A
Aproximación a la cultura-mundo de los 90


Por Ramón Zallo

De los numerosos problemas que afectan a la cultura y a la comunicación parece oportuno entresacar algunas cuestiones centrales que, creo, definen el actual marco geocultural (1).

1. Hay una grave contradicción entre las potencialidades tecnológicas actuales y la limitada y sesgada capacidad de la estructura social, económica y política por aprovecharlas. No se han cumplido, así, las expectativas sociales derivadas de la extensión de las nuevas tecnologías de la información en el sentido de una sociedad de la información, una sociedad post-industrial interconectada y horizontalizada, aunque tampoco las posiciones sobre la indefensión social ante el big brother tecnológico, puesto que la sociedad ha demostrado más resistencias de las esperadas a la uniformación.

2. El espacio comunicativo y cultural aparece -ante la retirada parcial del Estado- como un nuevo espacio privilegiado de valorización de capitales, como un sector estratégico en lo económico y en la gestión social. La regulación económica convierte mayoritariamente la cultura en mercancías culturales en su doble vertiente: se reducen las posibilidades de producir e intercambiar socialmente cultura que no sea, al mismo tiempo, mercancía, y las mercancías para ser viables han de ser, o parecer al menos, culturales. Es por ello que no cabe hablar de «muerte de la cultura», sino de un cambio -muy importante por lo demás- de la forma social de la cultura. La regulación económica marca las tendencias dominantes en la producción cultural, selecciona productos y modas, transnacionaliza la cultura, acelera la rotación y la obsolescencia de la producción cultural, homogeneiza universalmente vivencias culturales pero, al mismo tiempo, no puede sino respetar y cultivar los ámbitos minoritarios de la cultura culta y de elite (fuente de renovación de la cultura y mercado significativo) y seguir alimentando las inquietudes estéticas, de valores, de sentimientos, de preguntas que se hace la humanidad sobre sí misma y su sentido y que son las que legitiman la función sacral de la cultura.

3. Sigue siendo de gran importancia el problema de la concentración de capitales en el área cultural y comunicativa. Y ello por varias circunstancias: su impacto sobre el pluralismo tanto en lo que se refiere al acceso de la población como al poder que ostentan los Grupos ante el propio Estado y la sociedad; su influencia en la generación y producción simbólica en el interior de cada sociedad democrática, tanto en el plano nacional, regional y local,como en el plano del sistema comunicativo y de cada industria cultural, lo que limita el alcance de las políticas culturales y la capacidad de gestión en cada país sobre los resortes que reproducen, revitalizan y democratizan la cultura; las repercusiones inmediatas que el tamaño de las empresas tienen en la conformación de posiciones dominantes en el mercado, permitiendo influir decisivamente en los contenidos de la cultura de los países y alterar los mecanismos de precios y calidades; la conformación de liderazgos entre zonas geopolíticas (geoculturales) y entre los propios países de cada área,estableciendo una jerarquía internacional.

4. La formación de firmas y grupos de comunicación transnacionales cada vez más potentes no impide la emergencia de muchas pequeñas firmas. En el sector cultural los grandes grupos transnacionales además de rentables y objeto codiciado de operaciones de capital, dominan la oferta y la comercialización de buena parte de las mercancías culturales pero, al contrario de otros sectores en los que juegan más ampliamente las economías de escala, hay un margen para las pequeñas empresas, para el trabajo autónomo y para la creatividad de modo plenamente funcional al sistema transnacional atendiendo las ofertas más especializadas, la experimentación, la formación de trabajadores creativos, la subcontratación o la implantación del modelo neotaylorista de trabajo cultural, mientras que la edición/emisión/distribución sería la esfera más rentable y acaparada por el capital transnacional.

