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La prensa del siglo XXI: el final del perro guardián


Por Fernando Quirós Fernández

En la era global y desde la visión de sistema que exige, los cambios en la propiedad de la prensa escrita, sobrevenidos desde los años setenta a los noventa, han alterado seriamente su función social.

Analizar los sistemas de medios de comunicación en la era de las grandes empresas globales requiere hacer estudios transversales o, si se prefiere, tener una visión de sistema. La concentración de la propiedad que siempre lleva aparejada reducción de la pluralidad, es la característica fundamental de toda la industria de la comunicación. De forma que, si se analiza aislado el sector de la prensa puede afirmarse que prácticamente ninguna empresa del mundo desarrollado dispone de una posición de dominio. Sin embargo si se observa a qué otra empresa pertenece y cuales son los vínculos de ésta con los niveles altos de poder económico la cosa varía bastante. La fusión de los intereses de las empresas de medios con los intereses de las empresas de otros sectores y con el capital financiero solamente se observa cuando se analiza toda la industria. Otro asunto es que parcelemos el análisis para hacerlo más comprensible y lo hagamos por medios. Aquí nos corresponde hablar de la prensa.

Crisis y reconversión tecnológica

En las Facultades de Ciencias de la Información y también en las empresas se sigue manteniendo la romántica historia liberal que asigna a la prensa (más que a otros medios) el papel de perro guardián de las libertades. De hecho la libertad de prensa sirve para definir la esencia de las democracias occidentales. Sin embargo, desde 1945, la concentración de las empresas editoras se ha acelerado notablemente y hoy, en la práctica totalidad de los países desarrollados, las unidades de redacción independientes son una extraña excepción que, además, resulta insignificante en el conjunto de la industria. La pluralidad se ha reducido de forma drástica, como se ha reducido notablemente el margen de independencia de las empresas frente a los poderes económicos y de las redacciones con respecto a los consejos de administración de las empresas para las que trabajan.

En los Estados Unidos, entre 1945 y 1970 la pluralidad se redujo notablemente al aparecer grandes cadenas que terminaron con la independencia de la prensa de carácter local, o de estado. Un puñado de empresas construyeron sus imperios mediáticos eliminando la competencia en los mercados locales. En Europa, en los mismos años, se observa la misma tendencia, las empresas periodísticas al margen de grandes cadenas se redujeron igualmente apareciendo cadenas editoras que se transformaron en hegemónicas. Bien mediante la regionalización de las grandes empresas nacionales (adquisición de medios locales/regionales), bien porque empresas inicialmente regionales absorben otras más pequeñas hasta transformarse en cadenas nacionales, el sector de la prensa diaria llega a los años setenta con un perfil muy concentrado, en lo que a la propiedad se refiere

En los años setenta, la crisis económica y la reconversión tecnológica fueron los elementos sobre los que las grandes cadenas asfixiaron la competencia de las empresas independientes. Además, en estos años las empresas que sólo se dedicaban a la edición de periódicos o revistas eran ya minoría. Las grandes cadenas se habían diversificado hacia la radio y la televisión, y las empresas de radio y/o televisión adquirieron empresas editoras, apareciendo así un estrato superior de empresas de medios con las que las antiguas editoras de diario y/o revistas no podían competir. En los Estados Unidos muy pocos periódicos pueden resistir la expansión de Gannet, Tribune, Times Mirror, New York Times, o Knight-Ridder. En Europa, cadenas como SOCPRESSE, Springer, RCS, VNU, News International, adquieren posiciones dominantes mediante la compra de empresas más pequeñas. En ambos casos el manto de la uniformización cae sobre toda la cadena: impresión, publicidad, servicios de agencia y news services se contratan desde la empresa matriz que también suele reservarse la línea editorial. Después llegaría a las empresas multimedia el fenómeno de la conglomeración mediante la entrada en el accionariado o la compra directa de empresas periodísticas por grandes corporaciones de la industria. Para 1980, además, los bancos y las entidades financieras de todo tipo tenían intereses en los principales medios de comunicación.

