Ante los problemas y lagunas de la ordenación de la radio en España, es preciso recordar su misión histórica como institución socio-cultural. Algunos ejemplos europeos muestran el camino a seguir.
La radio española actual de alcance nacional es, a mi modo de ver, de una gran calidad. En efecto, las cadenas, tanto privadas como pú- blicas, ofrecen una radio excepcionalmente atractiva. Sin embargo, se detecta una cierta arritmia en la programación: es el latir descompensado entre los bloques de mañana y noche, muy bien resueltos, los dubitativos pálpitos de las tardes y los, al parecer, irremediables desmayos del fin de semana, salvo en los informativos de alguna cadena.
La bondad de la situación tiene su reflejo en una audiencia creciente que cada día sigue con mayor interés la programación, según indican los enjutos y menguados estudios de medios que padecemos. Bien es verdad que no son los únicos responsables de esta situación. Personalmente estoy convencido de que la audiencia de radio hoy en España está próxima a los 23 millones de oyentes, cifra muy superior a las que tradicionalmente ofrece el jurásico EGM. La propia radio, presa de las cautelas raquíticas de las cuentas de la vieja, parece no desear invertir en una investigación que, con toda seguridad, le situaría un 35 por ciento por encima de las cifras actuales con todo lo que ello implica desde el punto de vista de un mayor beneficio económico, aunque también de revisión de los planteamientos actuales a todos los niveles.
Con todo, el resultado es muy favorable para la radio resurgida con la democracia. La programación nacional por contenido y calidad expresiva es excelente. Los resultados apoyan estas afirmaciones: la radio española es hoy la institución social con mayor credibilidad, a gran distancia de todas las demás (1). La radio actual es elemento decisivo en la creación de la opinión pública, algo impensable hace sólo quince años.
Este cambio ha sido posible gracias al esfuerzo colosal realizado por profesionales y empresas para servir la actualidad al minuto. La información es la gran constante radiofónica de los últimos veinte años. Prácticamente es el único argumento de una programación que ofrece a lo largo del día distintas aproximaciones al fenómeno singular del pulso político y social. En esta dinámica, los problemas son más de todos -por tanto, todos tenemos más problemas: los nuestros y los de los demás- mientras las soluciones se confían a unos pocos presuntos taumaturgos polivalentes que subliman su complejo de acoso y derribo innovando el modo de acabar con el mensajero.
El accidentado devenir democrático en el que los dossiers de infarto aparecen con doce años de retraso sobre el horario anunciado, contribuye de forma innegable al interés de la sociedad por la información y, con él, al éxito actual de la radio, auténtico segundero de la historia, que detecta, cuenta,analiza y denuncia en directo, mientras sucede. El ruedo informativo es tan apasionante y apasionado, nos jugamos tanto en cada lance, los acontecimientos nos implican de tal modo que es imposible sustraerse a ellos.
Esta situación, sin duda, cambiará el día en que la vida española llegue a la normalidad democrática tal como hoy la viven los franceses, alemanes o ingleses. Esa mutación política implica, necesariamente, las habituales rutinas políticas de un sistema establecido, la consiguiente disminución de las tensiones, la supresión de los sobresaltos, el reposo de los miocardios informativos. Desde nuestra atalaya actual es casi imposible otear semejante signo en el horizonte informativo; ni siquiera imaginarlo como escenario de discusión o entretenimiento intelectual. Sin embargo, ese momento llegará e incluso es deseable que advenga cuanto antes.
¿Qué sucederá en ese momento? ¿Qué será entonces de nuestra radio? La experiencia de la normalidad política que viven las naciones de la Unión Europea indica claramente que un informativo principal no supera los diez-quince minutos, con un máximo de tres ediciones diarias.
Nuestra radio de hoy, esencialmente informativa, tiene difícil encaje en la nueva situación hacia la que nos dirigimos. Por otra parte, hace ya muchos años que nadie se ocupa de ningún otro contenido ni de ningún otro modo de expresión radiofónica: la democratización de los bienes culturales de cualquier índole, el relato, la vida de cada día, la ficción, la investigación, la creación, el ensueño, la cultura, etc. han sido secuestradas en las idas y venidas de la radio privada a la pública; no habitan siquiera en los arrabales de la imaginación radiofónica.
Hoy nos jugamos el futuro del medio. Desde hace años vivimos una crisis incuestionable del concepto de servicio público que ha terminado con el monopolio de radiodifusión en todos los países de la Unión Europea. España no es ajena a este proceso. Son necesarios nuevos soportes teóricos para el servicio público de radiodifusión, según apuntaba el profesor Díaz Mancisidor (2).
