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Ni apocalípticos ni integrados


Por Eduardo Alonso

Entropía no es un concepto de uso común. Tropecé con él en los primeros cursos de Telecomunicaciones y aún hoy, casi cincuenta años después, me sigue pareciendo tremendamente sugestivo. Seguramente a un buen número de nuestros lectores no le es ajeno, sobre todo porque más allá de su uso en la teoría sobre transmisión de señales es igualmente declinable en el ámbito teorético de la información -entropía de Shannon-. Por lo demás, resultan cada vez más miscibles ambos campos, tanto en su interrelación práctica como en sus fenomenologías específicas.

Este preámbulo viene a cuento en lo que se refiere a la aproximación, siquiera mínimamente, a las someras tesis que vienen circulando sobre las bondades de la llamada Sociedad en Red y su epítome la Conversación Global, como panacea para la mejora de la calidad de los contenidos informativos y, por ende, de la libertad de la información de modo genérico.

Ciertamente, la temática desborda con mucho el espacio que se concede a un artículo de opinión, pero me ha parecido interesante sacar el asunto a colación dado que en los tiempos convulsos por los que transitamos, las teorías sobre la hegemonía de un discurso dominante parecen cosa del pasado. Si bien solo han transcurrido poco más de dos décadas desde que Noam Chomsky publicara Manufactoring Consent: The Political Economy of the Mass Media, no pocos exégetas de la Red lo clasificarían hoy en la categoría de códice. Para estos, el colosal caudal informativo que circula por la Red con su inmensidad y variedad de mensajes lleva a la obsolescencia el concepto mismo de mass media.

La producción de realidad

Si la entropía se asocia al nivel de desorden de los datos que circulan en un canal de transmisión, igualmente se identifica con la incertidumbre que existe ante un conjunto de mensajes y el grado de información que suscitan. Ambas determinaciones pueden ser trasladables a la consideración que merece la Sociedad Global de la Información y a que, según las tesis resultantes o los enfoques analíticos de los que se parta, nos veremos abocados, de nuevo e imperiosamente, a aquella clasificación que establece una disyuntiva entre apocalípticos e integrados que el propio Eco calificara como simplista y reduccionista.

Si bien esta temática es bastante recurrente en Telos -en su número 100 la revista hizo balance de la era digital y la comunicación social fue uno de los temas tratados- creo que vale la pena continuar con el asunto intentando abundar en un nuevo enfoque.

Digo abundar porque me parece del mayor interés partir de las reflexiones que hacía en estas páginas el profesor Vidal Beneyto -nuestro querido y añorado Pepín- en la extensa, brillante y última contribución que aportó a esta publicación. En ella se repasaba su brillante trayectoria intelectual y su contribución a la investigación sobre el tema que nos atañe; singularmente desde que comenzara su andadura aquel celebrado Comité Internacional de Comunicación de Masas, del que fue uno de sus principales impulsores junto a su amigo Edgar Morín, y al que más tarde se incorporarían colegas de significativa relevancia en Telos, como Miquel Moragas, Enrique Bustamante o José F. Beaumont.

Destacaba Vidal Beneyto la posición en la que ha sustentado su trayectoria intelectual, a saber: el acercamiento estructural a la ideología y al discurso. Al tiempo recapacitaba sobre una de las aportaciones conceptuales más significativas al análisis sociológico de la comunicación de masas: ‘la producción de la realidad’.

Es verdad que a principios de la década de 1980 (en 1982 publicaba el IORTV -Instituto Oficial de Radiotelevisión- Telediarios y producción de la realidad) aún estábamos muy lejos de lo que Mattelart denomina como el ‘mito de la Sociedad Global de la Información’, pero tengo para mí que los elementos cualitativos para el análisis estaban en presencia.

Unos pocos años más tarde de la publicación de aquel estudio, el destino me llevó a tomar responsabilidades en la dirección de aquellos telediarios que ‘producían la realidad’, conformando un equipo integrado por profesionales no ajenos a las teorías gramscianas sobre el poder de los aparatos ideológicos y simpatizantes de las tesis de Althusser, Baudrillard y otros intelectuales de esa cofradía.

He tenido la inmensa suerte de dedicar horas y horas con el profesor Beneyto a analizar, tras la óptica de ese precepto, no pocas peripecias informativas, inclusive cómo aquel grupo citado no era -no podía ser- ajeno a la variada tipología de los ‘condicionamientos contextuales’. Así se constató en el tratamiento que los telediarios de la única cadena estatal de televisión dieron a una información tan significativa como fue la primera huelga general que se produjo en España. A pesar de la voluntad subjetiva de los que dirigíamos esos telediarios, la producción de la información no escapó de los cánones convencionales que marcaba la ortodoxia informativa imperante.

