Cumplidos ya veinte años desde el arranque de las Facultades de Ciencias de la Información en España, llega una obligada reforma de sus planes de estudios dentro del esquema general de la remodelación de las enseñanzas universitarias. Y resulta chocante que, en determinados ámbitos, se continúe defendiendo que los estudios de comunicación, en cualquiera de sus vertientes, pueden limitarse a ser una corta y suave capacitación complementaria que se aporte a quienes tengan formaciones académicas de diversa naturaleza, para que puedan adaptar contenidos de aquellos mensajes de los que «entienden» a variadas circunstancias comunicativas.
No es éste el lugar más adecuado para responder a una formulación tan chata y carente de visión actual y prospectiva (y ya suficientemente refutada) de lo que los estudios superiores de Comunicación, en cualesquiera de sus vertientes, significan. Pero viene muy a propósito el resurgimiento de tal hipótesis en algunos cenáculos, para hacer referencia a otra de paralelo calibre en el dislate, y de ámbito más restringido, interno de las Ciencias de la Comunicación: aquélla que mantiene que lo verdaderamente importante para el informador es que conozca a fondo las particularidades estructurales y expresivas de los medios escritos tradicionales (periódicos y revistas) porque si, eventualmente, ha de desenvolverse en los medios audiovisuales tendrá suficiente ayuda con una suave y corta capacitación complementaria.
La contestación efectiva y científica a tan roma y periclitada concepción de las exigencias que los medios audiovisuales imponen a los informadores que con ellos se relacionan (y no olvidemos que, como usuarios, todos entramos en esa relación ) ya está ampliamente planteada en diversas publicaciones del profesor Cebrián Herreros.
Pero la última de ellas (1), tras apoyarse en consideraciones distintivas generales como introducción (pp. 10 a 43), viene a profundizar en las pertinentes peculiaridades concretándolas sobre los modos diferenciados de elaboración y tratamiento de los mensajes informativos. Así, en esa distancia corta, queda bien patente que las particularidades expresivas que lo audiovisual impone varían los modos de plantear, resolver y utilizar el trabajo informativo respecto a los modos tradicionales propios del universo tipo gráfico.
Y no es cuestión de simples modificaciones de estilo, de concretas técnicas de adaptación. Es que la crónica, el reportaje, el editorial, el artículo o la entrevista adquieren otra dimensión al prescindir del papel impreso y saltar al raudal comunicativo directo o a la conservación magnética que los rescatará y revivirá cuando resulte oportuno.
Es otra dimensión que precisa de otra actitud en el informador, de otro tono general que le conduzca a otra forma de mirar y de oír, de parcelar y de relacionar, de yuxtaponer y de recapitular.
Géneros Informativos Audiovisuales pone bien de manifiesto esta realidad, posibilita la comprensión de la importancia de su alcance, y orienta la tesitura que el informador debe adoptar al respecto.
Pero hay más: modalidades de trabajo informativo que son prepúblicas en el periodismo escrito (rueda de prensa) o casi inexistentes, por inadecuadas y escasamente viables, en él (ruedas de corresponsales, tertulias, debates) poseen en los medios audiovisuales una presencia fuerte sobre la que es necesario reflexionar y sistematizar a fin de obtener la mayor eficacia comunicativa al servicio del público. Cebrián aborda ese trabajo. Y lo hace encuadrando todas las modalidades consideradas dentro de un esquema general ya utilizado por él anteriormente y que resulta útil y clarificador; aquél que divide los géneros en la triple vertiente de expresivos, referenciales y dialógicos, en función de sus opciones materiales y formales.
La revisión es ambiciosa, completa y bien estructurada. Recoge y sistematiza aportaciones previas de otros autores, documentadas en una amplia bibliografía de referencia (práctica habitual y valiosa del autor), y afronta de forma innovadora la consideración de modalidades de tratamiento informativo escasamente estudiadas y propias del vehículo audiovisual (docudrama, consultorio), o el uso informativo de soportes colaterales a los de mayor difusión (vídeo).
En ciertos momentos, pesa sobre la actividad del lector el evidente empeño desplegado por el autor para no pasar por alto consideraciones elementales que rayan lo obvio. Sin embargo, esa minuciosidad queda justificada por la necesidad de asentar la importancia del papel que desempeñan los factores expresivos en un terreno en el que se continúa hipervalorando la función semántica del lenguaje escrito aun en los casos en los que la palabra resulte dicha o leída. Ese protagonismo de los elementos expresivos de naturaleza audiovisual en la radio y en la televisión queda realzado en la obra por las constantes y detenidas referencias que el autor hace a los procesos técnicos de elaboración y a las técnicas de realización referidas a cada género informativo audiovisual.
Finalmente es destacable la atención que la obra dedica a los géneros informativos en el periodismo gráfico. Y lo es porque, además de aportar reflexiones pertinentes respecto al fotoperiodismo, pone de manifiesto que las consideraciones propias de la información audiovisual tienen presencia y aplicaciones en los medios de difusión impresa además de tenerlas en los de difusión electrónica. Precisamente lo contrario de lo que algunos todavía propugnan.
Artículo extraído del nº 32 de la revista en papel Telos
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