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Educar y comunicar para el desarrollo


Por Pedro Manuel Moreno

Editorial Comunicación Social. Francisco Sierra Caballero. Comunicación, educación y desarrollo. Apuntes para una historia de la comunicación educativa
Sevilla, 2002

Encontrarse en nuestro país con trabajos como el de Francisco Sierra es una rareza académica: no por la originalidad de los descubrimientos o por lo insólito de su investigación, sino por atreverse a poner sobre la mesa de forma crítica un aspecto tan dejado de lado en España como es el de la relación entre la comunicación, la educación y el desarrollo y, sobre todo, por reafirmar a lo largo de su libro la importancia cada vez más creciente que tiene la comunicación en los procesos de desarrollo socioeconómico y en la intermediación que realizan como formadores de la opinión pública, que en algunos países sigue viciada por el analfabetismo, la manipulación de la incipiente estructura comunicativo-mediática o, simplemente, la falta de acceso tanto a esos medios de comunicación como a las nuevas tecnologías.

El análisis de Sierra es doblemente interesante: por un lado, porque no deja aparte la historia más reciente referida a la evolución de la comunicación educativa (que él empieza fechando en los años veinte), lo que resulta muy útil para comprender muchos hechos de nuestros días o para situarnos en el contexto internacional que ha guiado los derroteros del objeto de estudio de su libro; por otra parte, porque no se ciñe a ese mero historicismo ni se deja llevar por el aspecto sólo político o sólo estructural de los medios: antes al contrario, las referencias tanto a políticas concretas llevadas a cabo en cada caso (dando el lógico valor al papel desempeñado por organismos internacionales como la UNESCO) como a un abordaje mucho más conceptual y estructural de los bloques mediáticos que analiza (a saber: radio, televisión, satélites e informática) son constantes a lo largo de la obra, además de estar afortunadamente amparadas en un acervo de citas y referencias bibliográficas muy útiles para continuar las líneas abiertas que tanto quiere Sierra mantener vivas.

En cualquier caso, la lectura de estos Apuntes para una historia de la comunicación educativa no es, ni mucho menos, complaciente ni agradecida con quien quiera oír el discurso protecnológico al que nos tienen acostumbrados desde Silicon Valley, Massachusetts o Bruselas: la comunicación en general y la educativa en concreto –dice Sierra– han estado siempre guiadas por «discursos iluministas» desde su puesta en marcha, que para nada han contribuido a una reflexión crítica cultural-sociológica que tenga en cuenta el potencial educativo o desarrollístico de cada una de las nuevas tecnologías (con ejemplos abundantes en el libro de los efectos perversos provocados precisamente por no contar con este factor añadido). Para dejar clara esta actitud, Sierra comienza exponiendo los dos principales problemas de nuestro tiempo en materia de comunicación –y que «definen el marco cultural de la encrucijada en la que se sitúa el dominio del debate que nos plantea la actual civilización tecnológica»–: la falta de una perspectiva cualitativa en el análisis y diseño de políticas de comunicación, y la necesidad de un enfoque sociológico no determinista desde el punto de vista tecnológico.

El «espíritu MacBride»

Por eso nos parecen tan interesantes los capítulos que se refieren a las políticas de comunicación educativa, aunque su lectura resulte descorazonadora: la dependencia tecnológica todavía hoy se constata y las consecuencias de la globalización están teniendo un impacto aún peor en los países no desarrollados que el que produjo la imposición de la doctrina del free flow of information. Un desequilibrio que ya concretaron ampliamente los investigadores Kaarle Nordensteng y Tapio Varis situándolo en dos hechos: la unidireccionalidad en el tráfico informativo y comunicativo, y el predominio casi absoluto de contenidos de entretenimiento en los productos por aquél transportados. Un buen ejemplo de estas manifestaciones queda perfectamente analizado en el capítulo segundo de la obra, en el que se estudia el caso del modelo de televisión infantil instaurado por «Barrio Sésamo» y que más que socializar desde la innovación, la creatividad y la desestructura, promovió actitudes conformistas en los niños, quienes debían aceptar la autoridad impuesta y el mantenimiento de la realidad tal y como ellos se la habían encontrado, todo ello bajo un esquema argumentativo lineal y repetitivo cuyos códigos permanecían fijos programa tras programa.

En cualquier caso, la puerta de la esperanza no queda cerrada: a pesar del pesimismo de autores como R. Beltrán y de la mayoría de los ejemplos citados, ya desde el prólogo del libro reclama el catedrático Fernando Quirós la recuperación del «espíritu MacBride», que Sierra actualiza al hablar de lo que él llama «el giro tercermundista de la UNESCO»; efectivamente, se hace necesario un cambio de modelo como el que el conjunto de países no alineados protagonizó en el seno de esta organización de las Naciones Unidas entrada la década de los años 70. Bien es cierto que hoy, privatizada la mayoría de los sectores productivos en los países occidentales y con las fronteras del capital más difusas que nunca, el papel de los Estados en materia de regulación es mucho menos contundente que durante el pleno apogeo del welfare state de la segunda posguerra, cuando se pudo tomar un giro crítico en organismos internacionales con el total apoyo de los gobiernos nacionales.

Pero Sierra no pretende convertir su libro en un tratado prescriptivo de política comunicativa, sino iniciar una línea de análisis que puede proporcionar resultados prometedores teniendo en cuenta la disposición de los organismos internacionales a cambiar la ayuda humanitaria por la transmisión del know-how que permita hacer definitivo el tan traído y llevado concepto de «desarrollo sostenible»; en nuestro caso debemos entenderlo en el ámbito cultural y social, sin olvidar asimismo que la comunicación educativa eficaz tiene que ser una realidad tanto en los países en desarrollo como en los occidentales, aunque adaptando de forma rigurosa su codificación para impedir que se produzcan los gaps en la recepción y asimilación. Un efecto perverso, este último, de la simple transacción comercial de contenidos comunicativos Norte-Sur o Este-Oeste, de los que también habla Francisco Sierra.

Quizá se eche en falta en este libro una referencia crítica y más actualizada a las políticas y programas llevados a cabo en estos momentos por los organismos de Naciones Unidas especializados en comunicación y educación para el desarrollo, o por algunos centros universitarios internacionales (Grenoble, Bruselas, Ámsterdam) que siguen trabajando en el estudio de la aplicación educativa y comunicativa de los nuevos contenidos de la Sociedad de la Información.

Artículo extraído del nº 57 de la revista en papel Telos

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