No se puede vivir en el siglo XXI con unos estatutos medievales de foso, puente levadizo, almena y vasallaje. Ni propagar la falacia de que el proceso que lleva a una gran concentración de la radio española es necesario para defendernos de la colonización extranjera e incluso invertir su sentido imponiendo nuestra ley en el mercado europeo. La radio no es universalizable como la televisión.
La completa inteligibilidad de la imagen y la conceptualización irreversible de la televisión como espectáculo, han propiciado la construcción de una única televisión universal, idéntica en más del 80 por ciento de la programación en todas las naciones.
Con escasas diferencias temporales, con cambios mínimos en la parrilla de programación, la televisión es la misma en todas partes. La radio no. La radio es y será siempre nacional porque toma su vida y su expresión de la palabra y ésta de la lengua que le es propia y esta, a su vez, de una determinada evolución, de una cultura, una historia, unos condicionamientos sociales, económicos, religiosos, artísticos, etc. La radio de comunicación no puede ser colonizada. Caso distinto es la fórmula musical. La concentración empresarial de emisoras no defiende la radio: la pone en peligro, porque es más sencillo segar una garganta que callar muchas voces. En efecto, nos jugamos el futuro de la radio. Para la radio privada mañana no será hoy. Los tiempos licenciosos de la desregulación están siendo sustituidos por los amurallados austeros de la re-regulación.
A partir de aquí caben otras matizaciones: la radio regional española, siempre con las excepciones de rigor, es mediocre. La local es una especie radiofónica en vías de extinción, vampirizada por la cadena nacional que obtiene de ella más del 50 por ciento de sus ingresos publicitarios, incluso más. El último escalón lo ocupa una miserable radio municipal que utiliza el precepto constitucional para obtener una licencia que alquila o vende -sobre 40 millones, cotización de mercado al día de hoy- colocándose por montera la Constitución que le da vida.
Los debates en torno a la radio pública y privada despiertan intereses contrapuestos que suelen reducir la discusión a posturas estereotipadas y, con frecuencia, irreconciliables; lógicamente aquellas que más preocupan a cada una de las partes.
La radio pública pide garantías de una financiación -abundante y frecuentemente doble-, mientras la privada le exige que salga del mercado publicitario. En su empeño por conseguirlo llega, en ocasiones, a admitir -incluso apoyar- la financiación de la radio pública con cargo a los presupuestos generales del Estado. Esta, por su parte, tacha de chabacana y mercantilista la programación privada, que, a su vez, delega en su competidora pública la función cultural de la programación. Ruego disculpen estos trazos gruesos, pero representativos.
Interesa la financiación -porque de ella depende la subsistencia pública y privada- y la programación como producto que fabrica la Radio, condicionada,a su vez, por la propia financiación. La discusión suele centrarse en estos dos vectores.
Pero hay otros parámetros que configuran decisivamente las reglas del juego hoy en España: la justicia de los planes técnicos; la limpieza de las concesiones; la compensación de las potencias otorgadas; el equilibrio numérico de emisoras del sector público y privado; la aplicación de la normativa comunitaria y de nuestra propia legislación, constantemente transgredida; la ampliación del sector público a los ámbitos regionales y local en unas condiciones inadmisibles; la revisión profunda de sus estatutos; la tolerancia -incluso la complicidad- de y en los establecimientos ilegales, libres y piratas; la ausencia de una legislación anti-trust, la urgencia de unos estudios de audiencia libres y correctos, etc. Estos y otros muchos temas completan el marco de estudio de las reglas del juego que afectan a la esencia del régimen mixto de radiodifusión y, consecuentemente, de la programación.
El enredo queda repetidamente inconcluso porque en España -después de 70 años de servicios regulares- están por fijar los temas esenciales previos: una política radiofónica que defina qué es la radio; qué entendemos por radio pública y qué por radio privada; las exigencias derivadas de esos conceptos; quién controla la calidad del servicio de una y otra; qué consecuencias se derivan del incumplimiento -privado o público- de la función social del medio.