Falsa transparencia

Podría considerarse que esa fenomenología relativa a la ‘producción de la realidad’ no podría darse hoy, toda vez que la ingente multiplicidad de fuentes y de intermediadores/comunicadores vuelcan trillones de terabytes de contenidos informativos o de actualidad en la Red. La profusión de mensajes y la carencia de grandes exigencias económicas para producirlos pueden causar la impresión de acercarnos a una arcadia feliz en lo que a libertad de información se refiere y, por ende, al disfrute de la misma por la sociedad civil. Este determinismo tecnológico lleva a concluir la imposibilidad de que nada ni nadie puede controlar, ni tan siquiera condicionar, los flujos informativos, descartando la mera posibilidad de la construcción de un discurso pretendidamente hegemónico.

Sin embargo, un informe reciente de la Unesco titulado Tendencias mundiales de la libertad de expresión y el desarrollo de los medios señalaba que la Red «ofrece posibilidades inéditas para acceder, producir y compartir contenidos en múltiples plataformas», pero al mismo tiempo advierte del «control creciente de los contenidos en línea que ejercen intermediadores de Internet como los motores de búsqueda y la redes sociales, que ponen en peligro la transparencia de la libre circulación de la información».

Sabido es que los nuevos actores en el mundo de la información -Google, Facebook, Yahoo- acaparan la mayor parte de la atención del público, constituyéndose como casi el único vehículo informativo para una gran mayoría de ciudadanos. Como agregador de noticias, Google selecciona información de periódicos nacionales de todo el mundo, de publicaciones locales, especializadas y de los blogs más influyentes, dando lugar a la conformación de un medio que en emisión en continuum realiza más de 70 ediciones internacionales en 35 idiomas diferentes y que tienen una audiencia contrastada de más de mil millones. Lo más curioso es que toda esa ingente cantidad de contenidos le sale gratis. Considerado holísticamente, Google podría ser el nuevo paradigma de esta época. Es omnisciente y casi demiúrgico… también la compañía de mayor valor del mundo.

Yahoo, por su parte, ‘solo’ acumula poco más de la mitad de los usuarios de su competidor. De otro lado, a los 800 millones usuarios de Facebook que emiten opiniones y cuelgan sus propias noticias hay que añadir lo propio en Twitter y los cientos de millones de bloggers que, de alguna manera, constituyen otras fuentes informativas.

Y aquí otra vez la entropía. La gran nebulosa que conforma esa gran conversación global, el ruido que provoca la circulación de esos miles de millones de mensajes ¿no contribuirá de modo decisivo a la perpetuación del discurso dominante? O, como a Bernardo Díaz Nosty en el brillante artículo que publicó en el número centenario de esta publicación, «[…] no se ampliarán las zonas de opacidad acentuando, en definitiva, el discurso hegemónico, es decir, el viejo paradigma»?

Sin duda han surgido nuevos medios que profundizando en el rigor, la veracidad y la honestidad, cuentan historias que no son del gusto de los poderosos y aprovechan todas las ventajas que la tecnología permite para construir nuevas forma del relato informativo que aportan toda suerte de ventajas para la mejor comprensión de la información y su transmutación en conocimiento. Ahí están Mediapark y PolitiFact, entre muchos otros, como botones de muestra, pero no dejan de ser pequeñas gotas en ese tremendo canal que configura el presente continuo de la Red.

Paradójicamente, sorprende encontrar reflejos de esta realidad en algunas de las llamadas series televisivas de culto que producen las nuevas mayors norteamericanas. House of cards, por poner un ejemplo, no solo desvela la satrapía del ejercicio del poder político y su imbricación con el económico, sino que la entrelaza con la construcción del discurso informativo, incluso muestra sin ambages el castigo a las actuaciones disidentes. Mueve a pensar que estas industrias culturales desmienten las tesis que abogan por identificarlas con el adocenamiento colectivo, fruto de la pereza social cognitiva.

Apocalípticamente integrados

Cuando menos, estos emergentes ‘productos culturales’ propician una relectura crítica de Ideología y aparatos ideológicos del Estado, si bien, es cierto que los cambios en los comportamientos sociales que se han producido desde 1970, cuando publicara Althusser su obra, han sido muy cualitativos. No obstante, parece que hay manifestaciones que permanecen inmarcesibles. Al menos así se desprende de las tesis acuñadas por Zigmunt Bauman cuando, en su libro La cultura en el mundo de la modernidad líquida asevera que su función no consiste sino en crear necesidades nuevas y a la vez garantizar la permanente insatisfacción de las que ya están afianzadas.

Ante este panorama permítaseme tomarme la licencia de concluir este artículo con un pequeño homenaje póstumo a Umberto Eco y, sin ánimo ecléctico, imaginar que si la parca no nos lo hubiera arrebatado, quizá le habría dado tiempo a ampliar su particular taxonomía con una nueva categoría: apocalípticamente integrados.

Artículo extraído del nº 104 de la revista en papel Telos

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