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Del «choque de civilizaciones» a la convivencia cultural


Por Lorenzo J. Torres Hortelano

Editorial Gedisa. Dominique Wolton. La otra mundialización. Los desafíos de la cohabitación cultural global
Barcelona, 2004

El nuevo ensayo de Dominique Wolton es un ideario para afrontar el fenómeno de la cohabitación cultural global. Su enfoque nos parece interesante, pues se atreve a presentar cuatro prioridades para convertir a Europa en «la primera plataforma mundial de la convivencia cultural del siglo XXI»: asumir el pasado, en el sentido de salir de la «descolonización»; independizarse del modelo cultural de Estados Unidos, por ejemplo, fortaleciendo la producción en materia de comunicación audiovisual; encarar una serie de urgencias como son el terrorismo, la inmigración y la prostitución, y valorar la diversidad cultural, teniendo en cuenta que la mundialización no es contradictoria con la identidad cultural.

Según Wolton, la mundialización requiere una normativización para combatir las derivas comerciales y el desarrollo de una capacidad crítica frente a las promesas de las industrias culturales mundiales. Éstas desbordan la lógica económica –y aquí es donde más atrayente nos parece el ensayo de Wolton–, por ello demanda un cambio de episteme para pensarlas.

El triángulo explosivo

Para ello propone un triángulo conceptual sobre el que reflexionar: identidad-cultura-comunicación. Estos tres vértices representan, a su vez, direcciones encontradas; pues si decimos que la garantía de su existencia pasa por un fuerte soporte económico y político que responda a la identidad de todas las culturas que conforman la mundialización; a su vez, ese soporte requiere una concentración económica y una centralización política que, en muchos casos puede contravenir el objetivo original.

Hay indicios de una futura «cultura media mundial» (frente a una cultura de elite); pero sin que exista un pensamiento interpretativo común, por ejemplo, que dé cuenta del movimiento antimundialización y de sus componentes ideológicos. Se trata de saber si hay una «identidad cultural colectiva», para lo cual las comunicaciones tienen un papel fundamental. En todo caso, el autor deduce que ésta no debe pertenecer al cosmopolitismo, sino a la cultura media. La conclusión pasaría, entonces, por una reflexión sobre las dos dimensiones de la cultura, individual y colectiva, mediante un proyecto político común.

La hipótesis es simple: si Occidente no logra comprender la importancia de la relación entre estos tres conceptos ni resolver sus contradicciones, los riesgos de conflictos serán cada vez mayores. Ante la apertura creciente de las sociedades entre sí y la mundialización de las actividades culturales y de comunicación, pensar la función de este nuevo triángulo representa una de las condiciones indispensables para pensar la mundialización. Para ello, hay que estudiar de otro modo la cultura, la comunicación, la identidad y las relaciones entre unas y otras.

En cuanto a la identidad, Wolton propone hablar de «identidad cultural relacional», noción que permite conservar la identidad colectiva, pero pone en juego la cooperación y la convivencia mediante un proyecto político –frente a la «identidad cultural refugio»–.

Aquí tenemos, pues, las dos apuestas políticas fundamentales de Wolton: la profundización de las relaciones interculturales y el desarrollo de la comunicación, que necesitan ser debatidos en nuevos foros internacionales, más allá de la ONU y la Unesco. En este sentido, los movimientos antimundialización son los primeros en situar la cultura y la comunicación en el centro de la política, poniendo en entredicho la actual representación del mundo. Lo paradójico es que no han focalizado sus esfuerzos en las industrias culturales y de la comunicación, sino en la agricultura, el medio ambiente, la energía, etc. Esto le sirve al autor para diferenciar entre mundialización y globalización: la última haría sólo referencia a ese factor económico.

La convivencia cultural: la otra mundialización

La convivencia cultural es una «realidad», por eso es necesario organizarla en el plano mundial. También es una «apuesta» política para que la cultura y la comunicación no sean factores suplementarios de guerra. Por último, es un «concepto» que hace necesario pensar la mundialización –que remite a la técnicas comunicacionales que crearon la sensación de una aldea global–.

Wolton propone la «convivencia cultural» como concepto normativo a construir. En este sentido, hace un esfuerzo considerable porque su trabajo no se convierta en una discusión más que no produzca efectos reales. El concepto de convivencia cultural requiere una renovación del pensamiento político para poder dejar de considerarlo exclusivamente dentro de la lógica económica y tecnocrática.

En el horizonte hay algunos riesgos claros como el «culturalismo» de elite que sobreestima y descontextualiza la cultura, y las identidades-refugio de los excluidos. En este sentido, sólo enlazando lo cultural, lo social y lo político se pueden evitar las derivas identitarias. Para ello, el autor propone algunas acciones: fortalecer los Estados nacionales, avalar el pluralismo lingüístico, promover el laicismo, enlazar la diversidad cultural y los Derechos del Hombre, valorar el aporte de la inmigración y dar el voto a los inmigrantes, mejorar la información sobre la desigualdad Norte-Sur, poner en práctica la convivencia cultural y pensar el turismo más allá de lo económico.

Para finalizar, Wolton dedica la última parte de su libro a aplicar su esfuerzo normativo a los casos francés –aquí, quizá, haya caído en el defecto de no tomar la necesaria distancia científica– y europeo, campo de cultivo que puede servir para pensar sus propuestas en el ámbito mundial. Será interesante descubrir en el futuro cómo Wolton es capaz de pensar la ampliación a varios países del Este –que se puede considerar, en parte, una aplicación de sus presupuestos– pese a que, sin embargo, la respuesta ciudadana haya sido escandalosamente baja en las últimas elecciones al Parlamento Europeo.

Como se puede apreciar, el autor trata gran cantidad de temas que se entrecruzan al mismo tiempo: quizá ahí se encuentra la mayor virtud de este ensayo; pero también su mayor limitación, pues en poco más de 190 páginas es imposible profundizar todo lo que hubiese sido necesario. Sea como fuere, pese a su carácter de inmediatez y urgencia, creemos imprescindibles reflexiones como las de Wolton que nos den una visión conceptual de un fenómeno que está llamado a nombrar el siglo XXI: la mundialización.

Artículo extraído del nº 61 de la revista en papel Telos

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Lorenzo J. Torres Hortelano