A mediados del siglo XlX un insigne político republicano, Emilio Castelar, señalaba con toda intencionalidad «quien cuenta con el ejército y el telégrafo puede contar con el poder».
Igualmente un observador tan agudo de la sociedad de su tiempo como fue Albert Sorel se aproximaba a la relación entre comunicación y poder desde el lado de la diplomacia: «la telegrafía ha alterado completamente las condiciones en que se desarrollaba la antigua diplomacia. Súbitamente, sin transición alguna, ha multiplicado en las relaciones entre los estados, un factor que hasta ahora había sido desterrado de todas las cancillerías: la pasión». Dos afirmaciones rotundas que nos llevan a dos realidades de nuevo cuño surgidas en el siglo XIX.
Castelar resaltaba la trascendencia de las comunicaciones en la construcción del Estado contemporáneo. Sorel se hacía eco de la importancia del telégrafo en la creación de la sociedad internacional. Desde el lado de la historia los profesionales hacemos cada vez mayor hincapié en la necesidad de desarrollar una historiografía que desvele la importancia de los sistemas de comunicaciones nacidos al socaire de las transformaciones institucionales, económicas y tecnológicas del siglo XIX.
En los últimos años se han producido significativos avances en esta senda. Los sistemas de transportes, el análisis de la red viaria o la historia de los medios de información han encontrado acomodo en una publicísta de singular realce, pero no ha sucedido lo mismo, al menos en nuestro país, con la historia de las comunicaciones postales y telegráficas, o los embriones de las telecomunicaciones en el primer tercio del siglo XX.
Vacío que debe ser colmado para explicarnos cuestiones tan importantes como el nacimiento y la consolidación del Estado liberal, la articulación del mercado nacional, el asentamiento de la sociedad informativa y, en última instancia, el redescubrimiento que el hombre del siglo XIX hizo del tiempo y del espacio, a partir del momento en que ambos quedaron inextricablemente unidos. Un cambio de percepción intuido por unos y vividos por los más, que será objeto de una profunda reelaboración con la posterior aparición de la teoría de Einstein y, con ello, la transformación radical de nuestra representación de la Naturaleza.
Sin olvidar que el telégrafo colaboró activamente en la formación de contextos económicos cada vez más extensos, hasta convertirse en una de las médulas explicativas de la configuración de la economia-mundo en el siglo XIX. Fue una aventura universal a la que no fue ajena nuestro país. En 1854 la primera linea telegráfica Madrid-Irún entró en funcionamiento, aunque reservada únicamente al tráfico oficial. Un año después se abría al público en general.
Entre 1854 y 1863 la red telegráfica unió a la capital del Estado con todas las capitales de provincia y las ciudades de primer orden, es decir, un año antes de que Madrid e Irún quedaran enlazadas por ferrocarril. En otras palabras, España quedó unida a Europa antes por telégrafo que por ferrocarril.
Coincidiendo con la celebración del I Congreso Intemacional entre Europa y América, 1500-1993, se celebrará en Madrid del 30 de noviembre al 4 de diciembre de 1993, bajo los auspicios de la Secretaría General de Comunicaciones y de la Universidad Complutense, verá la luz la obra Las comunicaciones en la Construcción del Estado contemporáneo en España, 1700-1936 que el autor de estas líneas ha realizado en colaboración con el profesor de la Universidad Complutense, Luis Enrique Otero Carvajal, y el bibliotecario del Museo Postal y Telegráfico, Gaspar Martínez Lorente. Se trata de la primera aproximación global al tema que ha realizado la historiografía española.
Con criterios multifactoriales se aborda la relación dialéctica entre Estado y sociedad civil. El primero actuó de principal promotor de la construcción de un sistema organizado de comunicaciones que alteró radicalmente pautas de comportamiento, mentalidades y relaciones sociales y económicas, a la par que la autoritas se ejercia de forma más eficiente. Es de desear que este libro y el Congreso actúen de inductores en la consolidación de una línea historiográfica que alumbre nuevas perspectivas de ese pasado histórico que contribuyó a pergeñar la realidad presente.
Artículo extraído del nº 36 de la revista en papel Telos
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