura tecnológica de cualquier sociedad desarrollada de nuestros días.
Existe hoy una convicción ampliamente compartida de que la tecnología es un factor esencial de la competitividad económica y, por lo tanto, del bienestar social.

En los últimos años se han desarrollado además, en determinados ambientes universitarios, estudios sobre la ciencia y la tecnología que están contribuyendo a que podamos entender mejor los sutiles mecanismos sociales que acompañan, propician o dificultan el desarrollo tecnológico. Una conclusión que parece derivarse de estos estudios es que la cultura tecnológica, tal como la hemos caracterizado aquí, constituye un factor esencial para el desarrollo tecnológico de un país.

Es fácil entender por qué. Un país con una vasta cultura tecnológica y en el que predominen las actitudes positivas hacia la técnica estará mejor preparado para incorporar y producir innovaciones tecnológicas y para extraer de ellas el máximo rendimiento.
España no es un país que se caracterice por la pujanza y calidad de su cultura tecnológica. Nuestra historia cultural está plagada de héroes artísticos, literarios y religiosos. Pero nuestros héroes científicos y tecnológicos apenas si son conocidos por nuestros escolares.
Todas nuestras ciudades poseen museos histórico-etnológicos, pero los museos de la ciencia y de la técnica dignos de tal nombre que existen en España se pueden contar con los dedos de la mano. Tenemos una elevada tasa de escolarización de la población, pero la formación técnica elemental (Formación Profesional) está desprestigiada, y la superior (Ingeniería) se ha concebido tradicionalmente más como un sistema de selección de elites empresariales y funcionariales que como un sistema de formación de técnicos. Nuestras empresas valoran altamente la innovación tecnológica, pero apenas un pequeño grupo selecto de empresarios parece capaz de entender que su contribución a la cultura tiene más que ver con sus esfuerzos en investigación y desarrollo que con sus actividades de mecenazgo artístico-literario.

Sin embargo, hay serios indicios de que la situación está cambiando. Los viejos estereotipos nacionales del «que inventen ellos» hace tiempo que han perdido vigencia entre nosotros. Entre los países de Europa, somos todavía uno de los pocos en los que las vocaciones científicas y tecnológicas siguen creciendo entre los estudiantes universitarios.

La presencia de la cultura científica y tecnológica en los medios de comunicación de masas (especialmente en la prensa escrita) es cada vez más evidente y de mejor calidad. Los indicadores de producción científica y de difusión internacional de la ciencia que se produce en España llevan años creciendo de forma acelerada. Los proyectos en marcha de reforma educativa apuntan en la misma dirección.
La incorporación de las empresas españolas al mercado comunitario y a los programas de desarrollo tecnológico se impone como una necesidad para la supervivencia. Es posible, en fin, que nos encontremos en un punto crítico a partir del cual se abra un camino sin retorno para la modernización cultural de nuestro país. Sin duda, los «hombres de la cultura» podrían contribuir a ello apostando de una vez, y decididamente, por aceptar que la cultura tecnológica es una parte esencial de la Cultura, sin más.

Artículo extraído del nº 42 de la revista en papel Telos

Ir al número Ir al número


Avatar

Aquilino Morcillo Crovetto

Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *