La transmisión telemática de la información y el acceso a ella se han convertido, en los últimos decenios, en base indispensable para el progreso. Hasta hace poco el nivel de desarrollo de un país solía medirse (de modo asaz tosco pero elocuente) por el número de automóviles, teléfonos, neveras y televisores que poseía. Una vez banalizados en muchas sociedades estos enseres, y siguiendo un criterio parecido, tendríamos que seguir el progreso técnico de cada país por el grado alcanzado en él por la difusión y la facilidad de acceso telemático a la información.
En ningún sitio, ni siquiera en sus lugares de origen, ha sido fácil la interconexión telemática, que es la que de veras permite la transmisión eficiente de los datos y la información. Las dificultades son conocidas: la estandarización entre protocolos diversos encuentra escollos entre los intereses divergentes y hasta antagónicos de las partes que entran en liza: empresas, gobiernos e incluso equipos de investigadores o inventores. No obstante, las fuerzas centrípetas (las que llevan a un orden informático compartido) se han ido imponiendo sobre las centrífugas (las que conducen a la dispersión). Cuanto mayor es la rapidez en la resolución de la incomunicación entre universos distintos de información, mayores son los efectos sobre el progreso técnico de un país. La información será poder, como reza el tópico, pero sin intercomunicación, se asemeja a la parálisis.
Ilustración de lo que decimos son las redes de interconexión bibliotecaria. En los Estados Unidos y Gran Bretaña tales redes están generalizadas. El ahorro de recursos materiales y de personal, así como las repercusiones para la investigación científica, académica y técnica, además del desarrollo, son evidentes. En contraste con ello, en España el proceso está aún en sus principios. Una cosa es que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas haya puesto ya en red todas sus bibliotecas y otra que la mayoría de las demás instituciones académicas o de investigación del país estén informativamente aisladas. Hay algunas, como la Biblioteca Nacional, que han comenzado ya el proceso de informatización. Que nosotros sepamos, la Biblioteca de Cataluña no lo ha puesto en marcha todavía, si bien en técnicas de informatización muy avanzadas, como es el hipertexto, se están ya dando pasos. Parece como si el lanzamiento de estos programas dependiera aún más de personas aisladas, capaces de llevarlos a efecto, que de una política pública efectiva.
Existen en España bases de datos informatizadas de calidad. Están, sin embargo, aisladas las unas de las otras, con significativas excepciones. Hay, ciertamente, algunas redes de interconexión, pero están infrautilizadas: las autopistas que existen están poco llenas. Hay algunas señales, empero, de que la situación podría superarse. Fundesco, por ejemplo, patrocina el programa IRIS de interconexión universitaria, que pone a disposición de sus usuarios (a menudo más potenciales que reales) redes de gran calidad y alta velocidad. En Cataluña cabe destacar un esfuerzo importante por parte de su Instituto de Estadística, no sólo por incorporar bases de datos a su sistema, sino también por conectarse con otros y por una notable tarea de difusión de las nuevas tecnologías y de formación de cientos de profesionales. No menos notable es la tarea realizada por el Gobierno vasco, en cuyo plan de reconversión industrial se han apoyado iniciativas como el SPRI y su red SPRITEL, que mereció el premio de la Asociación Europea de la Industria de la Información en 1991. Pero los escollos siguen existiendo: nuestro camino hacia la interconexión no se está cubriendo a una velocidad que pueda augurar una previsible convergencia a tiempo con aquellos países desarrollados a cuyo grupo hipotéticamente pertenecemos. De no cambiar las cosas muy a fondo, seguiremos en el inefable pelotón de cola en el que nos acompañan, como siempre griegos, portugueses e irlandeses. Uno se pregunta por qué no se emulan, en este terreno crucial, las iniciativas vascas.