No pretendo despejar aquí estas incógnitas. Simplemente me interesa llamar la atención sobre la urgencia de esas definiciones porque la sociedad actual vive una evolución acelerada. En efecto: en los últimos años
– hemos visto desaparecer los monopolios radifónicos estatales del Este europeo. Hoy, Radio Moscú retransmite los programas de La Voz de América: hasta hace unos días, estas emisoras invertían 2.000 millones de dólares sólo en interferirse mutuamente;
– hemos asistido al estrangulamiento de cadenas privadas, víctimas de los excesos de la Democratura; se han esfumado, también, los monopolios radiofónicos de todas las democracias europeas occidentales. En nuestro viejo solar no queda un solo servicio público en régimen de monopolio. En los surcos abiertos por el arado de la historia más reciente, han florecido millares de pimpantes emisoras privadas.
Insisto: no pretendo despejar aquí estas incógnitas. Pero me permito recordar algunos rasgos de la programación que responde al concepto europeo de radio pública y privada, porque no estamos solos en Europa y bueno será ver qué ocurre fuera de España.
LA PROGRAMACIÓN EN LA RADIO PÚBLICA EUROPEA
Frente a las dudas y vacilaciones actuales, los servicios públicos europeos de radiodifusión han mantenido a lo largo de su historia una unidad de criterio respecto de su función; unidad de criterio imprescindible para construir la programación y detectable en unas constantes comunes de actuación.
En primer lugar, la radio es una institución publicística sujeta a la libertad, normas y límites reconocidas a la propia publicística, entendida ésta en el sentido que hoy damos a la libertad de información y expresión.
Intimamente relacionado con el concepto anterior, pero ampliándolo, la radio es considerada, todavía hoy, en algunas naciones una institución socio-cultural que persigue la creación artística propia, la promoción y el mecenazgo del mundo cultural, como metas en el cumplimiento de la función social de la radio, así como la democratización efectiva de los bienes culturales.
Esta preocupación europea por lo cultural comenzó poco después de la regularización de los servicios radiofónicos, tanto por lo que se refiere a la literatura como a la música y la promoción de las artes en general.
La literatura radiofónica es abundantísima en el conjunto de la radiodifusión europea. Como es conocido, en ella hicieron sus primeras armas autores hoy clásicos de la novela, la poesía, el teatro y la narración en general. George Bernard Shaw, Bertold Bretch, Paul Claudel, J.B. Priestley, Günter Eich,H.G. Wells, Paul Eluard, Friedrich Dürrematt, Heinrich Böll, Marc Orlan, Aldous Huxley, Orson Wells, Samuel Beckett, o George Orwell son sólo algunos de los nombres de creadores cuya obra radiofónica es importante (en ocasiones decisiva) para su carrera, para la propia radio y para las vanguardias del siglo XX.
A Brecht, su amplia experiencia radiofónica le lleva a formular su Teoría de la Radio e incluso a poner letra a muchas canciones, entre ellas al popularísimo Mack the Kniefe. Casi un 70 por ciento de la obra de Heinrich Böll fue escrita expresamente para el medio. Orwell salió de la BBC en noviembre de 1943 e inmediatamente comenzó a escribir Rebelión en la granja; en ella se detecta la influencia de un estilo narrativo netamente radiofónico. Sam Beckett intervino decisivamente en la creación del Taller de Sonidos de la BBC, en 1957, tras la emisión de su obra All that fall.
Todos ellos y muchos más sentaron las bases de la dramatización radiofónica, de los dramáticos como parte siempre importante de la radio pública europea.
Esta función de mecenazgo cultural, que continúa hoy en la promoción de nuevos valores en todos los campos de la literatura radiofónica, no se limita sólo al campo de la narrativa.
En el terreno musical la labor desarrollada por los servicios públicos europeos es incomparable. La ejecución de la música en vivo en los estudios nace con la radio. Hoy son muy pocos los compositores, solistas o directores relevantes del siglo XX que no hayan actuado como titulares o colaboradores estables de la radiodifusión pública: Arthur Rubinstein, Pablo Casals, Ernest Ansermet, José Iturbi, Igor Stravinsky, Leonard Bernstein, Claudio Abbado,Herbert von Karajan, Elihu Imbal, Lorin Maazel, Dimitri Kitachenko, Leopoldo Stockovsky, Mijail Rostropovich, Gary Bertini, Colin Davis, Gianlugi Gelmetti, Hans Vonk, Zubin Metta, Georg Solti, etc., por citar sólo algunos (3).
Una nueva faceta del mecenazgo y promoción culturales se encuentra ligada con el surgimiento de la música culta actual. Se puede decir con propiedad que prácticamente toda ella ha nacido al amparo de los servicios de investigación musical de la radio pública: las composiciones de Pierre Henry, Pierre Schaeffer, Karkheinz Stockhausen, John Cage, etc. fueron iniciadas en centros radiofónicos europeos y también norteamericanos. Todo ello sin olvidar la promoción y mecenazgo de representaciones operísticas y de ballet, como es bien conocido.
