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Cuando la posmodernidad desemboca en la vanguardia


Por J. L. Sánchez Noriega

Editorial Tirant Lo Blanch. Anxo Abuín González. Escenarios del caos. Entre la hipertextualidad y la performance en la era electrónica
Valencia, 2006

Al final, una ciencia o un conocimiento viene sostenido en buena medida –sobre todo cuando es incipiente o difuso– por el vocabulario. Palabras y locuciones como heterogeneidad, fractales, pensamiento débil, eclecticismo, paratexto, fragmentariedad, ironía, perspectivismo, hibridación, palimpsesto, neobarroco… y las que titulan este libro que comentamos (caos, hipertextualidad, performance, era electrónica) poseen el mismo aire de familia de un discurso polifónico donde se entrecruzan –convergen o se disputan el espacio– áreas del saber como la semiótica, la filosofía, la sociología, la teoría de la literatura, la estética o las ciencias de la comunicación.

Desde que Jean-François Lyotard diera el pistoletazo de salida con La condición posmoderna (1979) mucho se ha escrito y, por cierto, no todo valioso, pues nociones como las de simulacro e impostura han de aplicarse muy certeramente a discursos voluntaristas que calificaban de posmoderna cualquier innovación o, lo que es peor, la última moda deseosa de escándalo mediático. Pero no cabe duda de que en los últimos veinte años aportaciones de autores como Vattimo, Baudrillard, Jameson, Lipovetsky, Genette o Quéau han suscitado el debate sobre la crisis del último estructuralismo y el cuestionamiento de los presupuestos de la Ilustración en nuestras sociedades, a la vez que han teorizado sobre la estética de esa arquitectura emergente de la que surge la etiqueta ‘posmoderno’. También aparecen en este tiempo prácticas artísticas y culturales –en nuestro país se celebra ahora con entusiasmo el aniversario de la movida, en la que se ha resumido la estética posmoderna– poseídas por el mismo espíritu entre crítico, provocador y diletante de gran parte de los postulados posmodernos. La revolución electrónica, informática y digital han contribuido con nuevas herramientas y usos sociales que parece que han potenciado los rasgos que la sociología atribuía a esta época: por ejemplo, la emergencia de formas alternativas de intervención política (ONG) o el espectadorismo catódico “aberrante” basado en el zapping.

De todo este debate, que conoce variados niveles y ámbitos de trabajo, apologistas y detractores, discursos rigurosos y seducciones mediáticas, ya es hora de preguntarse qué ha quedado o con qué nos quedamos. Y a ello se dedica Anxo Abuín, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en Santiago de Compostela e investigador en nuevos lenguajes teatrales, fílmicos e hipertextuales. Escenarios del caos es un libro singular porque consta de medio centenar de breves capítulos, la mayoría de dos o tres páginas, incluso hay uno de un párrafo de veinte líneas. Y también es singular porque al texto de 217 páginas le siguen casi veinte de bibliografía. En efecto, con Borges y Umberto Eco apoya la opinión de que todo libro habla de libros; sólo que éste de forma más consciente, pues su autor entresaca textos e ideas de ¿un centenar? de estudiosos acerca de un conjunto de cuestiones sobre teatro, cine, novela, arte en la Red, televisión y videojuegos que, a falta de mejor etiqueta, podemos llamar posmodernas o, como señala el autor en el prólogo con mayor precisión, de la «cultura de la fragmentación y del caos». A veces uno desearía menos citas y mayor extensión en las ideas sólo apuntadas, pero el autor ha optado –también con Borges– por estar más orgulloso de lo que ha leído que de lo que ha escrito. En este sentido, Escenarios del caos es una guía de lectura decisiva para una comprensión de la creatividad de las dos últimas décadas.

