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La Red es un viejo mundo conocido


Por Myriam Redondo

La percepción que tenemos del extranjero es en la mayoría de los casos una imagen que ni siquiera hemos fabricado nosotros. No corresponde del todo a la realidad, nos llega desde los medios de comunicación y se va consolidando a partir de discursos en los que se nos habla de países que no hemos visitado nunca. Esta constatación es conocida, pero de necesaria repetición: nos recuerda que la información internacional debe ser considerada siempre contenido sensible. Podemos votar, manifestarnos e ir a la guerra por la defensa de un mundo del que sólo poseemos una imagen. Si es errónea en su base, las consecuencias pueden ser terribles. Y cambiarla puede resultar muy difícil. ¿Es la Red una herramienta para ello?

Uno de los debates que más ha sacudido a la UNESCO en toda su historia fue el relativo al Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). Se produjo en la década de 1970, cuando los países en vías de desarrollo que eran miembros de la organización perteneciente a Naciones Unidas comprendieron que el “libre flujo de información” que propugnaba Estados Unidos estaba convirtiéndose, de facto, en una estructura comunicativa mundial que sólo favorecía al Norte desarrollado. De nada servía que se garantizase la libertad para intercambiar contenidos, cuando una de las partes tenía mucha mayor experiencia y capacidad económica que la otra para elaborar los suyos, competitivamente siempre superiores.

Surgieron entonces los teóricos de la dependencia, para quienes no se estaba dando un verdadero desarrollo mundial progresivo, sino un avance basado en el modelo centro-periferia que beneficiaba sistemáticamente a las grandes potencias y perjudicaba al Tercer Mundo. Los medios de comunicación no eran más que otro frente abierto en esa guerra o un reflejo de la desigualdad política internacional. Sólo hablaban de los países pobres cuando se producían en ellos calamidades naturales o crisis violentas, generalizando estereotipos negativos sobre ellos.

La Teoría de la dependencia fue pronto contestada por autores que la tildaron de maniqueísta y poco científica. Pese a que el Informe McBride hablaba de infrarrepresentación del Tercer Mundo en los medios, otros análisis mostraban que los flujos de la información internacional no siempre perjudicaban a los países del Sur. Entre los más críticos con los autores de la dependencia se encontraron los partidarios de los “estudios culturales”, con su mayor exponente en Stuart Hall. Para esta corriente académica, los medios eran en realidad una arena donde competían por el reparto de contenidos las elites y los agentes críticos o marginales. Aunque las primeras tenían prioridad, en determinadas ocasiones los segundos podían llegar a filtrar sus posiciones en el sistema. Así, mientras para los estudiosos de la dependencia la desigualdad comunicativa mundial era firme, para los estudiosos culturales mostraba cierta flexibilidad.

Nadie puede afirmar hoy en día que los medios sean, con carácter absoluto, propiedad privada de las elites. Sin embargo, se mantiene la percepción de que el circuito internacional de la información es aún, como en los tiempos del NOMIC, desequilibrado. Las desigualdades se perciben sobre todo en los tradicionales medios de comunicación de masas (MCM); mientras, con la aparición de Internet algunas voces esperanzadas sugieren que la distribución de contenidos informativos podría por fin llegar a un equilibrio, dado que entran en la Red numerosos actores secundarios y remotos compitiendo por fin en igualdad de condiciones con agentes protagonistas.

Internet parece, desde luego, el terreno propicio para ello. Es el lugar donde las asociaciones ciudadanas pueden colaborar en pro de la diversidad informativa –en palabras de Quim Gil en esta misma revista– o donde se instigan formas de comunicación más democráticas y horizontales –en expresión de Obdulio Martín-Bernal también en Telos–. El deseo de que así ocurra está por todas partes. Por el momento, sin embargo, la Red no ha dado muestras irrefutables de funcionar con mayor imparcialidad que las grandes cadenas de televisión internacionales o la prensa de elite.

Un Internet contradictorio

No se discuten aquí los logros sociales de Internet y sus posibles efectos enriquecedores o perniciosos para los sistemas democráticos, aunque es un tema sobre el que existen también opiniones encontradas. Tampoco se rebate su carácter marcadamente subversivo al haber convertido a millones de receptores en emisores potenciales de información. Lo que se plantea es si todas esas opiniones y datos vertidos en el cuenco digital producen, puestos al fuego de la actualidad internacional diaria, una “imagen del mundo” mediática, de conjunto, más justa y equitativa que la que teníamos hasta ahora.

¿Mitiga la Red la desigualdad centro-periferia? ¿Y la desigualdad entre las elites y los ciudadanos sin voz, entre lo alto y lo bajo de la escala política, económica, social o cultural? ¿Permite expresarse a todos con un lenguaje comprensible y útil para los grandes medios?

Hay algunos indicios positivos. La aparición en escena de sitios web como Africaonline.com, sólo por citar uno de los muchos ejemplos posibles, sugirió en su momento que zonas antes olvidadas se hacían más accesibles, y también que las poblaciones periféricas podían por fin obtener mejor información que antes sobre su propia región y sus propias tribulaciones políticas. H. D. Wu y A. Bechtel han mostrado –aunque todavía no de un modo concluyente– que entre las secciones favoritas de los internautas se encuentra la de Internacional, por lo que los medios de comunicación tradicionales podrían comenzar a prestar más atención a esta materia. William Powers observa también que las noticias de corte global tienen prioridad en portales como Yahoo, donde desean captar a una audiencia internacional. No obstante, de nuevo no hay pruebas contundentes de que esta tendencia sea sólida.