Algunos datos pueden dar idea de la magnitud del fenómeno musical en la radio pública europea. Sólo la radiodifusión alemana cuenta con un total de siete grandes coros y 21 orquestas sinfónicas integradas por algo más de 2.000 músicos. Con esos efectivos, en 1993, se cubrieron casi nueve millones de minutos de programación de música clásica, equivalentes casi al 40 por ciento del conjunto de la programación. A esta cantidad hay que sumar la música ligera, la promoción de la música de cámara, la nueva música, la popular, la antigua, el jazz, la coral, Big Band, etc. con lo que el bloque musical en la radiodifusión alemana supera el 55 por ciento del total de la programación.
La programación de este conjunto de actividades encierra una gran complejidad dadas las implicaciones de obras, intérpretes y directores en los circuitos internacionales. Ello obliga a cerrar programaciones y contratos con dos, tres y hasta cuatro años de antelación según el nivel de cada artista. Simultáneamente, se precisa un minucioso estudio basado en el análisis detenido no sólo de los condicionamientos propios de la empresa radiofónica, sino de las tendencias culturales, científicas y artísticas dominantes; análisis que realizan los propios departamentos de investigación social.
Así se puede determinar una parte importante del contenido programático a corto y medio plazo de modo que la producción del mismo pueda realizarse en las mejores condiciones posibles de calidad, economía y tiempo. Esta planificación afecta al conjunto de la programación, excepción hecha de los informativos, programas de opinión y actualidades. En este momento, diciembre de 1994, está producida al completo la programación cultural de la próxima temporada y en producción la del segundo semestre de 1996.
En definitiva, puede decirse que la radio pública europea ha influido de forma decisiva sobre el conjunto de los movimientos culturales y estéticos de vanguardia del siglo XX, a la vez que ha desarrollado una ingente labor de promoción del patrimonio cultural común.
Por tanto, en ningún caso la política cultural de la radio pública europea ha sido un ingrediente programático, sino el reflejo de una actitud profunda de servicio cultural a la sociedad.
Por otra parte, la independencia de los servicios públicos europeos con respecto del poder político está garantizada en todo momento, aunque su instrumentación varía de unas organizaciones a otras.
Así, según la letra, pocos textos legales son más intervencionistas que las cartas de la BBC. Sin embargo, en la práctica, pocos organismos de radiodifusión gozan de la independencia fáctica que disfruta la BBC desde su fundación en 1927. Quizás las más próximas sean las actuales corporaciones públicas alemanas.
Así, en el Consejo de Administración de la Bayerischer Rundfunk (BR), cuya capacidad decisoria sobre el conjunto de la gestión está fuera de toda duda, sólo un 33 por ciento son representantes políticos. El resto está integrado por miembros de organizaciones socialmente representativas. Este tipo de control social junto con la libertad de estas corporaciones para designar al intendente -director general- configuran estas corporaciones públicas como auténticas instituciones sociales independientes (4).
Pese a todo ello, hoy los servicios públicos europeos -una vez perdida su situación de monopolio histórico- ven amenazada su propia existencia. Esta es una situación difícil de entender. Para cientos de millones de oyentes en todo el mundo (sumidos en la mediocridad, cuando no en la miseria de unas programaciones paupérrimas en contenido y forma), ese es el único horizonte de acción de una radiodifusión consciente de su servicio a la sociedad.
¿QUE OCURRE EN LA RADIO PRIVADA EUROPEA HOY?
Hoy los hechos son rotundos y, los hechos, de cara al futuro, dicen:
1. La radio local en Europa domina la audiencia.
2. La radio local en Europa y en Estados Unidos no se ve afectada, sustancialmente, por la introducción de los llamados nuevos medios, que para algunas nacionales son el futuro, pero que para las citadas serán pronto el pasado.
Los documentos oficiales dan fe de que -en el caso alemán- el lanzamiento de cada emisora privada ha sido precedido de estudios de viabilidad auténticamente modélicos en el mundo de la radiodifusión. Cabe destacar entre ellos los de la FFN, el de Radio Hamburg o de Radio Schleswig-Holstein (RSH). Sus proyectos superan ampliamente los 250 millones de pesetas de inversión inicial por emisora, cifra impensable en otras naciones. La claridad de objetivos y los desarrollos minuciosos han hecho de estos proyectos tres de las empresas radiofónicas mejor situadas en la actualidad.