5. El proceso de concentración transnacional es muy desigual -las transnacionales no pueden ignorar las idiosincrasias nacionales o las lenguas o las variadas formas proteccionistas- e inacabado (2). El lugar de la producción nacional está íntimamente relacionado con el grado y forma de regulación de los servicios públicos, con la formulación de políticas anticoncentración y con las acciones de promoción y apoyo a las actividades culturales en sus vertientes de producción, distribución y difusión. El número, estructura y jerarquía de los agentes económicos y sociales podrían depender, en buena parte, de la política tecnológica, industrial, espacial y cultural realmente existentes.

6. Los Estados remiten parte de sus responsabilidades tradicionales de información, cultura, entretenimiento, formación de la opinión pública….a los empresarios y, más particularmente, a las grandes corporaciones organizadas como oligopolio mientras que los gobiernos privilegian a unos u otros grupos de comunicación según conveniencias. De hecho se establece una alianza entre Estado y algunos operadores privilegiados, lo que se expresa en una enorme fluidez comunicativa del discurso de los poderes. El Estado reduce cada vez más su función a la subsidiarización del poco rentable y, sin embargo, imprescindible arte tradicional, invitando también a participar a los nuevos mecenas estimulados fiscalmente.

7. En las sociedades occidentales hay una correspondencia entre el creciente déficit democrático y el déficit comunicativo que se deriva, de hecho, del desplazamiento de la comunicación interna de la sociedad civil por la comunicación corporativa y la comunicación pública. Desde ese predominio, la sociedad civil es sustituida por las nociones referenciales de audiencia y de opinión pública cuando, ambas, son construcciones de los medios y las fuentes informativas corporativas e institucionalizadas. La comunicación social es cada vez menos directa y más mediada e interferida.

8. La crisis de identidad, legitimidad y financiera de los servicios públicos no está resuelta. La instrumentalización política, la emergencia de televisiones privadas, el desarrollo de nuevos sistemas de comunicación y el cambio de los espacios comunicativos, suponen retos que se debían haber afrontado desde una redefinición social global del servicio público, incluido el sistema de financiación. Curiosamente, en el caso español, es con la telebasura, los reality shows, el reajuste de RTVE y las obligaciones derivadas de la Directiva sobre la televisión sin fronteras cuando se ha iniciado un limitado debate público sobre la televisión. Sin embargo, sigue sin abordarse, entre otros, un factor esencial del modelo televisivo: la reterritorialización de la televisión, tanto pública como privada, conforme a criterios federales -del tipo del sistema alemán-. Además de acercar el sistema comunicativo al modelo organizacional más próximo al ciudadano y a las especificidades culturales, supondría dos cosas: una notable reducción de costes públicos al evitar el solapamiento del sistema centralizado y los sistemas autonómicos y una oportunidad para televisiones privadas, públicas o mixtas, de ámbito comarcal o provincial.

9. Esas condiciones y las tendencias a la neotaylorización del trabajo creativo, más acentuadamente en el sistema de medios de comunicación, rutiniza el trabajo, amplía las competencias de editores y programadores y reduce la autonomía de los creadores culturales. La autonomía queda reservada a autores y creadores exitosos. Con todo, en la medida en que la viabilidad de cada producción cultural está en su diferenciación en un magma de miles de producciones que compiten en el mercado, la puesta en común de saberes creativos y sociales diferenciados en el seno de equipos polivalentes aparece como una variante interesante de nuevas creatividades.

10. En un marco en que las comunicaciones en el interior del Estado-nación estaban aseguradas en todos los planos materiales (redes, medios de comunicación, industrias culturales) e incluso simbólicos, las esperanzas de la sociedad en los 80 se situaban en dos ámbitos: lo regional/local y el espacio-mundo. Los grupos humanos pretenden, por un lado, ampliar sus comunicaciones interpersonales o grupales a través de la mediación comunicativa, y por otro lado, ser parte del acontecer del planeta, de la Humanidad como un todo.

Sin embargo, la comunicación-mundo es enormemente desequilibrada y jerarquizada: jerarquía entre el Norte y Sur; pugna tripolar en el Norte; intercambio desigual informativo y cultural dentro de cada polo del Norte; jerarquía dentro del Sur y peso especializado de algunos de sus grupos de comunicación en los circuitos mundiales; jerarquía entre comunicación transnacional, nacional y local.

