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La Universidad frente a las habilidades profesionales y la investigación en comunicación hoy


Por Philip Schlesinger

Este artículo reflexiona acerca de las consecuencias de la noción de nación competitiva en la formación de profesionales y de investigadores universitarios del campo de la cultura y la comunicación en el Reino Unido.
Al tiempo que el adiestramiento de los profesionales de los medios de comunicación se ha vuelto parte de la política industrial de la Administración británica, la última evaluación quinquenal que afrontan instituciones e investigadores universitarios británicos arroja inquietantes conclusiones.

Introducción

En primer lugar en este artículo me refiero a la preocupación actual sobre la formación de habilidades profesionales en las industrias culturales en el Reino Unido. Lo que escribo está condicionado por mi conocimiento acerca de la creciente importancia del hecho de que la formación y la educación están cada vez más consideradas como cuestiones relacionadas con imperativos competitivos y se han convertido en un objeto de la política industrial.

Seguidamente analizo la formación en la investigación especializada en el campo de la comunicación, la cultura y los medios. Este ejercicio de evaluación de la investigación en el Reino Unido, que se lleva a cabo cada cinco años, pretende analizar el nivel alcanzado por la investigación universitaria en cada campo y en cada institución. Los británicos son pioneros en este enfoque, que se extiende por un número cada vez mayor de países.

Aunque la formación profesional necesaria en el terreno de los medios de comunicación y las industrias creativas, y la formación de investigadores en los campos de la cultura y la comunicación son obviamente cosas totalmente diferenciadas, es cierto que ambas comparten un tema sustantivo común. El enfoque de estas dos cuestiones comparte una serie común de presuposiciones implícitas. En el meollo del asunto se encuentra la creencia en la importancia de la nación competitiva.

La falta de habilidades

En septiembre de 2001 se publicó el informe oficial Skills for Tomorrow´s Media (Habilidades para los Medios de Comunicación del Mañana) elaborado por el Departamento de Cultura, Medios y Deporte del Gobierno británico y la institución educativa nacional Skillset. El objetivo del informe era identificar el estado actual de las habilidades profesionales existentes en los diversos sectores del panorama de medios y recomendar posibles formas de resolución de las deficiencias presentes.

Para comprender la atención prestada a la formación en los medios de comunicación es preciso volver la mirada atrás y tomar en consideración los cambios de contexto político desde 1997. En mayo de aquel año llegó a su fin el largo periodo de gobierno conservador, que fue reemplazado por el ´nuevo´ Partido Laborista de Tony Blair. El gobierno entrante introdujo una nueva retórica -la de una ´Gran Bretaña creativa´-, con una nueva atención sobre las denominadas ´industrias creativas´ (creative industries). Esto contrastaba con la retórica del Partido Conservador sobre el ´patrimonio nacional´ (national heritage). Los laboristas tomaron la idea de la nación creativa y la utilizaron para etiquetar la totalidad del ámbito cultural. El motivo estaba estrechamente relacionado con la política industrial y se basaba en el concepto de nación competitiva, vigente en ciertas corrientes internacionales de pensamiento político y económico. Por primera vez el Partido Laborista creó un Departamento de Cultura, Medios y Deporte. Uno de los primeros actos de este organismo fue realizar una inicial cartografía cultural. Su Grupo de Trabajo sobre las Industrias Creativas elaboró un mapa económico tratando de asignar un valor general a cada uno de los sectores designados como ´creativos´. En este sentido la creatividad fue definida como un concepto que abarcaba toda actividad cultural y comunicativa que tuviera una propiedad intelectual comercializable.

La lista de industrias creativas, que es muy amplia, incluye: publicidad, arquitectura, arte y antigüedades, juegos para ordenador, artesanía, diseño, moda, cine, música, artes escénicas, edición, software, televisión y radio.

Al respecto, lo menos que se puede decir es que se trata de un objeto de política muy entremezclado y que carece de coherencia conceptual. Lo que llama la atención, no obstante, es el creciente énfasis en la economía electrónica. Podemos también observar que la nueva política fue congruente con el histórico interés del Estado británico en la promoción de la industria cinematográfica, el diseño y la radiodifusión. Pero se añadió un aspecto ´modernizador´ distintivo: los ´nuevos´ laboristas tenían la idea de transformar toda la sociedad, y el aprovechamiento del campo comunicacional representaba una forma esencial de hacerlo.