Junto a la seguridad de los proyectos, la empresa privada de radio en Alemania ha creado -en 10 años- un total de 10.220 nuevos puestos fijos de trabajo, de los cuales algo más de la mitad son periodistas (5).
De estos datos merecen destacarse los aspectos siguientes: 1) la radio es radicalmente local y regional, según la estructura del empleo. 2) En la creación de empleo, la radio supera a la TV en un 21 por ciento. 3) La radio es esencialmente informativa; ocupa más del 200 por ciento de periodistas que la TV. 4) Esa información es fundamentalmente local, según muestra la estructura del empleo en radio.
En su mayor parte se trata de emisoras locales ciudadanas; es decir, emisoras para las que la ciudad -su ciudad- es el argumento único, exclusivo y excluyente, en un servicio constante a la comunidad en la que están inmersas.
Esto explica, por ejemplo, el elevado número de periodistas que ocupa la radio local alemana, así como los elevados costes de instalación de las emisoras locales citadas. Son emisoras que se distancian de los planteamientos habituales de la radio-tocadiscos.
Para una FM exclusivamente musical son suficientes un pequeño recinto -sin especiales condiciones acústicas-, un equipo automatizado y agentes de ventas; ningún locutor, nadie más porque la técnica actual puede facilitar estos. Para una FM local que pretenda -como indica el ex director general de la BBC Ian Trethovan- «servir a la comunidad siendo no simplemente portavoz de las decisiones que se toman, sino parte de ese proceso decisorio; que ayude a la comunidad a formar sus propias opiniones», o para una emisora local que «los habitantes de una ciudad como Manchester tengan la sensación de que les pertenece», o para una emisora -Radio Basilisk- cuyo lema sea «Basilea es para nosotros la capital del mundo», para esas emisoras locales, los planteamientos son bien distintos.
Con planteamientos similares a estos, en Alemania las emisoras locales han conseguido en 1993 unos beneficios netos conjuntos de 35.868 millones de pesetas, frente a los 50.820 millones de la red pública de radiodifusión con cobertura nacional total y casi 50 años de actuación en monopolio.
¿Cuál es el secreto de estas emisoras?: «Nuestro concepto es facilitar la vida de nuestros oyentes; servirles». «Servicio en lugar de sexo» dicen desde la emisora SDR de Berlín, que acaba de crear un club de oyentes para atender mejor a su audiencia. Y es que en la radiodifusión alemana -y en la de otras naciones- se detecta una elevación del nivel de los programas conseguida a través de una mayor exigencia en la formación de los informadores para el presente y el futuro inmediato, tal como recoge el Bayerischer Landesmedienzentrale (BLM), o los informes publicados en Die Zeitung, el órgano de los editores de prensa alemana; o como tendencia también detectable en Suecia.
Ante este panorama cabe preguntarse qué es lo que ha hecho mejor la empresa privada de radiodifusión, si es que ha hecho algo, metida como está en una lucha sin cuartel por la publicidad y la audiencia. Esa es una pregunta equivocada. Esa es una pregunta del siglo XIX. En este siglo XXI interesa saber,
1. qué empresa es más libre,
2. cuál tiene mayor mentalidad del servicio a la sociedad,
3. y quién cumple mejor las expectativas sociales de comunicación, para así poder cubrir mejor su programación.
Si la respuesta a estas tres cuestiones es difícil; si la respuesta es negativa, tanto para la empresa pública como para la privada, entonces es que estamos en el umbral de una quiebra total de la radiodifusión por no conocer el mundo en que vive. Porque la Radio es -sigue siendo- servicio y espejo de la sociedad. Hemos pasado del concepto administrativo y estatista de servicio público al concepto social de servicio al público.
El concepto decimonónico de servicio público aplicado a la radiodifusión ha entrado en quiebra. En el mundo del siglo XXI, con el muro de Berlín vendido en pedazos plastificados en las tiendas de souvenirs, y el telón de acero despachado como chatarra, la sociedad exige libertad, participación y futuro en todos los órdenes. Y en el mundo de la comunicación, el mejor servicio. Quien cumpla esas demandas, logrará el reconocimiento de la sociedad, sea empresa pública o privada: sirve mejor quien sirve; no quien manipula y engaña; tampoco quien compite deslealmente. Únicamente sirve quien de verdad, sirve.