Como imaginará el lector, este tratamiento evita el discurso trabado y cualesquiera tesis o conclusiones cerradas («los grandes relatos» diría Lyotard) y, por el contrario, constituye una exigente invitación a profundizar en las cuestiones abordadas, todas ellas centradas en el interés por los modos, rasgos, estilos, disidencias formales o de contenido que en los medios citados ponen en cuestión los formatos existentes y se decantan abiertamente por la ruptura. O, como en el caso de arte en la Red, las performances o los videojuegos, han nacido bajo el signo de la heterodoxia o de la vanguardia frente a aquellos otros soportes culturales. Pero esta apuesta por la fragmentación y el caos tiene mayor calado en la medida en que implica una epistemología posmoderna: la que considera imposible un esquema totalizador que dé cuenta de la inasible complejidad de lo real.

Emergencia del caos y el azar

De ahí que transiten por el texto conceptos como el de caos, catástrofe, geometría de fractales –muy pertinente remitir a teorías provenientes de las ciencias físico-matemáticas, práctica tan poco usual en los textos humanísticos–, la indeterminación o impredecibilidad que vienen a poner en cuestión el orden lógico, la narratividad lineal o los esquemas causales. Frente a ellos, se subraya la irregularidad, el azar, las dinámicas no lineales, lo subconsciente e instintivo…; es decir, la impotencia humana para aprehender el mundo o la constatación de la imposibilidad de un sentido último de lo real. De ahí surge inevitablemente un distanciamiento en las creaciones de todo tipo, como se aprecia en los metalenguajes –que con la autoconsciencia de los textos dejan clara su condición de discursos parciales y su renuncia a la representación de la realidad–, en las diversas formas alternativas de narración o representación (hipertextos, multimedia, flexinarrativas, relatos como laberintos, lenguaje ‘rizomático’, teatro y novela interactivos) y en la ironía, entendida por Abuín como «la conciencia del caos en su infinita plenitud (…) la superación de cualquier forma narrativa convencional, sustituida por un pensamiento fragmentario y de lo fragmentario» (pág. 45).

Entre las aportaciones más destacables en un texto tan pródigo en referencias, creo que hay que resaltar dos líneas: por una parte, todo lo relativo a las performances y formas teatrales nuevas (teatro energético y posdramático, dramaturgias de la complejidad) en unas páginas muy valiosas porque ilustran los principios con ejemplos concretos; y, por la otra, las referencias al cine de Alain Resnais, Peter Greenaway, David Cronenberg y David Lynch (y los paralelismos remotos en Dziga Vertov o Jean Epstein), es decir, el cine que converge con la experimentación artística.

Aunque no lo explicita demasiado ni hace hincapié en ello, todo este discurso lleva inevitablemente a esa línea de fondo nietzscheano de las vanguardias del siglo XX (dadaísmo y surrealismo en particular) que aboga por la ruptura radical en los modos y los fines de la creación hasta ahora. Es decir, que –valga la simplificación– este libro viene a constatar que, enfriadas las fiebres de “modernez” y el afán suicida de la última moda, las aportaciones esenciales del vendaval posmoderno tienen mucho que ver con las vanguardias históricas, aunque haya desarrollos nuevos propiciados por las nuevas tecnologías (hipertexto, multimedia). Cierto que hay prácticas como las performances anteriores a la posmodernidad y que muchas de ellas siguen recluidas en los museos o en festivales elitistas, pero si pensamos en formatos como videoclips, juegos electrónicos, películas de experimentalismo narrativo (Memento, Babel y los otros títulos de González Iñárritu), constataremos el escaso convencionalismo creativo de los medios de masas en esta era electrónica.

Dos ausencias me han llamado la atención en un libro con tan abundantes lecturas: la omisión de Gilles Lipovetsky (La era del vacío, El imperio de lo efímero) y alguna referencia al libro digital, en concreto al modelo propuesto por A. Rodríguez de las Heras en Los estilitas de la sociedad tecnológica (www.campusred.net). Pero ello no empaña un trabajo tan rico en sugerencias y valioso en sintetizar conceptos, obras y autores que luchan ahora mismo por explicar la cultura –digital, del fragmento y el caos, posmoderna o como quiera etiquetarse– de nuestra época.

Artículo extraído del nº 73 de la revista en papel Telos

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J. L. Sánchez Noriega

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