En este contexto es menester sacar a colación la cuestión idiomática. La lingua franca de la información es el inglés, como lo es, de modo más general,la de la tecnocultura contemporánea, amén de su consolidación como idioma transnacional hegemónico en todos los terrenos. Ello no impide que se puedan crear grandes ámbitos para el castellano, el ruso, el chino y el francés. (El alemán es ahora otro ámbito emergente en la Europa Central y Oriental, donde recupera posiciones perdidas). Es evidente que, por razones extraeconómicas, es aconsejable no renunciar a la incorporación telemática e informática de las bases de datos, no ya para idiomas internacionales pero circunscritos (como lo pueda ser el swahili) sino para lenguas como el danés, el holandés, el serbio y el catalán, cada una de ellas inserta en marcos políticos distintos. Una inversión adicional, modesta en recursos, puede permitir el bilingüismo, el trilingüismo o el plurilingüismo en una buena base de datos. Parece por lo tanto aconsejable que los países que poseen una lengua minoritaria (aunque en su propio territorio sea mayoritaria) hagan por su propio bien e interés -y no ya sólo por obvias razones de principio- un esfuerzo marginal por conseguir su propio acceso al exterior y el del exterior a ellos. En este sentido, todo lo que se haga en Cataluña por parte de sus autoridades, y todo lo que haga el Gobierno español y la Comunidad Europea, en pro del multilingüismo informativo, debe ser bien acogido.
En lo que respecta a la estructura social de la transmisión informativa, el caso catalán presenta peculiaridades que inciden directamente sobre la cuestión de avance técnico con la que abríamos este comentario. En efecto, el minifundio empresarial en Cataluña es muy agudo.No sólo hay un promedio de empresas medianas muy elevado (como lo tienen otras zonas prósperas, como la Italia norteña, por ejemplo) sino que también es altísimo el promedio de las realmente muy pequeñas. Estas, por obvias razones de mentalidad heredada y de tamaño reducido, aunque estén informatizadas, son por lo general indiferentes al acceso ágil a la información externa, acceso del que cada día más depende su competitividad. Pero la cosa es superable: la creación de servicios mancomunados de acceso a la información no puede ser, hoy en día, considerada tarea ardua. No habrá que esperar a que desaparezca el minifundio empresarial catalán (si es que desaparece, que es lo que ocurriría si el sector no contara con la información que necesita para iniciar campañas de difusión y ayuda efectiva que combatan la dispersión y aislamiento informativo de la que sufre esa parte esencial de la economía española). Las consecuencias de la inacción en este terreno pueden ser graves si se piensa que las grandes industrias y empresas con información intensiva, que son las que polucionan menos y dan cotas altas de productividad, no suelen hoy en día instalarse tanto en Cataluña como en otros lugares de España.
La respuesta adecuada ante esta situación, tanto por parte de los reponsables públicos como por los sectores más dinámicos de la sociedad civil catalana, no puede ser otra que la de hacer un esfuerzo mucho mayor que el presente para atraer empresas de información intensiva, al tiempo que se desarrolla con eficacia el capital humano que tiene que darles vida. Hay, claro està, señales de que se dan pasos en esa dirección: el Parque Tecnológico del Vallès, cuya incubadora de empresas funciona bien, es un ejemplo de ello. Pero no bastan. Si se quiere romper el síndrome persistente del furgón de cola, hay zonas de España, como Cataluña, que deben acelerar considerablemente su proceso de informatización estandarizada y comunicación interna a todos los niveles, es decir, crear auténticas redes de intercomunicación. Deben también, en cierto sentido, desregionalizar su estructura informativa: si bien la creación de regiones informativas es algo evidente y viable desde el punto de vista de la productividad y la eficiencia, dicha creación sólo tiene sentido si tales regiones enlazan de forma institucional con sus periferias y con el resto del mundo. Si aparece una patente nueva en Corea, en Japón o Hong Kong, los costes de conocerla tarde pueden ser demasiado altos.
Artículo extraído del nº 30 de la revista en papel Telos
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