El 5 de febrero de 1975 anuncié ante la reunión de la UER Rencontres de Tenerife, organizada por RNE, el inevitable final del monopolio de todos los servicios públicos europeos que hace sólo diez años era aún impensable.
«Las audiencias -decía- han comenzado un rechazo sistemático… de los monopolios audiovisuales nacionales. La sociedad que urgió al Estado, en muchos países, al establecimiento del servicio radiofónico formula ahora críticas cada vez más duras, acusaciones cada vez más graves, no sólo al medio, sino a la propia base sobre la que se sustentan las estructuras radiofónicas estatales o paraestatales. No se trata de crear nuevos sistemas de control por parte de la sociedad sobre estos organismos; se trata de instituir un nuevo sistema de reparto de las posibilidades de emisión.
De adquirir una auténtica libertad responsable en las tareas de la radiodifusión; libertad responsable que, evidentemente, no puede ser el ofrecimiento de simulacros, sino de auténtica participación y convivencia que difícilmente puede ser realizada de otra manera que mediante el establecimiento de regímenes mixtos de explotación radiofónica en los que el Estado, la sociedad y los particulares tengan derecho a la voz de sus propias gargantas y a sus propias palabras. En otro caso -concluía- los días de los monopolios de los servicios públicos de radiodifusión en Europa están contados».
Hoy, veinte años más tarde, en 1995, la clave de la supervivencia de la radio pública y la privada en los próximos años radica en la aceptación de las exigencias sociales, de las reglas del juego, señaladas inmediatamente arriba: libertad y servicio a la sociedad, a una sociedad cansada de sufrir todas las manipulaciones posibles sin obtener ninguna satisfacción a sus demandas más profundas.
La programación no sólo es la expresión máxima del arte de equilibrar recursos humanos, técnicos y económicos, para ofrecer un relato perpetuamente presente. El arte de la programación descansa, sobre todo, en la auscultación permanente de la vida y la sociedad.
Ambas sufren hoy mutaciones a un ritmo constantemente acelerado hasta el punto de imponerse al de la propia tecnología.
En efecto, algunas de sus empresas punteras han reducido sus presupuestos de investigación en casi un 80 por ciento porque el mercado -la sociedad- no admite el ritmo de las innovaciones propuestas; es decir, tiene otras prioridades: la emigración africana hacia Europa -España por medio- y los que se quedan en las pateras; la corriente humana del Este europeo que busca alimentos y vida entre nosotros; la solidaridad con todos sin que ello suponga la quiebra del Estado del bienestar; la insumisión; el trabajo y el empleo; librarse de la civilización de la muerte y cruzar el umbral con esperanza.
Todo ello sin olvidar, como apuntamos al principio, los otros parámetros que configuran las reglas del juego: la justicia de los planes técnicos; la limpieza de las concesiones; la compensación de las potencias otorgadas; el equilibrio numérico de emisoras del sector público y el privado; la aplicación de la normativa comunitaria -y nuestra propia legislación, constantemente transgredida-; la ampliación del sector público a los ámbitos regional y local en unas condiciones inadmisibles y la revisión profunda de sus estatutos; la tolerancia -incluso la complicidad- de y en los establecimientos ilegales, libres y piratas; la ausencia de una legislación anti-trust, la urgencia de unos estudios de audiencia correctos y completos, etc., etc.
Siempre he sido partidario del régimen mixto de radiodifusión en España y he dejado constancia de ello en muchas de mis intervenciones y escritos. Sigo siendo partidario del régimen mixto de radiodifusión en España: radio privada-privada y radio pública-pública en convivencia. No radio oficial y radio oficiosa. Tampoco la radio de los mercaderes.
Conviene no olvidar que la esencia del cambio que se ha producido en la radiodifusión europea radica en la tendencia a considerar la radiodifusión bajo un punto de vista sólo político, o exclusivamente económico y de las leyes del mercado, antes que como un elemento central del proceso de desarrollo de la propia identidad cultural nacional e incluso, en algunos aspectos, europea (6).
(1) Vid. Amando DE MIGUEL, La sociedad española 1993-1994.
(2) Vid. DIAZ MANCISIDOR, Alberto: «La financiación de la radio en España», en Radio pública, radio privada, Fundesco, Madrid, 14 de diciembre de 1994.
(3) Vid. FAUS BELAU, A. La era audiovisual, EIUNSA, Barcelona, 1995, cap. V.
(4) Ibid.
(5) Vid. FAUS BELAU, A., op. cit., 146.
(6) Ibid., 180.
Artículo extraído del nº 42 de la revista en papel Telos
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