En los años ochenta la política de desregulación impulsada por la derecha conservadora en los Estados Unidos y la liberalización de las comunicaciones en Europa realizada de la mano de los partidos conservadores, pero igualmente seguida por la socialdemocracia, apretó el lazo sobre las empresas independientes. Al caer una tras otra las barreras a la concentración de la propiedad el estrato superior de los medios reforzó sus posiciones mediante la aparición de las grandes empresas multimedia que tienen un carácter transnacional (Time-Warner, Disney, Viacom, News Corp, Bertelsmann, Hachette). Al tiempo, la edición de diarios pasó a ser cosa de muy pocas empresas a ambos lados del Atlántico. Más del ochenta por ciento de la prensa norteamericana estaba en manos de cadenas y en cada país europeo fueron quedando muy pocos periódicos fuera del control de las grandes empresas. De hecho el número de unidades de redacción independientes siguió descendiendo, mientras se incrementaba el control de los grandes propietarios y se podían contar con los dedos de una mano las ciudades que disponían, al menos, de un diario al margen de las cadenas.

Estados y convergencia empresarial

La renuncia de los Estados a regular sus sistemas de medios para garantizar la pluralidad, paradójicamente envuelta en la bandera de la libertad de empresa, zarandeó y dejo muy mal parada a la libertad de prensa, (siempre secundaria cuando de dividendos se trata) y preparó el escenario en que estamos viviendo desde comienzos de la década de los años noventa: la integración en una sola empresa de los medios tradicionales, las telecomunicaciones y la informática.

Las empresas más grandes, donde se encuentran los diarios más importantes pueden, ya sin la molesta regulación estatal, disponer de recursos ingentes para ahogar la poca competencia que queda. Valga como ejemplo la guerra de precios desatada por Rupert Murdoch en Gran Bretaña, que terminó por expulsar del mercado nacional a The Independent, que tuvo que ser salvado, ¡por un consorcio de empresas multimedia europeas!, o el cambio de accionariado en Le Monde, uno de los estandartes de la prensa independiente. En el momento de escribir estas líneas Tribune Co, (la empresa editora del Chicago Tribune, de escala nacional desde los años ochenta merced a la compra de diarios en otros estados) ha adquirido la totalidad de Times Mirror, (editora de Los Angeles Times y hegemónica en la costa oeste). Las autoridades norteamericanas no han puesto impedimentos a la operación de una empresa que, por otra parte mantiene lazos estrechos con AOL-Time Warner. En España, acabamos de asistir a la compra de Prensa Española por el Grupo Correo (grupo regional que se ha convertido en gigante nacional) mientras PRISA está adquiriendo un buen número de cabeceras locales/regionales (grupo nacional que opta por la regionalización como forma de asegurarse un papel preponderante en el plano nacional).

La prensa, pues, ha dejado de ser parte de los contrapesos del poder porque ella misma es parte de él. La frivolidad de Al Neuharth, director ejecutivo de la cadena Gannet, cuando afirmó que lo importante para la empresa no era editar un diario colgado de las cataratas del Niágara, ni su calidad, ni su veracidad en las informaciones, sino incrementar su rentabilidad en cada ejercicio, es hoy menos frivolidad y más descripción ajustada de la realidad de la prensa. Por ello, la antigua imagen del periódico como defensor del bienestar público en contra de los usurpadores, controladores y poderosos es algo cada vez más dudoso. Cuando el interés del público se encuentra con el de los negocios, es este último el que las empresas suelen considerar. Incluso su papel en la arena política, donde tradicionalmente se ha considerado a la prensa como parte de la oposición, siempre dispuesta a denunciar la tiranía del poder y a hablar en nombre de los ciudadanos, es algo que pertenece al pasado.

Artículo extraído del nº 51 de la revista en papel Telos

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Fernando Quirós Fernández