Junho H. Choi y Naewoo Kang han realizado uno de los análisis más llamativos sobre los flujos de información internacional en Internet, investigando si siguen en la Red el mismo esquema centro-periferia que parece regir fuera de ella. Lo han hecho sirviéndose de los envíos de correos electrónicos realizados en uno de los grupos de noticias más conocidos del ciberespacio, Clarinet, donde además el sentido de esos flujos no es definido por los medios de comunicación sino por los propios usuarios. Su conclusión, basada en una compleja y rigurosa metodología, es que en Internet cambia el mapa de países más atendidos. Los contenidos más activos son los relativos a Estados Unidos, Reino Unido y Japón, pero al mismo nivel que China, el Sudeste asiático, Israel e Irak. Otros países habitualmente centrales en el circuito informativo, como Alemania, pasan en Clarinet a las afueras del sistema.

El cambio sugerido por estos resultados es importante: el homo digitalis no estaría interesado en el mismo mundo geográfico que los MCM han convertido en noticia hasta hoy. Otros experimentos, sin embargo, resultan descorazonadores. Africaonline, el portal que hace unos años ofrecía noticias locales y vínculos de enorme interés con medios de comunicación africanos, ya ha desaparecido como tal.

Desde la Universidad de Harvard, donde se han desarrollado interesantes investigaciones en este campo, Ethan Zuckerman ha observado mediante programas de rastreo informático que, en la Red, tanto las cabeceras ya conocidas como los nuevos medios prestan todavía atención preferente a los países de mayor PIB, mientras olvidan especialmente a los estados africanos. Consultar el servicio Newsmap, donde un mapa refleja cada día las zonas calientes del planeta según las noticias publicadas en Google, arroja un jarro de agua fría similar: continúan siendo protagonistas de la actualidad las mismas zonas que fuera de la Red.

¿Discriminación positiva?

También arrojan resultados contrapuestos los análisis que se cuestionan si Internet está de verdad dando voz a todo el mundo (es decir, reduciendo ese desequilibrio vertical entre las elites y los ciudadanos sin voz, entre los discursos dominantes y los discursos alternativos). Realizando un seguimiento histórico de la Red durante la guerra de Kosovo, Jim Hall recuerda que su papel fue fundamental a la hora de permitir expresarse al bando serbio, defenestrado en aquel momento por los grandes medios occidentales. Gracias a Internet, según Hall, será más difícil que los gobiernos consigan imponer visiones deterministas y sesgadas de los conflictos en el futuro: es el antiguo modo uniforme de contar los conflictos lo que va a convertirse en “primera víctima de la guerra”, y no la verdad.

Pero algunas sombras sugieren que existe una distancia importante entre lo que se puede hacer y lo que los medios deciden hacer con la información que obtienen a través de Internet. La distinción no es trivial, porque los contenidos publicados en un blog pueden tener importancia objetiva, pero la mayoría de las veces sólo se hacen relevantes para la opinión pública mundial y para sus líderes políticos cuando ganan la atención de los grandes MCM. Paul Manning ha analizado el difícil proceso de entrada en el sistema informativo de fuentes sindicales y no gubernamentales a través de la Red, y concluye de manera doblemente pesimista: a) Internet no es una arena fértil para las relaciones de intercambio entre los periodistas y las organizaciones marginales; y por lo tanto, b) no incrementará las oportunidades para que nuevas fuentes de información secundarias consigan colocar su agenda en el dominio noticioso de los medios. Hay otros acercamientos académicos que sugieren que las nuevas tecnologías en general y la Red en concreto son instrumentos de desencuentro más que de encuentro entre periodistas y fuentes alternativas, asentando la primacía de fuentes oficiales e institucionales más que retándola (los estudios de Steven Livingston y W. Lance Bennett son una buena muestra).

También Guillermo López, Manuel de la Fuente y Francisco Álvarez se muestran recelosos. Tras realizar un seguimiento de tres noticias en la Red han demostrado que, si bien las tecnologías digitales multiplican el número de publicaciones disponibles, los temas no se han diversificado. Los nuevos medios, según los autores, se limitan a replicar las informaciones que ya hacen públicas las agencias y fuentes institucionales, en una clara “mcdonalización del periodismo”.

Los análisis realizados sobre la pujante blogosfera arrojan, por último, opiniones que obligan cuando menos a la prudencia. Daniel W. Drezner y Henry Farell, así como Rebeca MacKinnon, han profundizado en la arquitectura informativa que presenta el mundo de las bitácoras y, pese a señalar sus enormes ventajas, no ocultan que ofrece, ya en sus inicios, algunos rasgos de desequilibrio. Para el tema que nos ocupa, basta con señalar que uno de los defectos que con mayor frecuencia atribuyen ya a los blogs los propios bloggers es el de “endogámicos”.

En definitiva, no hay aún pruebas concluyentes de que Internet esté modificando para mejor nuestra imagen del mundo, o hay tantas pistas a favor de esta afirmación como en su contra. Sería útil buscarlas y, de no encontrarlas, preparar el terreno para que fuera efectivamente así. James Moore ha sugerido, por ejemplo, que los programas automáticos que emplean los bloggers para recopilar noticias sean “distorsionados” para privilegiar los contenidos que proceden de países en desarrollo. Esta suerte de discriminación positiva puede parecer una propuesta naíf, pero también la primera de una esperanzadora serie de invitaciones generosas desde la blogosfera más desarrollada. Porque como usuarios es recomendable navegar por Internet, pero como profesionales tenemos la obligación de hacerlo con los ojos bien abiertos.

Artículo extraído del nº 68 de la revista en papel Telos

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