Hay una positiva reacción en todo el mundo por acercar la gestión de las comunicaciones y del propio sistema comunicativo a las necesidades de cada comunidad. Este talante busca el ajuste entre sistema comunicativo, construcción democrática y pluralismo. Son tiempos en los que las identidades primarias colectivas buscan expresarse, organizarse, dotarse de estatus, de capacidad de interlocución en un momento de crisis de identidad de las construcciones políticas modernas -los Estados-nación- sin que todavía las Administraciones centrales se hayan dado por enteradas (3).

11. La estratificación cultural, lejos de reducirse, se amplía con la coexistencia de una cultura de acceso económico y decodificación relativamente fácil -la cultura de masas- y una cultura cara y que requiere una formación o especialización previa -la cultura culta o especializada-. La comunicación generalista y estándar coexiste con la comunicación estratificada y personalizada al alcance de minorías sociales o de elites.

Al fenómeno de la apropiación corporativa de las tecnologías de la información le corresponde una distribución social desigual en un ámbito que parcialmente estaba compensado por las reglas del Estado del Bienestar. La multiplicación de nuevas ofertas conlleva, en una economía que va ampliando los espacios mercantiles, una asignación de precios y una discriminación entre la población por niveles de rentas, conocimientos, ubicación geográfica….

12. A pesar de la subordinación de las políticas culturales a los imperativos de la reproducción económica y social; a pesar de la sustitución creciente del gasto público cultural de Estados estructuralmente deficitarios, por la publicidad, el patrocinio y el gasto privado, mientras se instala crecientemente la cultura de pago; a pesar de que la ampliación cualitativa de la información y de los soportes no ha supuesto una democratización del acceso a comunicar; a pesar de que los Estados mercantilizan sus propias actividades y enfocan la problemática cultural cada vez menos desde un punto de vista cultural y social, y cada vez más desde un punto de vista de costes y rentabilidades…. a pesar de todo ello, hay un margen para una política cultural democrática y progresista, incluso en una nación sin Estado.

La política de democracia cultural intenta asumir objetivos propios de modelos políticos anteriores como los de democratización cultural -tales como preservar el legado cultural, fomentar la actividad creadora y garantizar la igualdad de acceso a la cultura desde un concepto de Estado integrador-, y les añade la pretensión de implicación social en la generación de la cultura.

En los últimos 80 se advierte un desarrollo de esta concepción en varios planos: la cultura se concibe como un derecho cívico y social básico de cada ciudadano concreto; se comienza a utilizar un concepto multipolar de la cultura (derecho social, identidad cultural, recurso económico, regeneración urbana, imagen) para hacer frente a los retos de la modernidad; se tiende a la regionalización de la producción, las prácticas culturales y el gasto público cultural; se comienza a considerar el sector cultural como un sector estratégico; el gasto cultural en algunos países se va desplazando hacia los ámbitos de producción cultural a costa de las áreas de patrimonio, formación cultural o difusión; se entra en una fase de readaptación de los servicios públicos; la cultura, además de patrimonio, artes tradicionales y unas revalorizadas industrias culturales, alcanza a los subgéneros y la cultura popular tradicional; se comienza a valorar las culturas minorizadas y la búsqueda de fluidez comunicativa entre culturas con un respeto y promoción del interculturalismo, el multiculturalismo y la aceptación del pluralismo social como expresión de la diversidad social y como riqueza colectiva; se aborda el debate sobre límites a los procesos de concentración de capital en la cultura y la comunicación; hay una cierta reacción en favor de la autonomía de los creadores y comunicadores y de diferenciación entre servicio público y brazo informativo del Estado; se dan pasos a la autoorganización de los usuarios de la comunicación; se revaloriza el papel de las pequeñas y medianas empresas creadoras y productoras; hay una preocupación social por la educación en el uso funcional de las nuevas tecnologías….

