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El triángulo comunicación-cultura-identidad


Por Piedad Bullón de Castro

Salvemos la comunicación. Aldea y cultura global. Una defensa de los ideales democráticos y de la cohabitación mundial

Editorial Gedisa. Dominique Wolton.
Buenos Aires, 2006

Figura mediática del panorama intelectual francés, Dominique Wolton es uno de los teóricos más importantes de la comunicación. Autor de numerosos libros, colaborador en revistas y volúmenes colectivos, es conocido por obras como Internet ¿y después?, Sobrevivir a Internet o La otra mundialización, libro este que, en cierto modo, encuentra su continuación en el que ahora comentamos. El autor es, además, director de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), donde dirige el proyecto “Comunicación y política” y la revista Hermès.

La tesis central de esta obra es que la aldea global se puede convertir en una nueva Babel porque «la mundialización es un acelerador de contradicciones» que evidencia las diferencias culturales y las distintas formas de ver el mundo. Para el sociólogo francés la modernidad está basada en la identidad y la comunicación, y ésta no puede estar apoyada sólo en aspectos puramente técnicos, sino ligada a una concepción política y democrática. En un mundo globalizado, no es suficiente que mensajes e informaciones circulen con rapidez: es urgente que la comunicación siga siendo un factor de libertad y progreso, que ponga el acento en personas y culturas, y no en redes o satélites. Wolton lo explica a través de una figura, el triángulo entendido como base de toda sociedad, con las tres condiciones que lo caracterizan: la comunicación, o espacio simbólico para que las cosas puedan decirse con palabras y no a golpes; la cultura, para negociar y convivir; y la identidad individual o colectiva, un acto de confianza de alteridad.

Tensiones entre información y comunicación

El título del libro, un imperativo, es una llamada de atención sobre la confusión creciente entre información y comunicación, porque esta última concierne a la relación, siempre difícil, con el otro. Pero también es un aviso de los peligros que entraña la bulimia de información, que contribuye mucho al ruido y muy poco a mejorar el componente esencial de las relaciones sociales y políticas, que es según el autor el objeto de todo acto de comunicación.

Wolton analiza las tensiones que entre información y comunicación se han ido agudizando a lo largo del siglo XX, como consecuencia del paso de una sociedad jerarquizada, en la que la comunicación era vertical e inmóvil, a una sociedad abierta en la que la comunicación es símbolo de la necesidad de conocer el mundo, de la libertad y la igualdad. A estas características de una sociedad libre, que influyen en la forma de la comunicación, se une la posibilidad de hablar de todo, «presuponer que todo es discutible», con lo que se abre otra brecha en la noción de jerarquía o de autoridad, porque todo es negociable.

Esa negociación ha llegado a la educación, “el saber discutido”, un buen ejemplo y síntoma del cuestionamiento de la autoridad, que el autor enlaza y relaciona con el triunfo del receptor. Un receptor sometido al bombardeo que recibe por múltiples canales informativos –prensa, servicios, datos, entretenimiento y militante– en los que todo se vuelve ambiguo, interactivo o aleatorio, por lo que aquella creencia de que la modernidad acentuaría la lógica del flujo de la comunicación, ha devenido en incomunicación. Pero el sociólogo no olvida ni deja de valorar la importancia del receptor, sin el cual no se puede entender el valor humano de la comunicación, tan necesaria para «la paz y la convivencia de las personas y las sociedades».

Pero la comunicación tiene otros enemigos, además de la profusión de la misma y de su cuestionamiento. En este libro se afirma que la comunicación se ha vaciado de sentido y de contenido porque es víctima de la manipulación, al servicio del reduccionismo tecnológico y económico que impide una reflexión sosegada. La comunicación no se nutre sólo de los mensajes que circulan rápidamente gracias a la tecnología globalizada; ésta debe recuperar su función específica de enriquecimiento de la vida democrática y ser un factor de libertad y progreso. Para el autor, comunicar es buscar la dimensión humanista y aceptar los riesgos de la incomunicación. Su posición frente a los fenómenos que la potencian no se contenta con observarlos desde la lejanía del intelectual, sino que asume una posición de crítica a todas las ideologías que favorecen la incomunicación y la utilizan con desvergüenza.

En el capítulo dedicado a la comunicación y sus enemigos, Wolton arremete contra la telebasura o los reality shows, un triunfo de la televisión convertida en analogía de la comunicación. Pero su crítica más acerada la dedica a aquellos que controlan la comunicación a través de los medios: periodistas, políticos, publicitarios y personalidades mediáticas, que los han convertido en un sistema endogámico con su propio estilo, “el estilo de los medios”, caracterizado por la simplificación y que sirve de excusa para llegar al gran público. Es lo que el autor francés denomina “muro mediático” que se levanta con demasiadas palabras rápidas, análisis inmediatos y un cúmulo de trivialidades, pero que se venden como expresión de las conciencias del tiempo. «Medios y personas que creen saberlo todo, pero que todo lo sintetizan con fórmulas impactantes». No se libran de su crítica las elites que «se han convertido a la comunicación sin cuestionar sus propios estereotipos».

El valor de la comunicación para la democracia

En oposición al reduccionismo basado en teorías tecnocráticas y económicas, Salvemos la comunicación propone y desarrolla una concepción política de la comunicación, ligada a la democracia, entendida también como la libertad y la alteridad del receptor o, lo que es lo mismo, el respeto a la heterogeneidad. Porque de la misma manera que para salvar la comunicación hay que pensarla, también hay que pensar la incomunicación, sobre todo en relación con los problemas que entraña la comunicación intercultural: «muchas personas entran en la mundialización, pero quieren afirmar sus raíces», escribe. Si no hay respeto a la diferencia, se produce también incomunicación y una perspectiva de conflictos de legitimidad entre culturas, porque la mundialización pone de manifiesto como nunca antes las distancias culturales y psíquicas. Por esto, Wolton propone la comunicación como el valor esencial para evitar el choque cultural y la guerra de civilizaciones. Comunicar es, en su opinión, descubrir la incomunicación del otro, estableciendo un espacio simbólico en el que la palabra y el diálogo ocupen el lugar de la violencia.

La conclusión a la que llega el libro es que el triángulo comunicación-cultura-identidad puede convertirse en un “triángulo infernal” porque los conceptos que lo sustentan son ahora más polisémicos. Ya no valen, como en el pasado, para emprender procesos de emancipación, progreso o apertura. Ahora, en un mundo globalizado en el que se contemplan todas las diferencias y privilegios, la incomunicación es desestabilizadora y una amenaza que envenena la vida social. Lo que intenta Dominique Wolton con esta obra de síntesis de su pensamiento es nada menos que organizar la convivencia de la humanidad asumiendo las diferencias culturales, pero conservando los valores de emancipación individual y los valores democráticos heredados de la Ilustración.

Artículo extraído del nº 72 de la revista en papel Telos

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Piedad Bullón de Castro

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