Cinco o más años después nos encontramos con el informe oficial sobre las carencias de habilidades profesionales. Seguimos en el mismo contexto ideológico y el discurso empleado está sumamente relacionado con el de la ´creatividad´. Nos encontramos en el mundo de la economía del conocimiento, el mundo de los nuevos medios de comunicación. La era digital, se nos dice, implica una renovación de las capacidades de los recursos humanos, lo cual a su vez implica un nuevo enfoque de la cuestión de la formación. La introducción de la televisión digital –y el apagón analógico hacia 2010– es un importante puntal de la política de comunicaciones del Gobierno británico (aunque hoy muchos observadores bien informados dudan sobre su viabilidad).

El mensaje central del informe sobre formación de habilidades es que necesitamos aumentar las capacidades técnicas, administrativas y empresariales del país en el terreno de los medios de comunicación. Esto a su vez implica sustanciales inversiones tanto por parte de las grandes empresas como del Gobierno. Sin duda, esto responde al aumento de la importancia de los medios de comunicación en la economía y a las consecuencias negativas de los mercados laborales liberalizados y precarizados, en los cuales la formación ha sido relativamente menospreciada por la industria a lo largo de los últimos quince años aproximadamente.

Por lo tanto, en la actualidad se busca la solución en un plan trienal en cuyo marco se han creado consejos sectoriales de adiestramiento que cuentan con el apoyo de una diversidad de organismos gubernamentales: el Departamento de Cultura, Medios y Deporte, el Departamento de Comercio e Industria, el Departamento de Educación y las diversas administraciones autonómicas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Se ha proclamado el carácter central de la educación terciaria. Según los términos del lenguaje del mecenazgo, se ha producido un intento de vincular los cursos de educación superior y de extensión cultural para adultos con las concepciones profesionales de las habilidades y el reconocimiento de acreditación proporcionada por Skillset.

En mi opinión, esto comienza a plantear interrogantes sobre cómo mantener la misión distintiva de la Universidad en el campo de la educación cultural y cómo evitar que una gran parte (si no la totalidad) de la educación se reduzca a las necesidades de la pura formación. Pueden caber pocas dudas de que las instituciones educativas están siendo movilizadas para hacer frente a las deficiencias de la formación industrial. Según el informe de Skillset, un tercio de los empleados no realiza ningún curso de formación. En un sector universitario perpetuamente sometido a fuertes restricciones de financiación, existe la fuerte tentación de adaptarse a los nuevos imperativos. Dado que cada vez estamos más condicionados por nociones de relevancia, la tentación resultará irresistible para muchos y la convergencia entre formación y educación nos afectará a todos.

El alcance de la investigación

Quisiera ahora desviar mi atención brevemente hacia otra cuestión relacionada con la formación intelectual de los investigadores en el campo de la comunicación y la cultura. Éste –como otros campos académicos– ha asumido un carácter cada vez más organizado y está sujeto a indicadores de rendimiento. El sistema universitario británico acaba de pasar su última evaluación quinquenal sobre la investigación realizada en sus centros. Se argumenta que se trata del balance más exhaustivo de este género en el mundo, y no existen motivos para poner en duda esa suposición. Sin embargo, se podría escribir un libro sobre los matices y perversiones de este sistema y su impacto sobre las culturas académicas. No obstante, a los efectos actuales, me limitaré a indicar en términos muy genéricos cómo funciona el proceso de evaluación y el tipo de impacto que ha tenido.

Cada departamento universitario presenta una lista de sus ´investigadores activos´ para su evaluación por un equipo nacional de expertos. Inevitablemente, este es un proceso que provoca una gran ansiedad, dado que dos cosas dependen del resultado: prestigio y financiación. Prestigio, porque cada grupo de investigación es evaluado sobre una escala de siete puntos; financiación, porque los consejos de financiación universitarios recompensan los resultados concediendo más fondos a quienes obtienen mayor éxito. La idea es reducir la financiación en casos de investigación de calidad inferior a un determinado nivel. Se supone que cada investigador ha producido hasta cuatro trabajos de gran calidad en un periodo de cinco años y, junto con la evaluación de estos trabajos, cada departamento universitario presenta un informe muy detallado sobre sus progresos en la obtención de fondos para investigación, formación de doctorado, cultura de investigación y cualesquiera otros indicios externos de su prestigio. Los resultados de la evaluación son públicos y, en sintonía con el espíritu de transparencia, gran parte del material presentado en el último ejercicio estará también disponible en Internet.

En el campo de los estudios sobre comunicación, cultura y medios se presentaron a evaluación unos 1.500 trabajos, pertenecientes a unos 400 investigadores universitarios. Esto nos da una indicación del alcance de la investigación universitaria en medios de comunicación y cuestiones culturales en el Reino Unido, lo que sin duda supone uno de los agrupamientos mayores y más influyentes de Europa. (Hay que recordar que quienes se presentaron al balance fueron seleccionados con el criterio de garantizar el mejor perfil posible, lo cual significa la exclusión de un importante número de actividades universitarias de investigación y docencia). Además, el balance indica que desde 1996 se han concedido más de 200 doctorados.