Todo ello es coetáneo a fenómenos indeseados y de gran calado como son la justificación o consentimiento de la xenofobia, el encastillamiento europeo frente al Tercer Mundo o la pérdida de valores inherentes a la democracia social-igualitarista.

Los 90 no están siendo una década propicia para la radicalización de la democracia política ni cultural pero, en medio de los sarampiones y desiertos que aún nos aguardan, también se están sentando las bases para un replanteamiento global de referentes: qué hacemos con el Poder, qué sociedad queremos, qué sistema comunicativo, qué nuevos paradigmas y valores… Son viejas preguntas de la máxima actualidad, que sin sueños ni apocalipsis,reclaman utopías razonables y la vuelta a la palestra de una nueva -ya no será la del 68- y militante intelectualidad.

Esta realidad sólo parece necesitar demostración en España y el mundo hispanohablante, una vez más agazapado a la espera de estos trabajos en otros países, postura recomendable para la carrera que seguirá a fin de llegar los primeros a la compra de lo que, sobre el español, se produzca en países ajenos a la lengua española. El que inventen ellos, como una maldición de los tiempos modernos, sigue repitiéndose entre quienes deben administrar con talento los recursos nacionales.

Todavía menos se entiende la situación si se considera, de acuerdo con los expertos reunidos en Luxemburgo, que es imprescindible reforzar los estándares y apoyar aquellas acciones en marcha para lograr una más adecuada representación de los textos orales y escritos y que los profesionales y los organismos españoles activos en estos terrenos son activísimos en las asociaciones e iniciativas que favorecen estos estándares, actividades en las que suelen participar a su propia costa. Por ello, el corpus español, en desarrollo embrionario pero vivo, se está realizando según estos estándares,lo que garantiza la total reutilización de sus datos, así como su fácil adaptación a cualquier necesidad de la industria y la tecnología del idioma.

Alguien debe asumir la responsabilidad de apoyar realmente estos proyectos o de hacerlos abortar, siempre que, en el segundo caso, esté dispuesto a explicar a los hispanohablantes, especialmente a los españoles, que, cuando en el futuro utilicen servicios lingüísticos automatizados, deberán tener en cuenta que pagan derechos a compañías de fuera de España, que favorecen el estudio, la investigación y la ocupación de puestos de trabajo de técnicos de la Informática y la Lingüística en el extranjero y que eso se ha hecho estrángulando el desarrollo específico nacional. Nuestro proverbial descuido da pie a toda suerte de rumores. En Luxemburgo se decía, por ejemplo, que la Real Academia Española está discutiendo con Oxford University Press la publicación de los diccionarios en CD-ROM, algo que está al alcance de varias empresas españolas, con alguna de las cuales la propia Academia ya ha tenido conversaciones. Estos absurdos no se producirían si de verdad se viera que nuestra actividad industrial y nuestro mercado están protegidos por nuestros administradores.

Si no se pone remedio, deberíamos pedir al menos que los lingüistas de otros países que desarrollen sistemas que permitan comunicarse en español con bases de datos, corpus textuales, elaborar gramáticas o diccionarios, desarrollar sistemas de comunicación con voz, sistemas de traducción por ordenador o programas de ayuda lingüística-informática a los discapacitados, entre otros, incluyeran una nota que, cuando el usuario seleccionara la lengua española entre varias opciones posibles al acceder al sistema, emitiera el siguiente mensaje: «Gracias por elegir el español y por haber preferido para preparar este sistema a investigadores ajenos a los centros de educación, investigación y trabajo en España e Hispanoamérica.»

La síntesis es clara y, por ponerla en términos lingüísticos, puede enunciarse así: en futuro perfecto para los países no hispanohablantes, en futuro imperfecto para España. Dada nuestra modalidad, tampoco extrañaría que ese futuro imperfecto fuera, además, de subjuntivo.

 

Artículo extraído del nº 38 de la revista en papel Telos

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