Un efecto de esta evaluación periódica es animar a las instituciones académicas a crear y sostener culturas de investigación con el fin de obtener un mejor rendimiento. Asimismo, el sistema ha tendido a imponer una mentalidad de ciclos de cuatro a cinco años en la planificación de los resultados de la actividad de investigación universitaria británica. Por su parte, dentro de ese ciclo, los investigadores tienen que estar sumamente bien preparados para garantizar que cumplen los requisitos mínimos. Sería correcto afirmar que tuvo lugar una revolución en la planificación de la investigación desde la introducción de la evaluación a finales de los años 80. Junto con esa revolución, se ha producido un aumento de la competitividad, cierta disminución de la colegialidad y un aumento de la ansiedad cotidiana.

Me limitaré aquí a señalar algunas de las tendencias temáticas genéricas en la investigación británica actual identificadas por el equipo de trabajo que presidí. Hoy observamos que se vienen realizando relativamente pocos trabajos basados en fundamentos empíricos serios, lo cual, al menos en parte, puede atribuirse a la falta de financiación para este tipo de investigación. También observamos una relativa escasez en cuanto a nuevos desarrollos teóricos o reflexión sobre metodología. En parte, esto podría ser una consecuencia de los ciclos temporales seriamente limitados para la conceptualización, el desarrollo y la publicación de las investigaciones, los cuales están perjudicando la innovación y la asunción de riesgos.

El equipo de trabajo también reparó en el pequeño número de proyectos de investigación orientados hacia la política. La investigación independiente no encargada por el Gobierno u otros clientes importantes requiere recursos significativos. La inexistencia de dicha investigación de elaboración de políticas implica una escasa participación académica en relación con el debate político actual en el Reino Unido. En la actualidad gran parte de la investigación sobre política se lleva a cabo dentro del Gobierno y de los propios medios, o es realizada por think-tanks y consultoras u otras organizaciones comerciales. Se puede argumentar que el relegamiento del pensamiento académico se ha producido en detrimento de la variedad y la profundidad del debate público.

Dada la relevancia que se le concede hoy, también resultó sorprendente comprobar que pocas de las investigaciones presentadas se dedican a estudiar la sociedad del conocimiento o de la información y los temas de política que conllevan. Asimismo los trabajos sobre los nuevos medios de comunicación resultan asombrosamente escasos. Otras cuestiones políticas de actualidad –el estado actual y futuro de los servicios públicos de radiodifusión, la estructura cambiante de la producción cultural, la internacionalización del inglés, las relaciones entre política cultural y nación– son objeto de una investigación relativamente insuficiente. También cabe señalar la ausencia de trabajos que aborden la cultura de los medios de comunicación internacionales. De hecho, los trabajos a este respecto se centran de manera abrumadora en el Reino Unido, lo cual puede reflejar tanto unas limitadas ambiciones como una falta implícita de recursos. La mayoría de los trabajos sobre Estados Unidos se refieren más al cine que a la radiodifusión o a los nuevos medios; mientras que la mayoría de los trabajos sobre Europa se centran en la Unión Europea y guardan más relación con cuestiones de regulación que con representaciones de medios o culturas nacionales.

En otro lugar he planteado algunas cuestiones más genéricas sobre el endeble espacio reservado a la actividad intelectual autónoma en las universidades, en la medida en que los centros académicos británicos se centran más en el ciclo de investigación, se obsesionan más en la búsqueda de fondos de financiación y pierden capacidad para influir en el debate sobre la cultura y la comunicación, en favor de periodistas especializados, consultoras y think-tanks. La misma subyacente concepción de la nación competitiva condiciona tanto a la organización de la investigación como al planteamiento de la solución para paliar las carencias de habilidades. Esta última, como hemos visto, tendrá también impacto, probablemente, en la misión y el concepto que de sí misma tenga la Universidad, esta vez en el campo de la enseñanza más que en el de la investigación. Necesitamos plantearnos urgentemente interrogantes sobre adónde, acumulativamente, nos está llevando el pensamiento actual.

(Traducción: Antonio Fernández Lera)

Nota del autor

Philip Schlesinger es miembro de Scottish Screen, organismo público que se ocupa principalmente de financiar la formación y producción en cine y televisión. Tambíen formó parte del consejo del Research Center for Television and Interactivy, dedicado básicamente a desarrollo de la investigación y la capacidad comercial de las pequñas y medianas empresas. Las reflexiones sobre el balance de evolución de la investigación se basan en su experiencia como presidente del equipo de trabajo sobre los estudios relacionados con la comunicación, la cultura y los medios.

Artículo extraído del nº 52 de la revista en papel Telos

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